VIOLENCIA Y RACISMO EL CASO DE LOS JUDIOS
CON LOS PALESTINOS.- Ocurrido en la presente semana.- "Mientras los políticos israelíes condenaron
rotundamente el ataque incendiario
mortal en una casa palestina en Cisjordania, no hay que esperar palabras
conciliadoras por parte de los rabinos
extremistas que han pasado años incitando a este tipo de violencia. Las
palabras hebreas “venganza” y “larga
vida al Mesías”, pintadas con spray sobre en el edificio carbonizado,
sugieren que los responsables son los colonos extremistas y el Ejército israelí
considera el incidente un acto de “terror
judío”. Esto no es ninguna sorpresa para los que han estado siguiendo a los
rabinos radicales de Cisjordania. En
2009, los rabinos Yitzhak Shapira y Yosef Elitzur, los líderes en un
seminario en el asentamiento de Yitzhak, provocaron controversia con La Torá del Rey, un libro sobre la
permisibilidad de matar a los no-judíos. Los
autores afirman que ley judía permite el asesinato de niños no judíos por
la futura amenaza que pueden causar. “No
hay razón para no dañar a los niños si está claro que van a crecer para
hacernos daño”, dice. Los autores fueron arrestados bajo sospecha de
incitar al odio racial después de la publicación del libro, pero fueron puestos
en libertad y nunca fueron acusados. En 2011, a Elitzur se le prohibió la entrada a Gran Bretaña
a causa del libro. Pero son casi los únicos líderes religiosos que
usan la religión como justificativo para el racismo y la violencia. El rabino Itzjak Ginsburgh, presidente
de la escuela religiosa Yitzhar y
maestro de los autores, provocó una conmoción en la década de 1990 por alabar a Baruch Goldstein, el
colono que en 1994 masacró a 29
palestinos que estaban orando en una mezquita en la Cueva de los Patriarcas de
Hebrón. Justificó las acciones de Goldstein diciendo que cumplían el principio legal
judío de la venganza –la misma frase pintada en la casa incendiada en las
primeras horas de la mañana de ayer".
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RACISMO Y
CIVILIZACIÓN.
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José Pablo
Feinmann.
Página /12
domingo 2 de agosto del 2015.
Nuestra literatura está atragantada de textos racistas.
También la de los países restantes de Suramérica. No “restantes” porque son lo
que queda después de nosotros. Somos semejantes en muchas, demasiadas cosas
como para establecer diferencias sustanciales. Somos un continente que ha
tenido y sufrido una historia similar, no idéntica pues nada es idéntico, lo
similar establece un paralelismo y no un bloque, no una mismidad. Esa mismidad
surge dentro de las diferencias, surge como diferencia, pero se establece,
existe como destino compartido, paralelo. Eso nos permite señalarla. Nosotros,
los pueblos de Suramérica, tenemos una mismidad que es la de nuestros destinos
compartidos, la de nuestro origen y la de nuestro despojo. En junio de 2013, el
presidente Evo Morales se presentó en la reunión de los Estados productores de
petróleo, en Moscú. Llevó a cabo un operativo asombroso y profundo. Hasta ese
momento deambulaba por Internet un texto impecable. Se le atribuía al cacique
Guaicaipuro Cuauhtémoc, se decía que era falso ya que lo había escrito el
venezolano Luis Britto García. Qué pena: el texto es magnífico. Pero ese sabor
a falsía, le erosionaba sus verdades.
Evo decidió solucionar la cuestión. Lo hizo suyo, leyó
ese texto en esa reunión de países productores de petróleo. Sólo él, un
auténtico descendiente de los pueblos originarios de América del Sur, sólo él,
un indio como lo fuera el cacique Guaicaipuro, podía hacer suyo el lenguaje
–calmo pero perfecto en su denuncia económica y civilizatoria– de su antepasado.
Ahora no había nada que discutir. Todas las verdades del texto de Cuauhtémoc
eran asumidas por Evo Morales. Ese texto ya no era un invento de algún escritor
temerario que había inventado a un cacique evanescente, de leyenda, que decía
habladurías destinadas a transitar los caminos anónimos, inverificables,
ligados a la falsedad o al rencor, de los laberintos de Internet. El que
hablaba era Evo Morales, en su condición de presidente de Bolivia. El discurso
de Evo dibuja con exquisita precisión el saqueo de eso que se llama
“descubrimiento de América”. Ese saqueo, deducía, había posibilitado el
despegue del capitalismo en Europa. Y su revolución industrial.
