lunes, 17 de febrero de 2014

SOCIÓLOGOS: La Democracia en contextos y tiempos diferentes: 1.- ¿DEMOCRACIA O CAPITALISMO?.- 2.- LA DEMOCRACIA FRENTE A LA DOCTRINA GOLPISTA.- 3.- CIUDADANÍA POLÍTICA Y DEMOCRACIA.

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LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA. 2013.- Una primera propuesta se argumenta, para definirse si estás ubicado, en la derecha política o en la izquierda emergente, podemos presentarla a partir de la Democracia vigente en cada país como sistema político de gobierno. Hoy en América latina encontramos hasta tres formas de “gobernabilidad” política, alternativas democráticas, que se “mueven” y caminan en contextos múltiples de realidades complejas, turbulentas y multipolarizadas. Si visualizamos el sistema democrático actual, tenemos un primer resultado:

1.- La democracia liberal representativa, (Democracia Delegativa), que tiene como fortaleza y práctica política el proceso electoral, los partidos políticos - democracia electoral, democracia liberal representativa, hacia la democracia delegativa, democracia censitaria, –debe asumir como fundamento central el reconocimiento y práctica de derechos sociales y políticos (pero no lo hacen por haber sido secuestrada por las elites financiero-empresario-exportadoras) – los mismos que han sido cercenados violentamente por el neoliberalismo como ideología y política de la globalización. La democracia como sistema político - incluso en su definición y práctica más común y simple la democracia liberal - no puede convivir ni menos funcionar en el escenario turbulento, violento y destructivo del neoliberalismo. Por ello, hoy tenemos una "democracia" ciega y sorda con los derechos de los "de abajo", pero activa y violenta al servicio de los "de arriba". No tiene credibilidad política, confianza personal y social y menos legitimidad institucional desde la Opinión Pública.

2.- Existe hoy en América Latina otro sistema político, el de la Democracia Moderna, tiene como fundamento central el reconocimiento, vigencia y práctica, los Derechos Humanos, sociales – derechos laborales - y políticos que en el fragor de la lucha política constituye la columna vertebral del sistema, la Libertad de expresión, debe mantenerse autónoma e independiente de la libertad de empresa (Aún es muy difícil por la concentración de los poderes facticos locales). Políticamente han salido del ámbito del neoliberalismo, pero al mismo tiempo su propia Doctrina no les permite ir más allá de los linderos de la propia democracia electoral. Sin embargo, desarrollan prácticas muy fuertes de participación ciudadana, comunicación política,  rendición de cuentas, lucha en teoría contra la corrupción, la transparencia del Estado y asumen dos prácticas sociales muy importantes: la lucha continuada contra la pobreza e intensifican programas sociales en favor de la Tercera edad y los jubilados. Han sobrepasado la práctica de los TLC, como nuevas formas de dominación y supuestas prácticas de Integración continental. 


La participación ciudadana como política de Estado, garantiza la forja y construcción de una nueva Democracia: la Democracia de Ciudadanos.
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3.- Obviamente está presente, la democracia política “progresista” en América Latina desde la izquierda socialista, históricamente el sistema político socialista, como es el caso de Cuba, - ejemplo de Democracia Popular, Participativa y de Ciudadanos; más allá, tenemos la revolución Bolivariana en Venezuela, la revolución Sandinista en Nicaragua, la revolución de los Movimientos Sociales en Bolivia, y la revolución ciudadana en Ecuador. Su peso político y legitimidad institucional hoy se sostiene en el Poder Local emergente, se fundamenta por su “juventud”, en el surgimiento de una Nueva Ciudadanía Intercultural, una Nueva Sociedad Civil, Real, emergente, democrática y popular ( en la coyuntura actual entre la crisis del sistema capitalista, y el crecimiento macro-económico de América latina (sin desarrollo económico-social) la tenemos presente en la calle, en la plaza pública, en los conflictos sociales, en las nuevas formas de comunicación política, las forja de nuevos liderazgos, etc. por ser el escenario de  escenarios de las clases y la lucha de clases, esta nueva sociedad civil del siglo XXI vuelve, retorna a su recinto histórico; intensifican las políticas y programas sociales y políticamente avanzan hacia el desarrollo económico-social, sustentable, intenso respeto a la Madre Naturaleza. Su característica principal es que rompieron con el sistema de dominación de los TLC, pasaron las horcas caudinas, como políticas del neoliberalismo, han forjado nuevas instituciones de integración continental, más allá de la “vieja” y desprestigiada OEA. Forjan y siguen construyendo políticamente, UNASUR, MERCOSUR, ALBA, CELAC, etc.

