La Comuna surgió espontáneamente, nadie la preparó de modo
consciente y sistemático. La desgraciada guerra con Alemania,
las privaciones durante el sitio, la desocupación entre el proletariado y la
ruina de la pequeña burguesía, la
indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades, que
habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia en la clase
obrera, descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo régimen social; la
composición reaccionaria de la Asamblea
Nacional, que hacía temer por el destino de la República, todo ello y otras
muchas causas se combinaron para impulsar a la población de París a la
revolución del 18 de marzo, que puso inesperadamente el poder en manos de la
Guardia Nacional, en manos de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se
había unido a ella. Fue un acontecimiento histórico sin precedentes. Hasta
entonces, el poder había estado, por regla general, en manos de los
terratenientes y de los capitalistas, es decir, de sus apoderados, que
constituían el llamado gobierno. Después
de la revolución del 18 de marzo, cuando el gobierno del señor Thiers huyó de
París con sus tropas, su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño
de la situación y el poder pasó a manos del proletariado. Pero en la sociedad moderna, el proletariado, avasallado en lo
económico por el capital, no puede dominar políticamente si no rompe las
cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista,
es decir, debiera tender al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación
del capital, a la destrucción de las bases mismas del régimen social
contemporáneo.
/////
LENIN EN
MEMORIA DE LA COMUNA DE PARIS.
*****
Han pasado cuarenta años
desde la proclamación de la Comuna de París. Según la costumbre establecida, el
proletariado francés honró con mítines y manifestaciones la memoria de los
hombres de la revolución del 18 de marzo de 1871. A finales de mayo volverá a
llevar coronas de flores a las tumbas de los communards fusilados, víctimas de
la terrible “Semana de Mayo”, y ante ellas volverá a jurar que luchará sin
descanso hasta el total triunfo de sus ideas, hasta dar cabal cumplimiento a la
obra que ellos le legaron.
¿Por qué el proletariado,
no sólo francés, sino el de todo el mundo, honra a los hombres de la Comuna de
París como a sus predecesores? ¿Cuál es la herencia de la Comuna?
La Comuna surgió
espontáneamente, nadie la preparó de modo consciente y sistemático. La
desgraciada guerra con Alemania, las privaciones durante el sitio, la
desocupación entre el proletariado y la ruina de la pequeña burguesía, la
indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades, que
habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia en la clase
obrera, descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo régimen social; la
composición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía temer por el
destino de la República, todo ello y otras muchas causas se combinaron para
impulsar a la población de París a la revolución del 18 de marzo, que puso
inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase
obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella.
Fue un acontecimiento
histórico sin precedentes. Hasta entonces, el poder había estado, por regla
general, en manos de los terratenientes y de los capitalistas, es decir, de sus
apoderados, que constituían el llamado gobierno. Después de la revolución del
18 de marzo, cuando el gobierno del señor Thiers huyó de París con sus tropas,
su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño de la situación y el poder
pasó a manos del proletariado. Pero en la sociedad moderna, el proletariado,
avasallado en lo económico por el capital, no puede dominar políticamente si no
rompe las cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna
debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista, es decir, debiera tender
al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a
la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo.
Al principio se trató de un
movimiento muy heterogéneo y confuso. Se adhirieron a él los patriotas, con la
esperanza de que la Comuna reanudaría la guerra contra los alemanes, llevándola
a un venturoso desenlace. Los apoyaron asimismo los pequeños tenderos, en
peligro de ruina si no se aplazaba el pago de las deudas vencidas de los
alquileres (aplazamiento que les negaba el gobierno, pero que la Comuna les
concedió). Por último, en un comienzo también simpatizaron en cierto grado con
él los republicanos burgueses, temerosos de que la reaccionaria Asamblea
Nacional (los “rurales”, los salvajes terratenientes) restablecieran la
monarquía. Pero el papel fundamental en este movimiento fue desempeñado,
naturalmente, por los obreros (sobre todo, los artesanos de París), entre los
cuales se había realizado en los últimos años del Segundo Imperio una intensa
propaganda socialista, y que inclusive muchos de ellos estaban afiliados a la
Internacional.
