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LA DEMOCRACIA
EN AMÉRICA LATINA. 2013.- Una primera propuesta se argumenta, para definirse si estás ubicado, en la derecha política o en la izquierda emergente, podemos presentarla a
partir de la Democracia vigente en cada
país como sistema político de gobierno. Hoy en América latina
encontramos hasta tres formas de “gobernabilidad” política, alternativas
democráticas, que se “mueven” y caminan en contextos múltiples de realidades
complejas, turbulentas y multipolarizadas. Si visualizamos el sistema
democrático actual, tenemos un primer resultado:
1.- La
democracia liberal representativa, (Democracia Delegativa), que tiene como
fortaleza y práctica política el proceso electoral, los partidos políticos -
democracia electoral, democracia liberal representativa, hacia la democracia
delegativa, democracia censitaria, –debe asumir como fundamento central el
reconocimiento y práctica de derechos sociales y políticos (pero no lo hacen
por haber sido secuestrada por las elites financiero-empresario-exportadoras) – los mismos
que han sido cercenados violentamente por el neoliberalismo como ideología y política de la globalización. La democracia como sistema político - incluso en su definición y práctica más común y simple la democracia liberal - no puede convivir ni menos funcionar en el escenario turbulento, violento y destructivo del neoliberalismo. Por ello, hoy tenemos una "democracia" ciega y sorda con los derechos de los "de abajo", pero activa y violenta al servicio de los "de arriba". No tiene credibilidad política, confianza personal y social y menos legitimidad institucional desde la Opinión Pública.
2.- Existe hoy en América Latina otro sistema
político, el de la Democracia Moderna, tiene como fundamento central el reconocimiento,
vigencia y práctica, los Derechos Humanos,
sociales – derechos laborales - y
políticos que en el fragor de la lucha política constituye la columna
vertebral del sistema, la Libertad de expresión, debe mantenerse autónoma e
independiente de la libertad de empresa (Aún es muy difícil por la
concentración de los poderes facticos locales). Políticamente han salido del
ámbito del neoliberalismo, pero al mismo tiempo su propia Doctrina no les permite ir más allá de
los linderos de la propia democracia electoral. Sin embargo, desarrollan
prácticas muy fuertes de participación
ciudadana, comunicación política, rendición
de cuentas, lucha en teoría contra
la corrupción, la transparencia del Estado y asumen dos prácticas
sociales muy importantes: la lucha continuada contra la pobreza e intensifican programas sociales en favor de la Tercera edad y los jubilados. Han
sobrepasado la práctica de los TLC,
como nuevas formas de dominación y supuestas prácticas de Integración
continental.
La participación ciudadana como política de Estado, garantiza la forja y construcción de una nueva Democracia: la Democracia de Ciudadanos.
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3.- Obviamente está presente, la democracia
política “progresista” en América Latina desde la izquierda socialista, históricamente el
sistema político socialista,
como es el caso de Cuba, -
ejemplo de Democracia Popular, Participativa y de Ciudadanos; más allá, tenemos
la revolución Bolivariana en Venezuela,
la revolución Sandinista en Nicaragua, la
revolución de los Movimientos Sociales
en Bolivia, y la revolución ciudadana
en Ecuador. Su peso político y legitimidad institucional hoy se sostiene
en el Poder Local emergente, se
fundamenta por su “juventud”, en el surgimiento de una Nueva Ciudadanía Intercultural, una Nueva Sociedad Civil, Real, emergente, democrática y popular ( en
la coyuntura actual entre la crisis del sistema capitalista, y el crecimiento
macro-económico de América latina (sin desarrollo económico-social) la tenemos
presente en la calle, en la plaza pública, en los conflictos sociales, en las
nuevas formas de comunicación política, las forja de nuevos liderazgos, etc.
por ser el escenario de escenarios de
las clases y la lucha de clases, esta nueva sociedad civil del siglo XXI
vuelve, retorna a su recinto histórico; intensifican las políticas y programas
sociales y políticamente avanzan hacia el desarrollo económico-social, sustentable, intenso respeto a la
Madre Naturaleza. Su característica principal es que rompieron con el sistema
de dominación de los TLC,
pasaron las horcas caudinas, como políticas del neoliberalismo, han forjado nuevas instituciones de integración
continental, más allá de la “vieja” y
desprestigiada OEA. Forjan y siguen construyendo políticamente, UNASUR,
MERCOSUR, ALBA, CELAC, etc.
