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En la primera cita
de las municipales, el Frente Nacional se izó a niveles históricos y hasta
forzó dos hazañas,
una política y la otra moral. La
política cuando conquistó, desde la primera vuelta, la Municipalidad de
Hénin-Beaumont y se ubicó en posición de fuerza en decenas de otras circunscripciones.
La moral, cuando la presencia de sus
candidatos, en la segunda vuelta, cambió la reglas del juego que enmarcaban
hasta ahora las relaciones entre los dos partidos de gobierno, la UMP y el PS, con la ultraderecha. Una barrera a la vez real
y simbólica se derrumbó sin hacer mucho ruido. Hasta ahora, cada vez que un
candidato de la extrema derecha pasaba a la segunda vuelta, se conformaba una
suerte de Frente Republicano para
evitar su elección. La fórmula se acabó. La
derechista UMP optó por el llamado “ni ni”, o sea, cada vez que se produzca
una votación triangular, la UMP no
retirará su candidato, ni para favorecer al PS, ni para favorecer al FN.
Ello le aporta el Frente Nacional un
grado más de legitimidad, al tiempo que consagra la estrategia de limpieza
total de los harapos filonazis
emprendida por la hija del fundador del FN, Marine Le Pen.
No
sólo los resultados electorales certifican su exitosa marcha hacia adelante,
sino también la percepción que la sociedad tiene de ese partido. Entre finales de los ’90 y principios del
2000, tres de cada cuatro franceses opinaban que el FN representaba un peligro para la democracia. La cifra bajó:
sólo uno de cada cuatro ciudadanos piensa lo mismo. Marine Le Pen dirige desde 2011 el partido creado por Jean-Marie Le
Pen. En términos de comunicación política, su conducta ha sido ejemplar. En apenas tres años le hizo subir al
movimiento los peldaños de las urnas, puso entre la espada y la pared a los
socialistas y a la derecha, empujó a ambos partidos a alejarse de los valores que Francia proclama en el mundo en lo
que atañe a los extranjeros al tiempo que amplificó la propagación de sus ideas
en la sociedad sin asustar a nadie. El
muro que antes contenía la verborragia racista también se derrumbó. Como lo
señala la actual ministra de Justicia, Christiane
Taubira –objeto de constantes ataques racistas, en una entrevista publicada
por el matutino Libération, “las inhibiciones que impedían que la
palabra ‘racista’ se expresara se disolvieron. Cayeron las máscaras. En adelante, la
palabra ‘racista’ se puede expresar a rostro descubierto en el espacio público,
tranquilamente.”
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El PS
salvó París, en donde se impuso Anne Hidalgo; será la primera mujer que dirija
los destinos de la capital. “La Ciudad Luz”.
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FRANCIA: VOTO
CASTIGO PARA LOS SOCIALISTAS FRANCESES.
Pasó de la ola rosa
a la ola azul, tras segunda vuelta de las Elecciones Municipales.
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La izquierda francesa perdió
155 ciudades de más de 9 mil habitantes a manos de la derecha y los ultra
xenófobos de Marine Le Pen. Hoy se anunciará la remodelación del gobierno de
François Hollande
Eduardo Febbro
Desde París lunes 31 de
marzo del 2014.
Una
derrota histórica sancionó al socialismo francés. La izquierda francesa perdió
155 ciudades de más de 9 mil habitantes: Pau, Reims, Saint-Etienne, Roubaix,
Limoges, Tourcoing, Anglet, Chambéry, Belfort, Roubaix, Toulouse o Quimper, el
abecedario de las ciudades ganadas por la derecha francesa, al cabo de la
segunda vuelta de las elecciones municipales, se alarga como una sinfonía
victoriosa. Junto a esta orquesta triunfal se elevan también los cantos de la
extrema derecha del Frente Nacional. Las listas “Bleu Marine” de la líder del
FN, Marine Le Pen, consolidaron las promesas de la primera vuelta y
conquistaron al menos 10 municipalidades, entre ellas Béziers, Fréjus, Hayange,
Beaucaire, Villers-Cotterêts, Le Luc y Cogolin, a las que se le suma
Hénin-Baumont, ganada desde la primera vuelta.
Los
abstencionistas de la vuelta precedente no salvaron al Partido Socialista de la
tunda electoral: con una abstención record de más del 38 por ciento, la más
alta de la historia de la 5ª República para este tipo de elecciones, el PS –en
el poder desde hace dos años– no logró movilizar a los electores que hubiesen
podido cubrirlo de la estampida.
