Para su buena
lectura sobre lo que realmente está ocurriendo en Brasil, en relación con la
crisis política y
la destrucción de la Democracia, ponemos a su disposición Tres Artículos
extraordinarios de Tres Sociólogos, Politólogos. El Dr. Atilio Boron, Argentino y los brasileños Drs. Emir Sader y
Gustavo Veiga, trabajos de investigación que explican la naturaleza
política del golpe de estado, el papel que cumplieron los medios de comunicación,
en especial las gigantes corporaciones mediáticas, así como el trabajo
demoledor que desarrollaron algunos jueces y fiscales en contra de la
Presidente Dilma . Pero nos estamos olvidando, como siempre, el trabajo que cumplió
los agentes, voceros e instituciones al servicio del imperio, presente hasta “las
narices” en este proceso donde una vez más se destruye la democracia y se pone
en el Poder a un grupo – comprobado de políticos corruptos – denuncias formulada por el propio Odebrechet –
el gigante de la construcción – hoy preso por corrupto-
La
destitución de la presidenta Dilma Rousseff generó el rechazo de buena parte de
la sociedad brasileña. Las protestas en contra de la salida del gobierno de la
delfín de Inacio Lula Da Silva y su sustitución por Michel Temer, aprobada por
el Senado brasileño, se multiplicaron en una decena de estados del país. Los
incidentes más graves se registraron en Sao Paulo, donde la Policía Militar
(PM) volvió a reprimir con violencia. Como tema principal, el portal de
noticias paulista Vice Brasil tituló “El saldo sangriento del último acto
muestra que no se puede protestar en Sao Paulo”, con una foto del rostro de la
estudiante universitaria Deborah Fabri, totalmente ensangrentado. Por las
heridas recibidas, la joven perdió la visión de su ojo izquierdo.
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LA TRAGEDIA BRASILERA:
EL GOLPE DE ESTADO DE LA “TRIPLE ALIANZA”.
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Atilio A. Boron.
Página /12 viernes 2 de septiembre del 2016.
Una banda de “malandros”, como canta el incisivo y premonitorio poema de
Chico Buarque -”malandro oficial, malandro candidato a malandro federal,
malandro con contrato, con corbata y capital”- acaba de consumar, desde su
madriguera en el Palacio Legislativo de Brasil, un golpe de estado (mal llamado
“blando”) en contra de la legítima y legal presidenta de Brasil Dilma Rousseff.
Y decimos “mal llamado blando” porque como enseña la experiencia de este tipo
de crímenes en países como Paraguay y Honduras, lo que invariablemente viene
luego de esos derrocamientos es una salvaje represión para erradicar de la faz
de la tierra cualquier tentativa de reconstrucción democrática. El tridente de
la reacción: jueces, parlamentarios y medios de comunicación, todos corruptos
hasta la médula, puso en marcha un proceso pseudo legal y claramente ilegítimo
mediante el cual la democracia en Brasil, con sus deficiencias como cualquier
otra, fue reemplazada por una descarada plutocracia animada por el sólo
propósito de revertir el proceso iniciado en el 2002 con la elección de Luiz
Inacio “Lula” da Silva a la presidencia. La voz de orden es retornar a la
normalidad brasileña y poner a cada cual en su sitio: el “povao” admitiendo sin
chistar su opresión y exclusión, y los ricos disfrutando de sus riquezas y
privilegios sin temores a un desborde “populista” desde el Planalto. Por
supuesto que esta conspiración contó con el apoyo y la bendición de Washington,
que desde hacía años venía espiando, con aviesos propósitos, la correspondencia
electrónica de Dilma y de distintos funcionarios del estado, además de
Petrobras. No sólo eso: este triste episodio brasilero es un capítulo más de la
contraofensiva estadounidense para acabar con los procesos progresistas y de
izquierda que caracterizaron a varios países de la región desde finales del
siglo pasado. Al inesperado triunfo de la derecha en la Argentina se le agrega
ahora el manotazo propinado a la democracia en Brasil y la supresión de
cualquier alternativa política en el Perú, donde el electorado tuvo que optar
entre dos variantes de la derecha radical.
