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JOSÉ EL PEPE
MUJICA.
Nacimiento y Familia.
(Un breve resumen).
Pepe Mujica nace el 20 de mayo de 1935 en el seno de una familia
agricultora, en la localidad de Paso de la Arena, Montevideo. Sus
padres fueron Demetrio
Mujica Terra y Lucy
Cordano Giorello. Fue
el primogénito de los hermanos.
Gracias a la familia paterna
posee descendencia
vasca, sus
predecesores inmigraron a Uruguay en 1840, desde Múgica, municipio
de la provincia de Vizcaya. A diferencia
de su madre, la cual, posee ascendencia
italiana. La familia materna, fueron inmigrantes italianos provenientes de Génova, Liguria, del valle de Fontanabuona.
Al igual que los abuelos maternos, los Giorello.
Pepe Mujica, joven revolucionario y soñador,
desde muy pequeño estuvo influenciado siempre por aires políticos por su tío
materno, Ángel Cordano. El cual le inculca sus primeros
conocimientos en el que sería el inicio de su formación política. Cabe
destacar también en su preparación, la increíble trayectoria deportiva que tuvo Pepe Mujica. Practico ciclismo a
partir de los 13
años de edad, disciplina en la que se mantuvo activo hasta los 17 años de edad. Tenía un gran desempeño, destacando
en todas las categorías, logrando
representar a muchos clubes de ciclismo.
Carrera en la
política
Sin
duda alguna la carrera
política de Pepe Mujica es una verdadera mina de oro. Desde
sus orígenes como guerrillero en el año 1964, hasta llegar a convertirse en presidente uruguayo en el año 2010. Previo a su cargo como presidente de Uruguay,
Pepe Mujica desempeño varios cargos
políticos de importancia en su país. Como fueron su elección como diputado por Montevideo y
posteriormente su elección como senador en 1999. Todo
esto gracias
al crecimiento de su nombre en la palestra política nacional. Pepe Mujica, ostenta
entre sus principales logros, ganarse el corazón de las personas
principalmente por su idiosincrasia
política y su gran personalidad y carisma. Estos lo llevaron a la cúspide de su carrera. Un hombre que es y será recordado
positivamente por sus principios, que obro
en base a lo que predicaba,
con ejemplo y rectitud.
Su legado presidencial en
términos políticos puede
ser considerado como favorable de igual manera. Se
convirtió en el primer político en ser presidente por elección
democrática luego de haber luchado como guerrillero. Esto desde el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros contra la
misma imagen del estado en contra de la dictadura militar.
Comienzos
El
hermano de su madre, Ángel Cordano reconocido nacionalista, fue la primera
persona que influencio políticamente
hablando a Pepe Mujica.
Su madre, Lucy Cordano Giorello, era
militante del Partido Nacional al igual que su tío. A través de
ella conoce a Enrique Erro, diputado del Partido
Nacional, e inicia su militancia en dicho partido.
Pepe Mujica, durante su trayectoria en el Partido Nacional, alcanza
el cargo de secretario
general de la juventud. El diputado Enrique Erro, gracias al triunfo
del Herrerismo por
primera vez en Uruguay en las elecciones de 1958, ocupa el cargo de ministro del
Trabajo, en el cual es acompañado por Pepe
Mujica en labores
administrativas y legislativas sin llegar a ser formalmente funcionario público.
Erro en compañía de Pepe Mujica se separan del Partido Nacional y juntos fundan
el partido político Unión
Popular. Este en unión al Partido Socialista del Uruguay y
el partido Nuevas Bases. Posterior a su fundación, el partido
se anima a realizar su candidatura
presidencial, para la cual, postulan
a Emilio Frugoni, en
dichos comicios, llevándose un rotundo fracaso con solo 2,3% de votos.
(Continuará…..)
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JOSÉ PEPE MUJICA: LOS DESAFÍOS
DE LA DEMOCRACIA.
Curso Internacional “ESTADO, POLÍTICA Y
DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA”
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Suplemento Especial de Página/12
Martes 10 de agosto del 2021.
Los principales desafíos de nuestra democracia están en la vieja
contradicción que le dio origen.
