LA GLOBALIZACIÓN SE AGOTA. ES LA HORA DE LOS BRICS. Emir Sader. Cuando triunfó en
la Guerra Fría, el bloque occidental, comandado por EE.UU., anunció que la
historia llegaba a su final. Habría acontecimientos, pero nada afuera de la
economía capitalista de mercado y de la democracia liberal. Ese era el fin de
la historia. La globalización
neoliberal se encargaba de hacer universales esos esquemas económicos y
políticos. La Pax americana se imponía.
Pero el pasaje de un mundo bipolar a uno unipolar bajo la hegemonía imperial
norteamericana no trajo ni paz, ni desarrollo económico. Al revés, se
multiplicaron los focos de guerra y la recesión económica se globalizó. La crisis recesiva en el centro del
sistema, que empezó en 2008, no
tiene ni plazo, ni forma de terminar. Las políticas de austeridad asumidas por
todos los países europeos son máquinas de generación de inestabilidad social y
política, al quitarles legitimidad a los sistemas políticos y a los partidos
tradicionales.
El Brexit fue una expresión muy evidente del malestar provocado por
la globalización, del que la elección de Donald Trump es una confirmación. Se
generaliza el rechazo a los efectos de la globalización neoliberal. Los
gobiernos y partidos que insisten en esa dirección son sistemáticamente
derrotados. La crisis de agotamiento de la globalización arrastra consigo a la
democracia liberal, que pierde legitimidad al no expresar los sentimientos de
la mayoría de la población. El fin de la
historia desembocó en el fin del neoliberalismo, cuyo horizonte de
superación está representado por los BRICS. Más que ser una agrupación de países, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica) empezaron a dibujar un nuevo orden económico y político
internacional, para sustituir la construida al final de la Segunda Guerra
Mundial, basada en el Banco Mundial, en el FMI
y en el dólar. Cuando la globalización muestra sus límites, condena a las
economías a un estancamiento sin fin, provoca la perdición de los sistemas
políticos que se basan en ella, es un período histórico que se cierra. En lugar
de lo que tantos pregonaban (el supuesto fin de ciclo de los gobiernos
progresistas de América latina), lo que se da es un final de ciclo en carne
propia, con la salida de Gran Bretaña de
la Unión Europea y los cuestionamentos que Trump hace a los tratados de libre comercio y de otros pilares de
la globalización.
La globalización se agotó sin lograr que la economía mundial
volviera a crecer, al contrario, naturalizando la recesión a
escala mundial. Tampoco logró disminuir los conflictos en el mundo; por el
contrario, los multiplicó. El mundo que
surge del Brexit, de la elección de Trump, de la profunda crisis de la
Unión Europea y, sobre todo, de los BRICS,
es un mundo de transición entre el de la globalización comandada por los EE.UU. y su modelo neoliberal, y el que
apunta hacia mecanismos de recuperación del desarrollo de resolución negociada
de los conflictos internacionales, de fortalecimiento de los Estados nacionales
y de los procesos de integración regional y de intercambio Sur-Sur. En ese
momento, América latina tiene, más que nunca, que profundizar sus procesos de
integración y, sobre todo, acercarse a los BRICS,
a su Banco de Desarrollo y su fondo de reservas. Al contrario, buscar retomar
lazos privilegiados con EE.UU. es un
camino con el destino opuesto, es condenarse a la recesión, alejarse de los
focos dinámicos de la economía mundial, volverse intranscendentes para el
mundo, como había ocurrido en los noventa. Precisamente en este momento de
agotamiento de la globalización y del modelo neoliberal a escala mundial,
Argentina y Brasil retoman ese modelo, después de su fracaso en esos mismos
países, en los años 90. Una señal más de que se trata de opciones en contra de la
dinámica del mundo en el siglo XXI.
