En
América Latina, las entusiastas ilusiones emancipatorias que se propagaban durante el
auge de los gobiernos progresistas
están siendo desplazadas por un horizonte de resistencias, ahora básicamente
desde la perspectiva de las organizaciones
populares de base y movimientos sociales. Se trata de un horizonte más
incierto, pero necesariamente más combativo. Este panorama para Latinoamérica
no debe ser simplemente interpretado como una potencial “vuelta al pasado”, como un regreso en la línea del tiempo a 1990. Importantes transformaciones han
ocurrido en la región, suficientes como para afirmar que ya nada será igual por
acá. Hay que mirar hacia adelante advirtiendo no solo tendencias
histórico-estructurales sino también identificando los rasgos del tiempo sui
generis que vivimos. La crisis
civilizatoria parece prefigurar una geopolítica del caos, donde
también opera una estrategia de lo contingente, de lo inestable, que por ser
más versátil, flexible, abierta y descentralizada no deja de ser virulenta y profundamente
reaccionaria –por ejemplo, la llamada “Doctrina Obama” estuvo marcada por estos
rasgos.
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SOCIÓLOGO: LA GEOPOLÍTICA DEL CAOS Y EL
FIN DEL CICLO EN LAS ENTRAÑAS DE AMÉRICA LATINA.
*****
Emiliano Terán Mantovani.
Rebelión martes 13 de
diciembre del 2016.
“…si las medidas excepcionales son el fruto de
los períodos de crisis política y, en tanto tales, están comprendidas en el
terreno político y no en el terreno jurídico constitucional, ellas se
encuentran en la paradójica situación de ser medidas jurídicas que no pueden
ser comprendidas en el plano del derecho, y el estado de excepción se presenta
como la forma legal de aquello que no puede tener forma legal”. Giorgio Agamben
El Gran Tablero Mundial se recalienta. El conflicto
social se está propagando por todo el entramado del sistema-mundo, producto no
solo de las extraordinarias desigualdades socio-económicas y la devastación de
fuentes de vida y territorios, sino también por la terrible vulneración que se
ha provocado sobre los tejidos sociales en estos más de 30 años de
neoliberalismo global. Como síntoma y consecuencia de estos procesos, derechas
y extremas derechas ganan cada vez más terreno en numerosas partes del planeta.
En América Latina, las entusiastas ilusiones
emancipatorias que se propagaban durante el auge de los gobiernos progresistas
están siendo desplazadas por un horizonte de resistencias, ahora básicamente
desde la perspectiva de las organizaciones populares de base y movimientos
sociales. Se trata de un horizonte más incierto, pero necesariamente más
combativo.
Este panorama para Latinoamérica no debe ser
simplemente interpretado como una potencial “vuelta al pasado”, como un regreso
en la línea del tiempo a 1990. Importantes transformaciones han ocurrido en la
región, suficientes como para afirmar que ya nada será igual por acá. Hay que
mirar hacia adelante advirtiendo no solo tendencias histórico-estructurales
sino también identificando los rasgos del tiempo sui generis que vivimos.
