Lo que viene ahora es un gobierno de la derecha con apoyos
implícitos o explícitos del PSOE. Tienen que
hacerlo bien, vestirlo adecuadamente y no dar sensación de gobierno de
coalición, pero habrá acuerdo, al menos durante los dos próximos años. A pesar de lo que el stablishment vendió y ahora defiende con pasión, lo que viene es todo menos estabilidad política y
social. Lo que nos espera
ahora son los ajustes estructurales pendientes, es decir, los recortes en el
gasto público, las enésimas reformas en el mercado laboral y, me temo, una
nueva vuelta de tuerca en la delicada cuestión de las pensiones. La troika, no hay que olvidarlo, ha sido la otra gran
vencedora estas elecciones y ahora exigirá su parte del botín.
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El bipartidismo resiste, pero por el lado derecho.
ESPAÑA. 26J: EL
BIPARTIDISMO SE REFUERZA POR LA DERECHA.
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Manolo Monereo.
Cuarto Poder. Jueves 30 de junio del 2016.
A la memoria de Rudi Dutschke
Parecería que el problema
central de estas elecciones ha sido el retroceso
electoral de Unidos Podemos (UP). Más claramente, que el triunfo de
la derecha tiene menos importancia que los resultados de UP. Es un viejo
asunto, el enemigo peor es el más próximo; se hace política desde él y contra
él sin importar la correlación real de fuerzas, las razones objetivas de los
avances y los retrocesos y, en definitiva, en juzgar al mismo nivel a los que
tienen el poder y a los que luchan contra él. Los resultados de UP deberían ser
analizados con mucha precisión porque no fueron detectados por las encuestas,
ni siquiera por las realizadas a pie de urna. Lo que pasó, se decantó en un
momento final y no estaba asegurado desde el principio.
No es la primera vez que
esto ocurre en España. Ya pasó en el 93 cuando fue elegido Felipe González.
La gente se movilizó masivamente a pesar de la corrupción, del GAL y de la “cal
viva” y volvió a premiar al PSOE, es decir, se votó “con la nariz tapada” y se
ocultó el sentido del voto. Me temo que ahora ha pasado lo mismo: la derecha se
ha movilizado plenamente y UP ha sido neutralizada. En el centro, una parte de
nuestra cultura política que creíamos desaparecida y que siempre acaba siendo
el resorte último del poder. Me refiero al miedo a la inestabilidad, a los
cambios, a la ingobernabilidad. En la Transición a esto se le llamó ‘consenso’,
que no era otra cosa que una alternancia pactada entre partidos dinásticos
consentida por el poder.
Esto explica la razón
última de la victoria del PP. Muchos no salen de su asombro: ¿cómo es posible
que un partido, maquinaria perfecta de corrupción, haya vuelto a ganar las
elecciones incrementando además votos y escaños? Porque ha ganado en sitios
emblemáticos, en Madrid, en el País Valenciano, en Galicia, en Extremadura, en
Andalucía… Lo más grave es que, en los últimos días, surgió el escándalo de un
ministro del Interior, de Fernández Díaz, que mostraba en todo su
esplendor en funcionamiento de las “cloacas” del Estado contra los enemigos
políticos de la derecha. Ni por esas; volvieron a ganar y de qué manera. El
otro gran asunto fue la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, presentada
como una catástrofe universal y un mal absoluto que amenazaba nuestro futuro.
Esto último, a mi juicio, jugó poderosamente para afianzar la cultura de la
estabilidad y del consenso en torno a la derecha política, en torno al poder de
verdad.
El PSOE ha ido a lo suyo.
Se podría decir que hubo una perfecta división del trabajo de los partidos
dinásticos turnantes. La derecha se polarizó poderosamente contra Unidos
Podemos y el PSOE hizo el trabajo sucio por la izquierda a la hora de demonizar
a UP. Susana Díaz, como siempre, lo expresó con mucha claridad: se ha
vencido al enemigo populista y ese era el principal objetivo del PSOE. Este
sigue bajando en votos y en escaños y renuncia de hecho a ser alternancia real
al PP. Tarde o temprano, una vez conseguido su objetivo principal —neutralizar
a UP— tendrá que resolver sus problemas internos y no parece demasiado segura
la jefatura de Pedro Sánchez.
