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“Si no hay comida cuando se
tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay
ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la
democracia es una cáscara vacía aunque los ciudadanos voten y tengan
Parlamento”. Mandela.
Obviamente,
estos planteamientos no van a ser aceptados por la derecha, y menos por la
extrema derecha que gobierna en España. Y aquí intervienen, a mi juicio, dos
elementos. En primer lugar, la
hipocresía propia de la derecha, quizás su principal rasgo. No podemos olvidar
cómo cuando el Partido Popular ha estado en la oposición ha alentado repetidas
veces la desobediencia de algunas leyes en temas como el aborto, la ley de
memoria histórica, la Educación para la Ciudadanía o algunos impuestos. Por otro lado, la derecha no cuenta
con ninguna figura carismática comparable a un Mandela o a un Luther King, por
ejemplo; figuras que evidentemente están más asociadas al espectro ideológico
de la izquierda que al de la derecha. A pesar del espectáculo hipócrita de las
alabanzas a Mandela por parte de
todos los gobiernos del mundo, incluidos los más reaccionarios, Mandela para la derecha no era más que
un terrorista hasta hace muy poco tiempo; si no ha tenido más remedio que aceptar su gigantesca figura, los
medios de comunicación han reducido su semblanza a un pacifismo inane,
mutilando aspectos esenciales como su no
renuncia a la lucha armada en caso necesario o su ideario socialista
(“socialista” de socializar, no de cartel), o su agradecimiento a Cuba
por su imprescindible papel en la lucha contra el aparheid, lo que agradeció Mandela haciendo a ese país su primera
visita como jefe de estado.
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¿DESOBEDIENCIA
CIVIL EN DEMOCRACIA?
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Pedro López López (Catedrático de la Universidad
Complutense).
Rebelión lunes 10 de febrero del 2014.
“Si no hay comida cuando se tiene hambre, si
no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan
los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía
aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento”. Mandela.
Algunos piensan que la desobediencia
civil, como la lucha armada, solo puede plantearse en regímenes no
democráticos, ya que una vez alcanzada la democracia (con comillas o sin
comillas) hay cauces suficientes para que la ciudadanía pueda ejercer
cumplidamente sus derechos. Pero, como dijo en alguna ocasión Mandela,
“si no hay comida cuando se tiene
hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no
se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una
cáscara vacía aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento”.
El empeño de nuestros gobernantes en que identifiquemos democracia con el
ritual de las elecciones parlamentarias y olvidemos la verdadera sustancia de
la democracia (control del poder, participación ciudadana, exigencia de
responsabilidades y posibilidad de revocación de los gobernantes, protección
efectiva de los derechos humanos…) no tiene más objeto que el que les
concedamos carta blanca una vez que llegado al poder. Igualmente, el empeño de
que metabolicemos mentalmente los binomios capitalismo=democracia /
socialismo=dictadura va dirigido a que santifiquemos la gestión capitalista de
nuestras vidas. Por todo ello, es importante la legitimación de una democracia
exclusivamente formal que no toque la estructura económica y social
capitalista; puede cambiarse todo, pero, en el fondo, para que nada cambie,
como dice la conocida máxima lampedusiana.
La democracia formal sin
garantía de los derechos humanos es un régimen tan odioso como cualquier
dictadura. No queremos democracia únicamente para poder votar como si
participáramos en un concurso televisivo, la democracia no es un concurso ni un
supermercado; queremos democracia para transformar la sociedad acabando con las
sangrantes injusticias que vemos todos los días. ¿Cabe hablar plenamente de
democracia en un mundo con las desigualdades que estamos viendo, ya sea a nivel
planetario o a nivel nacional? ¿Cabe hablar de democracia en un mundo donde millones
y millones de personas pasan hambre, incluso mueren de hambre, habiendo
recursos suficientes para alimentar al doble de la población actual? ¿Cabe
hablar de democracia en un país donde una de las primeras causas de suicidio es
el desahucio, habiendo millones de pisos vacíos en manos de bancos? Las
penalidades que estamos viendo y el retroceso en derechos a que nos están
llevando las políticas económicas neoliberales no pueden dejarnos indiferentes
con el argumento de que ya votamos cada cuatro años. La situación que tenemos
no puede calificarse de democracia, sino de tomadura de pelo. Constatamos todos
los días que el sistema en el que vivimos protege a los poderosos y ataca
despiadadamente a los débiles, que son la mayoría, dada la vulnerabilidad e indefensión
en que se encuentra actualmente la clase trabajadora. Recientemente Noam
Chomsky afirmaba en una conferencia que el neoliberalismo, recetario que siguen
hoy prácticamente todos los gobiernos, es el mayor ataque contra la población
en los últimos cuarenta años.
No hay que ser ningún
bárbaro para defender la desobediencia civil, tal y como quieren nuestros
gobernantes que pensemos. De hecho, los mayores referente morales a lo largo de
la historia (Thoreau, Bertrand Russell, Rosa Parks, Luther King, Ghandi, Nelson
Mandela y un largo etcétera) han sido desobedientes civiles. En medio de esta
crisis-estafa que estamos viviendo, la derecha, para contener la inmensa
protesta que está generando el capitalismo, está alentando una inaudita
escalada represiva por diversas vías. En educación, con la desaparición del
pensamiento crítico y de materias como Educación para la Ciudadanía, así como
la consideración de la desobediencia civil como un ejemplo de incivismo (así se
contempla en el proyecto de real decreto por el que se establece el currículo
básico de educación primaria, secundaria y bachillerato). En materia penal y
por vía legislativa, criminalizando la protesta y proponiendo sanciones
salvajes para hundir la vida de los ciudadanos que se atrevan a asomar la
cabeza un poco más en manifestaciones, concentraciones, desahucios , etc.
