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El principal problema del programa
anterior es que está en las nubes. Es la visión característica del pequeño burgués que sueña con un
capitalismo “razonable” (cuya clave de bóveda son las ganancias
“razonables”), en que los trabajadores,
con un poco de presión, y la colaboración del Estado, no padezcan las calamidades que derivan de las
contradicciones objetivas del actual modo de producción. Son varias las razones
que llevan a concluir que esta propuesta es pura ilusión ideológica. En primer lugar, la tesis de que los
precios son decididos a voluntad por un
grupo de oligopolios no tiene sustento, ni empírico ni teórico (ver, por
ejemplo, notas sobre la tesis del monopolio, aquí); no sucede a nivel mundial,
y Argentina no sale de la regla. En segundo término, la explicación de
la inflación argentina por acción de
los oligopolios tampoco se sostiene (ver aquí y aquí). En tercer lugar, el Estado
no está por encima de las clases sociales; y en los conflictos
fundamentales se ubica decididamente del
lado del capital. Más en particular, y como he explicado en la nota
anterior (aquí), el objetivo de hacer competitivo al capitalismo argentino vía devaluación y caída
del salario es compartido por prácticamente todos los capitales afectados a la producción de
bienes transables, sin distinción de grandes, medianos o pequeños. Todos ellos
apuestan hoy a que los salarios aumenten
por debajo de los precios y del dólar, de manera de consolidar una redistribución regresiva del ingreso,
desde los asalariados al capital de conjunto. En esto el gobierno K no está solo, lo acompaña casi todo el arco burgués, incluida
la burguesía "no monopolista, no especuladora".
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Claro que en el
mundo del reformismo, el capitalismo con precios bajo control popular (y
comercio exterior, tipo de cambio y bancos convenientemente vigilados), habrá
eliminado la anarquía de la producción (¿o la ley del valor no impone una
regulación anárquica?) y con ella, también las crisis. Es el sueño supremo.
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ARGENTINA:
CONTROL DE PRECIOS Y CAPITALISMO “RAZONABLE”.
*****
ARGENPRESS.info jueves 13 de febrero del 2014.
Rolando
Astarita.
Por estos
días, en Argentina, circula la idea de que se puede frenar la inflación con un
adecuado control de precios del Estado, ayudado por el pueblo. Con matices, la propuesta
del control de precios es un común denominador de la izquierda local:
partidarios del “socialismo de Estado”, nacionalistas de izquierda,
sindicalistas progresistas, economistas de izquierda y toda clase de “amigos
del pueblo” son entusiastas defensores de la idea. Algunos se consideran
cercanos a Marx; otros, más prácticos, se inspiran en la experiencia chavista.
Sin embargo, a todos los une la convicción de que es posible poner al Estado (¿y al gobierno?) al servicio del control de precios, y en un sentido beneficioso para los explotados y oprimidos. Por su parte, la presidenta Cristina Kirchner también convocó a la tarea; y en la misma vena, los integrantes de la kirchnerista Carta Abierta se ofrecieron a ir a los supermercados, planilla en mano, a combatir a la antipatria. Podemos decir entonces que estamos ante un “frente de unidad de acción”, de hecho, para imponer el manejo de los precios y torcerle la mano a los “oligopolios y especuladores” (que son cipayos, para colmo). En todo esto subyacen ideas concatenadas. Así, se piensa que:
a) los precios son manejados a voluntad por un “puñado de formadores de precios”, los grandes grupos económicos concentrados;
Sin embargo, a todos los une la convicción de que es posible poner al Estado (¿y al gobierno?) al servicio del control de precios, y en un sentido beneficioso para los explotados y oprimidos. Por su parte, la presidenta Cristina Kirchner también convocó a la tarea; y en la misma vena, los integrantes de la kirchnerista Carta Abierta se ofrecieron a ir a los supermercados, planilla en mano, a combatir a la antipatria. Podemos decir entonces que estamos ante un “frente de unidad de acción”, de hecho, para imponer el manejo de los precios y torcerle la mano a los “oligopolios y especuladores” (que son cipayos, para colmo). En todo esto subyacen ideas concatenadas. Así, se piensa que:
a) los precios son manejados a voluntad por un “puñado de formadores de precios”, los grandes grupos económicos concentrados;
b) de manera que la inflación y la devaluación es
obra de esos grupos (el sistema capitalista no tiene que ver en esto);
c) pero, felizmente, el Estado (incluso cuando se
admite su carácter capitalista) puede ubicarse por encima de las
contradicciones de clase, a condición de que el pueblo “presione”;
d) de manera que los precios pueden manejarse
convenientemente, siempre que exista la presión necesaria desde el polo Estado
+ pueblo;
e) además, dada la concentración de la economía,
basta controlar al puñado de grandes grupos para acabar de raíz la inflación.