Ciudades
como Limoges, administradas por el socialismo desde hace un siglo, pasaron bajo
el control de la derecha. Ni siquiera una ciudad como Quimper se salvó del
abismo. El intendente, Bernard Poignant, es amigo y consejero del presidente
socialista François Hollande. Pagó en las urnas la impopularidad del mandatario
francés y el desapego de las clases populares. El PS salvó París, donde la
candidata Anne Hidalgo aplastó a su rival conservadora, Nathalie
Kosciusko-Morizet, pero perdió Toulouse, la llamada “ciudad rosa”.
La
historia se escribió en varios cuadernos en esta consulta local, que adquirió
una dimensión nacional por la amplitud de la punición oficialista. El
ecologista Eric Piolle le arrebató al PS la Municipalidad de Grenoble. Ello lo
convirtió en el primer ecologista en dirigir una ciudad de más de 160 mil
habitantes. Francia pasó de la ola rosa a la ola azul. La única perla que los
socialistas le sacaron a la derecha es Aviñón, la ciudad sede del festival
internacional de teatro y donde, en la primera vuelta, el candidato de la
extrema derecha había llegado a la cabeza. Consecuencia previsible de esta
bancarrota política, según adelantó el ministro delegado para la Economía
Solidaria, Benoît Hamon, hoy se anunciará la remodelación del gobierno, lo que
implica el casi seguro alejamiento del actual jefe del Ejecutivo, Jean-Marc
Ayrault. Dos nombres circulan desde hace varios días para reemplazarlo: el del
actual ministro de Interior, Manuel Valls, y el de Relaciones Exteriores,
Laurent Fabius. Un intelectual brillante y creativo (Fabius), que cuenta con el
respaldo de la izquierda del PS y los ecologistas; y un representante de la
derecha socialista (Valls), detestado por la misma ala izquierda y los verdes.
Ambos son los ministros más populares del gobierno.
El
cambio urge. Las elecciones municipales condenaron dos años de inexactitudes,
de cacofonía gubernamental, de una política fiscal que azotó a las clases
medias, de una transformación brutal del mensaje y la orientación de la
política presidencial con relación a la campaña electoral de 2012; dos años de
renuncias o maquillajes de las promesas que fueron, en su momento, el pilar del
retorno al poder del socialismo luego de tres derrotas consecutivas en las
presidenciales; dos años también donde la política social pasó a ser un títere
que se exhibía en los discursos. La lógica municipal fue un espejo implacable
del corte entre el PS y las clases populares, que a menudo votaron por la
extrema derecha. “Somos el primer
partido de Francia”, proclamó Jean-François
Copé, el actual dirigente de la conservadora UMP. La frase se reenvía a la hazaña socialista: haber llegado a
que un partido sin prestigio, manchado por la corrupción y las irregularidades
en sus propios procesos internos, dinamitado por la herencia nefasta que dejó
en la derecha el ex presidente Nicolas
Sarkozy, se volviera el partido insignia del país.
Los
datos proporcionados hasta el cierre de esta edición indican que la UMP totaliza 49 por ciento de los votos en los municipios de más de 3500
habitantes, contra 42 por ciento del
PS y 9 por ciento de la ultraderecha. Los porcentajes victoriosos o
negativos no bastan para ocultar un hecho significativo: los dos principales
movimientos políticos del país, UMP y PS, son partidos heridos, casi espejismos
de sí mismos o de las ideas que, en su tiempo, pudieron encarnar. Entre ambos,
la empresa de normalización emprendida por Marine
Le Pen trajo a las urnas de la extrema derecha el voto popular y un record
absoluto de municipalidades ganadas y consejeros municipales electos (80 en 2008 contra más de mil en 2014).
Algún disparatado corresponsal de la prensa internacional osó decir que Marine Le Pen pretendía ser “una suerte
de Eva Perón”. En una entrevista publicada por Le Monde a Marine Le Pen, el diario asegura que la dirigente
francesa no rehúsa del término de “peronismo a la francesa” para calificar su
conquista popular y su proyecto de formar un movimiento “patriota, ni de izquierda, ni de derecha”. Los europeos, que
siempre ven al populismo como un mal que gangrena los sistemas políticos de los
países del sur, se lamen los labios con esas definiciones. Con ello confunden
popular con populismo y, de paso, olvidan a sus propios populistas con corbatas
de seda, anteojos Ray-Ban, relojes de oro o falsos discursos humanistas.