La crisis civilizatoria parece prefigurar una geopolítica
del caos, donde también opera una estrategia de lo contingente, de lo
inestable, que por ser más versátil, flexible, abierta y descentralizada no
deja de ser virulenta y profundamente reaccionaria –por ejemplo, la llamada “Doctrina Obama” estuvo marcada por
estos rasgos. En este marco, es
fundamental resaltar dos elementos:
a) algunos
mecanismos tradicionales de intermediación en lo económico (como los
estados de bienestar y políticas de asistencia social masiva) y en lo político
(como los sistema de partidos e instituciones electorales, marcos jurídicos de
derechos civiles) parecen estar en proceso de franco agotamiento histórico, sea
porque su legitimidad social está muy socavada, porque no pueden sostenerse en
el tiempo o bien porque representan un obstáculo ante la necesidad que tiene el
capital de un ajuste radical. Por tanto, éste apunta a procesos masivos
e intensivos de apropiación directa de la riqueza y el trabajo, sin
intermediación ni negociación ni seducción, principalmente en el Sur Global,
pero avanzando también en el Norte. En este sentido, la guerra deja de ser solo
acontecimiento histórico y se va constituyendo como ejercicio permanente de
micro-política y como referente de los regímenes de poder y los estados de
derecho;
b) pero la
apropiación directa no supone necesariamente una actuación imperial a modo de
aplanadora, sino basada en estrategias diferenciadas que permitan
sostener lo más posible los procesos de acumulación, los mercados y la
circulación de capital. A esto podríamos llamarle una política del cinismo:
la combinación de retazos de asistencia social, regionalizaciones del consumo,
zonas de “paz” con estados de guerra territorial, estados de excepción
selectivos, configuración de democracias sitiadas, regímenes de poder regional
paraestatales, entre otros, que se van desarrollando dependiendo de factores de
coyuntura y las diversas reacciones socio-políticas que provocan.
Desde el análisis geopolítico del discurso oficial
progresista latinoamericano, se ha promovido la total centralidad de la
contradicción Imperio vs Nación-periferia (básicamente EEUU vs los gobiernos
progresistas), interrumpiendo un análisis de multi-escalas y dejando
engavetadas las propias contradicciones domésticas Estado-Gobierno –
territorios/población.
Al mismo
tiempo, se ha impulsado una prevalencia del imperio-acontecimiento (por ejemplo,
para el caso de Venezuela, una eventual intervención militar estadounidense)
dejando de lado el imperio-proceso,
el cual expresa los múltiples mecanismos de penetración y transformación desde
adentro de las tramas sociales, de las fuerzas contrahegemónicas, de las
facetas desafiantes de los regímenes políticos nacionales, con el fin de ir
mermándolos y mutándolos para facilitar la acumulación de capital y la
apropiación de recursos y trabajo. Esta forma de intervención puede lograr el
desmantelamiento y desactivación progresiva de un proceso contrahegemónico de
cambio, aunque en la superficie dicho régimen político busque mantener una
fachada popular-emancipatoria. En este sentido, es vital resaltar la
contradicción Imperio-territorios/población.
Este análisis integrado macro-micro-político, de
múltiples escalas espaciales, esta fenomenología
del imperialismo, es útil al menos por dos razones:
PRIMERO, factores
como el caos global y los altos niveles de incertidumbre, riesgo y volatilidad
sistémica, en los cuales muchas de las macro-instituciones tradicionales
son cada vez menos funcionales y se requiere de la acción directa; la lógica de
penetración total del neoliberalismo a escala planetaria; la potencial
desregulación o mutación de los Estados latinoamericanos ante esta nueva etapa;
la vulnerabilidad de pueblos y comunidades ante esta situación; la disputa
geopolítica por los recursos naturales; entre otros, resaltan la especial
importancia del foco sobre la dinámica en los territorios. Una estrategia de
apropiación directa supone analizar más de cerca lo que ocurre en los mismos, y
en los tejidos sociales, donde se están desarrollando vitales disputa por la
vida a escala global.
SEGUNDO, dicho análisis podría contribuir a hacer
visibles los diferentes actores involucrados en las intervenciones que el
capital transnacional impulsa, y que son canalizadas en escalas globales,
regionales, nacionales y locales. Permite destacar las operaciones de interfaz
geográfico mediante las cuales opera el capital para finalmente llegar al
tejido de la vida socio-ecológica. De esta forma, por ejemplo, es posible
resaltar la relación orgánica, aunque no necesariamente explícita, que tiene el
extractivismo con estas formas de operación imperial.