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La lucha permanente de los pueblos y ciudadanos de América latina, por conseguir la consolidación de un sistema democrático de "alta intensidad", donde se reconozcan y tengan vigencia los Derechos Humanos como Políticas de Estado.
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SOCIÓLOGOS: La Democracia en contextos y
tiempos diferentes:
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1.- ¿DEMOCRACIA O CAPITALISMO?
*****
Boaventura de Sousa Santos.
rcci.net/globalización.
Enero del 2014.
Doctor en Sociología del
Derecho por la Universidad de Yale y catedrático de Sociología en la
Universidad de Coimbra
La relación entre democracia y capitalismo ha
sido siempre una relación tensa, incluso de total contradicción. El capitalismo
sólo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o se identifica
con sus necesidades, mientras que la democracia, por el contrario, es el
Gobierno de las mayorías que ni tienen capital ni razones para identificarse
con las necesidades del capitalismo. El conflicto es distributivo: un pulso
entre la acumulación y concentración de la riqueza por parte de los capitalistas
y la reivindicación de la redistribución de la riqueza por parte de los
trabajadores y sus familias. La burguesía ha tenido siempre pavor a que las
mayorías pobres tomasen el poder y ha usado el poder político que las
revoluciones del siglo XIX le otorgaron para impedir que eso ocurriese. Ha
concebido la democracia liberal como el modo de garantizar eso mismo a través
de medidas que pudieran cambiar en el tiempo, pero manteniendo el objetivo:
restricciones al sufragio, primacía absoluta del derecho de propiedad
individual, sistema político y electoral con múltiples válvulas de seguridad,
represión violenta de la actividad política fuera de las instituciones,
corrupción de los políticos, legalización de los lobbies… Y, siempre que la
democracia se mostró disfuncional, se mantuvo abierta la posibilidad del
recurso a la dictadura, algo que pasó en numerosas ocasiones.
En la inmediata posguerra, muy pocos países tenían democracia, vastas regiones del mundo estaban sujetas al colonialismo europeo que sirvió para consolidar al capitalismo euro-norte-americano, Europa estaba devastada por una guerra provocada por la supremacía alemana y en el Este se consolidaba el régimen comunista, que se veía como alternativa al capitalismo y a la democracia liberal. Fue en este contexto en el que surgió el llamado capitalismo democrático, un sistema consistente en la idea de que, para ser compatible con la democracia, el capitalismo debería ser fuertemente regulado. Ello implicaba la nacionalización de sectores clave de la economía, la tributación progresiva, la imposición de la negociación colectiva y hasta -como aconteció en la Alemania Occidental de la época- la participación de los trabajadores en la gestión de empresas. En el plano científico, Keynes representaba entonces la ortodoxia económica y Hayek, la disidencia. En el plano político, los derechos económicos y sociales habían sido el instrumento privilegiado para estabilizar las expectativas de los ciudadanos y para defenderse de las fluctuaciones constantes e imprevisibles de las “señales de los mercados”. Este cambio alteraba los términos del conflicto distributivo, pero no lo eliminaba. Por el contrario, tenía todas las condiciones para azuzarlo durante las tres décadas siguientes, cuando el crecimiento económico quedó paralizado. Y así sucedió.
En la inmediata posguerra, muy pocos países tenían democracia, vastas regiones del mundo estaban sujetas al colonialismo europeo que sirvió para consolidar al capitalismo euro-norte-americano, Europa estaba devastada por una guerra provocada por la supremacía alemana y en el Este se consolidaba el régimen comunista, que se veía como alternativa al capitalismo y a la democracia liberal. Fue en este contexto en el que surgió el llamado capitalismo democrático, un sistema consistente en la idea de que, para ser compatible con la democracia, el capitalismo debería ser fuertemente regulado. Ello implicaba la nacionalización de sectores clave de la economía, la tributación progresiva, la imposición de la negociación colectiva y hasta -como aconteció en la Alemania Occidental de la época- la participación de los trabajadores en la gestión de empresas. En el plano científico, Keynes representaba entonces la ortodoxia económica y Hayek, la disidencia. En el plano político, los derechos económicos y sociales habían sido el instrumento privilegiado para estabilizar las expectativas de los ciudadanos y para defenderse de las fluctuaciones constantes e imprevisibles de las “señales de los mercados”. Este cambio alteraba los términos del conflicto distributivo, pero no lo eliminaba. Por el contrario, tenía todas las condiciones para azuzarlo durante las tres décadas siguientes, cuando el crecimiento económico quedó paralizado. Y así sucedió.
