CARLOS MARX. LA ACUMULACIÓN ORIGINARIA DEL CAPITAL.- La
acumulación originaria, acumulación previa o acumulación
primitiva es un concepto acuñado por Karl Marx
en los capítulos XXIV y XXV del primer volumen de El Capital.
(En alemán: ursprüngliche Akkumulation, también ha sido traducido
como "acumulación previa"). Es un concepto clave en la arquitectura
de El Capital, pues es el que señala el carácter histórico en las categorías
de la economía política y del propio capitalismo. Es
una precondición de los procesos de Acumulación del capital. Marx dice que la
acumulación primitiva significa la expropiación de los productores directos, y
más específicamente, "el aniquilamiento de la propiedad privada que se
funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador",
permitiendo un elemento clave del capitalismo: "la explotación del trabajo formalmente libre de otros, es decir,
el trabajo asalariado". El sentido de la acumulación primitiva es
privatizar los medios de producción, de tal modo que sus
propietarios puedan aprovecharse de la existencia de población sin medios que
tiene que trabajar para ellos. Esa privatización afectó sobre todo a las
grandes masas rurales, que eran expulsadas del campo y respondía a un programa
político que se ha llamado individualismo agrario. La
privatización destruía decenas de formas tradicionales de definir los derechos
de acceso de la población a los medios de producción y los recursos naturales:
vinculación de los siervos a la tierra, derechos comunales.
Marx
acuñó la noción de "acumulación originaria" y
usó ejemplos históricos para darle cuerpo, como forma de criticar lo que
pensaba que eran mistificaciones ideológicas sobre los orígenes del
capitalismo. Y escribió
“Esta
acumulación originaria viene a desempeñar en la Economía política más o menos
el mismo papel que desempeña en la teología el pecado original. Adán mordió la manzana y con ello el
pecado se extendió a toda la humanidad. Los orígenes de la primitiva
acumulación pretenden explicarse relatándolos como una anécdota del pasado. En
tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora,
inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados,
haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más. Es cierto que la leyenda
del pecado original teológico nos dice cómo el hombre fue condenado a ganar el
pan con el sudor de su rostro; pero la historia del pecado original económico
nos revela por qué hay gente que no necesita.
Frente
a estos mitos de la economía política, Marx considera
que lo que tiene que explicarse es cómo se establecieron históricamente las
relaciones de producción capitalistas. Es decir, cómo los medios de producción
se convirtieron en mercancías que se poseen y se pueden comprar y vender, y
cómo es que los capitalistas pueden encontrar trabajadores en el mercado de
trabajo desposeídos de medios de vida y, en esas condiciones, dispuestos a
trabajar para ellos.
Cuatro siglos después, de la acumulación originaria(tiempos del surgimiento del capitalismo, en sustitución del régimen feudal) hoy
el capitalismo en la época de crisis mundial, la época de la transnacionalización de los monopolios imperialistas, es decir, la globalización neoliberal, el capital asume una nueva forma de
acumulación – la acumulación por
desposesión del capital a nivel global -, el mismo que ha sido
definido por el extraordinario Maestro David Harvey:
“Toda esta focalización de Harvey en
los procesos espaciales de acumulación tiene una consecuencia política
especialmente importante. Estas líneas de análisis conducen a
lo que Harvey denomina acumulación por desposesión, es decir, a las
formas de captar la riqueza social que no pasan tanto por la sustracción del
plusvalor como valor nuevo que surge de un proceso de producción, como a la
captación de la riqueza ya producida o de la riqueza no producida por medios
capitalistas --los activos naturales serían el mejor ejemplo de esta segunda
forma--. Harvey, siguiendo también una
línea de interpretación marxista, que no ha sido mayoritaria en las décadas
anteriores pero siempre ha seguido viva, recupera el concepto de acumulación
primitiva que Marx situaba como la génesis violenta del capitalismo, en la
que la clase capitalista se constituyó mediante el robo y la apropiación de los