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La lucha permanente de los pueblos y ciudadanos de América latina, por conseguir la consolidación de un sistema democrático de "alta intensidad", donde se reconozcan y tengan vigencia los Derechos Humanos como Políticas de Estado.
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SOCIÓLOGOS: La Democracia en contextos y tiempos diferentes:
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1.- ¿DEMOCRACIA O CAPITALISMO?

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Boaventura de Sousa Santos.
rcci.net/globalización. Enero del 2014.
Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale y catedrático de Sociología en la Universidad de Coimbra

La relación entre democracia y capitalismo ha sido siempre una relación tensa, incluso de total contradicción. El capitalismo sólo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o se identifica con sus necesidades, mientras que la democracia, por el contrario, es el Gobierno de las mayorías que ni tienen capital ni razones para identificarse con las necesidades del capitalismo. El conflicto es distributivo: un pulso entre la acumulación y concentración de la riqueza por parte de los capitalistas y la reivindicación de la redistribución de la riqueza por parte de los trabajadores y sus familias. La burguesía ha tenido siempre pavor a que las mayorías pobres tomasen el poder y ha usado el poder político que las revoluciones del siglo XIX le otorgaron para impedir que eso ocurriese. Ha concebido la democracia liberal como el modo de garantizar eso mismo a través de medidas que pudieran cambiar en el tiempo, pero manteniendo el objetivo: restricciones al sufragio, primacía absoluta del derecho de propiedad individual, sistema político y electoral con múltiples válvulas de seguridad, represión violenta de la actividad política fuera de las instituciones, corrupción de los políticos, legalización de los lobbies… Y, siempre que la democracia se mostró disfuncional, se mantuvo abierta la posibilidad del recurso a la dictadura, algo que pasó en numerosas ocasiones.

En la inmediata posguerra, muy pocos países tenían democracia, vastas regiones del mundo estaban sujetas al colonialismo europeo que sirvió para consolidar al capitalismo euro-norte-americano, Europa estaba devastada por una guerra provocada por la supremacía alemana y en el Este se consolidaba el régimen comunista, que se veía como alternativa al capitalismo y a la democracia liberal. Fue en este contexto en el que surgió el llamado capitalismo democrático, un sistema consistente en la idea de que, para ser compatible con la democracia, el capitalismo debería ser fuertemente regulado. Ello implicaba la nacionalización de sectores clave de la economía, la tributación progresiva, la imposición de la negociación colectiva y hasta -como aconteció en la Alemania Occidental de la época- la participación de los trabajadores en la gestión de empresas. En el plano científico, Keynes representaba entonces la ortodoxia económica y Hayek, la disidencia. En el plano político, los derechos económicos y sociales habían sido el instrumento privilegiado para estabilizar las expectativas de los ciudadanos y para defenderse de las fluctuaciones constantes e imprevisibles de las “señales de los mercados”. Este cambio alteraba los términos del conflicto distributivo, pero no lo eliminaba. Por el contrario, tenía todas las condiciones para azuzarlo durante las tres décadas siguientes, cuando el crecimiento económico quedó paralizado. Y así sucedió.

