Tenemos una tarea clara: la superación
del capitalismo. Pero también nos encontramos con múltiples barreras como la
enajenación o la pérdida de la esperanza. ¿Qué hacer en estas circunstancias
difíciles? Precisamente
por la situación que vivimos debemos tratar de redefinir la tarea de la
izquierda y reflexionar sobre las estrategias posibles. Por eso me parece que
un trabajo de conjunto entre movimientos sociales e intelectuales va a ser
necesario primero para redefinir las metas (definir qué tipo de sociedad
queremos); aquí entra la propuesta de Bien Común de la Humanidad, donde tocamos un espectro que va desde la relación con la
naturaleza hasta la organización colectiva de la política y la sociedad, y
también la espiritualidad, la manera de vivir las cosas en lo cotidiano... Entonces,
el primer aspecto significa que juntos debemos trabajar por una redefinición
colectiva de las metas de la sociedad, no solamente con intelectuales que
tienen toda la verdad que se debe imponer a las masas. No, este concepto de
vanguardia es obsoleto. Debe ser un
trabajo colectivo: por una parte con la experiencia de los movimientos
políticos y sociales de izquierda que debemos recoger y tratar de
sistematizar, y por otra parte, con el trabajo de los intelectuales. Con todos
los logros que hemos desarrollado en los dos últimos siglos, la reflexión
fundamental del marxismo, pero también
de otras corrientes intelectuales que pueden ser útiles. La cuestión es
cómo redefinir la meta fundamental de la humanidad y de la sociedad.
El
segundo aspecto es cómo definir las transiciones. Es evidente que no podemos
construir el socialismo o comunismo instantáneamente. Eso provocaría catástrofes
económicas derivadas del boicot y de los embargos o incluso intervenciones
militares. Eso no es posible, pero sí,
podemos pensar transiciones, es decir, pasos que nos ayudan a construir el
paradigma nuevo. No se trata de adaptar el capitalismo a nuevas situaciones
sino de construir una sociedad diferente. En cuanto a la cuestión de cómo
construir transiciones, hay que hacerlo desde una perspectiva dialéctica, sin caer en la idea del progreso de la
modernidad –un progreso lineal sobre un planeta inagotable (un concepto muy capitalista de la “modernidad”, por
cierto. Es necesario redefinir la
modernidad, encontrar transiciones y actores que pueden actuar en cada aspecto.
Este es el gran reto no solamente para
América Latina sino también para el mundo entero. Y ya podemos empezar, de
forma humilde y cotidiana, a pequeña escala, como lo han hecho por ejemplo los zapatistas, y después poco a poco
ampliar esta visión para construir otra matriz de desarrollo humano. Esto es
absolutamente necesario frente a la
destrucción de la naturaleza que el capitalismo está provocando, y también de destrucción
humana, cultural y espiritual.
/////
Francois Houtart, Sociólogo y Teólogo de la Liberación, una voz autorizada para opinar sobre la Izquierda, los movimientos sociales y los gobiernos progresistas de izquierda en América Latina.
***
ENTREVISTA A FRANCOIS HOUTART, SOCIÓLOGO
Y TEÓLOGO: “El bien común de la Humanidad como matriz de la Nueva Sociedad”.
Teólogo de la Liberación.
*****
Cira Pascual Marquina.
Politik.
Rebelión viernes 23 de setiembre del 2016.
Esta conversación con el sociólogo y teólogo de la
liberación François Houtart, que apareció por primera vez en el número 17 del
mensuario PolítiK, explora los límites de los procesos de cambio en
América Latina y el concepto de bien común de la humanidad.
-Cira Pascual Marquina (CPM): En el libro Más allá
de la economía, el bien común de la humanidad (2013), planteas que para
asegurar la continuidad de la humanidad y de la vida en el planeta hay que
construir un nuevo paradigma en el que el bien común esté por encima del bien
individual. ¿Podrías explicar el concepto de “bien común de la humanidad”?
-François
Houtart (FH): El concepto de bien común de la humanidad tiene
varias dimensiones. La primera es la dimensión de lo que se llaman los comunes
o en inglés the commons: los bienes que no son individuales sino comunes, por
ejemplo la tierra antes del capitalismo y hoy en día los servicios públicos.
