En las semanas anteriores, varias agencias y autoridades del
gobierno de Estados Unidos habían reconocido que la intervención
de Rusia en las elecciones del pasado noviembre era un hecho más allá cualquier
duda razonable. Para cualquier
extranjero más o menos informado, resulta por lo menos una broma de mal
gusto que un gobierno de Estados Unidos
se escandalice porque algún otro extranjero haya intervenido en sus
elecciones nacionales. Mucho más considerando que el informe de la CIA es una de las principales fuentes públicas de
dicha denuncia y que ha sido publicado de forma inmediata, no luego de treinta años como es la costumbre
de la desclasificación de documentos, cundo la verdad ya no importa.
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ESTADOS UNIDOS, DEL
“EFECTO ESPECTADOR” AL “EFECTO TELEPROMPTER”.
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Jorge Majfud.
ALAI. América
Latina en Movimiento.
Lunes 19 de diciembre del 2016.
El 10 de diciembre de 2016
CNN publicó un artículo titulado “Where's
the outrage over Russia’s hack of the US election?” (“¿Dónde está
la indignación por el ataque informático a las elecciones de Estados Unidos por
parte de Rusia?”) donde básicamente resumía el escaso efecto social de un hecho
inadmisible desde muchos puntos de vista.
En las semanas anteriores,
varias agencias y autoridades del gobierno de Estados Unidos habían reconocido
que la intervención de Rusia en las elecciones del pasado noviembre era un
hecho más allá cualquier duda razonable. Para cualquier extranjero más o menos
informado, resulta por lo menos una broma de mal gusto que un gobierno de
Estados Unidos se escandalice porque algún otro extranjero haya intervenido en
sus elecciones nacionales. Mucho más considerando que el informe de la CIA es
una de las principales fuentes públicas de dicha denuncia y que ha sido
publicado de forma inmediata, no luego de treinta años como es la costumbre de
la desclasificación de documentos, cundo la verdad ya no importa.
Pero no es este el aspecto
que quisiera problematizar ahora: son las movilizaciones sociales reclamando
una investigación las que, al menos hasta el momento, brillan por su ausencia.
A mi entender tenemos aquí
un fenómeno semejante a lo que en psicología se llama “bystander effect” o
“efecto espectador” pero aplicado a la psicología de masas (si se me permite
esta clasificación) y a la historia.
Cuando un policía mata a
un ciudadano negro bajo sospechosas circunstancias, la reacción no se deja
esperar y van desde editoriales, marchas y, en algunos casos, incendio de autos
y choque de fuerzas. Cuando la víctima es un latino también existe cierta
reacción, pero a menor escala.
Entiendo que las
sociedades están predispuestas a determinadas reacciones y en base a
determinada experiencia histórica, la cual incluye una larga tradición de, en
el mejor caso, pensamiento crítico y creación de determinada conciencia. La
militancia afroamericana en Estados Unidos ha sido muy superior a la militancia
hispánica o indígena, probablemente por haber sido un grupo numéricamente
importante en la costa este, donde se desarrolló el poder político anglosajón y
por la mayor brutalidad del racismo al cual fueron expuestos. Tantos los
pueblos indígenas como los mexicanos fueron igualmente despojados de sus
territorios, pero sus tradiciones contestatarias fueron menores y más efectivamente
olvidadas.
Ahora, ¿qué pasa cuando un
fenómeno social e histórico de trascendencia se encuentra con un vacío de
conciencia histórica? El efecto es el mismo de aquel que en psicología se llama
bystander effect:
si los demás no reaccionan ante una situación claramente injusta o reprobable,
probablemente mi indignación es algo que no se espera, algo que no tendrá más
efectos que el ridículo o alguna forma de reprobación. Como consecuencia, no
reacciono, no me meto.
Es lo que ocurre con las
últimas elecciones en Estados Unidos: su población ha crecido (por no decir,
indoctrinada por los medios y las instituciones religiosas y de educación) en
la autocomplaciente ilusión de que su democracia es un ejemplo para el mundo,
lo cual desde muchos puntos de vista es simplemente una construcción
mitológica, cuando no fuente de sarcasmos.
La Revolución americana
fue positiva en muchos aspectos en el avance de cierto sistema democrático y de
algunos derechos individuales. Pero también fue altamente hipócrita por
considerar a los negros e indios humanos incompletos, no sujetos de derechos,
lo cual invalidaba cualquier definición de República libre y democrática. Pero
luego se hicieron varios progresos, desde la era Lincoln hasta los movimientos
civiles de los años 60s, pasando por la lucha de los trabajadores en los siglos
XIX y XX.
Pero Estados Unidos nunca
dejó de alimentarse de mitos, como cualquier otra gran nación y cualquier otro
gran imperio a lo largo de la historia. Dos de sus mitos fundamentales fueron
la libertad y
la democracia,
a tal extremo que nunca se cuestionó el sistema de elección presidencial por
electores, una obvia herencia de la sociedad esclavista del siglo XVIII y XIX.
El sistema no fue diseñado, como se dijo, para prevenir la llegada de un
demagogo irresponsable al gobierno (Donald Trump sería una demostración por el
absurdo del anacronismo de dicha pretensión) sino para evitar que los estados
esclavistas del sur perdiesen todas las elecciones, ya que, aunque se contaba
el número de los negros que no votaban para elegir electores blancos, aun así
su población era minoritaria en comparación a los estados del noreste, con una
fuerte tradición antiesclavista.
De ahí en más, los
cuestionamientos al sistema han sido silenciados por las narraciones
mitológicas que exacerbaban las virtudes del Campeón de la democracia y Líder
de los países libres, al extremo de eliminar de la memoria colectiva la larga
lista de dictaduras que la nación líder del mundo libre había promovido
alrededor del mundo, al extremo de que su población asume, de forma automática,
que su ejército es el responsable de “mantener la libertad de la nación” y
nunca de “invadir países pequeños para defender los intereses de los grades
negocios privados”.
Entonces, cuando el antiguo
gran enemigo y todavía responsable de promover el autoritarismo, Rusia,
interviene en uno de sus mitos nacionales, la respuesta es una pasividad
negacioncita, algo más allá del “efecto espectador”: la repetida lectura social
del teleprompter. No hay memoria, no hay experiencia de una tradición crítica
de un sistema, de una democracia incuestionable, ergo el hecho inconcebible,
inadmisible, no existe. A tal punto que aun cuando las agencias de inteligencia
(entre ellas la CIA) abiertamente afirman que la intervención rusa ha existido,
la indignación y las manifestaciones populares brillan por su ausencia. La narrativa social
continúa siendo dictada por el teleprompter
de la historia.
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Jorge Majfud
Escritor uruguayo
estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.
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