Sólo los obreros
permanecieron fieles a la Comuna hasta el fin. Los burgueses republicanos y la
pequeña burguesía se apartaron bien pronto de ella: unos se asustaron por el
carácter socialista revolucionario del movimiento, por su carácter proletario;
otros se apartaron de ella al ver que estaba condenada a una derrota
inevitable. Sólo los proletarios franceses apoyaron a su gobierno, sin temor ni
desmayos, sólo ellos lucharon y murieron por él, es decir, por la emancipación
de la clase obrera, por un futuro mejor para los trabajadores.
Abandonada por sus aliados
de ayer y sin contar con ningún apoyo, la Comuna tenía que ser derrotada
inevitablemente. Toda la burguesía de Francia, todos los terratenientes,
corredores de bolsa y fabricantes, todos los grandes y pequeños ladrones, todos
los explotadores, se unieron contra ella. Con la ayuda de Bismarck (que dejó en
libertad a 100.000 soldados franceses prisioneros de los alemanes para aplastar
al París revolucionario), esta coalición burguesa logró enfrentar con el
proletariado parisiense a los campesinos ignorantes y a la pequeña burguesía de
provincias, y rodear la mitad de París con un círculo de hierro (la otra mitad
había sido cercada por el ejército alemán). En algunas grandes ciudades de
Francia (Marsella, Lyon, Saint-Etienne, Dijon y otras) los obreros también
intentaron tomar el poder, proclamar la Comuna y acudir en auxilio de París,
pero estos intentos fracasaron rápidamente. Y París, que había sido la primera
en enarbolar la bandera de la insurrección proletaria, quedó abandonada a sus
propias fuerzas y condenada una muerte cierta.
Para que una revolución
social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto
desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella.
Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba
aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de
pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no
existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había
tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con
claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una
organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni
sociedades cooperativas...
Pero lo que le faltó a la
Comuna fue, principalmente tiempo, posibilidad de darse cuenta de la situación
y emprender la realización de su programa. No había tenido tiempo de iniciar la
tarea cuando el gobierno, atrincherado en Versalles y apoyado por toda la
burguesía, inició las operaciones militares contra París. La Comuna tuvo que
pensar ante todo en su propia defensa. Y hasta el final mismo, que sobrevino en
la semana del 21 al 28 de mayo, no pudo pensar con seriedad en otra cosa.
Sin embargo, pese a esas
condiciones tan desfavorables y a la brevedad de su existencia, la Comuna
adoptó algunas medidas que caracterizan suficientemente su verdadero sentido y
sus objetivos. La Comuna sustituyó el ejército regular, instrumento ciego en
manos de las clases dominantes, y armó a todo el pueblo; proclamó la separación
de la Iglesia del Estado; suprimió la subvención del culto (es decir, el sueldo
que el Estado pagaba al clero) y dio un carácter estrictamente laico a la
instrucción pública, con lo que asestó un fuerte golpe a los gendarmes de
sotana. Poco fue lo que pudo hacer en el terreno puramente social, pero ese
poco muestra con suficiente claridad su carácter de gobierno popular, de
gobierno obrero: se prohibió el trabajo nocturno en las panaderías; fue abolido
el sistema de multas, esa expoliación consagrada por ley de que se hacía
víctima a los obreros; por último, se promulgó el famoso decreto en virtud del
cual todas las fábricas y todos los talleres abandonados o paralizados por sus
dueños eran entregados a las cooperativas obreras, con el fin de reanudar la producción.
Y para subrayar, como si dijéramos, su carácter de gobierno auténticamente
democrático y proletario, la Comuna dispuso que la remuneración de todos los
funcionarios administrativos y del gobierno no fuera superior al salario normal
de un obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al año (menos de
200 rublos mensuales).