En junio de 2013, el presidente Evo Morales se
presentó en la reunión de los Estados productores de petróleo, en Moscú. Llevó
a cabo un operativo asombroso y profundo. Hasta ese momento deambulaba por
Internet un texto impecable. Se le atribuía al cacique Guaicaipuro Cuauhtémoc. Evo
decidió solucionar la cuestión. Lo hizo suyo, leyó ese texto en esa reunión de
países productores de petróleo. Sólo él, un auténtico descendiente de los
pueblos originarios de América del Sur, sólo él, un indio como lo fuera el
cacique Guaicaipuro, podía hacer suyo el lenguaje –calmo pero perfecto en su
denuncia económica y civilizatoria– de su antepasado.
***
Hay un elemento original y presentado casi en la
modalidad del humor oscuro, doloroso por lo siniestro, pero real. El saqueo de
la conquista y las matanzas que lo hicieron posible han generado (para ese
continente) una deuda externa de dimensiones monstruosas: “Informamos a los
descubridores que nos deben, como primer paso de su deuda, una masa de 185 mil
kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de
300. Es decir, un número para cuya expresión total serían necesarias más de 300
cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra. Muy pesadas
son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían calculadas en sangre?”. También
en grandes autores europeos existe ese reconocimiento. (Salvo que Evo pide a
Europa que pague su deuda y, argumenta, sólo existe un medio: que los europeos
entreguen la entera Europa a los americanos, a los indoamericanos, dice, pero
poca participación tendría Argentina en esa espléndida cobranza, pues se sabe:
descendemos de los barcos, de modo que sugerimos al presidente Evo reclame a
Europa para Suramérica toda.)
Tanto Adam Smith como Karl Marx destacaron la importancia
de nuestro continente para el capitalismo. Marx, incluso, llega a afirmar, en las
primeras páginas del Manifiesto, que el “descubrimiento” de América posibilitó
la creación de la gran industria. Claramente: hubo capitalismo porque hubo
conquista de América. Para todo pensador europeo y para los europeos en general
el concepto de “descubrimiento” expresa la ratio europeísta. América es, en
efecto, descubierta para Europa. La mirada europea, al ser la de la
civilización, descubre todo territorio en que su codicia se deposite. La
civilización introduce en la Historia todo territorio descubierto. Así, los
conquistados estarán siempre en deuda con los conquistadores, aun cuando éstos
saqueen sus riquezas: sin ellos, quedarían fuera de la Historia. No es casual
que Hegel haya creado la expresión “pueblos sin historia” para aquellos que
permanecen ajenos o rezagados ante la marcha de la historia, que es la de
Occidente.
Suramérica habrá
de ser pensada, hoy, por nosotros, suramericanos, por medio de dos conceptos: 1) conquista en tanto saqueo; 2) condición de posibilidad del
surgimiento y desarrollo del capitalismo occidental. Este segundo punto es el
que menos ha sido pensado. Está en el discurso de Evo Cuauhtémoc Morales que
hemos citado. La deuda que tienen con nosotros es tan inmensa que apenas si
alcanzaría con que nos dieran la Europa entera para cancelarla. No es una
propuesta disparatada. Si se hicieron a sí mismos con lo que se llevaron de
Suramérica, lo que nos deben es, entonces, el ser. Han sido y son Europa por el
saqueo de las colonias. Esa deuda tienen. Para cancelarla tienen que darnos el
ser. Si algo son, eso que son se lo deben a los saqueados y masacrados de las
colonias. Lejos siquiera de imaginar alguna forma de devolución, el Occidente
capitalista (trágicamente hoy) lleva su racismo al extremo.
Los “esclavos” y los “monstruos” que fabricaron con su
rapiña, desesperados, hambrientos, quieren “entrar” en Europa. O porque ahí hay
comida o porque huyen de regímenes sanguinarios siempre sostenidos y armados
por Europa, según sus intereses. Igual sucede con el porteño que detesta a los
bolitas, los paraguas, los yoruguas o los perucas porque “vienen a robarse el
país” o porque “no trabajan” o porque “roban” o “porque trabajan demasiado”.
