“Definición La sociología del consumo se ha
desarrollado como una respuesta a las deficiencias de la economía
para explicar un fenómeno central de las sociedades modernas, el consumo.
Entendidos estos como medios de satisfacer necesidades humanas y resultado individual
o colectivo de la sociedad. Sobre todo el consumo
también explica la cultura y también la que tiene que ver con la estructura
social, las relaciones sociales que se dan, las integraciones o no de
individuos en la sociedad. Cuando más
importancia tuvo la sociedad de consumo fue en los años 60, que hizo que de
alguna forma una crisis de legitimación (mayo del 68) y a partir de ahí él
termino de sociedad de consumo se cargo de términos negativos, A partir de ahí
lo que se quiere es que abunden los consumidores, para ello se crea un sistema
político y económico”.
“Sociedad de
consumo es un concepto socioeconómico con el cual se denomina a los Estados
con
desarrollo industrial o productivo capitalista, en los cuales existe un consumo
masivo de bienes y servicios, como consecuencia de una también masiva producción
y de que la oferta es amplia, hasta incluso superar a la demanda. El
consumismo suele ser una de sus características principales, el cual es
posible gracias a la disponibilidad de dinero efectivo o de otros medios de
adquisición. El consumo es un proceso
económico asociado a la satisfacción de las necesidades y deseos de los agentes
económicos. El consumo como tal se
produce en todos los sistemas económicos. Por otra parte, el consumismo, propiamente dicho, es una
característica de determinados sistemas económicos, en los que las
decisiones de producción están asociadas al supuesto de que los agentes
económicos trabajarán para obtener su renta, por encima de sus necesidades
estrictas de consumo, y por tanto
tomarán decisiones para poder disponer de una renta disponible mayor y
aumentar sus niveles de satisfacción personal a través del consumo asociado a
la satisfacción de deseos. En una sociedad
de consumo una de las actividades de ocio, principales de la población es la adquisición de bienes
materiales o servicios adicionales, con los que satisfacen sus deseos de estatus social o
satisfacción material”.
“En
las llamadas sociedades de consumo, cierto número de individuos pueden
desarrollar un trastorno de compra compulsiva. Para
los individuos que desarrollan este trastorno acto de adquirir productos y servicios que están al
alcance de los consumidores y usuarios, se convierte en un acto de abusar. En
ocasiones, el consumismo se entiende
como la adquisición o compra desaforada, que asocia la compra con la
obtención de la satisfacción personal
e incluso de la felicidad personal. En las sociedades de consumo, ciertos
individuos están dispuestos a trabajar más horas y reducir el número total de
horas de ocio, a cambio de mayores
salarios y rentas, que les permitan en un tiempo de ocio menor adquirir mayor cantidad de
productos y bienes”.
/////
APUNTES PARA UNA SOCIOLOGÍA DEL CONSUMO. (PARTE 1).
*****
Eduardo
G. de la Fuente.
Blogger
Ssociólogos. Blog de Actualidad y Sociología.
Domingo
25 de diciembre del 2016.
1. El reducto del Homo
Economicus: utilitarismo y teorías económicas clásicas.
El
estudio del consumo ha sufrido, desde sus épocas más tempranas, una doble
acotación de índole político-económica que, como más adelante veremos, hunde
sus raíces ideológicas en un interesado juego de parcial ocultación de la
estructura socioeconómica en que se sustenta. Comúnmente su estudio ha sido
entendido como perteneciente de forma “natural” a la disciplina
económica, y sus explicaciones como el resultado de agregados de acciones
individuales principalmente orientadas a la demanda. Así pues, el consumo
sería el resultado de la demanda agregada que, sobre los mercados, realizan los
actores racionales en el marco del juego económico regido por las leyes “puras”
de la economía capitalista.