Los más
optimistas agregan que con el control de precios, y algún otro control (del
comercio exterior, por ejemplo) se podrían aumentar los salarios, sin que se
escaparan el dólar ni la inflación, con lo que resultaría una economía que, si
bien capitalista (no todo es perfecto en la vida), sería bastante aceptable
para los asalariados.
Propuesta sin bases sólidas.
El
principal problema del programa anterior es que está en las nubes. Es la visión
característica del pequeño burgués que sueña con un capitalismo “razonable”
(cuya clave de bóveda son las ganancias “razonables”), en que los trabajadores,
con un poco de presión, y la colaboración del Estado, no padezcan las
calamidades que derivan de las contradicciones objetivas del actual modo de
producción. Son varias las razones que llevan a concluir que esta propuesta es
pura ilusión ideológica.
En primer lugar, la tesis de que
los precios son decididos a voluntad por un grupo de oligopolios no tiene
sustento, ni empírico ni teórico (ver, por ejemplo, notas sobre la tesis del
monopolio, aquí); no sucede a nivel mundial, y Argentina no sale de la regla. En segundo término, la explicación de
la inflación argentina por acción de los oligopolios tampoco se sostiene (ver
aquí y aquí). En tercer lugar, el
Estado no está por encima de las clases sociales; y en los conflictos
fundamentales se ubica decididamente del lado del capital. Más en particular, y
como he explicado en la nota anterior (aquí), el objetivo de hacer competitivo
al capitalismo argentino vía devaluación y caída del salario es compartido por
prácticamente todos los capitales afectados a la producción de bienes
transables, sin distinción de grandes, medianos o pequeños. Todos ellos
apuestan hoy a que los salarios aumenten por debajo de los precios y del dólar,
de manera de consolidar una redistribución regresiva del ingreso, desde los
asalariados al capital de conjunto. En esto el gobierno K no está solo, lo
acompaña casi todo el arco burgués, incluida la burguesía "no monopolista,
no especuladora".
Por otra
parte, están la historia y la evidencia empírica. Han habido muchas
experiencias de control de precios, y los resultados nunca fueron los que
pretenden sus defensores. Al vuelo, cito algunos casos: el control de precios
del franquismo, en España; el de Onganía, con su plan de estabilización; el de
Nixon, en EEUU, en los años 1970; el de Perón en 1973-4. Y por estos días, en
Venezuela. ¿Cuál ha dado resultado? Se puede admitir que por un lapso de tiempo
los controles lograron frenar la inflación, pero nunca torcieron la tendencia,
que termina imponiéndose. Nótese también que los controles no son patrimonio
exclusivo de gobiernos izquierdistas.
Pero
además, los controles de precios no solucionan ningún problema que tenga que
ver con la acumulación y el desarrollo de las fuerzas productivas. Si los
capitales no invierten -y en tanto esté vigente el modo de producción
capitalista, la inversión es decisión de los capitalistas-, el control de
precios es impotente para revertir la situación. Lo sucedido en Argentina en la
última década en energía o ferrocarriles, para tomar dos casos importantes, es
ilustrativo. Más claro todavía es la experiencia en Venezuela, del capitalismo
estatal dirigido por el chavismo (véase aquí, por ejemplo).
Los más optimistas
agregan que con el control de precios, y algún otro control (del comercio
exterior, por ejemplo) se podrían aumentar los salarios, sin que se escaparan
el dólar ni la inflación, con lo que resultaría una economía que, si bien
capitalista (no todo es perfecto en la vida), sería bastante aceptable para los
asalariados.
***
¿Colaboración de clases para un capitalismo
"razonable"?.
Sin
embargo, y esto es lo más importante, la propuesta que estoy analizando sí
tiene un sentido político e ideológico, y éste es negativo. Es que una vez
aumentada la diferencia entre precios (y dólar) y salarios, los controles
sirven para desactivar los reclamos sindicales e inducir a los explotados a
“cooperar” con el Estado, el gobierno y el capitalismo “no cipayo, no
monopólico, no especulador”. En las condiciones de dominio del sistema
capitalista, llamar a los trabajadores a que pongan el hombro, es convocar a la
colaboración de clases. Lamento que gente de izquierda, que incluso se
considera marxista, esté embarcada en esta campaña.