El
primer ministro francés, Jean-Marc
Ayrault, asumió el costo de la derrota: “La
responsabilidad del fracaso es colectiva, y yo asumo la parte que me
corresponde”, dijo Ayrault. El jefe del gobierno admitió que las elecciones
municipales estuvieron “marcadas por el desapego de aquellas y aquellos que le
dieron su confianza a la izquierda en mayo y junio de 2012”. François Hollande quiso hacer de
Francia uno de los mejores alumnos de la Europa liberal. Lo pagó caro y le hizo
pagar también mucho a la sociedad. El ala progresista del PS, agrupada en la corriente La Izquierda Ahora, se lo recordó con un llamado público que
circuló apenas se conocieron los resultados de las elecciones: “Hay que cambiar de rumbo”, dice el
texto, que también resalta que “el problema central (...) es el rechazo a la
austeridad”. No hay mejor balance de esta pseudo izquierda en el poder que una
frase del mismo texto: “Los actos
desmintieron a las palabras”. Hay un gran paso entre la poesía política que
se emplea para ganar y los recortes masivos que se deciden a la hora de
gobernar.
El líder del Frente de Izquierda,
Jean-Luc Mélénchon, responsabilizó al jefe del Estado por esta derrota: “La política de Hollande, su giro a la
derecha, su alianza con las patronales y su sumisión a las políticas de
austeridad europeas desembocaron en un desastre”. El socialismo francés es, de hecho, un partido de pequeños burgueses
urbanos, totalmente divorciado con la histórica base popular construida a lo
largo de los años en el país profundo. Las encuestas previas a la elección
mostraban cómo el PS había perdido
incluso el voto de los franceses hijos de inmigrados. La socialista Anne Hidalgo, nacida
en la provincia española de Cádiz,
descendiente de exiliados republicanos que vinieron a Francia durante la Guerra
Civil, se convirtió en la primera mujer
que dirige los destinos de la capital francesa. El socialismo conserva las riendas de la Ciudad Luz, antaño bastión de la derecha, pero pierde al mismo
tiempo un siglo de historia en Limoges. Esta ciudad dirigida por el PS desde 1912 tiene un movimiento
obrero denso y estructurado, una historia ejemplar de movimientos obreros
durante finales del siglo XIX y principios del XX, y dos apodos que lo dicen
todo: “La Ciudad
Roja”, “La Roma del Socialismo”. Un miembro del Consejo Municipal de
Limoges solía decir: “Aquí, la gente nace con un cromosoma de izquierda”. El austericidio de
la socialdemocracia en el poder cambió el cromosoma de la ya ex fortaleza del
socialismo francés.
*****
Marine
Le Pen hizo crecer la legitimidad del partido filonazi Frente Nacional que
había fundado su padre, Jean-Marie.
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LA
OLA AZUL QUE PREOCUPA AL SOCIALISMO FRANCÉS.
La primera vuelta de las elecciones Municipales
del domingo pasado fueron un éxito para Marine Le Pen.
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Objeto de un profundo voto castigo, con una deuda social
e ideológica enorme, el gobierno socialista de François Hollande pagó en las
urnas su tibieza, sus aggiornamentos, sus promesas negadas y su política fiscal
regresiva.
Eduardo
Febbro
Desde París domingo 30 de
marzo del 2014.
La
ola azul se dibuja en el horizonte con la misma nitidez que la debacle
socialista. Empantanada en antagonismos internos, enroscada en una serpentina
de escándalos ligados a la corrupción, sin línea ideológica definida, la
derecha francesa recibió un regalo inesperado al cabo de la primera vuelta de
las elecciones municipales celebradas el 23 de marzo pasado: quedó muy cerca de
revertir el porcentaje que aún hoy favorece al Partido Socialista, el cual
controla el 54 por ciento de las ciudades de más de 9000 habitantes. La derecha
agrupada en el seno de la UMP puede mirar con optimismo histórico la segunda
vuelta del próximo 6 abril. Entre 70 y 100 ciudades podrían pasar bajo su
administración y, con ello, arrebatarle al PS su mayoría municipal. Objeto de un
profundo voto castigo, con una deuda social e ideológica enorme, el gobierno
socialista de François Hollande pagó en las urnas su tibieza, sus
aggiornamentos, sus promesas negadas, su política fiscal y el caudal de
decepcionados que dejó en el camino. Entre una derecha sin timón, pero
emergente y una social democracia abonada al catálogo liberal, la ultraderecha
del Frente Nacional encontró un espacio importante para afianzar su presencia
en el tablero político francés.