Por lo
tanto, en la teoría económica clásica encontraríamos una curiosa
inversión: el consumidor soberano queda subordinado a los mecanismos del
sistema productivo, al cual responde accediendo mediante la renta (su capacidad
de compra) con las consabidas lógicas del mercado:
“Para
estas teorías, la variable o factor fundamental es la renta, ya que todo lo
producido se puede comprar, rigiéndose por unas leyes tan importantes como las
leyes naturales, como son la autoregulación del mercado y las leyes de la
oferta y la demanda, en un marco de libertad del mercado sin ningún tipo de
intervención.” 1
Este
corpus teórico, sostenido sobre la equivalencia del consumo a un desarrollo
mecanicista de las convenciones de la teoría económica clásica, se mantiene
incluso en la potente y revolucionaria crítica que Marx realizó sobre los
estudios que le precedieron, quedando los valores de uso (satisfacción de la
necesidad dada) y de cambio (valor del bien en el mercado) subsumidos en la subrrogación
del consumo a la producción, aquella que crea la necesidad:
“Para el
economista, el asunto estriba en la utilidad: el deseo de determinado bien
específico, con el objeto de consumirlo, es decir destruir su utilidad”2
El utilitarismo
clásico se convierte en el núcleo explicativo, fuertemente respaldado por
la posición hegemónica que ocupan las teorías de la acción racional
dentro de las ciencias económicas desde hace tres cuartos de siglo; y que ha
ido impregnando con bastante éxito disciplinas afines, reificada como teoría
general del comportamiento humano. El Ser, el consumidor, movido por el afán de
la maximización de beneficios y reducción de costes (deducidos de la
primacía de la elección racional) se aproxima al consumo desde dos variables
fundamentales: poder adquisitivo y preferencias personales. Todo ello
orientándose a un fin único: obtención de la máxima utilidad y la máxima
satisfacción. Un Homo Economicus en un Mercado Perfecto.
Las
necesidades son ilimitadas e independientes del contexto social y, como las
preferencias, no formarían parte del objeto de estudio de la ciencia económica.
Son puramente subjetivas y no hay diferencia analítica con la objetividad de
las mismas. De este modo “el error”, la falta de de racionalidad en la
elección, queda simplista y oscuramente explicado por los fallos en la voluntad
del actor, por su debilidad. Se elude de este modo el componente grupal de la
“irracionalidad” electiva.
2. La perspectiva
macro-económica: caracterizaciones del productor-consumidor según los modos de
producción capitalista y la extensión del consumo de masas.
Desde una
óptica macro-económica e histórica el consumo está caracterizado por las
distintas etapas de evolución del sistema capitalista y las necesidades que su
desarrollo ha impuesto a individuos y sociedades. En los estadios iniciales
podemos hablar de “sociedades de productores” –siglo XIX– en las que grandes
masas de ciudadanos, integrantes de las primeras civilizaciones fabriles,
mantienen una economía de supervivencia con salarios muy bajos y una
considerable cantidad de autosuficiencia (no electiva pero sí efectiva) en
productos de primera necesidad: alimentos básicos y cuidados muy elementales en
ropa e higiene.
“Cuando
se llega al estadio industrial cuasi pacífico, con su institución fundamental
de la esclavitud que considera a los siervos como cosas, el principio general
más o menos rigurosamente aplicado es el que la clase industrial baja debe
consumir únicamente lo necesario para sus subsistencia.”3
Los
obreros son una gran masa de trabajo, no una masa de consumidores. El consumo, entendido
como fenómeno social a gran escala, es un hecho relativamente marginal. No
quiere decir esto que no exista un mercado de intercambio de bienes y
servicios, sino que se caracteriza por un nivel bajo de institucionalización,
más cercano a los ámbitos de las economías informales que a mercados
estructurados.