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Álvaro García Linera, vice-presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Sociólogo de Profesión hoy nos entrega un artículo en relación a la Globalización, que ratifica trabajos de Académicos a nivel global, que señalan que no solamente el Brexit de Inglaterra - retiro de la Unión Europea - o las políticas proteccionistas, presentadas y que llevaron al triunfo del señor Trump en Estados Unidos son los acontecimientos que generan en sí, la "muerte de la globalización".Es la continuación de la crisis económica mundial - y que el mundo será golpeado por un nuevo huracán financiero - y la profundización de la crisis de Occidente - la poli-crisis de Europa, no tiene salida inmediata -la guerras, la crisis de la migración transcontinental, la corrupción, la inseguridad, el separatismo, el golpe de la extrema derecha, son algunos de los acontecimientos mundiales que llevan definitivamente a la muerte de la globalización, y el rotundo fracaso de su ideología y política mundial con es el Neoliberalismo, anunciado por sus propios fundadores, defensores y "padres" como es el Fondo Monetario Internacional FMI.
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LA GLOBALIZACIÓN HA MUERTO.
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Álvaro García Linera.
Rebelión miércoles 28 de diciembre del 2016
El desenfreno por un inminente mundo sin fronteras, la
algarabía por la constante jibarización de los Estados-nacionales en nombre de
la libertad de empresa y la cuasi religiosa certidumbre de que la sociedad mundial
terminaría de cohesionarse como un único espacio económico, financiero y
cultural integrado, acaban de derrumbarse ante el enmudecido estupor de las
élites globalófilas del planeta.
La renuncia de Gran Bretaña a continuar en la Unión
Europea ‒el proyecto más importante de unificación estatal de los últimos 100
años‒ y la victoria electoral de Trump ‒ que enarboló las banderas de un
regreso al proteccionismo económico, anunció la renuncia a tratados de libre
comercio y prometió la construcción de mesopotámicas murallas fronterizas‒, han
aniquilado la mayor y más exitosa ilusión liberal de nuestros tiempos. Y que
todo esto provenga de las dos naciones que hace 35 años atrás, enfundadas en
sus corazas de guerra, anunciaran el advenimiento del libre comercio y la
globalización como la inevitable redención de la humanidad, habla de un mundo
que se ha invertido o, peor aún, que ha agotado las ilusiones que lo
mantuvieron despierto durante un siglo.
Y es que la globalización como meta-relato, esto es,
como horizonte político ideológico capaz de encausar las esperanzas colectivas
hacia un único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas
de bienestar, ha estallado en mil pedazos. Y hoy no existe en su lugar nada
mundial que articule esas expectativas comunes; lo que se tiene es un repliegue
atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un tipo de tribalismo
político, alimentado por la ira xenofóbica, ante un mundo que ya no es el mundo
de nadie.
La medida geopolítica del capitalismo.
Quien inició el estudio de la dimensión geográfica del
capitalismo fue Marx. Su debate con el economista Friedrich List sobre el
“capitalismo nacional” en 1847 y sus reflexiones sobre el impacto del descubrimiento
de las minas de oro de California en el comercio transpacífico con Asia, lo
ubican como el primer y más acucioso investigador de los procesos de
globalización económica del régimen capitalista. De hecho, su aporte no radica
en la comprensión del carácter mundializado del comercio que comienza con la
invasión europea a América sino en la naturaleza planetariamente expansiva de
la propia producción capitalista.
Las categorías de subsunción formal y subsunción
real del proceso de trabajo al capital con las que Marx devela el
automovimiento infinito del modo de producción capitalista, suponen la
creciente subsunción de la fuerza de trabajo, el intelecto social y la tierra,
a la lógica de la acumulación empresarial, es decir, la supeditación de las condiciones
de existencia de todo el planeta a la valorización del capital. De ahí que en
los primeros 350 años de su existencia, la medida geopolítica del capitalismo
haya avanzado de las ciudades-Estado a la dimensión continental y haya pasado,
en los últimos 150 años, a la medida geopolítica planetaria.
La globalización económica (material) es pues
inherente al capitalismo. Su inicio se puede fechar 500 años atrás, a partir
del cual habrá de tupirse, de manera fragmentada y contradictoria, aún mucho
más.