No está de más recordar que al capitalismo jamás le interesó la
democracia: uno de sus principales teóricos, Friedrich von Hayek, decía que
aquella era una simple “conveniencia”, admisible en la medida en que no
interfiriese con el “libre mercado”, que es la no-negociable necesidad del
sistema. Por eso era (y es) ingenuo esperar una “oposición leal” de los
capitalistas y sus voceros políticos o intelectuales a un gobierno aún tan
moderado como el de Dilma. De la tragedia brasileña se desprenden muchas
lecciones, que deberán ser aprendidas y grabadas a fuego en nuestros países.
Menciono apenas unas pocas. Primero, cualquier concesión a la derecha por parte
de gobiernos de izquierda o progresistas sólo sirve para precipitar su ruina. Y
el PT desde el mismo gobierno de Lula no cesó de incurrir en este error
favoreciendo hasta lo indecible al capital financiero, a ciertos sectores
industriales, al agro-negocio y a los medios de comunicación más reaccionarios.
Segundo, no olvidar que el proceso político no sólo transcurre por los canales
institucionales del estado sino también por “la calle”, el turbulento mundo
plebeyo. Y el PT, desde sus primeros años de gobierno, desmovilizó a sus
militantes y simpatizantes y los redujo a la simple e inerme condición de base
electoral. Cuando la derecha se lanzó a tomar el poder por asalto y Dilma se
asomó al balcón del Palacio de Planalto esperando encontrar una multitud en su
apoyo apenas si vio un pequeño puñado de descorazonados militantes, incapaces
de resistir la violenta ofensiva “institucional” de la derecha. Tercero, las
fuerzas progresistas y de izquierda no pueden caer otra vez en el error de
apostar todas sus cartas exclusivamente en el juego democrático. No olvidar que
para la derecha la democracia es sólo una opción táctica, fácilmente
descartable. Por eso las fuerzas del cambio y la transformación social, ni
hablar los sectores radicalmente reformistas o revolucionarios, tienen siempre
que tener a mano “un plan B”, para enfrentar a las maniobras de la burguesía y
el imperialismo que manejan a su antojo la institucionalidad y las normas del
estado capitalista. Y esto supone la organización, movilización y educación
política del vasto y heterogéneo conglomerado popular, cosa que el PT no hizo.
Conclusión: cuando se hable de la crisis de la
democracia, una obviedad a esta altura de los acontecimientos, hay que señalar
a los causantes de esta crisis. A la izquierda siempre se la acusó, con
argumentos amañados, de no creer en la democracia. La evidencia histórica
demuestra, en cambio, que quien ha cometido una serie de fríos asesinatos a la
democracia, en todo el mundo, ha sido la derecha, que siempre se opondrá con
todas la armas que estén a su alcance a cualquier proyecto encaminado a crear
una buena sociedad y que no se arredrará si para lograrlo tiene que destruir un
régimen democrático. Para los que tengan dudas allí están, en fechas recientes,
los casos de Honduras, Paraguay, Brasil y, en Europa, Grecia. ¿Quién mató a la
democracia en esos países? ¿Quiénes quieren matarla en Venezuela, Bolivia y
Ecuador? ¿Quién la mató en Chile en 1973, en Brasil en 1964, en Indonesia y
República Dominicana en 1965, en Argentina en 1966 y 1976, en Uruguay en 1973,
en el Congo Belga en 1961, en Irán en 1953 y en Guatemala en 1954? La lista
sería interminable.
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LA NUEVA FORMA DEL
GOLPE.
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Emir Sader.
Página /12 viernes 2 de
septiembre del 2016.
El
sueño de la derecha brasileña, desde 2002, se ha realizado. No bajo las formas
anteriores que ha intentado. No cuando intentó tumbar a Lula en 2005, con un
impeachment, que no prosperó. No con los intentos electorales, en 2006, 2010,
2014, cuando ha sido derrotada. Ahora encontró el atajo para interrumpir los
gobiernos del PT, aunque seguiría perdendo elecciones, con Lula como próximo
candidato.
Fue
mediante un golpe blando, para el cual los de Honduras y Paraguay han servido
como laboratorios. Derrotada en cuatro eleciones sucesivas, y con el riesgo
enorme de seguir siéndolo, la derecha buscó el atajo de un impeachment sin
ningún fundamento, contando con la traición del vicepresidente, elegido dos
veces con un programa, pero dispuesto a aplicar el programa derrotado cuatro
veces en las urnas.
