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CONDENAMOS LA VIOLENCIA Y LA
DESTRUCCIÓN DE LOS DD.HH. SEA CUAL SEA SU ORIGEN. LA VIOLENCIA CONDUCE
INEXORABLEMENTE A MÁS VIOLENCIA.- Mira en que terminó la primavera árabe
en general, sólo Egipto, una dictadura militar. Nuestra mirada mundial, con
profundidad profesional, que está haciendo hoy el neoliberalismo en Europa -
Grecia, España, Portugal sólo como ejemplo, total destrucción de los derechos
de los ciudadanos -. Que está pasando en
México y en el propio Estados Unidos con los millones de desempleados,
migrantes y pobres. América Latina,
crees que el término fascista no corresponde a nuestra realidad. Qué pasó en
A.L. a finales de los 70 y 80 del siglo XX con las dictaduras militares en Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Perú,
Que hizo la terrible "caravana de la muerte". Democracia, populismo,
progresismo, NO. Fue fascismo, violencia, destrucción, muerte- . Hoy la
represión a la ciudadanía en Latinoamérica no es sólo en Venezuela - mira que pasa en Brasil, Colombia, Perú - tiene diferente
origen NO.
Los pueblos se defienden ante
la agresión primero económico financiera - desabastecimiento de productos
de primera necesidad, guerra económica; y a nivel general los conflictos
sociales, la defensa de los pueblos originarios y comunidades históricas de sus
territorios ancestrales, hoy atacados ferozmente por el nuevo modelo del
capitalismo mundial - el capitalismo de desposesión de los recursos naturales- (16 mil conflictos sociales en A.L. en los
dos últimos años 2012-2013) –. Ahora la guerra política, NO para
conseguir o consolidar derechos sociales y políticos, sino todo para destruirlos,
simplemente todo está en poder de las políticas neoliberales,
que han concentrado o su destrucción o su limitación en las últimas décadas.
Por favor, en algún país del mundo en los últimos 30 años las políticas neoliberales
han respetado los DD. HH. Mire lo que
han hecho desde los 90’ en Nuestra América.
Sociólogos Arequipeños, Ciudadanos Peruanos, en el Día del Sociólogo -diciembre del 2013 - y en Homenaje, Despedida del Dr. en Sociología Pablo Raúl Fernández Llerena de la Docencia Universitaria (42 años) UNSA. Homenaje del Colegio de Sociólogos del Perú. Consejo Regional. Arequipa.
Somos Sociólogos, como Ciudadanos, fortalecemos y dinamizamos con nuestro trabajo Profesional las Instituciones Democráticas. (Ejemplo por una Nueva Ley Universitaria; Por una Nueva Facultad de Sociología y Ciencia Política).
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Hoy tenemos democracias, sí,
pero producto de la lucha política y social de nuestros pueblos. Pero la limitación de la
Democracia, que tenemos es muy
evidente, (sorda y ciega con los “de abajo”, violenta, impositiva, novelada
y mediática a favor “los de arriba” que han secuestrado la Democracia y hoy envilecen
la propia Gobernabilidad), hay crecimiento macro-económico sí, pero sin
desarrollo económico-social. No hablemos
de pobreza, vamos más allá, a la estructura del propio sistema vigente: la
desigualdad económico social hoy es la más feroz y cruel del mundo. América
latina es el continente más desigual del mundo y hoy el más violento –
violencia, bandas criminales en el espacio público -.