En las disputas geopolíticas
y nacionales en estos nuevos tiempos para Latinoamérica, no solo se ha
abierto el escenario para la aparición de gobiernos favorables a uno u otro
bloque global de poder, sino también la configuración de nuevas y complejas “gubernamentalidades” (Foucault) en los
territorios y los tejidos de la vida. Controlar y administrar el caos, así como
aprovechar y canalizar los cambios esenciales que se han producido en estos
tejidos socio-territoriales, parece ser un objetivo central en estas disputas
por el mando político. Conviene evaluar pues, el terreno espinoso donde se
están desarrollando las luchas actuales y las que vendrán.
El terreno espinoso de las luchas por venir: reconfiguraciones en las
entrañas de América Latina.
El ciclo progresista latinoamericano que parece
concluir, y que ha tenido impactos directos e indirectos en toda la región,
puede ser también leído como una nueva ola modernizadora para la región,
impulsada no solo por el boom de los
commodities que iniciara en la década pasada, sino también por ampliaciones
y nuevos dispositivos en la distribución social de los excedentes captados en
este proceso.
Plantear que América
Latina ya no será igual supone reconocer que esta ola modernizadora ha
generado importantes transformaciones en los entramados sociales; en los
territorios urbanos, campesinos e indígenas; en sus estructuras políticas –lo
que incluye a las formas de ejercicio del poder y las luchas populares–; en las
expectativas y patrones culturales; y en los metabolismos sociales; lo cual
tiene y tendrá notables efectos para toda la vida en la región.
Si bien varían en diversos grados y no operan de
manera absoluta, en los diferentes países latinoamericanos es posible verificar
algunas tendencias compartidas tales como:
· Crecimiento
de los procesos de urbanización, modernización territorial y de la
población dentro de las ciudades, con tendencias persistentes al incremento
para los próximos años Caotización
y vulnerabilidad de las ciudades –recuérdese por ejemplo, la crisis hídrica en
São Paulo desde 2014 o las inundaciones en Buenos Aires en 2013. Expectativas
de "modos de vida imperial" (U. Brand) en cada vez más gente, lo que
se está uniendo contradictoriamente con la actual situación de caída de los
precios de las commodities.
· Avances de la
frontera extractiva en toda la región. Relanzamiento y expansión a gran escala en sectores
del extractivismo que no han sido
los tradicionales para cada país, como el caso de la minería en Venezuela o
Ecuador, o el petróleo en Brasil. Avance de los extractivismos de alto
riesgo por medio del impulso de la explotación de hidrocarburos no
convencionales, tales como la perforación y fracking en el yacimiento de Vaca
Muerta, Argentina; o los crudos pesados y extrapesados en Colombia y Venezuela.
· Crecimiento
en los metabolismos sociales (flujos de materiales, energía y agua), que aunque en
términos relativos (tasas de crecimiento, flujos per cápita, etc.) podrían
disminuir en relación a décadas pasadas, muestran notables tendencias al alza
en términos absolutos. Esto ocurre no sólo en las ciudades, donde una porción
de las poblaciones han sido incorporadas al consumo de más energía, materiales
y agua, sino también a raíz de la expansión del extractivismo en los
territorios de la región.
· Sistemas
sociales más complejos. Incorporación masiva de sectores de las clases pobres
a las clases medias. Estratificaciones sociales más heterogéneas e híbridas
–por ejemplo, barrios populares en los cuáles conviven diferentes
"clases" sociales. Nuevas subjetividades en los jóvenes que perfilan
una actitud ante la política y juegan un importante rol en el desarrollo de
este fin de ciclo.
· En algunos
países se produjo el surgimiento de nuevas burguesías, en el seno de
los procesos de acumulación de capital impulsados directa o indirectamente por
las políticas de los gobiernos, como en el caso de los progresismos radicales
de Venezuela y Bolivia –“Boliburguesía”
y “Burguesía Aymara”, respectivamente.
