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"Sin embargo, es preciso tener en cuenta
para calar la hondura del problema y su
capacidad de revelarnos nuestras contradicciones
más profundas, que este suceso inmediato de aguda ineficacia no es sino la repetición
de lo que ha sido nuestro orden político
a lo largo de estos doscientos años. Todos
los intentos de reinvención de la república criolla han
fracasado, desde las repúblicas de élite que
ensayó la oligarquía,
los tempranos caudillismos, las dictaduras
militares, personales o institucionales,
los sucesivos reformismos y el
propio régimen neoliberal que parece
debatirse en su final. Así, la promesa de la vida peruana en la que
insistiera Jorge Basadre, aún en su
formulación más modesta, aparece incumplida.
Aunque se distingue por su talante
inclusivo, el gobierno militar reformista de Juan
Velasco Alvarado, cuyas tardías
reformas en comparación con nuestro entorno
regional, fueron el intento más vasto
y audaz por diferenciarse y
democratizar el Perú.
"De esta manera, la posibilidad de
reinvención de la república criolla llega a un momento culminante. Me
refiero al golpe del cinco de abril de
1992 que instituye un orden que es el último intento de reorganización republicana: la república neoliberal. Una forma extrema del capitalismo dependiente, llamado
también salvaje, que subordina a la sociedad y la política a los dictados
de un pequeño grupo de monopolios
que controlan lo que llaman mercado.
Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos
fueron los operadores de esta captura
del Estado que tiene su hoja de ruta en la constitución de 1993 y cuyos ecos, aunque maltrechos repercuten hasta el
día de hoy.
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PERÚ 2021: UN BICENTENARIO FALLIDO.
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Por
Nicolás Lynch.
Otra
Mirada Lima 4 de agosto del 2021.
Sin embargo, al ser un aniversario que
nos toca el tema de los tiempos, casi inevitablemente presente, pasado y futuro, reaviva
su importancia como punto de referencia. Desde
el presente, en un momento especialmente crítico de nuestro devenir
republicano, nos permite una reflexión triple. Primero, el análisis hoy de los resultados de estos 200 años, segundo la evaluación histórica,
inevitablemente también desde el tiempo que vivimos, y con estos elementos, por último, la proyección hacia el futuro.
Lo
que nos dejó la independencia de España
fue un orden formalmente independiente pero económica y socialmente colonial, significando esto último, como lo
señalaran Mariátegui
y Quijano, la dependencia de sucesivos poderes extranjeros y la organización de
la sociedad de acuerdo con los criterios étnicos, clasistas y patriarcales
de una minoría dominante.
La independencia produjo así un Estado ajeno a la mayoría de la
población, que se organizó en un régimen
político excluyente que denomino república
criolla, cuya característica central es no haber roto con la herencia colonial. Esta república se ha limitado a representar
al linaje de ancestro europeo,
principalmente español y a algunos mestizos, dejando de lado a la población abrumadoramente indígena y minoritariamente de origen africano y asiático, en condiciones de servidumbre y/o esclavitud. Esta situación
ciertamente ha evolucionado, pero no ha perdido las claves ni las marcas
determinadas por la herencia colonial.
El no haber roto con esta herencia colonial significa cuatro cuestiones centrales: la dependencia de un poder extranjero, la jerarquización de las relaciones sociales en base a las ideas de raza, clase y desigualdad de género, el desprecio al valor del trabajo humano y la naturalización del saqueo del territorio y los recursos naturales. Ellas son el núcleo de la dominación social y política que deben ser superadas para alcanzar un orden democrático.
Sin embargo, es preciso tener en cuenta
para calar la hondura del problema y su
capacidad de revelarnos nuestras contradicciones
más profundas, que este suceso inmediato de aguda ineficacia no es sino la repetición
de lo que ha sido nuestro orden político
a lo largo de estos doscientos años. Todos
los intentos de reinvención de la república criolla han
fracasado, desde las repúblicas de élite que
ensayó la oligarquía,
los tempranos caudillismos, las dictaduras
militares, personales o institucionales,
los sucesivos reformismos y el
propio régimen neoliberal que parece
debatirse en su final. Así, la promesa de la vida peruana en la que
insistiera Jorge Basadre, aún en su
formulación más modesta, aparece incumplida.
Aunque se distingue por su talante
inclusivo, el gobierno militar reformista de Juan
Velasco Alvarado, cuyas tardías
reformas en comparación con nuestro entorno
regional, fueron el intento más vasto
y audaz por diferenciarse y
democratizar el Perú.
De esta manera, la posibilidad de
reinvención de la república criolla llega a un momento culminante. Me
refiero al golpe del cinco de abril de
1992 que instituye un orden que es el último intento de reorganización republicana: la república neoliberal. Una forma extrema del capitalismo dependiente, llamado
también salvaje, que subordina a la sociedad y la política a los dictados
de un pequeño grupo de monopolios
que controlan lo que llaman mercado.
Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos
fueron los operadores de esta captura
del Estado que tiene su hoja de ruta en la constitución de 1993 y cuyos ecos, aunque maltrechos repercuten hasta el
día de hoy.