Si seguimos los esquemas de Giovanni Arrighi en su
propuesta de ciclos sistémicos de acumulación capitalista a la cabeza de un
Estado hegemónico: Génova (siglos XV-XVI), los Países Bajos (siglo XVIII),
Inglaterra (siglo XIX) y Estados Unidos (siglo XX), cada uno de estos hegemones
vino acompañado de un nuevo tupimiento de la globalización (primero comercial,
luego productiva, tecnológica, cognitiva y, finalmente, medio ambiental) y de
una expansión territorial de las relaciones capitalistas. Sin embargo, lo que
sí constituye un acontecimiento reciente al interior de esta globalización
económica es su construcción como proyecto político-ideológico, esperanza o
sentido común, es decir, como horizonte de época capaz de unificar las
creencias políticas y expectativas morales de hombres y mujeres pertenecientes
a todas las naciones del mundo.
Margareth Thacher y Ronald Reagan, entonces Primera Ministra de Inglaterra y Presidente de los Estados Unidos, sentenciaron "el fin del Estado de Bienestar Social, que venía desde la Segunda Guerra Mundial y los "30 años de gloria del capitalismo" y nos impusieron las Políticas del Neoliberalismo, el Fin de la Bipolaridad Mundial (tiempos de la Guerra Fría) años después surgirá la Unipolaridad global (Caída del Muro de Berlín), la privatización de las empresas estatales, destruyendo la organización Sindical( fin del Poder Sindical), sustituyeron el proteccionismo del mercado interno, por el libre mercado mundial.
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El “fin de la historia”.
La globalización como relato o ideología de época no
tiene más de 35 años. Fue iniciada por los presidentes Ronald Reagan y Margaret
Thatcher, liquidando el Estado de bienestar, privatizando las empresas
estatales, anulando la fuerza sindical obrera y sustituyendo el proteccionismo
del mercado interno por el libre mercado, elementos que habían caracterizado
las relaciones económicas desde la crisis de 1929.
Ciertamente fue un retorno amplificado a las reglas
del liberalismo económico del siglo XIX, incluida la conexión en tiempo real de
los mercados, el crecimiento del comercio en relación al Producto Interno Bruto
(PIB) mundial y la importancia de los mercados financieros, que ya estuvieron
presentes en ese entonces. Sin embargo, lo que sí diferenció esta fase del
ciclo sistémico de la que prevaleció en el siglo XIX fue la ilusión colectiva
de la globalización, su función ideológica legitimadora y su encumbramiento
como supuesto destino natural y final de la humanidad.
Y aquellos que se afiliaron emotivamente a esa
creencia del libre mercado como salvación final no fueron simplemente los
gobernantes y partidos políticos conservadores, sino también los medios de
comunicación, los centros universitarios, comentaristas y líderes sociales. El
derrumbe de la Unión Soviética y el proceso de lo que Gramsci llamó transformismo
ideológico de ex socialistas devenidos en furibundos neoliberales, cerró el
círculo de la victoria definitiva del neoliberalismo globalizador.
¡Claro! Si ante los ojos del mundo la URSS, que era
considerada hasta entonces como el referente alternativo al capitalismo de
libre empresa, abdica de la pelea y se rinde ante la furia del libre mercado ‒y
encima los combatientes por un mundo distinto, públicamente y de hinojos,
abjuran de sus anteriores convicciones para proclamar la superioridad de la
globalización frente al socialismo de Estado‒, nos encontramos ante la constitución
de una narrativa perfecta del destino “natural” e irreversible del mundo: el
triunfo planetario de la libre empresa.
El enunciado del “fin de la historia” hegeliano con el
que Fukuyama caracterizó el “espíritu” del mundo, tenía todos los ingredientes de
una ideología de época, de una profecía bíblica: su formulación como proyecto
universal, su enfrentamiento contra otro proyecto universal demonizado (el
comunismo), la victoria heroica (fin de la guerra fría) y la reconversión de
los infieles.
La historia había llegado a su meta: la globalización
neoliberal. Y, a partir de ese momento, sin adversarios antagónicos a
enfrentar, la cuestión ya no era luchar por un mundo nuevo, sino simplemente
ajustar, administrar y perfeccionar el mundo actual pues no había alternativa
frente a él . Por ello, ninguna lucha valía la pena estratégicamente pues todo
lo que se intentara hacer por cambiar de mundo terminaría finalmente rendido
ante el destino inamovible de la humanidad que era la globalización. Surgió
entonces un conformismo pasivo que se apoderó de todas las sociedades, no solo
de las élites políticas y empresariales, sino también de amplios sectores
sociales que se adhirieron moralmente a la narrativa dominante.
