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Todos somos responsables. Dos ironías universales. La primera, que un informe tan dramático, que viene preparándose desde hace años, se publique justo en agosto del 2021, en medio de un planeta en llamas. La segunda, la doble moral de gobiernos y esferas de poder económico que suscriben un estudio de contenido preocupante, pero casi sin inmutarse ante la urgencia de modificar sus políticas nacionales a fin de adoptar las reducciones necesarias. Reconocen la catástrofe en puerta, pero sin cambiar en nada los caminos ni rectificar las causas que conducen hacia ella. Miopía terminal que afecta, también, a una parte importante de los habitantes del planeta con poder de consumo. A pesar del grito desesperado de minorías militantes a favor del clima, se multiplican actitudes cotidianas contraproducentes: turistear en las Bahamas, Tailandia, Recife o Tenerife; usar cada día nuestro propio auto hasta para ir tan solo a la esquina; consumir plástico como caramelos; climatizarnos cada instante en el verano o calefaccionarnos con petróleo en el invierno; o bien, depositar las reservas familiares en bancos que invierten fortunas en proyectos antiecológicos.
La Tierra arde y pareciera que
no hay código rojo que valga.
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EL
PLANETA ARDE.
LA CRISIS CLIMÁTICA AL ROJO VIVO.
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Por Sergio Ferrari | 18/08/2021 | Ecología social
Fuente
Rebelión 18 de agosto del 2021.
Los incendios se expanden aquí y allá,
en tanto las inundaciones se multiplican. El planeta padece un hoy dramático.
Los científicos lo acaban de reiterar. Sin embargo, gobiernos y poderes
económicos, así como muchos comportamientos individuales y colectivos, no
condicen con la magnitud del cataclismo, uno de los peores de la vida desde el
origen de la Tierra.
Enormes extensiones de Turquía y Grecia
están hoy bajo las llamas. Más de 93.000
hectáreas, en diversas islas de esa región y hasta en las afueras de Atenas,
quedaron reducidas a cenizas entre el 29 de julio y mediados de agosto. De 2008 a 2020, unas 2.300 hectáreas se
incendiaron, como promedio, en agosto de cada año.
La
región más fría de la Siberia oriental
también explota a paso redoblado. Según la agencia meteorológica rusa Rosguidromet, más
de 3.4 millones de hectáreas de bosques se han quemado. Y el fuego continúa a
propagarse. El humo y las cenizas
recorren 3.000 kilómetros desde la Sajá-Yakutia,
epicentro actual del fuego, hasta el Polo
Norte, diseñando a su paso un fenómeno nunca antes visto. En el extremo
oriente, enormes extensiones de Australia
siguen evaporándose bajo las llamas.
Apenas algunas semanas atrás, en julio,
la Renania-Palatinado, en
el oeste de Alemania, así como la Renania del Norte-Westfalia y zonas de
Baviera, se vieron arrasadas por inundaciones con el lastre de centenares de
muertos y desaparecidos. Todo con una
magnitud desconocida hasta ahora. Los
Países Bajos, Bélgica y Suiza vieron sus ríos y lagos desbordados anegando regiones enteras, con el
corolario de pérdidas significativas en la infraestructura
y la producción agrícola.
Canadá y regiones de Estados
Unidos estallaron debido a
temperaturas superiores a los 50° y
las llamas, incontrolables, causadas
por tanto calor. Regiones
importantes de España
se confrontaron en días pasados a una fuerte ola de calor. Sicilia y Cerdeña, al sur de Italia, registraron la semana
pasada, las temperaturas más elevadas de la historia europea (superando los 48 grados centígrados de Atenas en
1977).
También
la Amazonia, el año pasado, protagonizó
incendios de dimensiones continentales.
Los huracanes
en serie, más devastadores que nunca en
América Central y el Caribe en noviembre-diciembre del 2020, y los tifones
trágicos en el Asia lejana, confirman que las condiciones climáticas del planeta entero están
empeorando.
Y esta lista es solo escueta. En la actualidad, casi en cada país o región se producen fenómenos climáticos particulares –sequías prolongadas, bajantes de ríos, inundaciones descontroladas, entre muchos otros etc.– resultantes, en gran parte, de las alteraciones aceleradas del ecosistema.
Drama global
Los expertos coinciden en señalar que el
clima está cambiando en todos los rincones del planeta a una velocidad sin
precedentes. Anticipan, incluso, que algunos de estos
cambios, tienen ya consecuencias
irreversibles por miles y, aun, cientos de miles de años. El medicamento es simple: solo una acción enérgica y duradera para reducir
los gases de efecto invernadero puede limitar el impacto de estas alteraciones.