Desde 1970, los Estados centrales han
gestionado el conflicto entre las exigencias de los ciudadanos y las exigencias
del capital, recurriendo a un conjunto de soluciones que gradualmente han ido
otorgando más poder al capital. Primero fue la inflación; después, la lucha
contra la inflación, acompañada del aumento del desempleo y del ataque al poder
de los sindicatos. Lo siguiente fue el endeudamiento del Estado como resultado
de la lucha del capital contra los impuestos, de la estancación económica y del
aumento del gasto social, a su vez, causado por el aumento del desempleo. Lo
último fue el endeudamiento de las familias, seducidas por las facilidades de
crédito concedidas por un sector financiero finalmente libre de regulaciones
estatales para eludir el colapso de las expectativas creadas de consumo,
educación y vivienda.
Así sucedió hasta que el engaño de las
soluciones ficticias llegó a su fin, en 2008, y se esclareció quién había
ganado el conflicto distributivo: el capital. ¿La prueba? El repunte de las
desigualdades sociales y el asalto final a las expectativas de vida digna de la
mayoría (los ciudadanos) para garantizar las expectativas de rentabilidad de la
minoría (el capital financiero). La democracia perdió la batalla y solamente
puede evitar perder la guerra si las mayorías pierden el miedo, se revuelven dentro
y fuera de las instituciones y fuerzan al capital a volver a tener miedo, como
sucedió hace sesenta años.
Este es el tipo de democracia - que no es democracia - que venden a diario - imponen por la fuerza de las armas las distintas dependencias, oficinas, programas, "cooperaciones" norteamericanas en todo el mundo. Hoy hablan de Democracia. ¿ Puerto Rico? tiene o no derecho a su Independencia". los miles de presos -injustos e ilegales - por años en la cárcel de Guantánamo, tienen o no derecho a la Libertad? Esta Democracia de los misiles, la violación de los Derechos Humanos y del espionaje sistémico, NO queremos. No es Democracia. Es fascismo.
***
2.- LA
DEMOCRACIA FRENTE A LA DOCTRINA GOLPISTA.
*****
Alfredo Serrano Mancilla
*
Página /12 lunes 17 de
febrero del 2014.
La
democracia, en el sentido más ambicioso del término, es el logro más poderoso
de la década y media del chavismo en Venezuela. Este cambio de época ha traído
consigo la democratización de los derechos políticos, sociales y económicos en
una Venezuela de Todos, sin excepciones ni exclusiones. Ha permitido
indudablemente desplazar el campo político hacia un nuevo eje posneoliberal que
además pregona sin complejos la transición al socialismo. Muchos se reían de
Chávez cuando, después del derrumbe del Muro de Berlín, éste se empeñaba en
reapropiarse contemporáneamente de esta propuesta alternativa al orden
capitalista. Esta proclama no gustó a nadie entre “aquellos que mandan en el
mundo” en plena cima de la utopía neoliberal, pero aún menos les gusta que al día
de hoy haya más de un 60 por ciento de la población joven que prefiere un
sistema socialista a cualquier otro.
Tampoco quiere ni oír
cuando algún organismo internacional acredita la mejora significativa en las
condiciones sociales y económicas de la mayoría venezolana o la cantidad de
elecciones ganadas por el chavismo en estos años. Todo ello molesta y mucho a
aquellos que no aceptan la democracia cuando se pierde con esas reglas de juego
político.