Fiesta y más fiesta, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. La globalización ha muerto con el triunfo de los supremacistas blancos. Trump, No ha
ganado las elecciones presidenciales gracias a la clase obrera blanca, sino a
millones de ciudadanos de clase media y buena educación que tras buscar en el fondo
de su alma, debajo de todos sus conceptos, ha encontrado a un sonriente
supremacista y grandes reservas de misoginia sin usar.
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La historia sin fin ni destino.
Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la
larga fiesta “del fin de la historia”, resulta que quien salió vencedor, la
globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte
victorioso, es decir, sin horizonte alguno. Trump no es el verdugo de la
ideología triunfalista de la libre empresa, sino el forense al que le toca
oficializar un deceso clandestino.
Los primeros traspiés de la ideología de la
globalización se hacen sentir a inicios de siglo XXI en América Latina, cuando
obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la
lucha de clases y se coaligan para tomar el poder del Estado. Combinando
mayorías parlamentarias con acción de masas, los gobiernos progresistas y
revolucionarios implementan una variedad de opciones posneoliberales mostrando
que el libre mercado es una perversión económica susceptible de ser reemplazada
por modos de gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza,
generar igualdad e impulsar crecimiento económico.
Con ello, el “fin de la historia” comienza a mostrarse
como una singular estafa planetaria y nuevamente la rueda de la historia ‒con
sus inagotables contradicciones y opciones abiertas‒ se pone en marcha.
Posteriormente, en 2009, en EE.UU. el hasta entonces vilipendiado Estado, que
había sido objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa,
es jalado de la manga por Obama para estatizar parcialmente la banca y sacar de
la bancarrota a los banqueros privados. El eficienticismo empresarial, columna vertebral
del desmantelamiento estatal neoliberal, queda así reducido a polvo frente a su
incompetencia para administrar los ahorros de los ciudadanos.
Luego viene la ralentización de la economía mundial,
pero en particular del comercio de exportaciones. Durante los últimos 20 años,
este crece al doble del Producto Interno Bruto (PIB) anual mundial, pero a
partir del 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en
2015 es incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se
constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la “prueba” de la
irresistibilidad de la utopía neoliberal.
Por último, los votantes ingleses y norteamericanos
inclinan la balanza electoral a favor de un repliegue a Estados proteccionistas
‒si es posible amurallados‒, además de visibilizar un malestar ya planetario en
contra de la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado
por el libre mercado planetario.
Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso
deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del
bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la
enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores detractores. Nos
encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los
últimos siglos.
Sin embargo, ninguna frustración social queda impune.
Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas
sino que ‒es el camino tortuoso de las cosas‒ las cierra, al menos temporalmente.
Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le
contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad
deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados. La
globalización, como ideología política, triunfo sobre la derrota de la
alternativa del socialismo de Estado, esto es, de la estatización de los
medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba.
La caída del muro de Berlín en 1989 escenifica esta capitulación. Entonces, en
el imaginario planetario quedo una sola ruta, un solo destino mundial. Y lo que
ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece, muere.
Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero
no es el “fin de la historia” ‒como pregonaban los neoliberales‒, sino el fin
del “fin de la historia”; es la nada de la historia.
Lo que hoy queda en los países capitalistas es una
inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones
marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una
globalización fallida que no alumbra más los destinos. Entonces, con el
socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el
mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora. Es un
tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía Shakespeare, “todo
lo sólido se desvanece en el aire”. Pero también por ello es un tiempo más
fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para ordenar
el mundo. Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de
esta nube cósmica que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.
¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones
sociales? Imposible saberlo. Todos los futuros son posibles a partir de la
“nada” heredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de esas
posibilidades que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en
su imprescindible relación metabólica con la naturaleza. En cualquier caso, no
existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser
humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a
construir uno.
Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar
un nuevo destino distinto a este emergente capitalismo errático que acaba de
perder la fe en sí mismo.
El autor es
Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia
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