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El fastidio, por
usar un eufemismo, con que el hombre común enfrenta a la política ¿está vinculado a las específicas condiciones italianas o es de algún
modo inevitable? Creo que hoy estamos frente
a un fenómeno nuevo que va más allá del desencanto y de la recíproca desconfianza entre los ciudadanos y el poder y que
abarca todo el planeta. Lo que se está produciendo es una transformación
radical de las categorías con las que estábamos acostumbrados a pensar la política.
El nuevo orden del poder mundial se basa
en un modelo de gobernabilidad que se define democrático, pero que nada
tiene que ver con lo que este término significaba en Atenas. Que este modelo sea, desde el punto de vista del poder, más económico y funcional lo prueba el
que haya sido adoptado hasta por los
regímenes que hasta no hace muchos años eran
dictaduras. Es mucho más fácil manipular la opinión de la gente a través de los medios y la televisión
que tener que imponer permanentemente cada decisión por medio de la violencia. Las formas políticas que conocíamos – el estado nacional, la soberanía, la
participación democrática, los partidos políticos, el derecho internacional –
han llegado al final de su historia. Permanecen
en la vida como formas vacuas, pero la
política actual tiene la forma de
una “economía” es decir un gobierno de las cosas y de los hombres. Lo que
nos resta es pensar íntegramente, desde el principio lo que hasta ahora hemos definido con la
expresión, por otra parte poco clara, de “vida política”.
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Para
comprender lo que está sucediendo, hay que interpretar al pié de la letra la
idea de Walter Benjamin según la cual el capitalismo es ciertamente una
religión, es la más feroz, implacable e irracional religión que haya existido
jamás porque no conoce ni tregua ni redención. En su nombre se celebra un culto
permanente cuya liturgia es el trabajo y su objeto el dinero. Dios no ha
muerto, se ha convertido en dinero.
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ENTREVISTA A GIORGIO
AGAMBEN: “DIOS NO MURIÓ. SE TRANSFORMÓ EN DINERO.
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Pepe Sabá.
Tinyuri sábado 8 de febrero del 2014.
Revista rebelión.
Traducido para Rebelión por Susana Merino.
Giorgio Agamben es uno de los más grandes
filósofos vivos. Amigo de Pasolini y de Heidegger, es según el Times y Le Monde uno de los diez cerebros más importantes
del mundo. Por segundo año consecutivo ha permanecido en Sicilia durante un
largo período de vacaciones.
El gobierno de Monti invoca
la crisis y el estado de necesidad y parece ser el único camino de salida tanto
de la catástrofe financiera como de las indecentes formas que ha tomado el
poder en Italia, ¿el enfoque de Monti sería la única salida o podría
convertirse contrariamente en un pretexto para imponer serias limitaciones a
las libertades democráticas?
“Crisis” y “economía” no se
usan hoy en día como conceptos sino como palabras de orden que sirven para
imponer y obligar a aceptar medidas y restricciones que la gente no tendría
porqué aceptar. “Crisis” significa hoy ¡debes obedecer!” Creo que es muy
evidente para todos que la llamada “crisis” viene durando decenios y no es otra
cosa que la normalidad con que funciona el capitalismo de nuestro tiempo. Un
funcionamiento que no tiene nada de racional.
Para comprender lo que está
sucediendo, hay que interpretar al pié de la letra la idea de Walter Benjamin
según la cual el capitalismo es ciertamente una religión, es la más feroz,
implacable e irracional religión que haya existido jamás porque no conoce ni
tregua ni redención. En su nombre se celebra un culto permanente cuya liturgia
es el trabajo y su objeto el dinero. Dios no ha muerto, se ha convertido en
dinero. La Banca con sus grises funcionarios y sus expertos – ha ocupado el
lugar de la iglesia y de sus curas y gobernando el crédito (incluso los
créditos estatales, que han abdicado fácilmente su soberanía) manipula y
administra la fe – la escasa e incierta fe – que aún le queda a nuestro tiempo.
Por otra parte que el capitalismo sea hoy en día una religión, nada lo muestra
mejor que el título aparecido en un gran diario nacional hace pocos días:
“salvar al Euro a cualquier precio” Ya “salvar” es un concepto religioso pero
¿qué significa “a cualquier precio”? ¿Aún al costo de sacrificar vidas humanas?
Solo en una perspectiva religiosa (o mejor dicho seudoreligiosa) se pueden
hacer afirmaciones tan paletamente absurdas e inhumanas.
La crisis económica que
amenaza con convulsionar a buena parte de los estados europeos ¿se puede
generalizar como una crisis de toda la modernidad?