Desde que Chávez entra
en la fase final de su enfermedad, después de haber ganado las elecciones de
octubre del 2012, la guerra económica se instituyó en la herramienta elegida
para desestabilizar afectando aquello que más duele a la población: precios y
desabastecimiento. Desde ese instante, a sabiendas de que el chavismo debía
enfrentar la dificultad de seguir gobernando con la ausencia física de su gran
líder, el sector privado empresarial, constituido en un oligopolio de intereses
homogéneos, se dedicó sin respiro a preparar una tormenta perfecta para derrumbar
otro muro, no el de Berlín sino el que Chávez había edificado junto a su
pueblo. La nueva economía venezolana, gracias a la recuperación de los sectores
estratégicos, al Estado de las Misiones, a la redistribución de la riqueza y a
la inserción soberana en el mundo multipolar, ha alcanzado una vigorosa
democratización del consumo que está siendo aprovechada por el poder económico
privado. Esta suerte de rentismo importador, cada vez más común en países
progresistas en América latina, que basa su ganancia en comprar afuera y vender
adentro, aprovecha su posición dominante para poner en jaque al Ejecutivo. Esta
guerra económica es llevada a cabo por: a) formadores de precios abusivos con
prácticas usureras; b) creadores de un mercado ilegal de dólares, y c)
responsables privados del desabastecimiento. Así, en formato de golpe a la
democracia en cámara lenta, es como prepararon el plebiscito contra Maduro en
las elecciones municipales de diciembre pasado. Todo se fue al traste en el
momento en que el pueblo venezolano ratificó su apoyo masivo al modelo
chavista, que, con sus defectos y desafíos pendientes, es sin duda el pacto
social más favorable e inclusivo posible.
A partir de ahí, los
tanques bélicos de pensamiento comenzaron a considerar que el golpe de mercado
no era suficiente para convencer a una sociedad que, a pesar de ser muy
consumista, está fuertemente politizada a favor del proyecto chavista. Sin
estar muy claro si la división es real o aparente, la oposición venezolana
comenzó a dar señales de su trastorno bipolar. Mientras unos guardan silencio,
otros (encabezados por Leopoldo López y María Corina Machado) decidieron que
era el momento de apostar por la salida golpista. La nueva fórmula –o quizá la
más originaria de las fórmulas– es “guerra económica más guerra violenta
callejera con las muertes necesarias” para procurar escenificar un país
inestable y en desgobierno. Está táctica, apoyada como siempre en el capital
internacional disfrazado de medio independiente, pretende servir como base para
crear el runrún preferido que conquiste definitivamente deslegitimar a un
presidente Maduro que en poco tiempo ha logrado salir reforzado de todos los
embistes opositores.
Sin embargo, Venezuela
posee condiciones internas, subjetivas y objetivas, que permiten ser un muro de
contención frente al tsunami golpista. Un pueblo que cree en el proyecto de
Chávez, y una economía que, con sus déficit y falencias, tiene mucha fuerza en
sus estructuras para seguir transitando al socialismo. Pero además Venezuela no
está en soledad, como quieren hacer ver muchos medios hegemónicos
internacionales. Chávez sembró latinoamericanismo, y en estos momentos se
recogen los frutos. Argentina, Bolivia, Ecuador, la ALBA, la Unasur, entre
otros, han rechazado cualquier intento de golpe a la democracia. Seguro que el
sector golpista, sea una parte de la oposición o toda en su conjunto, seguirá
intentando que no haya democracia en Venezuela, pero justamente son su pueblo
democratizado(r) y el apoyo de la región los que seguirán en paz impidiendo que esta
doctrina golpista tenga éxito.
* Doctor en Economía, Centro Estratégico
Latinoamericano Geopolítico.
*****
Los Pueblos de América latina: trabajadores, mujeres, juventud y ciudadanos en general - hoy trabajamos y luchamos por la forja y conquista de una Nueva Democracia: Democracia de Ciudadanos, Participativa, Intercultural y Moderna.
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3.- CIUDADANÍA POLÍTICA Y DEMOCRACIA.
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Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada sábado 15 de febrero del 2014.
Las luchas sociales reivindicando
ciudadanía política marcan la topografía del capitalismo. El ejercicio pleno de
los derechos de huelga, sindical, asociación política y acceso a una educación
de calidad, sanidad y vivienda dignas, han moldeado las estructuras de dominio
y explotación del capitalismo desde sus orígenes.
Las libertades públicas,
como son el derecho de asociación, reunión y expresión no siempre han podido
practicarse. En muchas ocasiones son secuestradas y puestas en cuarentena bajo
la escusa de servir a intereses oscuros que promueven la desestabilización y el
caos sistémico. Cuando el capitalismo se ha sentido con fuerzas, no ha dudado
en suprimir o restringir los derechos políticos que dan acceso a la
participación de la sociedad. Siempre que ha podido deshacerse de ellos lo ha
hecho sin remilgos ni mala conciencia. No
olvidemos que el capitalismo pasa por
ser la forma más elevada de explotación violenta de todo cuanto existe en el
planeta, empezando por el ser humano.