Hay muchas luchas en el mundo para proteger, recuperar o aumentar la dimensión
de los bienes públicos. Ahora tenemos como bienes públicos la educación, la
salud, pero también el agua, la comunicación, etc. Este es un primer nivel de
lo que podemos llamar el bien común de la humanidad.
Sin embargo hay un segundo nivel, y el segundo
nivel es el concepto clásico del bien común: cosas que le pertenecen al conjunto
de la sociedad y que no pueden ser propiedad de individuos como, por ejemplo,
en una ciudad, los parques o los espacios verdes, etc. Eso es un bien común.
Pero hay sectores que no son directamente materiales, que son más bien de tipo
jurídico, por ejemplo el código de circulación (si no se organiza, es el caos).
En verdad este es un concepto que existe ya desde la filosofía griega, en
particular Aristóteles, que reconoce que hay espacios en la vida colectiva que
son espacios comunes, de bien común, y esta fue la base sobre la que la iglesia
católica construyó su doctrina social.
Pero pienso que debemos ir un poco más allá y por
eso he hablado del bien común de la humanidad: un principio de organización de
la vida colectiva de la humanidad en el planeta que se base sobre la vida y no
sobre la muerte... así este concepto se opone al concepto fundamental del
sistema capitalista. Y cuando digo que el nuevo paradigma se basa sobre la
vida, esto implica la posibilidad de crear, de conservar, de mejorar la propia
vida –la vida en su sentido completo, no solamente la vida física, biológica,
sino también la vida cultural, la vida espiritual–. Y no solamente construir en
función de la vida de los seres humanos, sino también de otros géneros: los
animales, las plantas, etc. Lo que se llama hoy el derecho de la naturaleza.
Este concepto es más amplio que el concepto de los
comunes y que el concepto del bien común, pero integra estos dos conceptos.
Este concepto que he llamado el bien común de la humanidad, es evidentemente un
nombre; no importa el nombre, lo que importa es el contenido. Podemos darle
otros nombres, por ejemplo el sumak kawsay que es el buen vivir, el concepto de
los indígenas andinos, o podemos llamarlo socialismo del siglo XXI.
-CPM: En el libro que mencioné anteriormente
enumeras cuatro elementos clave para aterrizar el concepto del bien común de la
humanidad; podríamos decir que estos elementos son una especie de hoja de ruta
para organizar la tarea colectiva en cuanto a la definición de la nueva sociedad
postcapitalista. ¿Puedes explicárnoslos?
-FH: Sí, debemos
concretar las cosas porque todo esto puede parecer algo abstracto. Precisamente
he tratado de ver, como sociólogo, qué significa esto en la práctica de la vida
colectiva humana. Por eso he tomado cuatro realidades fundamentales de toda
sociedad, que son, por una parte la relación con la naturaleza, ya que ninguna
sociedad puede vivir sin la naturaleza; después la producción material de la
vida, porque la vida no es una abstracción y sin producción material no hay
vida; la organización social de la vida, que debe ser colectiva en lo social y
en lo político; y finalmente la cultura, porque el género humano es el único
que puede reflexionar sobre su propia realidad y eventualmente anticipar el futuro,
y que es, como dicen los mayas, “la parte consciente de la naturaleza”.
Reflexionando sobre estos cuatro elementos
fundamentales de toda sociedad podemos entrar en detalles, especialmente
comparando con la situación actual del sistema capitalista. Por ejemplo, en
cuanto a las relaciones con la naturaleza: ¿cómo ve el capitalismo la
naturaleza? Para el capitalismo la naturaleza es recursos naturales, es decir,
una naturaleza que se debe explotar, y explotar en función de los intereses del
capital y de la acumulación del capital. Por el contrario, en lo que se refiere
a la nueva organización del bien común de la humanidad, la naturaleza debe ser
respetada: es la fuente de toda vida, de la vida física, biológica, cultural,
espiritual, y en este sentido la naturaleza no es solamente un objeto de
explotación.