Hace unos meses se colgó
en youtube un vídeo del actor Matt Damon llamando a la desobediencia. En él
parte de que “el mundo está patas arriba” y de que hay gente que
equivocadamente está en la cárcel y otra que también equivocadamente está fuera
de la cárcel. Pero afirma algo más importante: desde arriba se nos dice que el
problema es la desobediencia civil. Matt Damon dice que el problema no es la
desobediencia, sino precisamente la obediencia. El historiador estadounidense
Howard Zinn expresaba mejor esta idea:
“La desobediencia civil no
es nuestro problema. Nuestro problema es la obediencia civil. Nuestro problema
es que la gente del mundo entero obedece las órdenes de unos líderes y que
millones de personan han muerto por esta obediencia… Nuestro problema es que la
gente es obediente a pesar de la pobreza y del hambre y de la estupidez, y de
la guerra, y de la crueldad. Nuestro problema es que la gente obedece mientras
las cárceles están repletas de ladronzuelos y los grandes ladrones están
libres. Ése es nuestro problema”.
Más explícito quizás es el
psicólogo Erich Fromm cuando considera que la desobediencia es el germen de la
evolución y dice que “la historia humana comenzó con un acto de
desobediencia, y no es improbable que termine por un acto de obediencia”,
aludiendo con ello a la posibilidad de un holocausto nuclear (tomo esta cita
del amigo José Antonio Pérez, “Cive Pérez”, que ha publicado un estupendo
breviario: “¿Qué es la desobediencia civil?”, que está viviendo un éxito
sorprendente en México estos días).
Como decía al principio,
podría parecer que la desobediencia civil no tiene cabida en un estado
democrático, pero esta cuestión no es tan simple. En primer lugar, la
desobediencia civil ha surgido a lo largo de la historia contra leyes que se
consideran injustas y/o ilegítimas y que causan graves daños a la ciudadanía, o
bien que provocan un gran rechazo. Y esto puede darse tanto con reglas
democráticas como sin ellas. En segundo lugar, la sacrosanta regla de la
mayoría se utiliza espuriamente. Actualmente, en España el Partido Popular
gobierna con mayoría absoluta, pero ha sido votado por menos de un tercio de
los ciudadanos y está perpetrando reformas extremadamente dañinas para la
población. Además, incluso con una mayoría mucho más holgada, un gobierno no
está legitimado para recortar derechos y poner al país de rodillas ante los
poderes económicos.
Ante este escenario, por
supuesto que es legítima la desobediencia civil, como la que practica en
nuestro país el Sindicato Andaluz de Trabajadores o la Plataforma de Afectados
por la Hipoteca. Precisamente la PAH ha tenido importantes premios en
reconocimiento de su lucha por los derechos, como el Premio Nacional de
Derechos Humanos 2012, de la Asociación Pro Derechos Humanos de España, y el
Premio Ciudadano Europeo 2013 del Parlamento Europeo. Por supuesto, esto no ha
servido para que el gobierno español tenga el más mínimo miramiento con esta
modélica organización, sino que ha incrementado el odio que ya tenía a esta
organización e intente criminalizarla y desacreditarla con múltiples tretas.
Obviamente, estos
planteamientos no van a ser aceptados por la derecha, y menos por la extrema
derecha que gobierna en España. Y aquí intervienen, a mi juicio, dos elementos.
En primer lugar, la hipocresía propia de la derecha, quizás su principal rasgo.
No podemos olvidar cómo cuando el Partido Popular ha estado en la oposición ha
alentado repetidas veces la desobediencia de algunas leyes en temas como el
aborto, la ley de memoria histórica, la Educación para la Ciudadanía o algunos
impuestos. Por otro lado, la derecha no cuenta con ninguna figura carismática
comparable a un Mandela o a un Luther King, por ejemplo; figuras que
evidentemente están más asociadas al espectro ideológico de la izquierda que al
de la derecha. A pesar del espectáculo hipócrita de las alabanzas a Mandela por
parte de todos los gobiernos del mundo, incluidos los más reaccionarios,
Mandela para la derecha no era más que un terrorista hasta hace muy poco
tiempo; si no ha tenido más remedio que aceptar su gigantesca figura, los
medios de comunicación han reducido su semblanza a un pacifismo inane,
mutilando aspectos esenciales como su no renuncia a la lucha armada en caso
necesario o su ideario socialista (“socialista” de socializar, no de cartel), o
su agradecimiento a Cuba por su imprescindible papel en la lucha contra el
aparheid, lo que agradeció Mandela haciendo a ese país su primera visita como
jefe de estado. Por su parte, Luther King afirmaba el deber democrático de
desobedecer aquellas estructuras de poder que obstaculizan el pleno desarrollo
democrático, algo en absoluto suscribible por la derecha, defensora a ultranza
precisamente de esas estructuras de poder que minan la democracia. El hecho de
que la derecha no cuente con figuras tan universalmente aceptadas hace que cargue aún con más
furia contra los valores que éstas representan.
Pedro
López López es profesor de la Universidad Complutense.
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