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La protesta de los anti-Vacuna en Francia. La dinámica europea de los vacuna-escépticos es muy diversa y expresa condimentos nacionales específicos. El Francia, por ejemplo, el sábado 21 de agosto, miles de personas protestaron en gran parte del país contra el pasaporte sanitario. Era el sexto fin de semana consecutivo de manifestaciones. El arranque se dio el 24 de julio, jornada sobre la cual diversas fuentes, como el cotidiano Liberation, hablaron de 160 mil participantes. En la convocatoria del 15 de agosto el Ministerio del Interior contabilizó 214 mil manifestantes en todo el país. Por su parte, el colectivo militante Nombre Jaune, que publica un recuento ciudad por ciudad, calculó más de 388 mil participantes a nivel nacional.
Según Liberation,
“Este movimiento heterogéneo, que comenzó a mediados de julio y que reúne a
personas más allá de la galaxia de los escépticos o los antivacunas, ha crecido
de forma inédita en pleno verano”.
En paralelo a la entrega del pasaporte (o tarjeta) sanitaria, que pasó a ser obligatorio en bares, restaurantes y hospitales. Desde el lunes 23 de agosto, más de 120 grandes centros comerciales y tiendas de la región de París y de la mitad sur de Francia están obligados a comprobar sistemáticamente este documento, como ya sucedía en vuelos de línea nacional, trenes etc. Este diverso conglomerado que continúa ganando las calles en Francia expresa desacuerdos de fondo con las políticas gubernamentales. El “anti-Macronismo”, –en referencia al presidente Emmanuel Macron–, es el elemento unificador. Y para muchos la protesta contra las medidas sanitarias vigentes no es más que un pretexto para cuestionar al gobierno. Desde las esferas oficiales responden que la cantidad de gente que ha acudido a vacunarse es más significativa que la de los que vienen protestando desde julio.
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LA CUARTA OLA ES YA UNA
REALIDAD.
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Por Sergio Ferrari | 31/08/2021 |
Europa.
Fuente. Rebelión martes 31 de agosto del
2021.
Se polariza la brecha entre los vacunados y los
vacuna escépticos
Lejos de desaparecer, el COVID-19 recupera
protagonismo en Europa luego del respiro estival. Y ahora se confirma la
que ya es una realidad: la cuarta ola. La variante Delta se proyecta
como el actor virulento de esta tragedia social que parece no tener fin.
Esta nueva
ola se está acelerando debido, principalmente, a los
contagios entre la población adulta joven, advirtió la tercera semana de agosto
el Instituto Robert Koch (RKI),
organismo alemán de prevención y control de enfermedades.
Los casos de infección se han incrementado una vez más desde inicios de julio, luego del paréntesis de abril a junio. El número de hospitalizaciones también aumenta, con una diferencia neta con respecto a las olas anteriores: ahora la franja de edad predominante es de 35 a 59 años. Si bien en Alemania hacia la tercera semana de agosto un 63.8% de la población ha recibido al menos una dosis de la vacuna –y un 58.25%, las dos– el RKI considera que el riesgo de contagio es siempre mucho más alto entre los no vacunados y que han recibido una sola dosis. La variante Delta representa el 99% de la incidencia pandémica total en ese país.
El caso suizo
Realidad
semejante a la que se vive en Suiza, donde los epidemiólogos
también reconocen que la cuarta ola ya está
instalada en el país, con casi 3000
casos diarios a fines de agosto y más de 500 personas hospitalizadas afectadas por el coronavirus, para una población de 8.5 millones de habitantes. Proporcionalmente la realidad helvética
correspondería a casi 18 mil casos
diarios en Argentina o España, 24 mil en Francia, o bien 45 mil en México.
A pesar de esta tendencia ascendente, el número de decesos diarios a causa de
la pandemia se mantiene bajo si se
compara con el de los meses anteriores. Elemento que indicaría, tendencialmente,
que el impacto de esta cuarta ola en vidas
humanas será menor que las anteriores.
Para evaluar el estado de la situación sanitaria, los expertos
internacionales sostienen que es necesario medir el porcentaje de
pruebas de detección que han dado positivo, es decir, la “tasa de positivos”. Según la Organización
Mundial de la Salud (OMS), si esta cifra no supera el 5%, se
considera que la pandemia está
controlada. Si supera ese umbral, se corre el riesgo de que la pandemia se descontrole.
El 20 de
agosto, en Suiza, esa tasa
llegó al 12.9%, casi la mitad del máximo alcanzado durante el peor
momento de la crisis, en noviembre
del año pasado (26.9%). Sin embargo,
mucho mayor que la de unas pocas semanas atrás, a inicios de julio, cuando no alcanzaba al 1%. Constatación adicional de que la pandemia vuelve a
intensificar su impacto.