Esto, si queremos ir más allá en la práctica, tiene
muchas consecuencias para la vida cotidiana y también para la organización
nacional e internacional. Por ejemplo, si aceptamos que la naturaleza es la
fuente de la vida, no podemos aceptar que personas individuales o
corporaciones, grandes empresas multinacionales, se apropien de la naturaleza
(y en particular las riquezas naturales que son los minerales, las fuentes de
energía, etc.) por la simple razón que estas cosas deben entrar en la
concepción del bien común. Aquí no digo que no se debe extraer, porque la madre
tierra es generosa, sino que se debe hacer respetando los derechos de la
naturaleza, la posibilidad de regenerarse y de continuidad de la vida. Este es
un ejemplo práctico. También, por ejemplo, no se puede aceptar la
mercantilización de bienes básicos para la vida como las semillas o como el
agua. Ese es un primer paso.
El segundo es la producción de la base material de
la vida. Como he dicho, cada vida tiene su base material y no se puede continuar
sin esta base. Ahora la base material de la vida –la economía–, está organizada
por la lógica del capital. El capital es el único motor de la economía, con su
necesidad inagotable de tener ganancias para poder acumularse. Frente a esto la
lógica debe ser absolutamente diferente: no una lógica de acumulación del
capital, de valorización única del valor de cambio. Porque hay dos tipos de
valores para todo servicio o bien: el valor de uso, es decir lo que es útil
para la humanidad, para la naturaleza, para el mundo, y el valor de cambio o lo
que permite ganancia. Solamente el valor de cambio, es decir, si una cosa es
una mercancía, contribuye a la acumulación del capital. Por eso en el
capitalismo todo debe convertirse en mercancía. Esta es la lógica del capital.
Debemos salir de esta lógica, con todas las consecuencias en cuanto a la
propiedad de los medios de producción, significa, en lo práctico, que no
podemos aceptar la dominación del capital financiero, los paraísos fiscales,
etc.
Un tercer elemento es la organización social y
política, que debe ser democrática, para permitir que todos los seres humanos
sean actores y no solamente sujetos de una política decidida desde arriba o por
una minoría. No hay nada menos democrático que la economía capitalista que
concentra el poder y desconoce lo que se llaman las “externalidades”: los daños
ambientales y los daños sociales, que no paga el capital. Se deben promover
procesos democráticos en todas las instituciones, desde las políticas y
económicas hasta las culturales, sociales, religiosas. Esto también debe
extenderse a todas las relaciones sociales, como las relaciones entre hombres y
mujeres. Este es el tercer aspecto que tiene muchas aplicaciones en el mundo.
Finalmente, en cuanto a la cultura, hablamos de la
interculturalidad. El hecho de no permitir que la cultura occidental,
totalmente inmersa en el concepto de modernización, absorbida por la lógica del
capital, sea la única cultura aceptable en el mundo, y comprender que todas las
culturas, los saberes y las espiritualidades pueden contribuir al bien común de
la humanidad y a la ética necesaria para esta construcción.
Ahora, todo esto puede parecer una bella utopía
pero no lo es. No es una utopía en el sentido de ilusión, porque en el mundo
hay millares de grupos que luchan por construir mejores relaciones con la
naturaleza, por otro tipo de economía social y solidaria, por los derechos de
todos los grupos humanos y finalmente por la interculturalidad. Esto significa
que existe ya en la realidad la posibilidad de perseguir valores que no son
puramente abstractos, sino que ya son el proyecto concreto de muchos
movimientos y organizaciones en el mundo. Por eso pienso que sobre esta base se
puede construir una perspectiva nueva.
La juventud latinoamericana y su gran compromiso y activa participación en los procesos políticos en defensa de sus derechos a la Educación, Salud, Cultura, Transporte, Medio Ambiente, como también en procesos políticos revolucionarios pos.neoliberales.
***
-CPM: En algunas intervenciones has planteado que
los procesos de cambio en América Latina se caracterizan por ser
posneoliberales, pero todavía no se han dado pasos concretos hacia el
postcapitalismo. ¿Podrías profundizar sobre esta caracterización de los
procesos en Nuestra América y cómo avanzar hacia el postcapitalismo?
-FH: Sí, yo
pienso que hay muchos aspectos en todos los dominios. Voy a tomar solo un
ejemplo práctico: el problema de la agricultura. Los países que se dicen
progresistas en América Latina –y que realmente han sido posneoliberales en el
sentido que han reconstruido un Estado que trabaja por una cierta
redistribución de la riqueza y también por un mejor acceso a los servicios como
la educación o la salud para las clases desfavorecidas– promueven el
monocultivo para la exportación, con todas sus consecuencias ambientales:
destrucción de la selva amazónica, destrucción de los suelos, contaminación de
las aguas, y también, finalmente, daños muy graves para las poblaciones, para
la salud, y en cuanto a los efectos sociales como las migraciones hacia las
grandes ciudades o al exterior.