·
Financiarización de las clases populares y robustecimiento cualitativo de las
economías informales. A pesar de que en varios países de la región creció
el empleo formal en la última década –como en Argentina, Brasil y Chile–,
debido a las características de los modelos primarizados de la región, el
sector informal sigue siendo muy significativo –un promedio de 50% del total,
siendo que en países como Paraguay, Colombia, México, Guatemala o Perú, se
supera notablemente esta cifra. El proceso de financiarización social le ha
dado mayor organicidad a la economía informal y fortaleza en términos
cualitativos, en la medida en la que vigorizó sus redes, potenciadas por el
alto consumo. Podríamos decir que se socializó el sector terciario de la
economía, potenciando una mayor autonomización del sector informal. A raíz del
fin del boom de las commodities y una eventual agudización de la crisis
económica en la región, es probable que se produzca una re-explosión de la
economía informal. ¿Qué pasa cuando informalidad pasa a ser un determinante de
toda la economía y de los tejidos sociales?
· En diversos
grados, dependiendo de los territorios y países, las
estructuras socio-económicas y culturales de los pueblos indígenas y campesinos
han sido impactadas. Nuevas ruralidades y nuevas configuraciones en el mundo
indígena se han venido desarrollando, con consecuencias respecto a la
preservación de sus territorios, sus modos de vida, sus resistencias y sus
patrones culturales.
· Surgimiento
de nuevas derechas, que asumen nuevas narrativas, proyectos más híbridos
y flexibles, con nuevos rostros, las cuales buscan capitalizar los numerosos
cambios sociales, culturales y políticos de la región. La crisis de los
progresismos ha re-abierto el camino a un potencial desprestigio de los ideales
revolucionarios y socialistas en amplios sectores de la población, con mayor
fuerza en Venezuela.
· Grupos de
delincuencia social, urbanos y rurales, que han mutado a formas mucho más
sofisticada de acción, con mayor capacidad de fuego y tecnológica, y con mayor
conciencia de su poderío político, principalmente en los territorios que logran
controlar.
· Afianzamiento
de lo que hemos llamado un "neoliberalismo mutante", el cual se ha
configurado como un modo heterodoxo, híbrido, estratégico y flexible de
acumulación de capital que muta, se reacomoda permanentemente, y en el cual
pueden coexistir, por ejemplo, mercantilización sin privatización o
financiarización con intervención estatal, sin que esto implique el abandono de
un eventual giro a la ortodoxia o el horizonte de despojo masivo que lo
constituye.
· Penetración
múltiple de las economías latinoamericanas por diversos actores geopolíticos, donde han
tenido creciente presencia China y
en menor medida los otros países de los BRICS.
Destacan los nexos del gigante asiático con Venezuela, Ecuador, Brasil, Perú y
Argentina [8] . Relativo desplazamiento
de la hegemonía de los EEUU. Brasil ha incrementado su influencia geopolítica,
resaltando su papel en Suramérica. En general, el fin de ciclo está también
marcado por una especie de guerra fría que se desarrolla a nivel mundial.
· Vivimos en un mundo aún más convulso que cuando
empezó este período de perfil progresista.
Sobre la superficie
accidentada, movible, irregular y volátil de esta geografía política de los
muy diversos entramados sociales latinoamericanos se van conformando cadenas de
regímenes de poder, diferenciados pero profundamente conectados con las
disputas geopolíticas, los Estados de la región y los procesos de acumulación
de capital a escala global. Conviene examinar las tendencias que configuran,
desde arriba, un marco de excepcionalidad y militarización de todos los ámbitos
de la vida; y desde abajo, una cooptación del antagonismo, especialmente de sus
facetas autoritario-delincuenciales.
Gestionando el caos desde arriba: regímenes de excepción y militarización
de la vida.
Los tiempos por
venir en América Latina parecen apuntar a tiempos conflictivos, de revueltas
e intensas disputas territoriales por los recursos. Los Estados
latinoamericanos no solo se van adaptando a las dinámicas de la crisis
económica global a través de la creciente ejecución de reformas y ajustes
macro-económicos (desde la Reforma Energética en México a las Zonas Económicas
Especiales en Venezuela), sino también se ven compelidos a desarrollar o
ampliar formas de cooperación con la lógica de guerra global imperante.