La tercera
semana de agosto, Tanja Stadler, la nueva
responsable del Grupo de Trabajo
COVID-19 de la Confederación
Helvética, compartió su preocupación a raíz del violento aumento de casos.
El último mes, las admisiones
hospitalarias se han duplicado,
sucesivamente, tres veces. El 90% de las mismas son personas no vacunadas, y casi la mitad es gente que regresa al país luego de las vacaciones, en particular de la región de los Balcanes y Grecia. Si en septiembre se mantuviera esta constante, aumentaría el nivel de hospitalizaciones, lo que hace temer a
algunos epidemiólogos la posibilidad
de un nuevo tensionamiento del sistema hospitalario.
Otros consideran que se vive una situación pandémica de “meseta” y
que los riesgos para la sobrecarga de
hospitales son menores que en las olas anteriores. Para fundamentar esta
evaluación contabilizan no solo la cantidad de vacunados, sino también la alta proporción de personas de riesgo que ha recibido las dos dosis, así como el porcentaje de la población que ya ha
contraído el virus en este último año y medio.
Según
Stadler, el problema es que ahora el país se confronta con una dinámica que
se desarrolla velozmente, propia de la naturaleza de la variante Delta. Todo esto en un momento del año muy particular
debido al regreso de las vacaciones
veraniegas de julio y agosto y
la caída paulatina de las temperaturas,
lo que limita las actividades al aire
libre y concentra la vida social
en espacios cerrados. Señala dicha experta que, alrededor de este mismo periodo
el año pasado, factores semejantes no contribuyeron a frenar la explosión de una segunda ola, que impactó en noviembre y diciembre y que en definitiva fue la más agresiva desde que el COVID-19 comenzó a golpear en Europa.
El ámbito
científico insiste en la necesidad
imperiosa de extender la vacunación a niñas
y niños a partir de los 12 años
y extender el pasaporte COVID-19 a
bares, restaurantes y actividades culturales. Y propone que a partir de octubre todos los tests –hasta ahora mayoritariamente financiados por el Estado—sean sufragados por los usuarios, como una forma indirecta de
estimular la vacunación, la cual
seguirá siendo gratuita. Autoridades
federales hablan de la posibilidad de establecer una lista de “países de alto
riesgo” y de volver a establecer el aislamiento obligatorio para los viajeros que lleguen de los
mismos.
En este marco
global el problema se profundiza por la enorme resistencia de casi la mitad de la población suiza a
vacunarse. A pesar de las campañas oficiales y la existencia de stocks abundantes, hasta el 27 de agosto solo el 51.03% de la población se había inmunizado con ambas dosis. Este porcentaje aumenta al 57.01% cuando se incluye a las personas
que recibieron una sola dosis.
“Paradójicamente esta cuarta ola es la de los no-vacunados en un continente donde sobran las vacunas cuando en la gran mayoría del planeta faltan las dosis”, enfatiza el doctor suizo Bernard Borel, activo en la lucha contra el COVID-19 en el Cantón de Vaud. Y agrega: “Es absurdo. Es la consecuencia de una sociedad egoísta y egocéntrica, donde muchos desprecian el valor de la salud como bien común”.
La situación europea
Según la OMS
hasta el lunes 23 de agosto, la situación de casos en Europa era preocupante en varios países. Gran Bretaña
contabilizaba 423.000 nuevas
infecciones (+ 14 % en relación
a la incidencia por 100.000 habitantes
de las semanas precedentes); Francia 314.000 (+ 1%); Alemania 79.000(+128%);
Gran Bretaña 423.000
(+14%) e Italia 88.000 (+12%).
Albania con + 422%;
Bosnia Herzegovina con +344; y Bulgaria con +204% se ubican entre los países más
fuertemente afectados por el incremento exponencial pandémico. España,
a pesar de sus 134.000 nuevos casos
en las dos últimas semanas, registra una disminución de la incidencia de -52%. Junto con Turquía, Portugal, la Federación Rusa, Finlandia, Bélgica y Uzbekistán
es la única del continente que en los últimos quince días no vio aumentar la incidencia del COVID-19.
Con respecto al porcentajes de inmunización, al 23 de agosto, el 69% de la población de Dinamarca
ya estaba completamente vacunada. En España y Portugal, 67%; en Gran Bretaña, 62%, y en los Países Bajos,
61%. El porcentaje cae por debajo del 60%
en Italia
(58%); Francia (56%)
y Grecia,
(52%). En menos de 50% se encuentran
los países nórdicos, a excepción de Suecia,
con 50.5% de su población
inmunizada. El porcentaje se precipita bruscamente en la Europa Oriental; en Rusia
apenas llega al 24%.