Este racismo porteño viene desde los inicios del siglo XIX. Siempre estuvo en
Buenos Aires la “civilización”, la “gente bien”, los “blancos”. El odio al Otro
siempre es racial. El Otro es el negro. La negritud es enemiga de la
civilización. No mencionemos aquí, por haberlo hecho otras veces, el racismo en
El matadero o en Facundo. Pero no dejemos pasar Amalia, de 1851, novela
publicada en Uruguay por el exiliado unitario José Mármol, distinguido
representante de la elite porteña.
Ya David Viñas hizo un gran trabajo en su clásico
Literatura argentina y política. Ahí analiza la descripción que realiza Mármol
de dos habitaciones duramente diferenciadas: la de Amalia y la de Rosas. Con
Amalia apela al romanticismo espiritualista. Con Rosas, al naturalismo, a ese
naturalismo que había extremado Echeverría para describir a los secuaces del
Restaurador en tanto bestias. Expulsado de la condición humana, el Otro se
convierte en lo absolutamente Otro, nada importará matarlo. Esta reducción del
Otro a la condición de bestia es la condición de posibilidad de todo verdadero
racismo. En la conquista de América ese papel lo juega el Evangelio. Al no
tener los indios “alma”, al negarse a la evangelización, sólo restaba matarlos
o esclavizarlos, dándoles un trato aún peor que a los animales. El tema es uno
de los más calientes de este momento histórico. Los bárbaros atacan las
ciudades de la opulencia. Con sólo odiar a los bolivianos o a los paraguayos,
todo porteño puede sentirse un europeo.
¿Qué son los bolitas y los paraguas? Inmigrantes, la
figura pre-humana y la escoria social más odiada (y temida) en Europa. “El
primer ministro británico”, escribe Cahal Milmo en The Independent de
Inglaterra (texto publicado el 37/07/2015 en este diario, Página/12), “David Cameron,
calificó ayer de ‘enjambre’ a los migrantes”. Acudiendo a una terminología
adecuada a sus propósitos, que sólo de ese modo pueden expresarse sin caer en
la corrección política o el progresismo de mejores modales (en el que cayeron
quienes se apresuraron a criticarlo), el ministro Cameron dijo: “Esto (la
inmigración indeseada) nos pone a prueba, lo acepto, porque hay un enjambre de
inmigrantes que llega a través del Mediterráneo buscando una vida mejor”. Aquí,
a los inmigrantes, también se los supo tratar. Cameron necesita urgente a un
Miguel Cané que le redacte una Ley de Residencia, ésa, la 4144, también llamada
Ley Cané y que él nombraba como “deliciosa ley de expulsión”. (Cané, además,
padecía una paranoia sexual con los inmigrantes: “¡Violarán a nuestras
vírgenes!”.)
Pero hay que detenerse en el notable y preciso concepto
de enjambre que Cameron utiliza. Remite, ante todo, a las abejas. Una abeja es
un insecto. Al calificar a los grupos de inmigrantes en tanto “enjambre”,
Cameron los deshumaniza, los reduce a la condición de insectos. Los inmigrantes
son insectos. Los piojos también. Los inmigrantes son, para Cameron, eso que
los judíos eran para Hitler: insectos, piojos. El piojo no debe formar parte de
la comunidad nacional porque vive a costo de ella, le chupa la sangre, es
parasitario. Es “un cuerpo extraño en el organismo nacional”. También los
bolitas y los perucas y los paraguas son eso.
“El judío”, escribe Hitler, o le dicta a Rudolf Hess
durante los días de su prisión, “fue siempre un parásito en el organismo
nacional de otros pueblos (...) Propagarse es una característica típica de
todos los parásitos, y es así cómo el judío busca siempre un campo de
nutrición” (Adolf Hitler, Mi Lucha, capítulo XI: La nacionalidad y la raza). El
odio al Otro, al diferente, desde el odio al negro, al judío, a los inmigrantes
indeseados o a las travestis, es un arma política para seducir a los mediocres,
a los resentidos, a los que no tienen otro modo de sentirse algo sino por medio
del odio a algún otro. “Vienen a robarnos Alemania”, dice un neonazi. Por
consiguiente, Alemania es mía. “Vienen a robarnos el país”, dicen los
argentinos del odio. Por consiguiente, Argentina es de ellos. Qué
sencillo, pero enfermo, modo de apropiarse de un país que, saben, nunca fue de
ellos ni lo será.
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