600 años antes de Cristo había
demasiados esclavos por deudas en Atenas y estaban al borde de una guerra
civil. En aquella época, el que tenía deudas se volvía esclavo. Eligen a un
gobernante raro, un poeta: Clístenes. Aquello
era una olla de grillos. Clístenes decide darles la libertad a
los esclavos por deuda. Pero ellos, como seguían siendo pobres, piden que se
les de algo para poder vivir. Clístenes sabía
que ese “algo” había que sacárselo a
la oligarquía de su tiempo, a quienes ya le estaban sacando los esclavos. Era
demasiado. Sin embargo, decidió darles una cosa: el voto en la Asamblea. Les empezó a dar poder político. Ahí está
el origen de lo que vendrá después.
El primer fantasma que tiene la democracia es la terrible desigualdad
que convive con ella desde su origen. Cuando hablamos de
igualdad, hablamos de oportunidades más o menos similares en el arranque de la
vida. Después, cada cual dará lo que pueda.
Estamos en un continente terriblemente injusto. Probablemente hoy, habrá un nuevo
milmillonario en América Latina. Pero tal vez el año que viene, o a fin de este
año, tengamos 240 millones de pobres y no menos de 70 u 80 millones de gente
viviendo en la extrema pobreza. Ahí está la contradicción fundamental que
tienen nuestras democracias. Porque la excesiva concentración de
riqueza termina siendo un fantasma que torpedea las decisiones políticas. La
globalización contemporánea ha
generado una economía transnacional en la que empresas tienen el poder de un Estado y su preocupación central no
está en la marcha de una nación. Por un lado, tenemos Estados soberanos
nacionales. Por otro, una economía que
cada vez se independiza más de los Estados. Porque su ley es la acumulación.
Los desafíos que tiene la democracia actual implican el desarrollo y la distribución. Pero el desarrollo hoy necesita políticas globales, o relativamente regionales, que nos puedan ayudar; porque tenemos que combatir la desigualdad y necesitamos cambios en nuestras antenas. Nos quedamos cortos: necesitamos más Estado con muchos más recursos. Tenemos que copiar a China y a Vietnam. El Estado se tiene que transformar en cobrador de dividendos y ser socio de actividades nacionales con la burguesía nacional. Buscar que no lo roben y tener ingresos paralelos a los de la vía fiscal. ¿Por qué? Porque la deuda social que tenemos que mitigar requiere enormes recursos que por la vía fiscal son insuficientes. Si los Estados son malos administradores, dejemos eso a la burguesía. Pero coloquemos al Estado como socio para cobrar dividendos y dejemos que la economía crezca, mientras crece también el haber que tiene el propio Estado. Necesitamos un cambio.
Su viejo e histórico Volkswagen que lo acompaña toda su vida.
Transformar
el Estado
Nuestros
Estados deben ser fuertes. Pero deberíamos copiar algo de aquella vieja
dinastía china que peleaba por tener los mejores trabajadores en el Estado. Resulta que formamos técnicos y formamos
estudiantes de lo más calificados, que luego las empresas transnacionales
contratan. Mientras tanto, nosotros, en el Estado, llenamos los puestos con lo
que venga. Tenemos que hacer al revés: si
el Estado tiene tal importancia, debe tener
los mejores trabajadores del país y tiene que haber una carrera en el Estado moderno.
No se puede trabajar con el criterio antiguo.
El Estado es
decisivo, no para que sea dueño de todo y nos organice hasta la hora, sino para
que tenga recursos para suturar las heridas sociales que el mercado jamás va a
arreglar. Y esto hay que hacérselo
entender al propio capitalismo, porque de lo contrario, al final lo que nos
queda por delante es el peligro del holocausto ecológico. Hemos
tirado demasiado de la cuerda de la naturaleza. Y la naturaleza empieza a cobrarnos las
cuentas. Por todo esto, necesitamos una herramienta intermediaria en la
sociedad que se llama “Estado”, pero que
debe tener una calidad que no tiene nada que ver con la que hoy tenemos.