El avance de la vacunación en Europa ha experimentado desarrollos dispares. En algunos países, como Francia,
la resistencia a los programas de
inmunización se ha expresado a través de significativas movilizaciones callejeras. Y en formas menos masivas en Italia, Grecia, Irlanda, Gran Bretaña y
Suiza, entre otros. De una u otra manera, esas expresiones de protesta, así como el áspero debate
continental en torno a la crisis
pandémica, ponen de manifiesto la polarización
que experimenta la sociedad europea en el presente.
La protesta
La dinámica
europea de los vacuna-escépticos es muy diversa y expresa
condimentos nacionales específicos.
El Francia, por ejemplo, el sábado 21 de agosto, miles de personas protestaron en gran
parte del país contra el pasaporte
sanitario. Era el sexto fin de semana consecutivo de manifestaciones. El
arranque se dio el 24 de julio, jornada
sobre la cual diversas fuentes, como el cotidiano Liberation, hablaron
de 160 mil participantes. En la
convocatoria del 15 de agosto el
Ministerio del Interior contabilizó 214
mil manifestantes en todo el país. Por su parte, el colectivo militante Nombre
Jaune, que publica un recuento ciudad por ciudad, calculó más de 388 mil participantes a nivel nacional.
Según Liberation,
“Este movimiento heterogéneo, que comenzó a mediados de julio y que reúne a
personas más allá de la galaxia de los escépticos o los antivacunas, ha crecido
de forma inédita en pleno verano”.
En paralelo a la entrega del pasaporte (o tarjeta) sanitaria, que pasó a ser obligatorio en bares, restaurantes y hospitales. Desde el lunes 23 de agosto, más de 120 grandes centros comerciales y tiendas de la región de París y de la mitad sur de Francia están obligados a comprobar sistemáticamente este documento, como ya sucedía en vuelos de línea nacional, trenes etc.
Este diverso conglomerado
que continúa ganando las calles en Francia expresa desacuerdos de fondo
con las políticas gubernamentales. El “anti-Macronismo”,
–en referencia al presidente Emmanuel Macron–, es el elemento unificador. Y
para muchos la protesta contra las medidas
sanitarias vigentes no es más que un pretexto para cuestionar al gobierno.
Desde las esferas oficiales
responden que la cantidad de gente que ha acudido a vacunarse es más significativa que la de los que vienen protestando
desde julio.
En Suiza, la “resistencia” antivacuna reúne a sectores y
actitudes muy diversas, aunque, en este caso, el discurso antigubernamental no
es dominante.
Concuerdan sectores
conservadores de derecha y grupos reaccionarios.
Junto con activistas ambientalistas
o de izquierda, críticos contra el poder de las transnacionales farmacéuticas
a las que acusan de sacar el principal provecho de la actual crisis.
Se le suman
grupos juveniles que esgrimen dos
argumentos principales: no constituyen la fracción etaria que puede padecer los principales efectos brutales del COVID-19 y nadie puede garantizar de forma absoluta
–debido a lo novedoso de las vacunas
utilizadas-, que eventualmente las mismas no causen efectos secundarios a mediano o largo plazo.
Iglesias
fundamentalistas de todo tipo, así como sectores extremos que se autodefinen como constitucionalistas,
quienes consideran las medidas anti
COVID-19 como restrictivas de las libertades individuales, se suman al rechazo de la vacuna.
Común denominador de todos los refractarios: la preeminencia de la decisión
individual sobre la colectiva. Para ellos, la contribución a una solidaridad social, especialmente hacia
los sectores de mayor riesgo, no es
un argumento decisivo como para concurrir a los centros de vacunación.
Dos visiones de una coyuntura sanitaria que crispa los espíritus e intensifica la brecha societal entre vacunados y no
vacunados y que comienza a convertirse en un nuevo tipo de contradicción identitaria cotidiana. Y que exaspera a
algunas autoridades cantonales, que
incluso proponen pasarles la factura de
los gastos hospitalarios a los pacientes no vacunados, medida extrema que
atentaría contra principios constitucionales esenciales.
En la Suiza enriquecida, el debate con respecto a la vacuna, sea con argumentos de derecha o de izquierda, no hace más que robustecer la retórica social del privilegio. Cada
individuo que rechaza inmunizarse sabe que, en el peor de los casos, nunca le
va a faltar una cama de hospital,
una máscara de oxígeno o una máquina respiratoria si tienen que entubarlo.
Más aún,
este debate posterga la reflexión sobre la sociedad global, la
solidaridad activa entre
naciones y la necesaria lucha mancomunada para generalizar y democratizar
el acceso a la vacuna en el mundo
entero. Única
fórmula para derrotar, verdaderamente, al CODIV-19 y sus actuales y futuras
variantes.
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