Miremos finalmente, en países
donde gobierna el “progresismo” (políticas que salen del control neoliberal)
como en los últimos años, han avanzado el reconocimiento y consolidación de los
derechos sociales –mejor calidad de la educación y servicios en salud, derechos
laborales, servicios públicos, trabajo y salarios – en los países que hoy
atacan ferozmente las bandas del neoliberalismo – como siempre utilizando a la juventud, universitarios – porque ahí está
la Nueva Ciudadanía (emergente que reclama mejores derechos de calidad, y
realmente este es un vacío hasta ahora no atendido en todo A.L. ( El ejemplo de hoy Brasil, México, Chile, Perú, etc.). Pero
esto no justifica que hoy se ataque tan ferozmente – el golpismo está presente,
aunque usted no lo vea como realidad, pero no es un golpismo democrático, sino
violento, destructivo, fascista – Y esta violencia, no es propia sólo de Venezuela,
miremos como hoy responde y como amenaza en todo el mundo las políticas
corporativas e intervencionistas del imperio, que se juega su “poder” en el Nuevo Orden Mundial. Lo
cierto y evidente, es que el imperialismo y sus políticas actuales el
neoliberalismo se juegan su tiempo suplementario ante el despertar político de
la Ciudadanía Mundial. (escenario
dialéctico de las clases y la lucha de clases, de la globalización del
desempleo, globalización
de la desigualdad económico-social, mundialización de la indiferencia,
mundialización de la Insurgencia Mundial de la Ciudadanía).
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El movimiento social universitario chileno entre 2006 y 2013 - en su lucha permanente por la Gran Reforma de la Educación, ha logrado consolidar los Derechos Ciudadanos en una Ciudadanía Juvenil, testimonio de organización, lucha, movilización, defensa diaria de sus derechos Ciudadanos. Luchan en Democracia, hay oposición política, es un movimiento social contestatario a una de las sociedades de mayores políticas neoliberales. Pero jamás fue un movimiento golpista y que puse en grave riesgo la democracia a pesar de los grandes problemas de la propia democracia en Chile.
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HABLAR, VOTAR Y COMER EN
AMÉRICA LATINA.
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Restringir los Derechos en
una definición de autoritarismo, aplicable a todo tiempo y lugar, y a toda
orientación ideológica.
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Héctor E. Schamis.
Democracia.com Domingo 16 de mayo del
2014.
La teoría. Ni el Gobierno más represivo
es capaz de mantenerse en el poder únicamente por medio de la fuerza. Todo
régimen político descansa sobre un “contrato social”. La noción es figurativa,
claro está, para captar la idea de una fórmula institucional por la cual la
población acepta el orden político existente: obedece, pero lo hace a cambio de
algo. Ese algo son los derechos -y sus diferentes combinaciones- que legitiman
un régimen a los ojos de la sociedad.
O lo contrario. Por eso, en la literatura sobre democratización hablamos de
“esferas de derechos”, de su proporción relativa y de su interacción. El “mix”
de derechos civiles (libertades individuales, debido proceso), políticos
(sufragio irrestricto) y sociales (el estado de bienestar) definen el contorno
y el contenido de ese contrato social. También sintetizan tres tradiciones de
pensamiento: liberal, democrática y socialista, respectivamente. En la álgebra
del poder, la ecuación del hablar, votar y comer.
Imagine el lector, entonces, tres
esferas que se superponen entre sí, como en un diagrama de Venn, sí, el de la
escuela secundaria. En un orden democrático ideal, esas esferas de derechos
-civiles, políticos y sociales- son amplias, robustas e intersectan en vastos
espacios. Se refuerzan mutuamente. Allí también hay lugar para un cuarto tipo
de derechos, para minorías: de género, étnicas, o de identidad y orientación
sexual, entre otras. En esa diversidad reside la ciudadanía democrática, y todo
eso sancionado por la Constitución, institución cuya premisa fundamental es que
esos derechos se ejercen a plenitud únicamente si el uso del poder público está
restringido a priori, o sea, dividido y limitado por normas estables.
La historia, estilizada. Entre la
Primera Guerra y los años treinta se desmanteló el estado oligárquico, un régimen
que contaba con las instituciones usuales de la democracia, o sus edificios,
más bien, ya que la ciudadanía era restringida. Siguiendo con Venn, aquel era
un orden con esferas de derechos reducidas. La Depresión abrió las puertas para
la entrada de nuevos grupos sociales en demanda de un espacio legítimo. Y hacia
mediados de siglo, esos grupos ya estaban organizados en una alianza social que
tenía un distintivo ethos político: el populismo.