Valiéndose
de la mayoría parlamentaria elegida, en gran medida, con los recursos
financieros recaudados por Eduardo Cunha, el unánimemente reconocido como el
más corrupto entre todos los corruptos de la política brasileña, la derecha
tumbó a una presidenta reelegida por 54 millones de brasileños, sin que se
configurara ninguna razón para el impeachment. Es la nueva forma que el golpe
de la derecha asume en América latina.
Es
cierto que la democracia no tiene una larga tradición en Brasil. En las últimas
nueve décadas, hubo solamente tres presidentes civiles, elegidos por el voto
popular, que han concluido sus mandatos. A lo largo de casi tres décadas no
hubo presidentes escogidos en elecciones democráticas. Cuatro presidentes
civiles elegidos por voto popular no concluyeron sus mandatos.
No
queda claro si la democracia o la dictadura son paréntesis en Brasil. Desde
1930, lo que es considerado el Brasil contemporáneo, con la revolución de
Vargas, hubo presidentes elegidos por el voto popular prácticamente en la mitad
del tiempo. En la otra mitad los presidentes no fueron elegidos por el voto.
Más recientemente, Brasil tuvo 21 años de dictadura militar, más cinco años de
gobierno de José Sarney, que no fue elegido por el voto directo, sino por un
Colegio Electoral nombrado por la dictadura. Esto es, 26 años seguidos sin
presidente elegido democráticamente, seguidos por 26 años de elecciones
presidenciales.
Pero
en este siglo Brasil estaba vivendo una democracia con contenido social,
aprobada por la mayoría de la población en cuatro elecciones sucesivas.
Justamente cuando la democracia empezó a ganar consistencia social, la derecha
demostró que no puede soportarla.
Fue
lo que pasó con el golpe blando o institucional o parlamentario, pero golpe al
fin y al cabo. En primer lugar porque no se ha configurado ninguna razón para
terminar con el mandato de Dilma. En segundo, porque el vicepresidente, Michel
Temer (foto), todavía como interino, empezó a poner en práctica no el programa
con el cual había sido elegido, sino el programa derrotado cuatro veces, dos de
ellas teniéndole a él como candidato a vicepresidente.
Es
un verdadero asalto al poder por el bando de los políticos corruptos más
descalificados que Brasil ha conocido. Políticos derrotados sucesivamente, se
vuelven ministros o presidente de la Cámara de Diputados, lo cual no sería
posible por el voto popular, sólo por un golpe.
¿Qué
es lo que le espera a Brasil ahora? En primer lugar, una inmensa crisis social.
La economía, que ya venía en recesión hace por lo menos tres años, sufrirá los
efectos durísimos del peor ajuste fiscal que el país ha conocido. El fantasma
de la estanflación se vuelve realidad. Un gobierno sin legitimidad popular,
aplicando un duro ajuste en una economía en recesión, va a producir la más
grande crisis económica, social y política que el país ha conocido. El golpe no
es el final de la crisis, sino su profundización.
Es
una derrota, la conclusión del período político abierto con la primera victoria
de Lula, en 2002. Pero, aun recuperando el Estado y la iniciativa que ello le
propicia, la derecha brasileña tiene muy poca fuerza para consolidar su
gobierno.
Se enfrenta no sólo a la crisis económica y social, sino también a un
movimiento popular revigorizado y al liderazgo de Lula. Brasil se vuelve un
escenario de grandes disputas de masas y políticas. El gobierno golpista
intentará llegar al 2018 con el país deshecho, buscando inhabilitar a Lula como
candidato y con mucha represión en contra de las movilizaciones populares. El
movimiento popular tiene que reformular su estrategia y su plataforma,
desarrollar formas a la vez amplias y combativas de movilización, para que el
gobierno golpista sea un paréntesis más en la historia del país.
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UN TRABAJO DEMOLEDOR. LOS GRANDES MEDIOS
BRASILEROS APORTARON AL GOLPE.
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El multimedios dominado por los hermanos Marinho
trabajó para acabar con el gobierno de la ex presidenta, y antepuso sus
intereses corporativos a los de 54 millones de ciudadanos.
Gustavo Veiga.
Página /12 viernes 1 de
septiembre del 2016.