En este marco, y
con miras en la administración y gestión de los escenarios de crisis y caos
sistémico, se perfila una creciente política de militarización de todos los
ámbitos de la vida y la expansión de estados de excepción diferenciados. Situaciones
o contextos de contingencia vinculados a una “amenaza excepcional”, van
siendo canalizados a través de estos mecanismos de control, sea por crisis
económica (como el Estado de Excepción y Emergencia Económica decretado a nivel
nacional en Venezuela desde mayo de 2016, para combatir la “guerra económica” y otros factores) lucha contra el terrorismo y el narcotráfico (como el declarado por
el gobierno peruano en septiembre 2016 en tres distritos de Huancavelica,
Ayacucho y Cuzco); fenómenos naturales (como la explosión del volcán Cotopaxi
en agosto 2015, que implicó declaración de estado de excepción a nivel nacional
y movilización de todas las fuerzas armadas en el Ecuador); grandes eventos
(como el estado de excepción declarado por el gobierno brasilero para los
Juegos Olímpicos de agosto de 2016); y evidentemente revueltas populares y
manifestaciones sociales de diverso tipo.
Pero es fundamental destacar que el desarrollo de este
proceso no solo se da por decretos; la promulgación de leyes antiterroristas y
el endurecimiento de los códigos penales; el establecimiento de nuevas bases
militares estadounidenses en la región (especialmente en Perú, Paraguay y
Colombia); la modernización de las fuerzas militares, policiales y de inteligencia;
o incluso la búsqueda de consolidación del Consejo
de Defensa Suramericano de UNASUR; sino de cómo todos los aspectos y
ámbitos de la vida social van siendo atravesados progresivamente por la lógica
militar/policial de control, sitio, vigilancia y represión. De cómo el sistema
de derechos y garantías sociales va quedando cada vez más suspendido para que
vaya imponiéndose una régimen político de excepcionalidad permanente, que
permite a las fuerzas de seguridad oficial tomar el control de los recursos,
instituciones y territorios “vulnerados” por la “amenaza extraordinaria”.
Todo esto se va configurando independientemente de si
la alianza geopolítica de los diferentes Estados latinoamericanos es con los Estados Unidos, con China, o con otros
actores nacionales y corporativos.
Sin embargo, como ya hemos señalado, estos procesos
evolucionan de maneras diferenciadas en los países y territorios
latinoamericanos, al tiempo que no se trata necesariamente de regímenes
aplanadora o de formas totalitarias homogeneizantes, sino que responden a
estrategias variables, flexibles y regionalizadas.
Por un lado, hay que tomar en cuenta las estructuras
políticas domésticas, la significación geopolítica de cada país y regiones, la
importancia de sus recursos y la intensidad de las resistencias populares ante
los diversos procesos de intervención del capital, para comprender cómo se
asignan y se recurre a las diferentes modalidades e intensidades de operación
sobre los territorios y población.
En México, la
“Guerra contra el Narcotráfico” (2006+) y la Ley de Seguridad Nacional
(2011) generan un marco de brutal excepcionalidad permanente y generalizada,
con numerosas similitudes a la región centroamericana, en especial en El
Salvador, Guatemala y Honduras.
En Suramérica,
Colombia destaca como régimen constituido en buena medida por la excepcionalidad y
por ser un área geopolítica de pivote (o bisagra), siendo que el escenario
post-conflicto no supone necesariamente que se interrumpa el proceso de militarización
imperante (con procesos actuales de intensa represión social y desaparición de
activistas) y el crecimiento de la asistencia militar por parte de los EEUU.
A su vez, en los países de gobiernos progresistas
latinoamericanos se han producido intensas disputas socio-políticas atravesadas
por actores rivales nacionales e internacionales, lo cual incrementa los
niveles de conflictividad general, y por ende, los procesos de militarización y
escenarios de excepcionalidad, siendo Venezuela
el caso donde esto se desarrolla con más intensidad.