Así han promovido esta agricultura en detrimento de
la agricultura campesina, que podría dar una respuesta muchísimo mejor a la
primera función de la agricultura, que es nutrir la población: es un hecho que
la agricultura campesina en América Latina está nutriendo más del 60% de la
población del continente. Una segunda función es participar en la regeneración
de la Madre Tierra: muchas veces los campesinos trabajan con agricultura orgánica
y de manera respetuosa de la naturaleza. Y, finalmente, el bienestar de los
campesinos, frente a una agricultura de monocultivos, mucho más productiva,
pero que proletariza al campesino o lo integra al sistema capitalista de
monopolios, que crea dependencia de las grandes multinacionales de producción o
de distribución. La agricultura campesina no es una cosa arcaica, del pasado,
sino una cosa del futuro, y esto es reconocido incluso por la FAO.
Lo que hemos visto en América Latina es un intento
de construir sociedades posneoliberales –pero no postcapitalistas, y en este
sentido continuando con la idea de la modernización de las sociedades, y
finalmente con un “capitalismo moderno”; esto tiene como consecuencia, por
ejemplo en el campo de la agricultura, que no se promueve una nueva agricultura
campesina que podría resolver muchos de los problemas de la pobreza rural y
también de la producción de alimentos y de la soberanía alimentaria. Este es un
ejemplo, pero podríamos dar otros ejemplos de otros aspectos que nos permiten
decir que los ensayos de cambio, de los países progresistas, que fueron muy
interesantes y tuvieron varios logros muy reales, finalmente no han
transformado la lógica fundamental de la organización de las sociedades. Por
eso me parece que desarrollar el concepto de Bien Común de la Humanidad podría
ser un paso adelante frente a la crisis que afecta a todos estos países
actualmente.
-CPM: Hablando de la crisis, un camino que impulsa
el Gobierno Bolivariano para la salida es el Arco Minero. Se supone que
explotar el oro y otros minerales en la enorme cuenca del Orinoco nos ayudará a
salir de la crisis. Así, tras el anuncio de apertura, más de 150 corporaciones
mineras han expresado interés, y ya se han firmado contratos con la canadiense Gold
Reserve y con empresas chinas. ¿Qué opinión tienes sobre este tipo de
propuestas?
-FH: Esta
situación no es particular a Venezuela aunque el caso del Arco Minero es
impresionante. Encontramos situaciones similares, tal vez a menor escala, en
Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina. El problema es que la única respuesta que
ven los gobiernos progresistas actuales frente a la crisis, que es una crisis a
escala mundial y que afecta a muchos de estos países porque son exportadores de
bienes primarios (explotación minera, petrolera o agrícola), es abrirse más al
mercado y entrar en políticas de tipo neoliberal. Evidentemente es una
contradicción fundamental. Pienso que estos gobiernos no han reflexionado
suficientemente sobre las alternativas al capitalismo.
Debemos reconocer la realidad: Estas medidas
contradicen de manera fundamental lo que se ha planteado como meta, y vemos un
creciente abismo entre el discurso y las prácticas. La verdad es que estas
prácticas van a llevar a una mayor concentración del capital y al
desconocimiento de las externalidades, es decir, la destrucción de la
naturaleza y la destrucción social y cultural. Eso debemos reconocerlo y
debemos tratar de ver qué soluciones podemos encontrar que no entren en
contradicción con lo que se había propuesto.
-CPM: Tenemos una tarea clara: la superación del
capitalismo. Pero también nos encontramos con múltiples barreras como la
enajenación o la pérdida de la esperanza. ¿Qué hacer en estas circunstancias
difíciles?
-FH:
Precisamente por la situación que vivimos debemos tratar de redefinir la tarea
de la izquierda y reflexionar sobre las estrategias posibles. Por eso me parece
que un trabajo de conjunto entre movimientos sociales e intelectuales va a ser
necesario primero para redefinir las metas (definir qué tipo de sociedad
queremos); aquí entra la propuesta de Bien Común de la Humanidad, donde tocamos
un espectro que va desde la relación con la naturaleza hasta la organización
colectiva de la política y la sociedad, y también la espiritualidad, la manera
de vivir las cosas en lo cotidiano...