El
grupo Globo fue un actor decisivo en el golpe legislativo contra Dilma
Rousseff. Maceró la idea ante cada una de sus audiencias, desde sus programas
de TV, las radios que domina y su diario emblema. Difundió sin rodeos que la
destitución de la ex presidenta era la salida adecuada para la crisis de Brasil
y lo festejó en el campo simbólico y en sus titulares más importantes. Arrancó
el periódico O Globo en twitter. La noche en que el Senado votó, hizo público
un tuit donde sólo se veía la bandera nacional. Un significante muy preciso que
después fue borrado, aunque ya era tarde. Desde la tapa del mismo medio, ayer
emplazó al cuestionado presidente: “Dilma sufre el impeachment, ¿y ahora
Temer?” La factura por el respaldo prestado apenas demoró unas horas. Vocero
jerarquizado del establishment del que forma parte, en su primera plana enumeró
las condiciones que deberá imponer el nuevo gobierno: “Presidente tendrá dos
años y cuatro meses para cumplir compromisos”.
La
lista apareció debajo de aquel título: “Aprobar el ajuste fiscal y las reformas
del sistema previsional y de trabajo; reducir el desempleo, atraer inversiones
y destrabar concesiones; mantener la promesa de no interferir en el caso
Eduardo Cunha; apoyar el Lava Jato y rechazar acciones que estorben las
investigaciones; administrar la división en el PMDB y pacificar la relación con
el PSDB y el DEM (el ex partido del Frente Liberal) y además, enfrentar en el
Congreso y en las calles la oposición anunciada por Dilma”.
Un
decálogo de exigencias que podría aplastar a la pieza del mecano que el mismo
grupo utilizó para construir un nuevo status quo: el debilitado ex
vicepresidente de Rousseff, hoy en gira por China. Con tono admonitorio, el
diario sentenció en el editorial que “ahora los políticos saben el riesgo que
corren”. Otro periódico del mismo multimedios, el diario Extra, describió lo
obvio: “El país quedó dividido” tras el Impeachment.
Globo
se autodefine como “un grupo ciento por ciento brasileño” y usa un slogan que
apela a la nacionalidad como emblema: “Brasil es su origen, su mayor
inspiración y responsabilidad”.
El
gigante dominado por los hermanos Marinho hizo un trabajo demoledor para acabar
con el gobierno de la ex presidenta, antepuso sus intereses corporativos a la
voluntad de 54 millones de ciudadanos y jaquea todavía a la figura de Lula que
se proyecta hacia las elecciones de 2018. Su estructura se lo permite con
creces: llega a cien países por medio de Globo Internacional, su audiencia
televisiva alcanza los 170 millones de brasileños, participa en la industria
del cine con Globo Filmes, pero su unidad de negocios más redituable es Globosat,
la empresa de cable por suscripción.
No
fue el único grupo que apostó por la destitución de Dilma, aunque sí el más
importante. El diario Estado de São Paulo publicó ayer una tapa donde se
observa un dibujo de Temer sentado y mientras cose o zurce con aguja una gran
bandera de Brasil. El título es: “La hora de las medidas amargas”. En la bajada
dice: “Oficializado como presidente de la República, Michel Temer deberá ahora
conseguir que el Congreso apruebe las medidas fiscales que tienen por objetivo
recuperar las finanzas de gobierno”.
En
la misma línea editorial, el Correio Braziliense da una visión optimista basado
en que “los especialistas apuestan que el PBI volverá a crecer” y destaca las
promesas de reformas del dirigente del PMDB “para sacar al país de la crisis”.
En
la vereda opuesta, medios menos influyentes pero prestigiosos como el portal
Carta Maior, criticaron la destitución de Rousseff y sobre todo proyectan un
futuro muy complicado para Brasil. Los análisis fueron desde el título de un editorial
firmado por Saúl Leblon que dice “Golpe empuja a la nación hacia una noche de
San Batolomé” (por la matanza de hugonotes de 1572 en París) hasta un artículo
del teólogo Leonardo Boff que escribió “El día triste de Brasil: el golpe
parlamentario”.
En
su nota principal, Carta Maior titula: “Cinco motivos para gritar es golpe,
¡fuera Temer!”. La bajada de ese artículo completa la opinión del medio: “El
golpe es una articulación entre las élites más atrasadas de Brasil, un
verdadero golpe de clase contra los intereses de los trabajadores y las
minorías”.
Quien coincidió con este tipo de críticas a la decisión del Senado de
destituir a la ex presidenta, fue el ex juez del Tribunal Supremo Federal
(TSF), Joaquim Barbosa. Dijo que “ellos –por los golpistas– están conduciendo los
medios de comunicación, incluyendo canales de TV”.
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