Todas estas medidas
mostraban elocuentemente que la Comuna era una amenaza mortal para el viejo
mundo, basado en la opresión y la explotación. Esa era la razón de que la
sociedad burguesa no pudiera dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de
París ondeara la bandera roja del proletariado. Y cuando la fuerza organizada
del gobierno pudo, por fin, dominar a la fuerza mal organizada de la
revolución, los generales bonapartistas, esos generales batidos por los
alemanes y valientes ante sus compatriotas vencidos, esos Rénnenkampf y
Meller-Zakomielski franceses, hicieron una matanza como París jamás había
visto. Cerca de 30.000 parisienses fueron muertos por la soldadesca desenfrenada;
unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles
fueron los desterrados o condenados a trabajar forzados. En total, París perdió
cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores obreros de todos los
oficios.
La burguesía estaba
contenta. “¡Ahora se ha acabado con el socialismo para mucho tiempo!”, decía su
jefe, el sanguinario enano Thiers, cuando él y sus generales ahogaron en sangre
la sublevación del proletariado de París. Pero esos cuervos burgueses graznaron
en vano. Después de seis años de haber sido aplastada la Comuna, cuando muchos
de sus luchadores se hallaban aún en presidio o en el exilio, se iniciaba en
Francia un nuevo movimiento obrero. La nueva generación socialista, enriquecida
con la experiencia de sus predecesores, cuya derrota no la había desanimado en
absoluto, recogió la bandera que había caído de las manos de los luchadores de
la Comuna y la llevó adelante con firmeza y audacia, al grito de “¡Viva la
revolución social, viva la Comuna!” Y tres o cuatro años más tarde, un nuevo
partido obrero y la agitación levantada por éste en el país obligaron a las
clases dominantes a poner en libertad a los communards que el gobierno aún
mantenía presos.
La memoria de los
luchadores de la Comuna es honrada no sólo por los obreros franceses, sino
también por el proletariado de todo el mundo, pues aquella no luchó por un
objetivo local o estrechamente nacional, sino por la emancipación de toda la
humanidad trabajadora, de todos los humillados y ofendidos. Como combatiente de
vanguardia de la revolución social, la Comuna se ha ganado la simpatía en todos
los lugares donde sufre y lucha el proletariado. La epopeya de su vida y de su
muerte, el ejemplo de un gobierno obrero que conquistó y retuvo en sus manos
durante más de dos meses la Capital del mundo, el espectáculo de la heroica
lucha del proletariado y de sus sufrimientos después de la derrota, todo esto
ha levantado la moral de millones de obreros, alentado sus esperanzas y ganado
sus simpatías para el socialismo. El tronar de los cañones de París ha
despertado de su sueño profundo a las capas más atrasadas del proletariado y ha
dado en todas partes un impulso a la propaganda socialista revolucionaria. Por
eso no ha muerto la causa de la Comuna, por eso sigue viviendo hasta hoy día en
cada uno de nosotros.
La
causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la
completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es
inmortal.
/////
“La Historia no conoce todavía ejemplo de heroísmo semejante”. “valientes hasta la locura” y “dispuestos tomar el cielo por asalto”.
***
LA COMUNA DE PARÍS. OTRAS DEMOCRACIAS SON
POSIBLES.
*****
Antoni Jesús
Aguiló
Público
jueves 27 de marzo del 2014.
MARX SOBRE LA COMUNA DE PARÍS de 1871.-
La describió como el primer ejemplo concreto de una dictadura del proletariado.
En la que el Estado es tomado por el proletariado, cuando los trabajadores “tomaron
por asalto el cielo”. Los
heroicos obreros de París, Marx expresó: “¡Qué flexibilidad, que iniciativa
histórica y que capacidad de sacrificio tienen estos parisienses!”. “La Historia no conoce todavía ejemplo de heroísmo
semejante”. “valientes hasta la locura” y “dispuestos
tomar el cielo por asalto”.