La segunda semana de agosto, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio
Climático (IPCC en inglés) (https://www.ipcc.ch/languages-2/spanish/ ) publicó
un nuevo informe que demuestra que las emisiones de gases de efecto invernadero
resultantes de las actividades humanas son responsables del calentamiento del planeta en un 1.1° grados centígrados
entre el periodo 1850-1900 y el presente. Más alarmante aún: predice que, a
este ritmo, durante los próximos 20 años
la temperatura global continuará
recalentando al planeta otros 1.5 grados centígrados o más. Previsiones que anticipan en una década los plazos de deterioro
previstos en estudios anteriores.
Según el VI Informe de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que acaba de publicarse en Ginebra, Suiza (https://www.ipcc.ch/report/sixth-assessment-report-cycle/) en 2019 la concentración atmosférica de CO2 fue la más alta en los últimos 2 millones de años. En tanto que la de gas de efecto invernadero fue la más elevada de los últimos 800 mil años. Por otra parte, el aumento acelerado del nivel de los mares y océanos supera todo lo acontecidos en los últimos 3 mil años.
Síntomas principales
Este último informe detalla algunos de
los síntomas más corrientes de la enfermedad climática planetaria.
La intensificación del ciclo del agua. Lo
que produce lluvias más intensas, y hace que las inundaciones y sequías sean más comunes. Así también, el cambio en los patrones de lluvias.
En perspectiva, en las latitudes altas, la precipitación posiblemente
aumentará, mientras que se proyecta una disminución en las zonas subtropicales. La precipitación
de los monzones variará, siendo diferente en cada región.
Las áreas costeras sufrirán la
subida del nivel de las aguas a lo
largo del siglo XXI, lo que
producirá mayores inundaciones en las zonas más bajas y una creciente erosión. Los fenómenos extremos en las costas,
que antes se producían cada cien años,
ahora serán anuales.
Por otra parte, este mayor calentamiento
amplificará el deshielo de la capa de
permafrost y la pérdida de la nieve de temporada, así como el derretimiento
de los glaciares y la destrucción de
la capa ártica durante el verano.
Los cambios oceánicos conducirán a
mayores olas de calor marinas, un aumento en la acidificación del agua y una
reducción de los niveles de oxígeno.
Modificaciones que se prevén para todo el siglo con graves consecuencias
para los ecosistemas marinos.
En los centros urbanos, diferentes aspectos del cambio climático se amplifican a niveles hasta ahora casi desconocidos, como el aumento acelerado de las temperaturas, la frecuencia de las inundaciones por las lluvias y el incremento del nivel del mar en las urbes emplazadas en zonas costeras.
Pareciera que no se
hace nada
Este
informe también es clave porque presenta el estado actual del conocimiento
científico sobre el cambio climático: la
evidencia del origen antrópico del calentamiento es cada vez más evidente y
cada rincón del planeta se ve
seriamente afectado.
Las
reflexiones de
Sonia Seneviratne, investigadora suiza y coautora del mismo, no dejan
de sorprender por su franqueza. Seneviratne
llega a la conclusión que, desafortunadamente, el objetivo de limitar el aumento de la temperatura a un 1.5° está
cada vez más fuera de alcance. Por esta razón, hay que actuar de inmediato si
se quiere evitar superar este umbral.
Para esta experta en clima, que se
encuentra entre las más prestigiosas a nivel mundial,
una novedad importante del documento de las Naciones Unidas es el reconocimiento de que se han dado eventos extremos – catastróficos— que muy
probablemente no hubieran ocurrido sin la influencia
humana.
Sin embargo, el aspecto más preocupante es
que todos estos cambios excepcionales se corresponden con lo que muchos expertos ya anticipaban.
Concretamente, que mientras se preservara el mismo modelo económico y se bloquearan políticas significativas de
reducción de emisiones – un escenario ideal de business-as-usual— no
podía esperarse otra cosa que un deterioro
significativo de las condiciones climáticas planetarias. “Es
como si no hubiéramos hecho nada por el clima”, subraya Sonia Seneviratne en una
entrevista con swissinfo.ch.
La investigadora que coordinó la
elaboración del capítulo sobre “hechos extremos” del Informe, se resiste a aceptar el concepto de “nueva
normalidad. Lo esencial, según ella, es estar conscientes de que mientras el calentamiento continúe intensificándose,
también estos eventos seguirán intensificándose. Si no se reducen
significativamente las emisiones, lo que
la tierra experimentará en los próximos diez años será de una magnitud y de
una gravedad mucho mayor que la que se observa hoy.
Seneviratne concluye
con dos reflexiones torales. Estamos comenzando a presenciar eventos que no hubieran ocurrido sin el calentamiento
global. No solo aumenta la frecuencia de las olas de calor y las fuertes lluvias, sino también una serie de trastornos climáticos nunca antes vistos.