“[…] el
primer capitalismo industrial, cuyo nivel de consumo obrero estaba presidido
por la manufactura artesanal y por los productos eminentemente agrarios, muchas
veces obtenidos fuera de cualquier circuito mercantil, y en el que las
necesidades de un hogar obrero se reducían a los alimentos básicos, adquiridos
en formas casi siempre no procesadas, como carbón, velas, papel, alcoholes
destilados y fermentados, melazas, tabaco, tejidos (la demanda textil era
pequeña pero bien desarrollada a nivel global), y, por fin, unos pocos objetos
de consumo duradero que en los mejores casos podían llegar a lámparas de
aceite, relojes y unos sencillísimos muebles de uso suprageneracional.”4
El modo
de producción determina estas sociedades de productores-esclavos, en que las
fases tempranas de industrialización llevan a la fabricación en masa de materias
primas y objetos sencillos. Estos bienes propios del sector primario,
enfocados a una economía escalar, satisfacen las necesidades de unas naciones
que empiezan a competir fuertemente en mercados globales ligados al
imperialismo colonialista y las múltiples guerras, auténticos motores
económicos de la época.
“Durante
la mayor parte de la historia moderna (vale decir la era de las gigantes
plantas industriales y los multitudinarios ejércitos de conscriptos), la
sociedad interpelaba a casi la mitad masculina de sus integrantes en tanto
productores y soldados, y a casi toda la otra mitad (femenina) primordialmente
como sus proveedoras de servicios por encargo.”5
Esta
lógica de connivencia de los Mercados y los Estados actúa como bisagra en la
masiva y revolucionaria socialización derivada del proceso de racionalización
de las fuerzas productivas, orientada a la transformación generalizada de
poblaciones rurales en fuerza de trabajo industrial. Una socialización que,
por supuesto, opera material y cognitivamente: migraciones masivas del campo a
las pujantes y crecientes urbes, nuevas configuraciones espaciales de las
mismas –especialmente en sus extrarradios–, la fábrica como unidad
productiva y como centro social de servicios y comunitarización; y también
una nueva cultura del trabajo, originada en la ética protestante “como espíritu
del capitalismo”
en
palabras del propio Max Weber, caracterizada por la resignación, la
sumisión, la rutina y ausencia de goce.
Este
capitalismo, que podríamos denominar “imperialista”, alcanzó un punto de
inflexión para los primeros años del siglo XX debido principalmente a dos
motivos, a saber: imposibilidad de continuar con el expansionismo global y el
agotamiento por saturación de las innovaciones tecnológicas que posibilitaban
los incrementos de productividad fabril. Así pues, el sistema se enfrentó a una
crisis de tipo estructural que necesitaba de una profunda reconversión
para ser superada. Una transformación que supuso la progresiva y definitiva penetración
de capitales excedentes hacia el sector de los bienes de consumo (más allá
de los de primera necesidad), generando un nuevo mercado que se convertiría en
salida y fuente del nuevo estadio del capitalismo. Se conforma así un nuevo
orden: asistimos al nacimiento de la sociedad de consumo.
“La
aplicación de los excedentes tecnológicos de la segunda revolución tecnológica
al sector de bienes de consumo (una vez generalizados, y, en buena medida,
agotados sus efectos en el sector que produce medios de producción) se acaba
centrando en la producción rentable de automóviles y en el principio de la
producción de aparatos eléctricos para el hogar.”6
Como muy
bien señala el historiador Eric J. Hobsbawm se produce in giro hacia los mercados
interiores con la creación de una nueva demanda doméstica de inmenso
potencial. Una vez más, quedan fortísimamente imbricados capital y guerra, en
este caso la I Guerra Mundial. La primera guerra moderna a escala cuasi
planetaria con nuevas formas y sobretodo nuevas amas cuyos avances
tecnológicos son reconvertibles hacia bienes de uso doméstico:
“La
producción de obuses, cartuchos, fusiles, ametralladoras en afluencia
ininterrumpida, provocó la multiplicación, en 1914-1918, de las
máquinas-herramientas semiautomáticas y la invasión del taller del obrero
especializado. El automóvil ensamblado en cadena en la fábrica Ford en vísperas
de la guerra se convirtió en un producto de gran consumo gracias a ésta.”