bienes comunales que sostenían las formas comunitarias precapitalistas, y lo
amplía temporalmente para sostener su vigencia permanente en todas las formas
de capitalismo posteriores. El crédito inmobiliario, la pérdida de activos
públicos por la privatización o la apropiación masiva de recursos naturales, en
nuestro caso mediante medios financieros, son estrategias de acumulación
centrales para el capitalismo actual. Los programas de austeridad, punta de
lanza de la gestión neoliberal de la crisis, que en la actualidad sufre medio
mundo y muy en especial España, no serían más que una forma coordinada de este
tipo de acumulación. En términos políticos, este análisis de Harvey acaba
con un cierto tipo de marxismo que privilegiaba de manera excesiva las luchas
en el lugar de trabajo, y más en concreto del obrero industrial, como lugar
donde se jugaba la derrota del capitalismo. Un entorno de acumulación por
desposesión generalizada nos devuelve a un escenario en el que las luchas por
la vivienda como valor de uso, los impagos de la deuda, las luchas por los
servicios públicos y por los bienes comunes, por el espacio público o por la
titularidad social del conocimiento y la tecnología, tienen tanta importancia
como las luchas en el lugar de trabajo y en torno al mercado laboral. De hecho, las complementan
y amplifican”, Isidro López. Rebelión.
/////
LA APROPIACIÓN PRIVADA DE LA RIQUEZA COMÚN.
La crisis ha abierto nuevas oportunidades
para el despojo.
*****
Manuel Guerrero Boldó.
El Salmón
Contracorriente.
Rebelión miércoles 20 de
enero del 2016.
Actualmente,
nociones como privatización o mercantilización están cobrando un protagonismo
renovado en el contexto de crisis sistémica en el que nos encontramos. Sectores
como la educación, la sanidad, la vivienda y los servicios públicos, así como
el ámbito militar y el gubernamental, con la frecuente práctica de la
externalización o subcontratación de servicios, se ven sometidos a estas
lógicas capitalistas.
“Todo producto es un
cebo con el que el individuo trata de atraerse lo esencial de otra persona: su
dinero. Toda necesidad, real o potencial, es una debilidad que hará caer al
pájaro en la trampa”
Karl Marx
El
fenómeno no es nuevo, es una condición necesaria para la construcción y/o
consolidación del poder de clase. Sin embargo, tal como señala David
Harvey, “solemos reducir el problema de la acumulación por desposesión a la
incapacidad para aplicar, poner en práctica y regular satisfactoriamente el
comportamiento de los mercados” [1].
En
los siglos que nos preceden, el hombre y la naturaleza pasaron a denominarse
fuerza de trabajo y tierra respectivamente para ser acogidos en el mercado.
Como apuntaba Karl Polanyi, el hombre ya podía comprarse y venderse
universalmente a un precio llamado salario. Por su parte, el uso de la tierra
comenzó a mercantilizarse con un precio llamado renta. Se creó la ficción de
que la mano de obra y la tierra se producían para ser vendidas; todo ello
iniciado por medios coercitivos y extralegales en un proceso enunciado
por Marx como “acumulación originaria”. En éste se fundó el
divorcio entre los medios de producción y los productores directos. Las tierras
comunes se verían parceladas, cercadas (enclosure) y enajenadas en el
mercado mediante el despojo a unos campesinos que se vieron obligados a
abandonar la tierra (su medio de producción) y a vender su fuerza de trabajo
por un salario en este nuevo mercado dedicado a la mano de obra.
En
el siglo XIX, las clases medias eran portadoras de unos intereses comerciales
que fundamentaron la incipiente economía de mercado. Dichos intereses
coincidían con la necesidad y el deseo general de producción y creación de
empleo; lo que hacía pensar en un círculo virtuoso de expansión de los
negocios, generación de empleo para todos y rentas para los propietarios. Sin
embargo, aspectos como la explotación en el trabajo, la contaminación y la
deforestación, la destrucción de las costumbres, el deterioro de la calidad de
vida, etc., no eran tenidos en cuenta más allá del cálculo de las ganancias. El
liberalismo económico se comenzó a imponer como principio organizador de la
sociedad desde la creencia casi mística en la merced global de aquéllas.