Yo no lo voy
a ver. Y tampoco sé si están de acuerdo con lo que digo. Pero creo que tenemos que sacudir nuestros cerebros. Porque si quieres cambiar, no puedes seguir siempre planteándote las
mismas soluciones a nuevos problemas.
No planteo
que esto sea un cataclismo. Lo que estoy planteando es un camino, un proceso. Tenemos que incorporar la fuerza del trabajo al interés nacional. Y diría más, en algunas
cosas creo que hay que ser profundamente proteccionista: por ejemplo, en el comercio. El comercio debería estar en manos de los espacios nacionales, de los
recursos nacionales, de gente nacional ¿Por qué? Porque te puedo garantizar
que gran parte del excedente que producimos, se escapa por esa vía.
Es mucho más
fácil ser el intermediario que ser el productor de cualquier cosa. Creo que nosotros tenemos que defender el interés
de nuestras burguesías nacionales, que son débiles, cortas, y terminan en el
rentismo. Entonces, tenemos que darles
confianza, respaldo y estar con ellas, porque el proceso de desarrollo
necesita participación y una capacidad de gerenciamiento complicadísima.
No le podemos pedir a los trabajadores que han surgido culturalmente trabajando por un salario, que puedan defender la globalidad de lo que significa una empresa grande en el mundo de hoy. Pero, sí tienen que entrar a participar, porque se aprende estando y trabajando. Y esa es la responsabilidad que tenemos como Estado.
Yo creo que la idea de las nacionalizaciones nos
apartó de la idea de participación. Quisimos en algún momento sustituir
a una clase y terminamos inventando una burocracia, con la que después no
pudimos lidiar. Porque burócratas, por comodidad, podemos ser todos.
Es una tendencia humana al menor esfuerzo. Entonces, hay que combinar el valor
de la iniciativa privada con el interés público. Por eso hablo de dividendos. Me parece que es una cosa central,
porque a poco andar muchos capitalistas se van a dar cuenta que les conviene,
porque si no, no te puedes explicar el fenómeno chino ni el vietnamita. El capital privado creció un disparate,
pero, paralelamente, el capital público creció en la misma forma, y ya tenemos
Estados que tienen una capacidad y una cantidad de medios con los que
nosotros, en comparación, resultamos paupérrimos.
Por la vía
fiscal ¿qué nos pasa? Acudimos a la vía
fiscal y se nos escapan, porque nadie
quiere pagar impuestos, mucho menos impuestos exagerados. Y como no tenemos unidad
global, no tenemos una
política global: se nos disparan para un lado, se nos disparan para el
otro. Entonces tenemos que andar mendigando
inversión, hacemos el papel de la pavota. Más vale hacer política
de alianzas. De lo contrario, vamos a seguir con Estados pobres que son como el
gallo enano, quieren más pero no pueden.
Tenemos que
solucionar los problemas más lacerantes que tiene la gente, y eso significa
recursos. ¿Qué nos pasa? Acudimos a la línea
tributaria y bajamos la capacidad de competir con el resto del mundo. Pero
en el mundo disputamos entre nosotros mismos. Si Argentina
cobra muchos impuestos, se te rajan para Paraguay o para Brasil, y así sucesivamente ¿Por qué? Porque el capital es cobarde.
¿Tiene esto algo que ver con la democracia? No y si. Tiene que ver con la democracia porque si nosotros dejamos que este espiral de concentración de la riqueza vaya a favor de unos pocos como hoy, entonces la democracia se transforma en plutocracia por mejor apariencia que pueda tener.
Batalla
cultural
Yo
pienso que hay que descentralizar mucho más. La garantía de la democracia en la vieja Atenas, donde hubo varias
tentativas de golpes, la constituían los hoplitas, que eran los remeros, digamos, “la
pesada” de la época. Si a los
trabajadores les damos sólo discurso y no logramos que se comprometan por
los lugares donde trabajan, sean arte y parte y tengan algún peso creciente,
nos va a faltar el desarrollo de la conciencia, porque el desarrollo de la conciencia significa intimar con los
problemas con los cuales se vive. Nosotros, los gobiernos progresistas,
logramos mejorar el nivel de vida de
mucha gente y ayudamos en el reparto social. Pero no ayudamos en el
crecimiento de la conciencia. Hicimos
buenos consumidores, pero no logramos hacer ciudadanos. Debemos tener un sentido autocrítico y entender que los dirigentes
del ala popular deben tener bonhomía, deben tener urbanismo, tienen que ser
señores, pero tienen que vivir como vive la inmensa mayoría de su pueblo y
vivir en las entrañas de sus pueblos. Hay
que cuidar el contenido y hay que cultivar forma, si no, cuando queremos
acordarnos, no sabemos dónde estamos. Y, al final, terminas pensando como vivís.