La crisis que está
atravesando Europa no tiene que ver tanto con un problema económico como se
quiere hacer creer sino ante todo una crisis de la relación con el pasado. El
conocimiento del pasado es el único camino de acceso al presente. Es buscando
entender el presente que los hombres – por lo menos los europeos – se sienten
obligados a interrogar al pasado. He precisado “nosotros los europeos” porque
me parece, admitiendo que la palabra Europa tenga sentido, como parece hoy en
día evidente, ese sentido no puede ser ni político, ni religioso y tanto menos
económico pero consiste en que el hombre europeo – a diferencia por ejemplo de
los asiáticos y de los americanos, para quienes la historia y el pasado tienen
un significado totalmente diferente – puede acceder a su verdad solamente a través
de una confrontación con el pasado, solo haciendo cuentas con su historia. El
pasado no es tan solo un patrimonio de bienes y de tradiciones, de recuerdos y
saberes sino sobre todo un componente antropológico esencial del hombre
europeo, que puede acceder al presente solo mirando lo que le ha ido
sucediendo. De la especial relación que tienen los países europeos (Italia y
desde luego Sicilia son desde este punto de vista ejemplares) con sus ciudades,
con sus obras de arte, con su paisaje: no se trata de conservar bienes más o
menos valiosos, pero exteriores y accesibles: esta es en cuestión la verdadera
realidad europea, su indiscutible supervivencia. Por eso destruyendo el paisaje
italiano con el hormigón de las autopistas y la alta velocidad, los especuladores
no se privan de ganar pero destruyen nuestra propia identidad. La misma
expresión “bienes culturales” es engañosa, porque sugiere que se trata de unos
bienes entre otros, que pueden ser aprovechados económicamente y hasta
vendidos, como si se pudiera liquidar y poner en venta la propia identidad.
Hace muchos años un
filósofo que era además un alto funcionario de la naciente Europa, Alexandre
Kojève sostenía que el homo sapiens había llegado al final de su historia y que
no tenía ante sí más que dos posibilidades: el acceso a una animalidad
posthistórica (encarnado en la american way of life) o el esnobismo (encarnado
de los japoneses) que continuan celebrando su ceremonia del té, vacías pero con
un significado histórico. Entre unos EEUU integralmente reanimalizados y un
Japón que se mantiene humano solo a través de renunciar a todo contenido
histórico, Europa podría ofrecer la alternativa de una cultura que se mantiene
humana y vital aún después del fin de la historia, porque es capaz de
enfrentarse a su propia historia en su totalidad para desde allí alcanzar una
nueva vida.
Su obra más destacada Homo
Sacer investiga sobre la relación del poder político y la nuda vida y pone en
evidencia las dificultades presentes en ambos términos, ¿Cuál es el punto de
posible intermediación entre ambos polos?
Lo que me han demostrado
mis investigaciones es que el poder soberano se fundamenta desde sus comienzos
en la separación entre nuda vida (la vida biológica que en Grecia tenía lugar
en la casa) y la vida políticamente calificada (que se desarrollaba en la
ciudad). La nuda vida se halla excluida de la política y al mismo tiempo
incluida y capturada por la propia exclusión: en este sentido la nuda vida es
el fundamento negativo del poder. Esta separación alcanza su forma extrema en
la biopolítica moderna. Lo que sucedió en los estados totalitarios del
novecientos y que es el poder (ya sea a través de la ciencia) que decide en
última instancia qué es una vida humana y qué no lo es. Por el contrario sucede
que se piensa en una política de las formas vitales, es decir en una vida que no pueda separarse de su
forma, es decir que nunca más sea nuda vida.
Las
formas políticas que conocíamos – el estado nacional, la soberanía, la
participación democrática, los partidos políticos, el derecho internacional –
han llegado al final de su historia. Permanecen en la vida como formas vacuas,
pero la política actual tiene la forma de una “economía” es decir un gobierno
de las cosas y de los hombres.
*****
El fastidio, por usar un
eufemismo, con que el hombre común enfrenta a la política ¿está vinculado a las
específicas condiciones italianas o es de algún modo inevitable?
Creo que hoy estamos frente
a un fenómeno nuevo que va más allá del desencanto y de la recíproca
desconfianza entre los ciudadanos y el poder y que abarca todo el planeta. Lo
que se está produciendo es una transformación radical de las categorías con las
que estábamos acostumbrados a pensar la política. El nuevo orden del poder
mundial se basa en un modelo de gobernabilidad que se define democrático, pero
que nada tiene que ver con lo que este término significaba en Atenas. Que este
modelo sea, desde el punto de vista del poder, más económico y funcional lo
prueba el que haya sido adoptado hasta por los regímenes que hasta no hace
muchos años eran dictaduras. Es mucho más fácil manipular la opinión de la
gente a través de los medios y la televisión que tener que imponer
permanentemente cada decisión por medio de la violencia. Las formas políticas
que conocíamos – el estado nacional, la soberanía, la participación
democrática, los partidos políticos, el derecho internacional – han llegado al
final de su historia. Permanecen en la vida como formas vacuas, pero la
política actual tiene la forma de una “economía” es decir un gobierno de las
cosas y de los hombres. Lo que nos resta es pensar íntegramente, desde el
principio lo que hasta ahora hemos definido con la expresión, por otra parte
poco clara, de “vida política”
El estado de excepción que
usted ha vinculado al concepto de soberanía parece asumir hoy en día el
carácter de normalidad, pero los ciudadanos permanecen perdidos ante la
incertidumbre en la que viven cotidianamente ¿es posible atenuar esta
sensación?
