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Bolsonaro, Además, recientes decisiones del Poder Judicial abren procesos e incluso ordenan detenciones de personas que predican abiertamente un golpe de Estado, que incluyen el cierre violento de la Corte Suprema, la invasión de la embajada china y un golpe de Estado para el 7 de septiembre. Además, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) comenzó a exigir a Bolsonaro declaraciones que no descalifiquen los resultados electorales de los pasados comicios y los resultados del próximo proceso, en que pretende postularse. Está claro que se trata de la búsqueda, al estilo del estadunidense Donald Trump, de cuestionar el resultado y tratar de evitar la toma de posesión del oponente, en este caso Lula, un favorito cada vez más amplio para triunfar incluso en la primera vuelta, en la presidencial de 2022.
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Fuentes: Rebelión [Imagen: Jair Bolsonaro junto al ministro de Economía Paulo Guedes. Créditos: Alan Santos/PR. Fotos Públicas]
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BOLSONARO
Y LA INGOBERNABILIDAD DE BRASIL.
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Por Emir
Sader |28/08/2021| Brasil.
Fuente Rebelión domingo 29 de agosto del 2021.
En
este artículo el autor analiza la convocatoria de una manifestación para el 7
de septiembre en el contexto de la deriva golpista de Jair Bolsonaro.
El presidente
de Brasil, Jair Bolsonaro, se subió a la ola antipolítica, generada en las
manifestaciones de 2013 y reforzada en 2016, para aprovechar su situación de outsider de la política
tradicional y convertirse en el supuesto
líder de la antipolítica. Esta característica lo acompaña siempre,
convirtiéndose, sin embargo, en un obstáculo para que gobierne.
Por su
personalidad, Bolsonaro ya no se
adapta a las necesidades de la política de agregación de personas, de unión de
personas y fuerzas políticas. Tiende a
exacerbar las diferencias y los conflictos, lo que justifica como algo
espontáneo, que gusta a la gente, lo que sería una forma intolerante hacia los
demás. Pero el resultado de ello es la absoluta
incapacidad para construir un bloque de fuerzas políticas y un conjunto de
personas para gobernar colectivamente.
Por esta
característica, Bolsonaro revela una incapacidad para gobernar. No logra establecer buenas relaciones con el Congreso, el Poder Judicial, los medios de
comunicación y menos aún con la oposición.
No muestra capacidad para escuchar
posiciones que no coincidan estrictamente con la suya, y menos para
tenerlas en cuenta.
A esto se suma una política económica de desmantelamiento del Estado, que incluye el recorte radical de recursos para políticas sociales, que benefició a la gran mayoría de la población. Promueve el desmantelamiento del Estado, con la privatización de empresas públicas que, como Petrobras, tenían políticas que beneficiaban al país y a los consumidores.
Más
recientemente, Bolsonaro desarrolló un discurso según el cual no puede gobernar porque se vería obstaculizado por una guerra real que el Poder
Judicial libraría contra él. Esta ofensiva en
realidad consiste en una definición clara de la separación de poderes,
estableciendo lo que el Ejecutivo puede
y no puede hacer.
Además, recientes decisiones del Poder Judicial abren procesos e incluso
ordenan detenciones de personas que predican abiertamente un golpe de Estado, que incluyen el cierre violento de la Corte Suprema, la invasión de la embajada china y
un golpe de Estado para el 7 de septiembre.
Además, el
Tribunal Supremo Electoral (TSE) comenzó a exigir a Bolsonaro declaraciones que no descalifiquen los resultados
electorales de los pasados comicios y
los resultados del próximo proceso, en que pretende postularse. Está claro
que se trata de la búsqueda, al estilo
del estadunidense Donald Trump, de cuestionar el resultado y tratar de
evitar la toma de posesión del oponente, en
este caso Lula, un favorito cada vez más
amplio para triunfar incluso en la primera
vuelta, en la presidencial de 2022.
Bolsonaro
reaccionó con declaraciones agresivas contra los ministros del Supremo Tribunal
Federal (STF) y el TSE. Presentó al Senado solicitudes de acusación de dos
jueces del STF, así como una solicitud al mismo para que este tribunal ya no tenga la
prerrogativa de abrir casos. En este caso, es objeto de cuatro juicios en su
contra. Con esta actitud, Bolsonaro
aumenta aún más sus dificultades para retomar relaciones amistosas con el Poder
Judicial. Al mismo tiempo, también dificulta la aprobación por el Congreso de sus propuestas, como la aprobación
de un nuevo miembro para el STF
–evangélico que, según él, introduciría la oración en el tribunal– así como
la elección de un segundo mandato de la Procuraduría
General de la República, que demuestra absoluta lealtad personal al presidente y ningún grado de independencia
y autonomía.
En un momento en que, en las urnas, Lula aumenta
su ventaja sobre Bolsonaro, el expresidente
recorre el país para restablecer el bloque de alianzas con las que puede
gobernar, demostrando, de forma radicalmente contraria a Bolsonario, capacidad política para
unir, para dialogar, para establecer puentes con todos los sectores que, en un grado u otro, son o pueden llegar a
oponerse a Bolsonaro.
Bolsonaro
parece entrar en un proceso de autocombustión muy peligroso. Incluso su política económica, que producía
deleite de la gran comunidad empresarial,
encuentra dificultades, con amenazas de no respetar el techo de gasto –tan caro a los neoliberales– para
erogar recursos en políticas que puedan recuperar su decreciente apoyo en las
encuestas.
La promesa de
la manifestación para el 7 de septiembre, la más grande jamás realizada en
Brasil, con un ataque a la embajada
china y al STF, es un desafío
definitivo de hasta dónde pueden llegar los
bolsonaristas. Tanto en la capacidad de movilizar a tanta gente en Sao Paulo y Brasilia, como en llevar a los militares a esta aventura y lograr el
golpe anunciado.
El país ya no
puede soportar vivir bajo amenazas y bravuconadas de un presidente que no tiene
la capacidad para materializarlas.
Al mismo tiempo, mientras amenaza y luego retrocede, Bolsonaro mantiene la guerra contra el Poder Judicial, el Congreso y los medios de comunicación. Permanece en el gobierno, por las concesiones que hace a fuerzas que lo apoyan en el Congreso, pero sin capacidad
para gobernar, condenando al país a un letargo y un hundimiento en la crisis
económica y social que, según Lula, Brasil necesitará dos o tres años para
superarla.
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