La Amazonía aparece como
una zona clave en la evolución de estos procesos de conflicto. Del mismo, modo
destacan formas de militarización urbana (ej. caso brasileño) y las complejas
dinámicas fronterizas en toda la región (ej. la Triple Frontera o la frontera
Colombo-venezolana).
Por último, aunque países como Chile, Uruguay o Costa Rica no se señalen como grandes áreas
estratégicas, de riesgo o de insubordinación, pueden señalarse procesos de este
tipo en menor escala o sectorizados, como ocurre con la creciente
militarización y conflicto en la araucanía chilena.
Finalmente, es esencial insistir en que el costo político, económico y social,
y las enormes dificultades que conllevan la ejecución y mantenimiento de un
régimen total de excepcionalidad permanente a escala nacional, plantean la
pertinencia para el status quo del impulso de políticas sectorizadas y de
contingencia.
El fin de ciclo no tiene que ser pensado única y
necesariamente como un tsunami arrasador.
Una restauración conservadora en América
Latina o una radicalización de la acumulación por desposesión parece ir
ensamblándose progresivamente, mediante políticas que, aunque puedan llegar a
ser violentas y de ampliación del despojo social, se configuran de maneras
selectivas y diferenciadas.
Más allá de estos dispositivos desplegados desde
arriba, es necesario también examinar cómo estos también pueden expandirse
desde las propias tramas de la vida social, analizar cómo se van configurando
desde abajo.
Gestionar el caos desde abajo: autoritarismos delincuenciales y el tejido
social como campo de batalla.
Pese al progresivo ensamblaje de todos estos
dispositivos de control, los marcos de la legalidad y de los aparatos e
instituciones formales están siendo cada vez más desbordados por las dinámicas
sociales, culturales, metabólicas y territoriales que se desarrollan en las
entrañas de la región, y que hemos descrito anteriormente.
El crecimiento
de redes de narcotráfico, de amplios entramados de economías informales y
comercio de contrabando, muchos de ellos de carácter transfronterizo, y la
acelerada expansión de la minería ilegal, principalmente en la región
amazónica, están constituidos por grupos socio-políticos que logran ejercer
cada vez más poder sobre los territorios, configurar economías locales con cada
vez mayor arraigo popular, generar crecientes daños ambientales, e impactar
significativamente sobre los tejidos sociales y los procesos de producción
cultural y de subjetividad.
El control territorial de los cárteles mexicanos en
varias regiones del país; el avance político de las “maras” en Centroamérica
(recordemos el paro de transporte convocado por Mara Salvatrucha y Barrio 18 en El Salvador, en julio de 2015), las
estructuras de poder de grupos armados irregulares y bandas criminales urbanas
y rurales en Colombia, y la forma acelerada como han crecido estas en
Venezuela; la expansión del tráfico de
commodities en la Amazonía y otras zonas del sub-continente (especialmente
en las nuevas fronteras de la extracción); son expresión de cómo estos grupos
pueden incluso crear sus propios regímenes políticos, sus propias formas de
excepcionalidad, los cuales podemos entenderlos como autoritarismos
delincuenciales regionalizados.
En estos
circuitos y territorializaciones, no hay área protegida, zonas de reserva, derechos
humanos, regulaciones económicas y jurídicas que cuenten, no solo porque no se
impone una institucionalidad formal que los haga respetar, sino porque al mismo
tiempo se van institucionalizando desde abajo estos otros formatos de lo
“paralelo”-ilegal-informal.
Es común endilgar la ocurrencia de estos fenómenos a
una “ausencia de Estado”, y aunque
en efecto esto puede revelar un abandono o desplazamiento de la
institucionalidad estatal, conviene también analizar procesos de cooperación y
articulación que se están produciendo entre los ámbitos de lo formar/legal y lo
informal/ilegal.
