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Los incendios funden Siberia
en una temporada infernal. En
apenas dos meses, los incendios en Siberia han logrado calcinar más de seis
millones de hectáreas de terreno y emitir hasta 244 megatoneladas de dióxido
de carbono de la atmósfera. Los científicos apuntan al cambio climático y a los incendios zombies
de causar una peor temporada que la del año pasado Científicos
y ONGs lanzaron en
mayo un terrible mensaje: “las condiciones climáticas han transformado
el Ártico, y en concreto
Siberia, en la región perfecta
para que proliferen los incendios y se espera que este año, como
mínimo, arda el mismo territorio que en el 2019”. Dicho y hecho, las llamas, que daban sus primeros coletazos en mayo con el resurgimiento de los incendios zombies,
comenzaron a incrementar su presencia y violencia en julio y,
como si Siberia
se tratase de un enorme depósito de pólvora, en cuestión de días habían
conquistado grandes territorios en la región.
“Este
año -2020 - nos ha sorprendido el rápido aumento en la escala y en la intensidad de los incendios en julio, sobre todo, impulsados
por un grupo de focos activos en el norte de la República de Sajá-Yakutia
(limítrofe con el océano Ártico)”, comenta Mark Parrington, científico del Servicio de Monitoreo de la Atmósfera de Copernicus
(CAMS) del Centro Europeo de Pronósticos Meteorológicos a Mediano
Plazo. La situación extrema derivada
de los incendios continuó presente hasta finales de agosto, momento en el
que los principales focos quedaros
notablemente reducidos. Aun así, en tan solo el mes de julio, los incendios
arrasaron cerca de tres millones de hectáreas de terreno y otras tantas en agosto,
según datos ofrecidos por la Agencia Federal Forestal de Rusia.
Para principios
de septiembre, el cómputo total de hectáreas quemadas rozó las ocho millones y
medio.
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LA ERA DE LOS INCENDIOS QUE YA
NO PODEMOS APAGAR.
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Por Víctor Resco de Dios. | 06/08/2021 | Mundo.
Fuente
Rebelión viernes 6 de agosto del 2021.
Este año,
las llamas vuelven a devorar millones de hectáreas en distintos puntos del
globo terráqueo. Y lo hacen de una forma que parece cada vez más voraz.
Siberia, que lleva ardiendo desde mayo, ostenta el récord
de área quemada con unos dos
millones de hectáreas en Canadá y California, se han enfrentado a unos
incendios fuera de estación (esto es, que ocurren antes de lo habitual) que han
obligado a evacuar a miles de personas.
España ya ha sufrido sus primeros
grandes incendios de la temporada y ahora vemos cómo el fuego
amenaza zonas turísticas en Grecia y
Turquía. También vemos cómo el fuego está volviendo a la
Amazonía.
¿Qué está
pasando? ¿Por qué vemos cada vez con más frecuencia estos incendios
catastróficos y qué consecuencias tienen? Y, sobre todo, ¿tienen algún límite los incendios actuales
o seguirán aumentando?
Incendios
que no se pueden apagar
Con los
incendios actuales estamos entrando en una nueva realidad. Se trata de incendios que ya no podemos apagar.
Son incendios que pueden arder durante
semanas o meses y que solo se apagan cuando llueve.
Lo vimos en
los grandes incendios de Sídney en 2020, cuando
ardió el 21 % de los bosques a
lo largo de todo un verano. Esos incendios solo se extinguieron con la llegada
de las lluvias. Huelga decir que incendios
que se extienden por el 21 % del
área forestal no son normales. Hasta entonces, lo habitual era que quemaran
menos del 1 % anualmente. Se
trata, por tanto, de incendios sin precedentes.
Algo parecido está ocurriendo estos días en Turquía donde, salvando las distancias,
algunas zonas llevan afectadas por incendios
casi dos semanas en el momento de escribir estas líneas. En el Mediterráneo, esto
es algo inaudito.
En Grecia se han llegado a sufrir 81
incendios en un día. No hay sistema de extinción capaz de abordar tantos frentes a la vez. A ello debemos
sumar que muchos de estos incendios tienen un comportamiento tan errático e impredecible que llegan a
poner en peligro la propia seguridad el sistema
de extinción. Es decir, que ni se dispone del personal ni de los medios para apagar tantos incendios y, el
disponible, en muchas ocasiones no puede ni tan siquiera acercarse.
El principal
causante de esta nueva ola de incendios lo
encontramos en el estado de la atmósfera. Una atmósfera que está cada vez más
cargada de energía procedente de la quema de combustibles fósiles. Una atmósfera, por tanto, con un poder
desecante extraordinario que se acentúa en las jornadas con olas
de calor como las que se viven estos días en Grecia y Turquía.
Una
hidroavión trata de apagar un incedio en Marmaris, Turquía , el 31 de julio de
2021. Shutterstock
/ Alizada Studios
Un
problema que irá a más
Se ha repetido en numerosas ocasiones que el
problema de los incendios yace en las
colillas, en los pirómanos, en
los eucaliptos o en los pinos. Se habla de terrorismo incendiario y se distrae la atención del problema principal. Los bulos y
los intereses de distintos grupos de
presión han generado debates artificiales que han favorecido el inmovilismo y la inacción. Y ahora,
seguramente, ya es demasiado tarde.
Si se
tratara de un cáncer, se podría decir que
estamos entrando en la fase cuatro: metástasis. Si hubo un tiempo en el que los incendios, o por lo menos una parte
importante, se podían prevenir a través de la gestión forestal, ese tiempo se está acabando. Décadas de dejadez
en la gestión del territorio forestal y
rural han creado un problema tan expandido que la solución es cada vez más lejana y ya raya el punto de ser irreversible.
Nos estamos acercando al punto en el que el potencial desecante de la atmósfera es
tal que se tornan inflamables zonas
que, hasta ahora, no podían arder debido a su elevada humedad o a su escasa carga de combustible.
Volviendo al caso de Sídney, el 66 % del área quemada había
experimentado un incendio recientemente, por lo que no habían tenido tiempo de acumular grandes cantidades de combustible.
Incendios
sin límites
Ahora el
gran peligro lo tenemos
en las zonas de gran continuidad boscosa: Pirineos
o Selva Negra en Europa y en las montañas
andinas en Sudamérica. En uno de nuestros estudios más recientes hemos
cuantificado el margen de seguridad que aporta la humedad elevada en estos ambientes.
Dicho de otro modo, hemos medido cuánto se tiene que secar la atmósfera para que esas masas boscosas ardan como una pila
de cerillas.
Y los
resultados no son esperanzadores. En Pirineos, por ejemplo,
los grandes incendios forestales se
dispararán en esas zonas si las olas de
calor aumentan entre 3℃ y 8℃. Es decir, olas
de calor como las que se viven ahora en Grecia, o como las que se vivieron en el pueblo de Lytton (Canadá) cuando el
90 % de sus casas fueron calcinadas hace unas semanas.
No quiero acabar este artículo sin recordar que el
problema de los incendios no es un
problema ecológico, sino humano, social y económico. El bosque suele volver tras el incendio.
El problema principal son las vidas
humanas que se pierden, y después las casas
y propiedades que se consumen. Pero también es un problema de salud pública de
primer orden para
los pueblos y ciudades
cercanas a los incendios. La inhalación de humos actúa como inmunodepresor
y conlleva enfermedades respiratorias,
particularmente graves en mujeres embarazadas y neonatos, así como en las personas
mayores.
Bienvenidos
a una nueva era de incendios forestales.
VÍCTOR RESCO
DE DIOS es profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio,
Universitat de Lleida.
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