Por otra parte, estamos observando la presencia de múltiples desastres en una misma región y cataclismos combinados en
diferentes regiones. Por ejemplo, Suiza, en 2018, padeció una importante ola de
calor extremo que también afectó a muchos otros países de Europa, Asia y América del Norte.
Este verano nuevamente se viven realidades extremas, casi simultáneamente, en varias zonas del planeta. Esta multitud
de fenómenos simultáneos y en
ocasiones en una misma región, dificulta cualquier proceso de adaptación.
¿Prevenir o adaptarse a la crisis
climática? Pregunta esencial que comienza a circular en
un mundo científico que se reconoce
desbordado por el impacto, casi inconmensurable y exponencial, de la crisis
climática.
La reflexión de Seneviratne ayuda para
situarse. Una mayor precisión en las investigaciones puede facilitar la anticipación de los
cataclismos. Pero no hay seguridad
alguna de que permita evitar desastres.
“El calentamiento es tan rápido, que las
medidas de adaptación luchan por mantenerse al día. Se necesitan años para
adaptar las infraestructuras e intervenir para que las viviendas sean más
resistentes al calor o a las lluvias extremas. Un marco de tiempo que no
tenemos”, enfatiza.
Adicionalmente,
precisa, debemos rendirnos a la idea de que no seremos capaces de hacer frente
a todos los eventos que estamos presenciando ahora: habrá consecuencias negativas incluso si
intervenimos con medidas de adaptación. Según esta investigadora, la única opción estratégica para evitar
desastres, es la reducción de las emisiones.
El VI Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático
(IPCC), fue elaborado por 200 expertos de más de 65 países quienes trabajaron sobre la
base de 14.000 publicaciones científicas. La primera parte
presenta estudios actualizados sobre la crisis climática y eventuales
desarrollos futuros. La segunda parte,
que se publicará en febrero del 2022,
pondrá el acento en posibles medidas de adaptación. La tercera, sobre la
reducción de gases de efecto invernadero, está prevista para marzo del mismo
año. Una versión integral en formato
sintético se difundirá en septiembre del año venidero.
Desde su creación en 1988, el IPCC ha publicado cinco informes de evaluación científica y numerosos estudios especiales. Es el principal órgano internacional para la evaluación del cambio climático. Fue creado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Se propone ofrecer al mundo una visión científica del estado actual de los conocimientos sobre el cambio climático y sus posibles repercusiones medioambientales y socioeconómicas.
Código rojo, mínima
esperanza
Un artículo de las Naciones Unidas sobre
el Informe del IPCC subraya que “una reducción enérgica y duradera de las emisiones de dióxido de
carbono y otros gases de efecto invernadero pueden limitar la magnitud del
cambio climático”. (https://news.un.org/es/story/2021/08/1495262 ).
Según su proyección científica, dicha
reducción podría aportar rápidos beneficios para la calidad del aire; de
todas maneras, podría tomar entre 20 y
30 años hasta que las temperaturas de la Tierra se estabilizaran.
Este informe, aprobado por los 195
gobiernos que forman parte del citado Grupo, “proporcionan una contribución inestimable a las
negociaciones y la toma de decisiones relacionadas con el clima”, enfatiza
la ONU. Y reconoce que a menos que
haya una inmediata reducción a larga
escala de los gases de efecto invernadero, será imposible limitar el
aumento de la temperatura media de la Tierra
a esa barrera o incluso a la de los 2°.
La humanidad enfrenta un “código rojo”, climático, según las Naciones Unidas. Para los analistas y expertos, los tiempos se acortan y muchos de los daños se acompañan ya del trágico concepto de irreversibilidad.
Todos somos
responsables
Dos ironías universales. La primera, que un informe tan
dramático, que viene preparándose desde hace años, se publique justo en agosto
del 2021, en medio de un planeta en llamas.
La segunda, la doble moral de gobiernos y esferas
de poder económico que suscriben un estudio de contenido
preocupante, pero casi sin inmutarse ante la urgencia de modificar sus
políticas nacionales a fin de adoptar las reducciones necesarias. Reconocen la catástrofe en puerta, pero sin
cambiar en nada los caminos ni rectificar las causas que conducen hacia ella.
Miopía terminal que afecta, también, a
una parte importante de los habitantes del planeta con
poder de consumo. A pesar del grito desesperado de minorías militantes a favor del clima, se multiplican actitudes
cotidianas contraproducentes: turistear en las Bahamas, Tailandia, Recife o Tenerife; usar
cada día nuestro propio auto hasta para ir tan solo a la esquina; consumir
plástico como caramelos; climatizarnos cada
instante en el verano o calefaccionarnos con
petróleo en el invierno; o bien,
depositar las reservas familiares en bancos que invierten fortunas en proyectos
antiecológicos.
La Tierra arde y pareciera que
no hay código rojo que valga.
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