El capital y el Estado pueden configurar una poderosa biopolítica que opera
en un doble ámbito de acción: no solo en la militarización de la vida y su
lógica de control de espectro amplio, impulsada desde arriba, sino también
buscando cooptar las pulsiones contrahegemónicas, desde abajo. Esto básicamente
implica intentar canalizar el malestar popular, el desbordamiento social, las
pulsiones de sublevación y de poder, poniendo especial atención en las
poderosas estructuras delincuenciales, para favorecer formas de control
territorial y apropiación local del trabajo, los recursos, los cuerpos y el
territorio, al tiempo que se pueda dividir, fragmentar y vulnerar aún más el
tejido social que podría conformar la alternativa contrahegemónica. De esta
forma, el tejido social se convierte en campo de batalla.
La consigna
mexicana a raíz de la tragedia de Ayotzinapa (2014) de “No fue el narco, fue el
Estado”, que expresa un régimen de co-gobierno o entrecruzamiento de aparatos
represivos formales y grupos delincuenciales; las variadas expresiones
cooperativas entre sectores militares y los grupos que impulsan la expansión de
la minería ilegal en la región amazónica; o bien el importante rol que van
adquiriendo las instituciones policiales en el propio auge de la delincuencia
urbana; por mencionar algunos ejemplos, revelan un patrón de poder que tiene un
carácter multi-escalar, corporativo y reticular, en el cual las fronteras entre
lo formal/legal y lo informal/ilegal se van haciendo cada vez más borrosas.
Esto nos trae de nuevo a la recurrente pregunta sobre qué es el Estado,
pensándolo ahora desde América Latina en
el siglo XXI.
Tomando en cuenta el auge de los poderes territoriales
delincuenciales y las ramificaciones y desbordamientos de los Estados más allá de los márgenes de lo
formal/legal, nos preguntamos también si solo se trata de una tendencia
coyuntural o bien estamos ante la configuración histórica de nuevas formas de
estatalidad en la región. En el marco de la geopolítica latinoamericana,
¿estamos ante una tendencia regional estructurada y determinada por las
intensas disputas inter-capitalistas mundiales? ¿Son los ejemplos africanos y
asiáticos (como el Boko Haram o el
ISIS), referentes de un patrón de apropiación radical en los territorios
del Sur Global?
En la biopolítica
de la disputa mundial, la batalla trascendental se está produciendo sobre
los tejidos sociales y los territorios/ecosistemas. Es fundamental tomar en
cuenta estas tendencias en los análisis de los tiempos por venir para la
región. Se trata de una cuestión vital.
Lo común en el caos: pensarnos desde el conflicto, disputar el antagonismo,
tejer comunidad.
El caos sistémico es también la revelación de un
sistema extraordinariamente agrietado, por donde siempre podrán colarse las
pulsiones de la revuelta y la transformación para la emancipación. El
agotamiento del “ciclo progresista” muy probablemente va a suponer la apertura
de nuevos ciclos de luchas populares en América Latina, las cuales a su vez
podrían promover el surgimiento y expansión de nuevas modalidades, narrativas y
formatos de operación en las mismas. Pero un desenlace de la actual encrucijada
regional, lo más favorable posible para un proyecto
popular-ecológico-emancipatorio, pasa por reconocer los códigos de
operación de estos agresivos regímenes de poder multi-escalares.
Decir que los propios tejidos socio-territoriales son
un campo de intensa batalla, como nunca antes en la historia del capitalismo,
supone reconocer que la fuerza destructiva del capital penetra en las redes de
la vida –su fuerza ecocida– y en la
propia constitución de lo popular-comunitario. ¿Cómo se desarrolla y se
desarrollará el antagonismo de lo popular, el antagonismo de los pobres y de
los excluidos, en tiempos de caos sistémico? ¿Qué formas toma o puede tomar?
Intervenir violentamente en la propia producción
constitutiva de lo popular-comunitario busca transformar su potencia en
máquinas fragmentadas de guerra, en
campo fértil para la distopía; canalizar el descontento social hacia formas
orgánicas de fascismo; formatear la comunidad para el combate a lo que está
fuera de ella –las maras centroamericanas pueden ser interpretadas como
comunidades/máquinas de guerra–; y así volver inviable la masividad de una
revuelta emancipatoria.