Desde 1970, los Estados centrales han gestionado el conflicto entre las exigencias de los ciudadanos y las exigencias del capital, recurriendo a un conjunto de soluciones que gradualmente han ido otorgando más poder al capital. Primero fue la inflación; después, la lucha contra la inflación, acompañada del aumento del desempleo y del ataque al poder de los sindicatos. Lo siguiente fue el endeudamiento del Estado como resultado de la lucha del capital contra los impuestos, de la estancación económica y del aumento del gasto social, a su vez, causado por el aumento del desempleo. Lo último fue el endeudamiento de las familias, seducidas por las facilidades de crédito concedidas por un sector financiero finalmente libre de regulaciones estatales para eludir el colapso de las expectativas creadas de consumo, educación y vivienda.

Así sucedió hasta que el engaño de las soluciones ficticias llegó a su fin, en 2008, y se esclareció quién había ganado el conflicto distributivo: el capital. ¿La prueba? El repunte de las desigualdades sociales y el asalto final a las expectativas de vida digna de la mayoría (los ciudadanos) para garantizar las expectativas de rentabilidad de la minoría (el capital financiero). La democracia perdió la batalla y solamente puede evitar perder la guerra si las mayorías pierden el miedo, se revuelven dentro y fuera de las instituciones y fuerzan al capital a volver a tener miedo, como sucedió hace sesenta años.

Este es el tipo de democracia - que no es democracia - que venden a diario - imponen por la fuerza de las armas  las distintas dependencias, oficinas, programas, "cooperaciones" norteamericanas en todo el mundo. Hoy hablan de Democracia. ¿ Puerto Rico? tiene o no derecho a su Independencia".  los miles de presos -injustos e ilegales - por años en la cárcel de Guantánamo, tienen o no derecho a la Libertad? Esta Democracia de los misiles, la violación de los Derechos Humanos y del espionaje sistémico, NO queremos. No es Democracia. Es fascismo.
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2.- LA DEMOCRACIA FRENTE A LA DOCTRINA GOLPISTA.
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Alfredo Serrano Mancilla *

Página /12 lunes 17 de febrero del 2014.