Acaban de cumplirse 143 años de la proclamación de
la Comuna de París, una de las experiencias de democracia obrera participativa
más iluminadoras de la historia contemporánea de Occidente, pero también, y al
mismo tiempo, una de las más trágicas que se han conocido.
Al final de la guerra franco-prusiana, con una
Francia derrotada, su primer ministro, Adolphe Thiers, advirtió la importancia
de desarmar inmediatamente París para imponer el humillante armisticio firmado
con Prusia. El 18 de marzo de 1871, bajo el pretexto de que las armas eran
propiedad del Estado, Thiers ordenó al ejército la retirada de los cañones que
la Guardia Nacional tenía en las colinas Montmartre. Entonces una multitud
indignada de mujeres y hombres de clase trabajadora se opuso al desarme, que
dejaría indefensa la ciudad. Una parte de las tropas enviadas por el Gobierno
se negó a disparar contra la gente y muchos de los soldados acabaron
confraternizando con el movimiento de resistencia, que se alzaba en armas
contra la Asamblea Nacional, desencadenando un proceso revolucionario que
enfrentaba al proletariado parisino con la gran clase de terratenientes,
rentistas y campesinos ricos que dominaba la Asamblea francesa.
Tras el intento fallido de desarme, el gabinete de
Thiers huyó a Versalles. Los sublevados instituyeron un gobierno municipal
provisional que después de las elecciones del 26 de marzo se transformó en la
Comuna de París. Se constituía, así, una alcaldía rebelde de fuerte base
obrera. El ejemplo de París se extendió por otras ciudades y pueblos
provinciales, como Lyon y Marsella, donde se proclamaron comunas insurgentes
rápidamente aplastadas por Versalles.
Más allá de sus tropiezos, la Comuna de París nos
legó uno de los ejercicios de construcción de poder popular desde abajo más
relevantes de la historia reciente. ¿Qué aprendizajes de la Comuna en materia
de democracia pueden contribuir a iluminar las actuales luchas por democracias
reales? ¿En qué medida estas luchas pasan por una práctica política
revolucionaria que amplíe el poder efectivo de las clases populares y otros
colectivos históricamente afectados por la discriminación? A mi juicio, como
embrión de democracia revolucionaria, la Comuna de París proporciona algunas
enseñanzas clave que abren caminos poco explorados para el avance de
democracias al servicio de la emancipación social:
Democracia de base: la
pretensión era la creación de un Estado desde la base formado por autogobiernos
municipales federados entre sí con un gobierno central con escasas funciones de
coordinación. Un Estado nuevo que contribuyera a deshacer la relación entre
gobernantes y gobernados, donde obtener mejores condiciones de vida y trabajo,
en el que la gente se sintiera reconocida y que estuviera dispuesta a defender.
Democracia obrera de inspiración socialista. Los
comuneros eran conscientes de la necesidad de romper con las viejas formas de
dominación política (el parlamentarismo liberal y el Estado capitalista
burgués), lo que los llevó a experimentar formas alternativas de política y
sociedad. Aunque la Comuna no acabó con el Estado capitalista, su gran mérito
fue arrebatar completamente su control a la burguesía, transformándolo en un
organismo nuevo que permitía el acceso al poder a quienes tradicionalmente
habían sido apartados de él. Ya no era el gobierno de las clases elitistas
dominantes, sino de las mayorías populares no representadas, los obreros, cuya
bandera roja, símbolo de la fraternidad internacional de los trabajadores,
ondeaba por primera vez en la sede del Gobierno, el Hôtel de Ville.
En este punto adquiere especial relevancia el
componente socialista de la Comuna, presente en el tipo de democracia que
estableció: una democracia no meramente formal, sino sustantiva, participativa,
que combinaba democracia representativa con democracia directa. Una democracia
que representaba un proceso más allá de la toma coyuntural del poder, ya que
aspiraba a sustituir el aparato burgués del Estado por otro en correspondencia
con los intereses de la clase trabajadora. En otras palabras, la democracia
obrera de la Comuna permitió la inversión del poder, desplazando el poder
político clasista y elitista acaparado por propietarios para poner en manos de
la clase trabajadora la capacidad efectiva de deliberar, decidir y organizar la
sociedad.