Vivimos desde hace décadas
en un estado de excepción, que se ha convertido en regla, como sucede en la
economía, la crisis es la condición normal. El estado de excepción que debería
hallarse limitado en el tiempo – es en cambio hoy el modelo normal de gobierno
y esto en los mismos estados que se llaman democráticos. Pocos saben que las
normas de seguridad introducidas luego del 11 de setiembre (en Italia ya habían
sido establecidas durante los años de plomo) son peores que las vigentes
durante el fascismo. Y los crímenes contra la humanidad cometidos durante el
nazismo fueron posibles debido al hecho de que Hitler había asumido el poder y
proclamado un estado de excepción que nunca fue revocado. Y él sin embargo no
tenía las mismas posibilidades de control (datos biométricos, telecámaras,
celulares, tarjetas de crédito) propias de los estados contemporáneos. Se diría
que hoy el Estado considera que cada ciudadano es un terrorista virtual. Esto
no hace otra cosa que deteriorar y volver imposible la participación en la
política que debe definir a la democracia, Una ciudad cuyas plazas y cuyas
calles están controladas mediante telecámaras no puede ser un lugar público: es
una cárcel.
La gran autoridad que
tantos reconocen a los estudiosos que como usted investigan acerca de la
naturaleza del poder político ¿podrían alentarnos la esperanza de que, para
decirlo banalmente, el futuro sea mejor que el presente?
Optimismo y pesimismo no
son categorías útiles para pensar. Como le escribía Marx en una carta a Ruge:
“la desesperada situación de la época en que vivo me llena de esperanzas”
¿Podemos plantearle una
pregunta sobre la conferencia que pronunció en Sicilia? Algunos han llegado a
la conclusión de que ha sido un homenaje a Piero Guccioni, a una amistad de
tanto tiempo, otros han visto una orientación de cómo huir del jaque mate al
que se halla encadenado el arte contemporáneo
Es verdad se trataba de un
homenaje a Piero Guccioni y a Scicli, una pequeña ciudad en la que residen
algunos de los más importantes pintores vivos. La situación del arte es actual
y posiblemente el mejor lugar para comprender la crisis de la relación con el
pasado del que hemos hablado. El único lugar en donde puede vivir el pasado es
el presente y si el presente deja de sentir vivo al propio pasado, el museo y
el arte, que son las figuras eminentes de aquel pasado se convierten en lugares
problemáticos. En una sociedad que ya no sabe qué hacer con su pasado, el arte
se encuentra atrapado entre el Escila del museo y el Caribdis de la
mercantilización (1) Y a menudo como en los templos del absurdo como lo son los
museos de arte contemporáneo, ambas cosas coinciden. Duchamp ha sido probablemente
el primero en darse cuenta del callejón sin salida en que se había encerrado el
arte. ¿Qué es lo que inventa Duchamp con el ready-made? Toma cualquier objeto
usual por ejemplo un urinario e introduciéndolo en un museo lo obliga a
presentarse como una obra de arte. Naturalmente – luego del breve instante en
que dura el efecto de la extrañeza y de la sorpresa – en realidad nada agrega a
su presencia: no la obra porque se trata de un objeto usual, cualquier objeto
producido industrialmente, ni la obra artística por no existe en modo alguno
“poiesis”, producción – y menos aún artista, sino que como filósofo o crítico o
como amaba decir Duchamp, “uno que respira” un simple ser vivo. En todo caso es
cierto que él no pretendía producir una obra de arte sino desbloquear el camino
del arte, encerrado entre el museo y la mercantilización. Como sabéis lo que
sucedió en cambio es que una clase, aún activa, de hábiles especuladores
transformó el ready-made en obra de arte. Y el llamado arte contemporáneo no hace
sino repetir el gesto de Duchamp llenando de no-obras y de performances a los
museos que no son otra cosa que órganos del mercado destinados a acelerar la
circulación de mercaderías que como el dinero, han llegado a un estado de
liquidez y quieren seguir valiendo como obras. Esta es la contradicción del arte
contemporáneo: abolir la obra y además pretender un precio.
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1) N.de T. Escila y Caribdis son dos monstruos
marinos de la mitología griega situados en orillas opuestas
de un estrecho canal de agua, tan cerca que los marineros intentando evitar a
Caribdis pasarían muy cerca de Escila y viceversa.
Fuente: http://tinyurl.com/mvdztv4
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