En
la primera cita de las municipales, el Frente Nacional se izó a niveles
históricos y hasta forzó dos hazañas, una política y la otra moral. La política
cuando conquistó, desde la primera vuelta, la Municipalidad de Hénin-Beaumont y
se ubicó en posición de fuerza en decenas de otras circunscripciones. La moral,
cuando la presencia de sus candidatos, en la segunda vuelta, cambió la reglas
del juego que enmarcaban hasta ahora las relaciones entre los dos partidos de
gobierno, la UMP y el PS, con la ultraderecha. Una barrera a la vez real y simbólica
se derrumbó sin hacer mucho ruido. Hasta ahora, cada vez que un candidato de la
extrema derecha pasaba a la segunda vuelta, se conformaba una suerte de Frente
Republicano para evitar su elección. La fórmula se acabó. La derechista UMP
optó por el llamado “ni ni”, o sea, cada vez que se produzca una votación
triangular, la UMP no retirará su candidato, ni para favorecer al PS, ni para
favorecer al FN. Ello le aporta el Frente Nacional un grado más de legitimidad,
al tiempo que consagra la estrategia de limpieza total de los harapos filonazis
emprendida por la hija del fundador del FN, Marine Le Pen. No sólo los
resultados electorales certifican su exitosa marcha hacia adelante, sino
también la percepción que la sociedad tiene de ese partido. Entre finales de
los ’90 y principios del 2000, tres de cada cuatro franceses opinaban que el FN
representaba un peligro para la democracia. La cifra bajó: sólo uno de cada
cuatro ciudadanos piensa lo mismo. Marine Le Pen dirige desde 2011 el partido
creado por Jean-Marie Le Pen. En términos de comunicación política, su conducta
ha sido ejemplar. En apenas tres años le hizo subir al movimiento los peldaños
de las urnas, puso entre la espada y la pared a los socialistas y a la derecha,
empujó a ambos partidos a alejarse de los valores que Francia proclama en el
mundo en lo que atañe a los extranjeros al tiempo que amplificó la propagación
de sus ideas en la sociedad sin asustar a nadie. El muro que antes contenía la
verborragia racista también se derrumbó. Como lo señala la actual ministra de
Justicia, Christiane Taubira –objeto de constantes ataques racistas, en una
entrevista publicada por el matutino Libération, “las inhibiciones que impedían
que la palabra ‘racista’ se expresara se disolvieron. Cayeron las máscaras. En
adelante, la palabra ‘racista’ se puede expresar a rostro descubierto en el
espacio público, tranquilamente.”
Derecha
y socialdemocracia fracasaron rotundamente en sus intentos de frenar el avance
de la extrema derecha. Moralistas, culpabilizadores con los electores del
Frente Nacional, ninguno de los dos partidos fue nunca capaz de aportar una
respuesta a los interrogantes y los miedos de esos electores que votan por un
partido de turbio pasado, pero que logró rediseñar su oferta política. En una entrevista
a Marine Le Pen publicada por el vespertino Le Monde, la líder política
francesa señala: “Estamos en el año cero de un gran movimiento patriota, ni de
izquierda ni de derecha, que funda su oposición con la clase política actual
sobre la defensa de la nación, el rechazo del ultraliberalismo, el europeísmo,
un movimiento capaz de trascender las viejas divisiones y plantear las
verdaderas cuestiones”. Todo cambió y nada ha cambiado. Marine Le Pen enjuagó
el discurso xenófobo de la ultraderecha, pero las ideas de “pureza”, “Francia
para los franceses”, “los extranjeros afuera” persisten. Los dos grandes
actores de este momento político francés son la extrema derecha y el Partido
Socialista. Uno porque gana, el otro porque ve desaparecer masivamente el capital
acumulado en 2008. El FN estará representado en 229 ciudades en la segunda
vuelta de las municipales. Sólo su presencia es ya una casi garantía de derrota
para la socialdemocracia francesa. El PS está a punto de perder la ciudad de
Toulouse, la urbe del sur de Francia apodada “la ciudad rosa”, bastión
simbólico de la historia socialista. No hay nada excepcional en ello a la luz
de la política gubernamental. François Hollande se hizo elegir en 2012 con un
discurso antifinanza para someterse luego a los imperios de la Bolsa, con un
giro neoliberal matizado de una política fiscal desfavorable a los ricos, pero
que, al final, terminó recayendo en todo el mundo. El desempleo no cesa de
aumentar y el gobierno no encuentra la sintonía entre el ejemplar modelo
francés y la camisa de fuerza de la austeridad que impone la política europea.
El PS apuesta como última esperanza por un “sobresalto nacional”, o sea, la
movilización de los electores que hicieron posible la victoria socialista en
2012. Una apuesta incierta: para movilizarse es preciso generar entusiasmos,
encarnar proyectos, hacer circular ideas, diseñar horizontes, abrir el sueño de
las perspectivas. Ninguna mediocre gestión de almacenero liberal puede
conseguir reavivar esa llama. François Hollande lo consiguió en 2012. En estos
dos años de presidencia se dedicó a desmontar cada sueño, a borrar cada línea,
a desinflar los entusiasmos, a copiar a la derecha, a encerrar el pensamiento
político en una suerte de ineluctable fatalidad financiera. Nadie puede entusiasmarse con un proyecto
semejante.
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