El populismo no favoreció la
expansión de derechos civiles, que quedaron tan débiles como estaban. Su
contrato social era votar y comer, más que hablar. Con la expansión del
sufragio y la redistribución de ingresos -la incorporación de las clases
populares- el populismo amplió derechos políticos y sociales. Así construyó
ciudadanía, no obstante su clientelismo genético, y fue el protagonista de una
etapa histórica democratizadora, aun a pesar de sí mismo. El problema principal
fue su economía política, estructuralmente destinada a reproducir ciclos de
auge y caída -y exacerbar sus correlatos políticos- inflación, conflicto
distributivo y recurrente inestabilidad.
Eso hasta los setenta, cuando las
dictaduras militares decidieron terminar con el populismo y sus parientes
cercanos. Su objetivo fue corregir la inflación y terminar con la violencia
política generadas por el populismo, claro que por medio de la mayor violencia
política de la que se tuviera memoria. Ni votar ni comer y mucho menos hablar,
que implicaba perder la vida. Las esferas de derechos nunca habían sido tan
minúsculas.
En esos años la región aprendió la
lección de los derechos humanos con sangre, literalmente. La principal moraleja
fue que el progresismo, en sus versiones populista y socialista por igual,
sistemáticamente había dado su espalda a los derechos civiles, menospreciando
el valor de las libertades individuales y las garantías constitucionales. Esa
fue la transición de los ochenta, el proyecto de escribir un nuevo contrato
social, con tres -y hasta cuatro- esferas de derechos, robustas y dinámicas.
Democracia y “populismo” hoy. Ese
proyecto se truncó al llegar el siglo 21, cuando la región comenzó a
beneficiarse de términos de intercambio sin precedentes. Los precios de los
bienes exportables en relación a los importables jamás habían sido tan favorables,
ni el superávit de divisas tan holgado. Varios Gobiernos aprovecharon para
desempolvar la retórica del populismo y el nacionalismo económico, redistribuir
recursos, expandir las redes clientelares, concentrar poder en el Ejecutivo,
re-escribir las constituciones a su medida, y así perpetuarse en el poder.
Algunos llaman a esto populismo del
siglo 21. Se parece al original, pero el elefante también se parece al mamut
-de hecho, su ADN es idéntico en un 95 por ciento- y no obstante son especies
distintas; pertenecen a diferentes períodos históricos. Es una buena metáfora
para esta discusión, porque si todo lo llamamos de la misma manera,
terminaríamos como Maduro, que denomina fascista -un fenómeno europeo de la
entre-guerra y punto- a todos sus opositores.
Más allá de la deseable disciplina
conceptual, la diferencia más notable reside en que, precisamente por el
contexto histórico, el contrato social del populismo del siglo 20 cumplió una
función democratizadora. No amplió todos los derechos que una democracia
liberal habría requerido, pero incluyó y construyó ciudadanía política y
social. Este “populismo”, por el contario, posterior a la agenda y al
movimiento de derechos humanos, tiene que reducir esferas para reproducir el
contrato social del populismo original: comer y votar (siempre por el
oficialismo, además) pero sin hablar. Y eso es autoritario, por la simple razón
que restringir derechos -en lugar de ampliarlos y reforzarlos- es una
definición de autoritarismo, aplicable a todo tiempo y lugar, y a toda
orientación ideológica.
En este sentido, el apoyo a Maduro
de los demás Gobiernos de la región bien podría ser más por temor al efecto
contagio, como en las crisis bancarias, que por convicción ideológica. Porque
si lo de Venezuela continúa y surgieran imitadores, esto se transformaría en
una verdadera primavera latinoamericana. La incesante demanda por una
ciudadanía plena: votar y comer, pero también hablar.
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