La democracia de la Comuna se articulaba en torno a
cinco principios:
1) elección por sufragio universal de todos los
funcionarios públicos.
2) Limitación del salario de los miembros y
funcionarios comunales, que no podía exceder el salario medio de un obrero
cualificado, y en ningún caso superar los 6.000 francos anuales.
3) Los representantes políticos estaban
umbilicalmente ligados a los electores por delegación y mandato imperativo.
4) Cualquier representante podía perder la
confianza de los electores y ser depuesto de inmediato; de ahí que la Comuna
instituyera la revocabilidad del mandato, acabando con la perversidad de un
sistema representativo liberal que, como en la actualidad, permitía suplantar
la voluntad de los representados y promovía la profesionalización de la
política. La Comuna se cuidó, de este modo, de hacer un uso contrahegemónico de
la democracia representativa en el que los representantes obedeciesen y no, a
diferencia de lo que ocurre hoy, donde los que mandan no obedecen y los que obedecen
no mandan. Este tipo de democracia representativa consagraba el derecho popular
a pedir cuentas, exigir responsabilidades y controlar a los representantes, lo
que asestó un duro golpe a la aún tan en boga comprensión parasitaria de la
política, vista como un trampolín para obtener privilegios, hacer carrera
profesional y olvidarse del electorado.
5) Transferencia de tareas del Estado a los
trabajadores organizados, como la promoción de la autogestión obrera mediante
la socialización de las fábricas abandonadas por los patrones.
Nuevas medidas emancipadoras. Las
iniciativas para socializar el poder político no fueron las únicas. También se
acompañaron de atrevidas medidas de carácter social, entre las que cabe
destacar la separación entre la Iglesia y el Estado, garantizando el carácter
laico, obligatorio y gratuito de la educación pública; la expropiación de los
bienes de las iglesias; la supresión del servicio militar obligatorio; la
aprobación de una moratoria sobre los alquileres
de vivienda que abolía las anteriores leyes en esta materia, confiscaba las
viviendas vacías y cancelaba las deudas por alquiler, poniendo la vivienda al
servicio de las necesidades sociales y el bienestar general; la supresión del
trabajo nocturno en las panaderías y la prohibición de la práctica patronal de
multar a los empleados, una estrategia habitual para reducirles el salario.
Sin embargo, la burguesía francesa no permitió que
el nuevo sistema político prosperase. Con la colaboración de las tropas
prusianas que cercaban París, el gobierno de Versalles envío más de 130 mil
soldados que el 28 de mayo de 1871, tras 72 días intensos y fugaces de
autogobierno popular, aniquilaron la Comuna. Se estima que en la batalla
murieron más de 20.000 parisinos y que unos 43 mil combatientes fueron
capturados; unos 13 mil fueron condenados a prisión, 7 mil de los cuales fueron
deportados a Nueva Caledonia.
La Comuna de París representa no sólo la última de
las grandes revoluciones populares del siglo XIX, sino también el primero de
los democraticidios de la era moderna, algo apenas mencionado en la historia
“oficial” de la democracia. Lamentablemente, hoy también son tiempos de
democraticidio, de exterminio de saberes y prácticas democráticas. El
capitalismo ha fulminado la democracia representativa en buena parte de Europa,
donde los Parlamentos y las elecciones, como en Italia, son prescindibles. Pero
también son, entre otras cosas, tiempos de experimentalismo político, de
grietas abiertas en el poder constituido, de protestas populares, de
organización colectiva y de luchas por un poder popular constituyente que, como
nos recuerda la Comuna de París, nace en las calles como exigencia de cambio de
las viejas estructuras políticas y económicas que oprimen a la gente y coartan la construcción
de otras democracias posibles.
Filósofo político y profesor del Centro de Estudios
Sociales de la Universidad de Coímbra
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