La democracia, en el sentido más ambicioso del término, es el logro más poderoso de la década y media del chavismo en Venezuela. Este cambio de época ha traído consigo la democratización de los derechos políticos, sociales y económicos en una Venezuela de Todos, sin excepciones ni exclusiones. Ha permitido indudablemente desplazar el campo político hacia un nuevo eje posneoliberal que además pregona sin complejos la transición al socialismo. Muchos se reían de Chávez cuando, después del derrumbe del Muro de Berlín, éste se empeñaba en reapropiarse contemporáneamente de esta propuesta alternativa al orden capitalista. Esta proclama no gustó a nadie entre “aquellos que mandan en el mundo” en plena cima de la utopía neoliberal, pero aún menos les gusta que al día de hoy haya más de un 60 por ciento de la población joven que prefiere un sistema socialista a cualquier otro.
Tampoco quiere ni oír cuando algún organismo internacional acredita la mejora significativa en las condiciones sociales y económicas de la mayoría venezolana o la cantidad de elecciones ganadas por el chavismo en estos años. Todo ello molesta y mucho a aquellos que no aceptan la democracia cuando se pierde con esas reglas de juego político.
Desde que Chávez entra en la fase final de su enfermedad, después de haber ganado las elecciones de octubre del 2012, la guerra económica se instituyó en la herramienta elegida para desestabilizar afectando aquello que más duele a la población: precios y desabastecimiento. Desde ese instante, a sabiendas de que el chavismo debía enfrentar la dificultad de seguir gobernando con la ausencia física de su gran líder, el sector privado empresarial, constituido en un oligopolio de intereses homogéneos, se dedicó sin respiro a preparar una tormenta perfecta para derrumbar otro muro, no el de Berlín sino el que Chávez había edificado junto a su pueblo. La nueva economía venezolana, gracias a la recuperación de los sectores estratégicos, al Estado de las Misiones, a la redistribución de la riqueza y a la inserción soberana en el mundo multipolar, ha alcanzado una vigorosa democratización del consumo que está siendo aprovechada por el poder económico privado. Esta suerte de rentismo importador, cada vez más común en países progresistas en América latina, que basa su ganancia en comprar afuera y vender adentro, aprovecha su posición dominante para poner en jaque al Ejecutivo. Esta guerra económica es llevada a cabo por: a) formadores de precios abusivos con prácticas usureras; b) creadores de un mercado ilegal de dólares, y c) responsables privados del desabastecimiento. Así, en formato de golpe a la democracia en cámara lenta, es como prepararon el plebiscito contra Maduro en las elecciones municipales de diciembre pasado. Todo se fue al traste en el momento en que el pueblo venezolano ratificó su apoyo masivo al modelo chavista, que, con sus defectos y desafíos pendientes, es sin duda el pacto social más favorable e inclusivo posible.
A partir de ahí, los tanques bélicos de pensamiento comenzaron a considerar que el golpe de mercado no era suficiente para convencer a una sociedad que, a pesar de ser muy consumista, está fuertemente politizada a favor del proyecto chavista. Sin estar muy claro si la división es real o aparente, la oposición venezolana comenzó a dar señales de su trastorno bipolar. Mientras unos guardan silencio, otros (encabezados por Leopoldo López y María Corina Machado) decidieron que era el momento de apostar por la salida golpista. La nueva fórmula –o quizá la más originaria de las fórmulas– es “guerra económica más guerra violenta callejera con las muertes necesarias” para procurar escenificar un país inestable y en desgobierno. Está táctica, apoyada como siempre en el capital internacional disfrazado de medio independiente, pretende servir como base para crear el runrún preferido que conquiste definitivamente deslegitimar a un presidente Maduro que en poco tiempo ha logrado salir reforzado de todos los embistes opositores.
Sin embargo, Venezuela posee condiciones internas, subjetivas y objetivas, que permiten ser un muro de contención frente al tsunami golpista. Un pueblo que cree en el proyecto de Chávez, y una economía que, con sus déficit y falencias, tiene mucha fuerza en sus estructuras para seguir transitando al socialismo. Pero además Venezuela no está en soledad, como quieren hacer ver muchos medios hegemónicos internacionales. Chávez sembró latinoamericanismo, y en estos momentos se recogen los frutos. Argentina, Bolivia, Ecuador, la ALBA, la Unasur, entre otros, han rechazado cualquier intento de golpe a la democracia. Seguro que el sector golpista, sea una parte de la oposición o toda en su conjunto, seguirá intentando que no haya democracia en Venezuela, pero justamente son su pueblo democratizado(r) y el apoyo de la región los que seguirán en paz impidiendo que esta doctrina golpista tenga éxito.
* Doctor en Economía, Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico.
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Los Pueblos de América latina: trabajadores, mujeres, juventud y ciudadanos en general - hoy trabajamos y luchamos por la forja y conquista de una Nueva Democracia: Democracia de Ciudadanos, Participativa, Intercultural y Moderna.
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3.- CIUDADANÍA POLÍTICA Y DEMOCRACIA.
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Marcos Roitman Rosenmann

La Jornada sábado 15 de febrero del 2014.

Las luchas sociales reivindicando ciudadanía política marcan la topografía del capitalismo. El ejercicio pleno de los derechos de huelga, sindical, asociación política y acceso a una educación de calidad, sanidad y vivienda dignas, han moldeado las estructuras de dominio y explotación del capitalismo desde sus orígenes.

Las libertades públicas, como son el derecho de asociación, reunión y expresión no siempre han podido practicarse. En muchas ocasiones son secuestradas y puestas en cuarentena bajo la escusa de servir a intereses oscuros que promueven la desestabilización y el caos sistémico. Cuando el capitalismo se ha sentido con fuerzas, no ha dudado en suprimir o restringir los derechos políticos que dan acceso a la participación de la sociedad. Siempre que ha podido deshacerse de ellos lo ha hecho sin remilgos ni mala conciencia. No olvidemos que el capitalismo pasa por ser la forma más elevada de explotación violenta de todo cuanto existe en el planeta, empezando por el ser humano.