Vinculado
a lo anterior, y desde un punto de vista ideológico general, la propuesta
también inculca la idea de que el sistema capitalista puede funcionar bajo una
suerte de “control de los trabajadores”, provisto que estos ejerzan la
conveniente presión. Estamos ante la ilusión de que los capitalistas “se van a
portar bien” si están bajo la atenta vigilancia de activistas y militantes
populares. Es la perspectiva de un capitalismo idílico, que nunca existió, ni
puede existir. Subrayo: no puede existir porque en el sistema capitalista rige
la propiedad privada. En tanto subsistan estas relaciones de producción
–propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio- será imposible
manejar los precios y el mercado. Los precios, en última instancia, son regidos
por los tiempos de trabajo socialmente necesarios; no son una creación
artificial. Al lector interesado en profundizar, le recomiendo leer el capítulo
1 de El Capital. Este texto es para pensar política sobre bases científicas, y
poder ver por detrás del fetiche mercantil.
Por otra
parte, en la medida en que las economías se hacen más complejas, en que aumenta
la interdependencia, se pone más en claro que el control tiene patas
extremadamente cortas. Para que esto no quede como afirmación dogmática,
hagamos un sencillo ejercicio. Tomemos la idea, que se repite a cada rato, de
que los precios deben establecerse según una ganancia “razonable” (expresión
del ministro de Economía argentino; también del presidente Maduro).
Pero…
¿cuánto es “razonable”? ¿10%, 20%, 25%? ¿Cómo se calcula esa tasa de ganancia
“razonable”? ¿Por qué del 20% y no del 10% o del 30%? Además, ¿es tasa de
rentabilidad sobre capital invertido, o se calculan precios teniendo en cuenta
los márgenes de venta? En cuanto al capital invertido, ¿cómo se lo calcula? ¿A
costos de reposición, o a precios históricos? Además, ¿se tratará de una tasa
de ganancia igual para todas las ramas, o habría diferenciaciones, según las
perspectivas de crecimiento de las ramas? Dentro de las ramas, ¿las tasas de
ganancia deberían ser iguales para todas las empresas, sin importar su
productividad? ¿Y qué se hace con las que gozan de economías de escala? En lo
que atañe a los salarios, ¿deben adecuarse de manera que todas las empresas
tengan las mismas tasas de rentabilidad, o al revés, hay que partir de salarios
iguales (digamos, para los trabajos simples) en todas las ramas? Pero en este
último caso, las tasas de ganancia no podrían igualarse. Y si se decide por la
primera opción, los salarios no pueden ser iguales. ¿Cómo se arreglan estos
embrollos desde el Estado "popular capitalista"? Menudos problemas,
pero hay más. Por caso, las amortizaciones; ¿las establecemos iguales para
todos los capitales? ¿Y a qué tasa? ¿Hay que buscar una “razonable”? Por otra
parte, ¿cuántos son los beneficios que se permiten redistribuir a los
accionistas, y cuántos los que se reinvierten? ¿Cómo se establece esa división?
¿También tiene que ser “razonable”? ¿Es igual para todas las ramas?
Advirtamos
que con esto solo estamos en los inicios del asunto, porque también hay que
determinar cuál es la tasa de interés “razonable” que deberán pagar las empresas
por endeudarse (¿y cómo se diferenciarán estas tasas, si las tasas de ganancia
no convergen?); y las tasas de interés "razonables" para los
consumidores; así como las rentas inmobiliarias “razonables” (afectadas por
locaciones desiguales); como las primas “razonables” para los seguros. Sin
olvidarnos, por supuesto, del tipo de cambio “razonable”. Al respecto, ¿habrá
que adecuarlo por tipo de producto, para que todo esté “razonablemente” parejo
para el pueblo? Y no nos olvidemos de los impuestos internos, ni de las tarifas
aduaneras, que también deberían ser adecuados, para que nada se salga del
cuadro “razonabilidad”. Y la lista sigue: ¿cuáles son los márgenes “razonables”
de los intermediarios comerciales? ¿De las comisiones de las agencias
inmobiliarias? ¿Y las tarifas “razonables” por servicios de abogados, médicos,
contadores, etc., etc.? ¿Y del sector financiero?
Sin
embargo, alguien podría argumentar que, aun reconociendo las dificultades del
asunto, si se establecieran los precios “razonables” de los “grandes formadores
de precios”, todo lo demás se ajustaría por obra de los “mercados populares”,
controlados por militantes populares, con la colaboración de capitalistas
populares, bajo la supervisión del Estado popular y sus funcionarios populares.