Mediante
la acumulación por desposesión, los trabajadores y trabajadoras y
su antiguo medio de producción, la tierra, serían explotados libremente por el
capital. Estas formas de desposesión, que fueron cruciales para la creación del
capital, no se detuvieron aquí, se han perfeccionado y han sido protagonistas
hasta nuestros días.
Por
citar algunos ejemplos: colonialismo, neocolonialismo basados en la apropiación
de activos (en muchos casos, recursos naturales), el acaparamiento de tierras,
la práctica de los desahucios o el programa político e intelectual inspirador
del giro neoliberal de los años setenta del siglo XX que nos afecta hoy;
expresado con gran lucidez por Lewis F. Powell en su
“Memorándum confidencial: Ataque al sistema americano de libre empresa” para la
Cámara de Comercio de EEUU. Rescatar algunas de sus líneas, puede resultar
esclarecedor: “[…] Hay que reconocer honestamente que los hombres de empresa no
han sido enseñados o equipados para conducir guerras de guerrillas contra
quienes realizan propaganda contra el sistema y buscan insidiosa y
constantemente sabotearlo. […] Pero no se debe posponer la acción política más
directa, a la espera de que el cambio gradual en la opinión pública se efectúe
a través de la educación y la información. El mundo empresarial debe aprender
una lección aprendida hace mucho tiempo por los trabajadores y otros grupos de
presión.
La
lección es que el poder político es necesario; que ese poder debe ser cultivado
con perseverancia, y que, cuando sea necesario, se debe usar con agresividad y
determinación –sin vergüenza y sin la renuencia que ha sido tan característica
del mundo empresarial estadounidense. […] No debería haber ninguna vacilación
en atacar a los Naders, los Marcuses y otros que persiguen abiertamente la
destrucción del sistema. No debería haber el menor titubeo para presionar con
fuerza en todos los ámbitos políticos para que se apoye al sistema empresarial.
Tampoco debería haber renuencia en sancionar políticamente a quienes se le
oponen” [2].
No
cabe duda de que, con la ventaja que nos da el paso de los años, este
llamamiento a la lucha de clases, se podría llegar a calificar casi de
profético. Actualmente, se ven amenazadas con la disminución o supresión,
varias formas de propiedad común como la educación, el sistema público de
pensiones o la sanidad.
Estos
son algunos ejemplos de actualidad en los procesos de acumulación por
desposesión que se promocionan desde el Estado gracias a su monopolio en la
definición de la legalidad o el uso de la violencia. Llegado el caso, estos
procedimientos pueden ser legitimados/respaldados, también, por instituciones
supranacionales. El endeudamiento y el uso del sistema de crédito como otro
contundente instrumento de acumulación por desposesión, se ha mostrado con toda
su crudeza en la exigencia alemana de privatización parcial del puerto del
Pireo y de los 14 aeropuertos regionales como condición al tercer rescate de
Grecia.
No
debemos olvidar una máxima defendida por Milton Friedman y la
mayoría de los economistas neoclásicos: “a cada uno de acuerdo con lo que
producen él y los instrumentos que posee”. El problema de esta afirmación
reside en que, en el capitalismo, los
poseedores de los medios de producción son, normalmente, distintos a quienes
los manejan.
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Notas:
[1]
David HARVEY: Diecisiete contradicciones y el
fin del capitalismo, IAEN, Madrid, 2014, p. 72.
[2]
Véase la
traducción al castellano del Memorándum de Lewis F. Powell en la siguiente
dirección.
Manuel
Guerrero Boldó es Investigador en el Departamento de Historia Contemporánea de
la UCM.
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