Me parece que elegir el lado del pueblo y de la justicia social implica una forma de
vida y una forma de compromiso.
Sé que soy un poco duro y un poco exigente,
pero el mundo está entrando en una encrucijada
en la que, si esta economía de acumulación sigue por el camino del
disparate del use y tire, así nomás, sin responsabilidad; nosotros no vamos a arreglar ningún problema y el capitalismo tampoco:
vamos a terminar
en un colapso civilizatorio. Porque el holocausto ecológico está a la vuelta de la esquina. En el
fondo, necesitamos una batalla cultural. Necesitamos cambiar los parámetros con los que nos movemos. Tenemos
que hacer heladeras que se repongan, que se arreglen. Tenemos que hacer máquinas que duren en el tiempo y evitar hacer
botellas de plástico para pudrir el mar. Tenemos
que encontrar otras soluciones. Todas van a ser más caras, pero tenemos que
cuidar la vida, que es el motor principal, y eso significa un cambio cultural. Pero, si ese cambio cultural no lo empieza
gente que se considera progresista, que intenta construir justicia social, ¿quién lo va a hacer?
Los
tentáculos de la sociedad necesitan imperiosamente generar la cultura
de que todos seamos subliminalmente potenciales compradores y que confundamos “ser” con “tener”. Esta es una
necesidad para la acumulación.
Esa fuerza creadora y arrolladora del
capitalismo, que fue formidable, que sacudió al mundo, que domesticó la ciencia
y la puso al servicio de la productividad, es insaciable.
Sigue, sigue y no puede parar. Es como aquella historia del hombre que tenía
una fórmula para dar vuelta tierra, una pala mágica, pero no tenía la fórmula
para pararla. Hay que hacer un montón de
inmundicia en nombre del progreso: pudrir los mares, tirar materia prima,
trabajar inútilmente y después quedarnos sin recursos para atender las cosas
que son fundamentales. Esta es la lógica de la ganancia. Eso ha generado
una cultura que está en nosotros. Pero si no cambia esto, no cambia nada.
¿Qué sentido tiene la
democracia? Sencillamente, que la gente viva más feliz, que la gente tenga
tiempo para realizarse y que tenga
tiempo para cultivar sus afectos. Estoy aburrido de ver trabajadores que consiguen una mejora en el
tiempo de su vida y lo único que hacen es conseguir dos trabajos. La democracia significa,
entre otras cosas, compartir el gusto de
vivir, el milagro de vivir. La democracia tiene que estar al servicio de la vida, no contra la vida. Hemos aprendido que tenemos
que preocuparnos de toda la prole que
nos acompaña en el milagro de la vida porque hemos aprendido que nos necesitamos todos.
¿Optimismo?
No, no soy optimista. Soy más bien
conservadoramente pesimista.
Todo lo que digo puede ser una quimera.
Pero ¿cuáles son las otras alternativas? Si
seguimos cada cual, por su lado, si los pueblos siguen cada uno por su lado, en un mundo que se está aglomerando,
nuestra
democracia va a terminar siendo palabras, porque cualquier transnacional es más importante que nosotros. Y para
enfrentar esa transnacionalización de la
economía necesitamos
un Estado fuerte. Fíjate lo que acaba
de pasar con la pandemia: cada cual
salió a hacer lo que podía. No fuimos capaces de decir: “vamos a comprar 500 millones de vacunas y vamos a negociarlo en
conjunto”. No, ni siquiera nos juntábamos. Eso te habla a las claras de la
situación en la que estamos.