Por consiguiente, aquello
que produce cortocircuito y altera sus planes es combatido haciendo uso
indiscriminado de la represión, y la fuerza. Bajo el eufemismo de actuar en
nombre de la razón de Estado y la seguridad nacional, justifica la tortura y el
asesinato político. A lo dicho deben sumarse los mecanismos ideológicos de
control social utilizados en el proceso de socialización.
Una primera conclusión sugiere que no existe derecho político
concedido de buen grado. Todos, ya sea en el campo de las relaciones socio-laborales
o las libertades públicas, el derecho a huelga, el establecimiento de la jornada laboral de
40 horas semanales, el descanso dominical, las pensiones, la seguridad social
universal, el voto femenino, el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual,
están precedidos de mártires, militantes detenidos, encarcelados, torturados y
asesinados.
Para las clases dominantes
no es plato de buen gusto compartir espacios hasta hace poco concebidos como su
coto privado. Escuelas, universidades, teatros, hospitales, zonas de ocio y la
moda, han perdido ese halo de exclusividad, enardeciendo a las élites que
buscan una solución en la oligarquización del poder, la ostentación y el
enriquecimiento obsceno.
Son las nuevas plutocracias que no dudan en profundizar las desigualdades sociales y dinamitan la ciudadanía
política, apostando por sociedades duales como la fórmula para
reestructurar el capitalismo en tiempos de crisis. El desmantelamiento de lo
público viene de la mano de una elaborada política de abandono, recortes presupuestarios
y deterioro de las instalaciones y bienes de uso colectivo. Edificios,
carreteras, aeropuertos, hospitales, colegios, trasportes como el metro,
autobuses urbanos, parques, ferrocarriles, etc., son abandonados hasta su total
degradación, siendo posteriormente privatizados y vendidos por migajas a los
capitales de inversión de riesgo, el capital financiero o las transnacionales.
En la medida que ha podido soltar lastre, el
capitalismo, ha tirado por la borda el conjunto de derechos políticos, sociales
y económicos conquistado por las clases trabajadoras en los dos últimos siglos,
y sobre los cuales asentaba su discurso de promover un orden social incluyente
y democrático. Asistimos a una involución
sin precedentes en la historia del capitalismo contemporáneo. Un proceso “desmocratizador”.
A partir de los años setenta del siglo pasado, las transnacionales se harán con el
poder político cambiando las reglas de juego, alterando el equilibrio de poder
entre orden político y orden económico, introduciendo reformas estructurales
que dejan sin efecto el pacto social nacido tras la segunda Guerra Mundial, al
menos en los países de capitalismo industrial avanzado. Los nuevos hacedores
del capitalismo no dudan en imponer un orden mundial que borre del mapa todo
obstáculo en su camino hacia el control del mundo. En otros términos ha
decidido restringir el uso de la ciudadanía política, recortando al máximo los
derechos sociales, económicos, culturales y políticos y renegando de la
democracia como forma de vida y espacio vital donde se puede ejercer y realizar
la ciudadanía.
Sin espacios para articular la ciudadanía política no
es posible concebir la existencia de un ordenamiento democrático. Son dos
términos entrelazados de manera orgánica. En la medida que los recortes, la
represión y las desigualdades crecen, desaparecen las opciones de vivir en
democracia, constatándose el divorcio entre capitalismo y democracia. El mejor
ejemplo lo constituye la unidad productiva donde el capital realiza su
plusvalor, la fábrica, donde impera la disciplina del capital y el reloj del
fordismo y taylorismo marca los tiempos de trabajo y producción. En ella, los
trabajadores están siendo sometidos a condiciones laborales cercanas a la
esclavitud bajo el chantaje de un expediente regulador, disciplinario o ser
despedido. El empresario se convierte en amo y señor, y la patronal puede
impulsar las reformas laborales. O haces lo que quiero o te vas a la calle. Ese
el discurso dominante. Y desde luego tal premisa poco o nada tiene que ver con un
proyecto democrático, inclusivo y creador de ciudadanía.
Marcos Roitman Rosenmann. Dr. En Ciencias Políticas
y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
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