Pero no hay que olvidar,
porque son herramientas del presente, que los intentos de reinvención se han
dado en el Perú
en contrapunto con una tradición crítica.
Esta tiene momentos claves que se
expresan en movimientos
sociales y políticos, autores notables y repercusiones presentes.
Hay una vertiente clásica con Manuel González Prada, el joven Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui que define la crisis histórica de la
dominación oligárquica y una
contemporánea que tiene entre otros, para solo mencionar a los fallecidos, a Aníbal Quijano, Carlos Franco, Alberto
Flores Galindo y Carlos Iván
Degregori, que denuncian los límites de la democratización reformista y neoliberal. Asimismo, una vertiente actual más débil en autores
que los momentos anteriores, pero con impacto en nuevos movimientos sociales, que aparece en los estertores de la hegemonía neoliberal. Empero esta
tradición crítica no ha logrado establecer una contra hegemonía cultural y política al poder de turno que goza
todavía, aunque maltrecho, de la representación
imaginaria de la sociedad.
Pero
lo que sucede ahora, al confluir graves
problemas estructurales, es que esta vieja forma de ejercer el poder muestra, por primera vez en muchos años, que está en crisis. Asistimos en el Perú en
los últimos años a una crisis del
régimen político de la república
criolla en su versión neoliberal,
que amenaza, para bien, en traerse abajo el edificio fallido de los últimos
doscientos años. El agotamiento de
esta forma de mandar se expresa a través de los múltiples escándalos de corrupción
que han pasado frente a nuestros ojos en los últimos años. Esta lacra ha probado
ser de tal magnitud y profundidad
que las explicaciones que la presentaban como un problema de personas y/o circunstancias han quedado de lado, lo que
me lleva a concluir que la república criolla, en su versión neoliberal, está terminando como una república
podrida.
Esta situación nos abre una formidable
oportunidad. Frente al estado ajeno
y la república
fallida, se vuelve a poner a la orden del día levantar un proyecto de nación,
de un nosotros colectivo, lo que Otto Bauer llamaba hace cien años una comunidad de destino. Para ello hay
necesidad de una refundación de la república. Refundación digo y no fundación
porque hay necesidad de recuperar lo
mejor del camino recorrido, en derechos,
ciudadanía e instituciones y crear a su vez las bases de una indispensable transformación.
El objetivo de la refundación es
una república
democrática que tenga como punto
crucial la ruptura con la herencia
colonial y sea capaz de brindarnos un estado inclusivo, soberano y libre de corrupción.
Para ello hay necesidad de una salida
constituyente. continuar con el proceso en curso, producto del cual ya
vivimos un momento constituyente,
desde las movilizaciones de noviembre
de 2020,
cuando el reclamo por una nueva
constitución dejó de ser una preocupación de especialistas y se convirtió
en clamor juvenil y popular. El
próximo paso es convocar a un referéndum para saber si el pueblo quiere o no convocar a una Asamblea Constituyente para aprobar esta nueva constitución. Corresponde a quienes hoy gobiernan el Perú promover la correlación
social y política necesaria para
que este proceso sea posible y exitoso.
Creo
que los puntos más importantes en
una nueva constitución son tres: la ampliación de derechos, especialmente los sociales y culturales, con una expresión
institucional adecuada en servicios
públicos que puedan convertir esos derechos
en realidad; la modificación del
régimen político, del “cuarto de máquinas” del
poder como dice Roberto Gargarella, que ponga atención a la articulación entre participación y representación políticas,
para el adecuado ejercicio del demos en
la nueva república, que vaya de los espacios
locales y regionales al espacio
nacional y promueva una descentralización territorial; y por último, la modificación del “capítulo económico” que sacraliza la dictadura de los grandes propietarios sobre los demás, señalando
el respeto a una pluralidad de
formas de propiedad, al papel del estado
en la orientación de la economía y
en la conducción de los sectores estratégicos de la misma.
Para la derecha rancia
este mínimo de modernidad es
insoportable. Ante el fracaso de la reinvención
neoliberal ha tenido que desempolvar el racismo encomendero para
movilizarse y gritar “comunismo”, frente
al reclamo mayoritario de un país que quiere trabajo para su población y un trato
igualitario entre sus ciudadanos. La
salida constituyente no tiene que ver con ideologías de otro tiempo, por el
contrario, nos permite aspirar a una república democrática que sea el mejor desmentido
a esta reacción conservadora.
La república democrática se convierte así en la herramienta de una transformación que nos debe llevar a la forja de
la nación
peruana, multicultural y plurilingüe, a que la población se
identifique con un orden político
que haga suyo porque le brinda bienestar,
pertenencia y autonomía. La nación será así nuestra contribución a la Patria Grande latinoamericana y nos
permitirá “tener
un lugar bajo el sol” en una globalización que se muestra cada vez
más incierta.
La puesta en marcha de la república
democrática debe ser el parteaguas del debate político y la
manera como convertimos en celebración
el recuerdo de los 200 años de la independencia de
España, en una celebración no del pasado sino del futuro del Perú.
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