¿Qué mensaje podemos darles a
los jóvenes? Que
se puede vivir porque se nació. En eso somos como una planta
de zapallo, como un escarabajo: nacemos
porque sí. Pero es milagroso haber nacido, y cada uno de nosotros es el único
milagro que verdaderamente existe, porque había millones de posibilidades
de que hubiera nacido otro. Ahora bien,
la naturaleza nos dio una cosa que se llama “conciencia”. Pienso que la naturaleza hizo una aventura y creó a
la máquina humana para repensarse un
poco a sí misma. Se puede vivir porque
se nació. Pero, hasta cierto punto, el rumbo de la vida lo podemos manejar un
poco para un lado o para el otro porque tenemos conciencia.
Puedes tener una causa, un motivo para vivir,
una forma de dar gracias a la vida. Pero dar gracias a la vida no puede ser hincarte a rezar por el milagro de haber vivido, sino intentar
dejar algo por lo mucho que hemos recibido. Esa cosa que se llama “civilización” es una acumulación
histórica, intergeneracional que recibimos cuando nacemos. Intentar dejar el mundo un poquito mejor. En lugar de un monumento de piedra como hacían los antiguos, o de una pirámide que los reyes se hacían a
sí mismos, debemos tratar de dejar una
parte de nuestra existencia en el intento de construir un mundo un poquito
mejor. Esa es nuestra forma de agradecer a la vida conscientemente.
Vivir con causa o vivir para pagar cuentas,
ese es el dilema. Podrás creer que la vida es tener una tarjeta
para comprar en el shopping, y vivirás a crédito, pagando cuentas. Esa será tu realización. O puedes militar,
movilizarte para intentar mejorar el mundo en el cual vives. Eso es tener una
causa y un contenido para vivir. Esta
no es una carga, creo que es una enorme
satisfacción y alegría de carácter
espiritual, no tener una vida de casualidad, sino una vida que intenta tener un contenido, una causa.
Yo soy un viejo rezongón, pero es el papel que
tengo que cumplir. Un papel de levadura.
Sigo siendo socialista, sin
ambages. Pero les digo que es imposible construir socialismo en sociedades pobres,
porque terminas en la vía represiva.
No podés construir un edificio nuevo con albañiles viejos. Lo que estoy diciendo es de una provocación brutal. Pero los quiero
provocar para que piensen. ¿Sabés por qué soy socialista? Porque los hombres fueron
socialistas por lo menos 150.000 años. En la última investigación
que hicieron con los Kung San, que
eran los hombres más primitivos que
quedaban arriba de la Tierra, les
preguntaron: “¿y
ustedes no tienen jefe?” Los tipos
más o menos respondieron: “nosotros somos jefes de nosotros mismos”. Y cuando los estaban observando dijeron: “son muy pobres”. Después que los
estudiaron, vieron que trabajaban dos
horas por día y después se la pasaban de joda. Entonces los antropólogos
llegaron a una conclusión: “estos viven mejor que nosotros”.
Ese es el hombre primitivo, la criatura que
llevamos dentro.
*El presente texto es una
adaptación de la clase que José Pepe Mujica realizó en el Curso “Estado,
política y democracia en América Latina”, donde fue presentado por Nicolás
Trotta. La clase completa puede encontrarse en: www.americalatina.global
El Curso Internacional “Estado, política y democracia en América Latina” es
una iniciativa destinada a militantes y
activistas sociales, funcionarios públicos, docentes, estudiantes
universitarios/as, investigadores/as, sindicalistas, dirigentes de
organizaciones políticas y no gubernamentales, trabajadores/as de prensa y toda
persona interesada en los desafíos de la democracia en América Latina y el Caribe.
Ha sido promovido por el Grupo de
Puebla, el Observatorio Latinoamericano de la New School University, el
Programa Latinoamericano de Extensión y Cultura de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro y la UMET. Fue organizado por la Escuela de Estudios
Latinoamericanos y Globales, ELAG, y contó
con el apoyo de Página12.
Coordinación general: Carol
Proner, Cecilia Nicolini y Pablo Gentili
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