Claro que en ese hipotético caso habría que detectar a los “formadores de
precios”. Y aquí se tropieza con la interdependencia entre las ramas. Para
verlo, tomemos una matriz de insumo producto, conformada por 300 ramas, donde
cada una provee insumos básicos (lo que los economistas llaman una matriz no
descomponible). Esto es, la industria del petróleo, por caso, recibe insumos de
las ramas del acero, de la de máquinas herramientas, del pan, del vestido y
otros bienes de consumo (porque el petróleo contrata obreros), del gasoil; y a
su vez, la industria del petróleo provee, directa o indirectamente, insumos a
todas las demás. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo individualizar las, supongamos, 10
industrias formadoras de precios? Para bajarlo a tierra: cuando YPF, bajo control
del Estado "nacional y popular", aumenta las naftas un 40% en un año,
¿lo hace porque es formadora de precios, o porque los precios de los insumos se
le imponen? La realidad es que en un sistema de interdependencia, cada empresa
(y cada rama, en última instancia) de la matriz básica es "formadora"
porque a su vez recibe precios "formados".
Pero además, lo anterior todavía es estático, no es más que un “corte transversal”. El sistema capitalista es dinámico; constantemente está cambiando la productividad por sectores, las tecnologías, las necesidades; la competencia externa se hace sentir, las clases sociales son dinámicas, y también los conflictos. ¿Cómo se mantiene todo esto en un equilibrio que permita la reproducción de las razones cuantitativas “razonables” establecidas? ¿De qué manera los controles populares pueden operar sobre esto, en tanto las decisiones de inversión continúan en manos de los capitalistas? Claro que en el mundo del reformismo, el capitalismo con precios bajo control popular (y comercio exterior, tipo de cambio y bancos convenientemente vigilados), habrá eliminado la anarquía de la producción (¿o la ley del valor no impone una regulación anárquica?) y con ella, también las crisis. Es el sueño supremo. Como decía Marx, quieren eliminar los males del sistema, sin acabar con el sistema. Sobre esta tontería se construye toda la propuesta.
Pero además, lo anterior todavía es estático, no es más que un “corte transversal”. El sistema capitalista es dinámico; constantemente está cambiando la productividad por sectores, las tecnologías, las necesidades; la competencia externa se hace sentir, las clases sociales son dinámicas, y también los conflictos. ¿Cómo se mantiene todo esto en un equilibrio que permita la reproducción de las razones cuantitativas “razonables” establecidas? ¿De qué manera los controles populares pueden operar sobre esto, en tanto las decisiones de inversión continúan en manos de los capitalistas? Claro que en el mundo del reformismo, el capitalismo con precios bajo control popular (y comercio exterior, tipo de cambio y bancos convenientemente vigilados), habrá eliminado la anarquía de la producción (¿o la ley del valor no impone una regulación anárquica?) y con ella, también las crisis. Es el sueño supremo. Como decía Marx, quieren eliminar los males del sistema, sin acabar con el sistema. Sobre esta tontería se construye toda la propuesta.
Superación del mercado, una cuestión social y
política.
Naturalmente,
con esto no estoy diciendo que el mercado no se puede superar. El mercado se puede
superar, pero ésta es una tarea histórica, que solo podrán acometer sociedades
altamente evolucionadas, que hayan dejado muy atrás la producción basada en la
propiedad privada de los medios de producción. En tanto esto no suceda, el
mercado no puede superarse. Incluso una revolución socialista, en la que los
trabajadores efectivamente tengan poder, deberá avanzar muy lentamente en su
ofensiva contra el mercado. No es una cuestión técnica; tampoco se trata de un
obstáculo que se pueda saltar con “apoyo popular” o “movilización popular” en
tanto estemos en los marcos del sistema capitalista. Ni siquiera el régimen de
la URSS, con cientos de miles de empleados abocados a la planificación
(burocrática), y estando la industria, el transporte, la banca, el comercio y
buena parte de la producción agrícola nacionalizadas, pudo eludir los rigores
de la ley del valor trabajo. ¿Cómo se puede sostener entonces que se pueden
manejar los precios desde el Estado capitalista? Alguna vez Lenin dijo algo tan
simple como fundamental: para controlar hay que tener poder. Si no tengo poder,
no controlo. Los capitalistas controlan porque tienen poder económico, y ese
poder económico se asienta en la propiedad privada. El Estado, en tanto
subsista esa base, no puede no ser capitalista. Y el mercado no puede no
responder a las leyes de la producción capitalista. No hay “control” popular
por encima o por fuera de estas constricciones. Un análisis materialista tiene
que empezar por la base. Son las contradicciones sociales las que mueven, en
última instancia, a las clases sociales. Estamos en el ABC del marxismo.
Una vez
más, repito lo que dije alguna vez en este blog: hay que aprender a luchar sin
ilusiones (aquí). No se gana nada prometiendo paraísos que sólo existen en la
imaginación. Aunque quienes prometen sean personas bienintencionadas y deseosas
de ayudar a la humanidad. No es una cuestión de voluntad, sino de relaciones sociales
objetivas.
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