Entonces, el primer aspecto significa que juntos
debemos trabajar por una redefinición colectiva de las metas de la sociedad, no
solamente con intelectuales que tienen toda la verdad que se debe imponer a las
masas. No, este concepto de vanguardia es obsoleto. Debe ser un trabajo
colectivo: por una parte con la experiencia de los movimientos políticos y
sociales de izquierda que debemos recoger y tratar de sistematizar, y por otra
parte, con el trabajo de los intelectuales. Con todos los logros que hemos
desarrollado en los dos últimos siglos, la reflexión fundamental del marxismo,
pero también de otras corrientes intelectuales que pueden ser útiles. La
cuestión es cómo redefinir la meta fundamental de la humanidad y de la
sociedad.
El segundo aspecto es cómo definir las
transiciones. Es evidente que no podemos construir el socialismo o comunismo
instantáneamente. Eso provocaría catástrofes económicas derivadas del boicot y
de los embargos o incluso intervenciones militares. Eso no es posible, pero sí,
podemos pensar transiciones, es decir, pasos que nos ayudan a construir el
paradigma nuevo. No se trata de adaptar el capitalismo a nuevas situaciones
sino de construir una sociedad diferente. En cuanto a la cuestión de cómo
construir transiciones, hay que hacerlo desde una perspectiva dialéctica, sin
caer en la idea del progreso de la modernidad –un progreso lineal sobre un
planeta inagotable (un concepto muy capitalista de la “modernidad”, por cierto.
Es necesario redefinir la modernidad, encontrar
transiciones y actores que pueden actuar en cada aspecto. Este es el gran reto
no solamente para América Latina sino también para el mundo entero. Y ya
podemos empezar, de forma humilde y cotidiana, a pequeña escala, como lo han
hecho por ejemplo los zapatistas, y después poco a poco ampliar esta visión
para construir otra matriz de desarrollo humano. Esto es absolutamente
necesario frente a la destrucción de la naturaleza que el capitalismo está
provocando, y también de destrucción humana, cultural y espiritual.
-CPM: Has mencionado en algunas intervenciones que
para entender la sociedad hay que hacerlo en términos de clase. En el periódico
PolítiK estamos absolutamente de acuerdo. ¿Podrías profundizar sobre la
necesidad del análisis de clase?
-FH: El análisis
de la sociedad desde una perspectiva de clases es ciertamente importante.
También es verdad que en el siglo XIX –en la Europa en que Carlos Marx
reflexionó y escribió– la clase obrera era la clase fundamental para iniciar el
cambio. En este sentido el papel de la clase obrera para cambiar el conjunto de
la sociedad era absolutamente fundamental. Hoy en día debemos reflexionar
frente a la realidad actual: una clase obrera muy segmentada por el sistema
capitalista y que ha cambiado en los países industrializados, donde han
desplazado la actividad de producción hacia las periferias y que se
especializan en servicios.
Esto significa que la clase obrera hoy es diferente
a la clase obrera del siglo XIX europeo o norteamericano. Así, otras clases
sociales, como los campesinos por ejemplo, están también afectadas por la
lógica del capital, y hoy vemos que frente a esta destrucción sistemática del
pequeño campesinado, hay movimientos que son más radicales que el movimiento obrero.
En particular, en el plano internacional, la Vía Campesina, la organización
mundial de los campesinos, es más radical contra la Organización Mundial del
Comercio o el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional que la
organización Internacional de los sindicatos. Este es un hecho y debemos
reflexionar sobre las nuevas realidades.
Es verdad que son los trabajadores los que
enfrentan la contradicción fundamental con el capital, pero ya no son solo los
trabajadores industriales, también están los trabajadores del campo, los
precarizados, todos estos grupos sociales que son afectados hoy por la lógica
del capital, y por eso la lucha y la organización de la lucha social debe ser
pensada de otra manera que en el siglo XIX. Esta es una de las tareas para los
movimientos sociales y los movimientos políticos de izquierda, para no
equivocarse ni en el vocabulario –lo cual es secundario pero importante–, ni en las prácticas
sociales y políticas, es decir: la definición de las luchas sociales.
*****
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