La
incipiente aparición de mercados interiores de consumo de bienes representa un
campo inexplorado de incalculable potencialidad económica, abriendo las puertas
para una reconcepción de las formas de trabajo. La máxima finalidad es la
producción seriada de grandes cantidades de productos a un precio
relativamente bajo. Para ello queda establecida una nueva modalidad de la división
técnica del trabajo: los conocidos sistemas fordistas y tayloristas, que
tuvieron espectaculares efectos en la productividad y por consiguiente en los
precios. Queda habilitada así la fabricación de mercancías destinadas a un
consumo masivo, a un consumo obrero.
Estamos,
por tanto, ante la generación de bienes de relativamente bajo valor individual,
pero en grandes series de fabricación; en una palabra, ante la producción de
mercancías destinadas a un consumo mayoritario: el propio consumo obrero.”7
Innovación
tecnológica y ciclos económicos van de la mano en una asociación que permiten a
los países impulsores (en este caso EUA y la industria del automóvil fordista)
establecer su posición dominante en el mercado. Y no sólo eso, sino que la
versatilidad de las nuevas tecnologías –motores eléctricos y de combustión
interna, electrificación en masa– permiten eliminar el gigantismo de los
anteriores sistemas productivos basados en el vapor y el carbón, abriendo el
camino a la tecnología de consumo doméstico, de las primeras máquinas
dirigidas al uso privado.
La
racionalización de la producción tiene su reflejo en la aplicación del diseño
de esos mismos productos enfocados a la utilidad, carentes de todo artificio,
dominados por la planificación y el control. De la misma manera, y al abrigo de
esta ideología, nace la política de un único modelo por marca. Y
coralariamente el estatuto de los salarios adquiere una nueva dimensión. Si con
anterioridad era simplemente un remunerador del trabajo en las paupérrimas
condiciones de vida que caracterizan el capitalismo decimonónico, donde el
trabajador estaba totalmente subordinado a las necesidades de los medios de
producción, la conversión en marcha exige que, en palabras del propio H.Ford:
“la clase
trabajadora tiene que transformarse en una nueva clase acomodada si queremos
dar salida nuestra enorme producción”.8
Después
del enorme esfuerzo esfuerzo de des-socialización y destrucción de los modos de
vida y consumo de las sociedades pre-capitalistas y preindustriales llevado a
cabo en una primera fase, ahora se hace necesaria una resocialización enfocada
a satisfacer las nuevas necesidades mercantiles, es decir, invadir el
espacio doméstico con las nuevas manufacturas. Hay que rescribir las
relaciones de la fuerza de trabajo y su reproducción, convirtiendo al mercado
en proveedor de toda esa serie de bienes
de subsistencia que anteriormente el trabajador se proveía a sí mismo.
*****
Bibliografía
Gil A., Feliu J. (2004). Psicología
económica y del comportamiento del consumidor. Barcelona: UOC.
Baudillard, J. (1970). La sociedad del
consumo. Barcelona: Plaza y Janés.
Bourdieu, P. (2006). La Distinción. Criterios y bases
sociales del gusto. Madrid: Taurus.
Veblen, T. (1974). Teoría de la clase ociosa. México:
Fondo de Cultura Económica.
Alonso L.E., Conde F. (1994). Historia del
consumo en España. Madrid: Debate.
Bauman, Z. (2007). Vida de consumo. Madrid: Fondo
de Cultura Económica.
[1] Gil A., Feliu J. (2004). Psicología
económica y del comportamiento del consumidor. Barcelona: UOC; p. 84.
[2] Baudillard, J. (1970). La sociedad del
consumo. Barcelona: Plaza y Janés; p. 104.
[3] Veblen, T. (1974). Teoría de la clase
ociosa. México: Fondo de Cultura Económica; p. 76.
[4] Alonso L.E., Conde F. (1994). Historia del
consumo en España. Madrid: Debate; cap. V.1.1.
[5] Bauman, Z. (2007). Vida de
consumo. Madrid: Fondo de Cultura Económica; p. 79.
[6] Alonso, ibíd. cap. V.1.2.
[7] Alonso, ibíd. cap. V.1.2.
[8] Alonso, ibíd. cap. V.1.2.
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