UP ha perdido, de los votos
posibles, algo más de un millón. Supone un retroceso en un camino plagado de
éxitos. Es pronto para entender lo que ha pasado. Hay diversos elementos que
parecen haber contribuido a este resultado. Una parte de IU y de Podemos
parecen no haber estado de acuerdo con la convergencia; la cuestión nacional y
el derecho a decidir sigue siendo una cuestión compleja, no siempre bien
resuelta en el imaginario social de los hombres y mujeres de UP. No sabemos con
certeza qué importancia ha podido tener para los votantes de UP el miedo a la
desestabilización o la desmovilización ante unas encuestas siempre vencedoras.
A la campaña de UP le ha
faltado, a mi juicio, polarización y un discurso claro y nítido alternativo.
Nos hemos polarizado con la derecha sin la fuerza necesaria y dejando sin
respuesta, muchas veces, a los ataques permanentes del PSOE. No hemos sido
capaces de construir una agenda alternativa a la del poder. Europa, mejor
dicho, la UE, apenas si salió en el debate cuando estaba “cantado” que unos
días antes de las elecciones se dirimía el Brexit, las grandes
cuestiones políticas, las reformas sustanciales de la Constitución aparecieron
poco y ahí andaba, nada más y nada menos, que el Estado federal, la
independencia de la justicia o la cuestión de la corrupción, por no hablar del
cambio de sistema electoral. Faltó discurso en positivo explicando un proyecto
de país factible, realizable y, a la vez, radical.
Pablo Iglesias y Ada Colau, fueron los grandes perdedores. NO funcionó la Alianza de Podemos e Izquierda Unida, Hubo mucho miedo y basura política.
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Lo que viene ahora es un
gobierno de la derecha con apoyos implícitos o explícitos del PSOE. Tienen que
hacerlo bien, vestirlo adecuadamente y no dar sensación de gobierno de
coalición, pero habrá acuerdo, al menos durante los dos próximos años. A pesar
de lo que el stablishment vendió y ahora defiende con pasión, lo que
viene es todo menos estabilidad política y social. Lo que nos espera ahora son
los ajustes estructurales pendientes, es decir, los recortes en el gasto
público, las enésimas reformas en el mercado laboral y, me temo, una nueva
vuelta de tuerca en la delicada cuestión de las pensiones. La troika, no hay
que olvidarlo, ha sido la otra gran vencedora estas elecciones y ahora exigirá
su parte del botín.
Hay una cuestión que merece
la pena subrayar, la relación entre conflicto social y ciclo electoral. La
hipótesis de la que partimos muchos de nosotros es que el ciclo electoral ha
estado marcado por el conflicto social en un sentido preciso: UP ha sido el
instrumento y el modo de intervención de un movimiento social que creyó posible
el cambio político. Esto ya no es así. El conflicto social retornará con fuerza
y pronto se verá que ha sido el auténtico protagonista en la sombra en este
último ciclo electoral.
UP debe de continuar y
afianzarse como el verdadero partido de la oposición a las derechas y a las
políticas neoliberales. La unidad es un proceso complejo y difícil. Pensar que,
sin más, se produciría una suma mecánica de votos de ambas formaciones ha sido
un error que nos obliga a entender que los procesos políticos son siempre
difíciles y que no hay atajos cuando se es una fuerza alternativa a los que
mandan y no se presentan a las elecciones. Hay que situar a UP en el centro de
un proyecto histórico de resistencia, acumulación de fuerzas y construcción de
un nuevo país. UP es un instrumento para ir más allá de una coalición electoral
y devenir en fuerza política unitaria.
El tiempo de las maniobras
terminó y ahora llega la dura realidad de la guerra de posiciones. Debemos
pensar nuestra acción política —nos lo enseñó un joven rojo alemán que hoy
tendría 76 años— como una larga marcha a través de las instituciones,
entendiendo por estas las de la sociedad civil, las estatales y las de la vida
cotidiana. Cerco mutuo, acumulación de fuerzas y el conflicto social en el
centro. Se trata de un nuevo proyecto de país capaz de asegurar la soberanía popular,
el desarrollo
del Estado social y la defensa de las libertades fundamentales. Todo que ganar,
nada que perder.
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