No basta pues, sólo promover el antagonismo contrahegemónico, sino incluso disputarlo para intentar
encauzarlo a un proyecto colectivo y emancipatorio de lo
común-diverso-ecológico, en donde lo humano se funde con la realidad material
de su geografía inmediata, de su ecosistema, y la reproducción y afirmación de
la vida.
Esto implica privilegiar una política desde los
territorios y por ende, alcanzar una meta que hasta ahora no se ha conseguido
en el grueso de los proyectos y narrativas de la izquierda: descentrar el rol
del Estado en las transformaciones sociales. No se trata de ignorar su
presencia, operación y poder, ni tampoco, como han insistido algunos autores,
reivindicar un “horizonte localista”,
sino impulsar una estrategia multi-escalar en la cual la lucha territorial y la
reproducción material de la vida son centrales y punto de partida de toda la
lucha emancipatoria.
Cuando pensamos en las estrategias y narrativas en la
escala global, la regional e incluso la nacional, ¿qué nos queda por
reivindicar en cuanto a las grandes narrativas políticas, esas que pueden unir
numerosas subjetividades y agrupaciones en torno a un proyecto común? ¿El socialismo? ¿El desarrollo? ¿La
democracia?
Ante el desbordamiento de los contratos sociales y la
configuración de la guerra como factor de organización social por excelencia,
¿debemos defender hasta el máximo los principios y marcos mínimos de los
estados de derecho, de garantías mínimas sociales, los pilares del ideal de la democracia? ¿Qué queda como proyecto
para la convergencia de luchas, más allá del parapeto de las estructuras
institucionales de la modernidad? ¿Es posible resignificar los pilares
fundamentales de la llamada democracia? ¿Una
democracia radical y ecológica podría y debería ser un eje narrativo y
programático que articule diversas iniciativas populares de lucha? ¿Podemos
avanzar juntos sin un gran proyecto movilizador?
Tal vez una de
las paradojas de los tiempos que vivimos reside en la forzosa combinación de una
esperanza a la cual no podemos renunciar, con la franqueza y valentía de
reconocer que el desborde del conflicto, su masividad, su multiplicidad, nos
habita cada vez más. ¿Es el estallido social del Caracazo en 1989 en Venezuela solo un acontecimiento histórico o la
expresión de la configuración de un nuevo escenario político urbano, de la
inviabilidad de las ciudades latinoamericanas, de la latencia de su
desbordamiento?
Las intensas luchas de resistencia indígenas y campesinas en el Perú; las fogatas y las guardias
comunitarias en Cherán, México; las
retenciones de militares por parte de pueblos indígenas en Colombia y Venezuela; los cortes de ruta y asambleas populares en
comunidades como Famatina, Argentina;
los bloqueos a excavadoras y múltiples métodos de acción directa para la
resistencia, realizados en numerosas localidades latinoamericanas; ¿son
conflictos convencionales o la respuesta ante un radical avance belicista hacia
las nuevas fronteras de las commodities?
Creemos que pensar las alternativas pasa también necesariamente por pensarnos
desde el conflicto.
Tal vez convenga reivindicar el “principio de esperanza” no únicamente anclado en un horizonte
ideal por conseguir, sino también orientado a una disposición que rodea y queda
contenida en el hacer, en el devenir, sea cuando las aguas están calmas o bien
cuando haya avisos de tormenta. Mientras tanto, tejer y tejer comunidad, en cada ámbito y
escala de lucha, parece un objetivo vital en estos tiempos. Y no olvidar que el
juego sigue abierto.
*****
Caracas,
diciembre de 2016
*Emiliano Teran Mantovani, sociólogo venezolano,
master en economía ecológica por la Universidad Autónoma de Barcelona e
investigador.
*****
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