Por consiguiente, aquello que produce cortocircuito y altera sus planes es combatido haciendo uso indiscriminado de la represión, y la fuerza. Bajo el eufemismo de actuar en nombre de la razón de Estado y la seguridad nacional, justifica la tortura y el asesinato político. A lo dicho deben sumarse los mecanismos ideológicos de control social utilizados en el proceso de socialización.

Una primera conclusión sugiere que no existe derecho político concedido de buen grado. Todos, ya sea en el campo de las relaciones socio-laborales o las libertades públicas, el derecho a huelga, el establecimiento de la jornada laboral de 40 horas semanales, el descanso dominical, las pensiones, la seguridad social universal, el voto femenino, el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual, están precedidos de mártires, militantes detenidos, encarcelados, torturados y asesinados.

Para las clases dominantes no es plato de buen gusto compartir espacios hasta hace poco concebidos como su coto privado. Escuelas, universidades, teatros, hospitales, zonas de ocio y la moda, han perdido ese halo de exclusividad, enardeciendo a las élites que buscan una solución en la oligarquización del poder, la ostentación y el enriquecimiento obsceno.

Son las nuevas plutocracias que no dudan en profundizar las desigualdades sociales y dinamitan la ciudadanía política, apostando por sociedades duales como la fórmula para reestructurar el capitalismo en tiempos de crisis. El desmantelamiento de lo público viene de la mano de una elaborada política de abandono, recortes presupuestarios y deterioro de las instalaciones y bienes de uso colectivo. Edificios, carreteras, aeropuertos, hospitales, colegios, trasportes como el metro, autobuses urbanos, parques, ferrocarriles, etc., son abandonados hasta su total degradación, siendo posteriormente privatizados y vendidos por migajas a los capitales de inversión de riesgo, el capital financiero o las transnacionales. En la medida que ha podido soltar lastre, el capitalismo, ha tirado por la borda el conjunto de derechos políticos, sociales y económicos conquistado por las clases trabajadoras en los dos últimos siglos, y sobre los cuales asentaba su discurso de promover un orden social incluyente y democrático. Asistimos a una involución sin precedentes en la historia del capitalismo contemporáneo. Un proceso “desmocratizador”.

A partir de los años setenta del siglo pasado, las transnacionales se harán con el poder político cambiando las reglas de juego, alterando el equilibrio de poder entre orden político y orden económico, introduciendo reformas estructurales que dejan sin efecto el pacto social nacido tras la segunda Guerra Mundial, al menos en los países de capitalismo industrial avanzado. Los nuevos hacedores del capitalismo no dudan en imponer un orden mundial que borre del mapa todo obstáculo en su camino hacia el control del mundo. En otros términos ha decidido restringir el uso de la ciudadanía política, recortando al máximo los derechos sociales, económicos, culturales y políticos y renegando de la democracia como forma de vida y espacio vital donde se puede ejercer y realizar la ciudadanía.

Sin espacios para articular la ciudadanía política no es posible concebir la existencia de un ordenamiento democrático. Son dos términos entrelazados de manera orgánica. En la medida que los recortes, la represión y las desigualdades crecen, desaparecen las opciones de vivir en democracia, constatándose el divorcio entre capitalismo y democracia. El mejor ejemplo lo constituye la unidad productiva donde el capital realiza su plusvalor, la fábrica, donde impera la disciplina del capital y el reloj del fordismo y taylorismo marca los tiempos de trabajo y producción. En ella, los trabajadores están siendo sometidos a condiciones laborales cercanas a la esclavitud bajo el chantaje de un expediente regulador, disciplinario o ser despedido. El empresario se convierte en amo y señor, y la patronal puede impulsar las reformas laborales. O haces lo que quiero o te vas a la calle. Ese el discurso dominante. Y desde luego tal premisa poco o nada tiene que ver con un proyecto democrático, inclusivo y creador de ciudadanía.


Marcos Roitman Rosenmann. Dr. En Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.

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