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Entre
Nixon y Evo
Hace 50 años, el presidente
estadounidense Richard Nixon declaró a las drogas enemigo número uno de su país y puso en marcha una maquinaria burocrática y propagandística que ha transformado la
vida en América Latina. Documentos y
expertos de la región dibujan el recorrido de un fracaso rotundo: producción, salud pública, violencia,
inclusión; todo ha empeorado desde entonces.
Nixon se mostró preocupado por los opiáceos que los combatientes en Vietnam requerían como bálsamo para apaciguar la dureza de la guerra. Su intención, dijo, era preservar la salud de los más jóvenes: “El único camino realmente efectivo para terminar con la heroína es terminar con la producción de opio”. Obviamente, desde entonces la producción de opio ha crecido a la par que las guerras injerencistas de Estados Unidos en el mundo. En 1970 las muertes por sobredosis alcanzaban a uno de cada 100 mil estadounidenses y a finales del siglo esta incidencia se había multiplicado por seis, y en 2019 las muertes superan las 20 de cada 100 mil habitantes
Un año antes de sancionar la Constitución, en 2008, el entonces presidente Evo Morales expulsó a la agencia estadounidense (supuestamente) antidrogas, la DEA, de Bolivia. El efecto de todo este proceso es una evidencia incómoda: puso freno a la violencia y se ha disminuido la destilación de cocaína; el país incautó más pasta base y cerró más laboratorios de reciclaje de manera pacífica, con control social, que con “guerra”, que durante décadas había azotado a los campesinos con muertos, heridos y reiteradas violaciones a los derechos humanos. En 1992 Bolivia llegó a producir 550 toneladas de cocaína. En 2017 –reconoció la embajada estadounidense en La Paz-, su capacidad de producir se había reducido a una cuarta parte, pero con la dictadura creció nuevamente.
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ONU
CONFIRMA A COLOMBIA COMO PRINCIPAL NARCOPRODUCTOR DEL MUNDO Y A EE.UU. COMO
PRINCIPAL CONSUMIDOR.
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Por Camilo Rengifo Marín | 09/08/2021 | Colombia, Opinión
Fuentes: Rebelión
lunes 9 de agosto del 2021.
Colombia tiene la mayor
área sembrada de narcocultivos del mundo por delante de Perú y Bolivia, mientras Estados Unidos es el mayor consumidor de cocaína.
Sigue siendo el principal productor de cocaína pese a la reducción de sus
sembrados, confirmó la Organización de Naciones Unidas (ONU) en su informe 2020 sobre esa problemática.
La ONU ya
había revelado el 9 de junio
las cifras generales sobre el monitoreo de cultivos
ilícitos en 2020, cuando aumentó en un 8%
la producción de cocaína (1.228
toneladas), no obstante, una reducción
del 7% en los cultivos sembrados (143.000 hectáreas). La producción de la hoja genera unos 450 millones de dólares, pero la materia prima transformada en cocaína y exportada aumenta su valor a
unos 1.800 millones de dólares.
También para la Oficina de Política Nacional de
Control de Drogas de la Casa Blanca, Colombia registró cifras récord de cultivos (245.000 hectáreas) y producción (1.010 toneladas) de cocaína el año pasado.
Solo en Colombia, entre 1996 y 2016 Washington invirtió casi 10.000 millones de dólares, según la organización no gubernamental Oficina de Washington para América Latina (WOLA). Un 71% de ese total se fue a gasto militar directo. La proporción entre “cañones y mantequilla”, por usar la vieja metáfora macroeconómica de la elección presupuestaria entre dedicar presupuesto a guerra o a desarrollo, se ha emparejado, pero ha sido a costa de una reducción total de la inversión externa.
Tiros
por la culata
Uno de los principales objetivos de Estados Unidos fue México. A mediados
de los sesenta, el contrabando de cannabis
y opiáceos a través de su frontera
sur se consolidaba. Los primeros objetivos fueron los campos amapoleros originalmente sembrados para la Guerra Civil estadounidense del siglo XIX. El jugo del opio también fue importante durante las guerras mundiales. Los traficantes se trasladaron a otros Estados mexicanos y el negocio se hizo
cada vez más fuerte. En 1975, en una
de las primeras acciones de la guerra contra las drogas financiadas por Estados Unidos fuera del país, los
sembradíos de marihuana en la Sierra
Madre de México empezaron a ser rociados con Paraquat,
un peligrosos herbicida, pero la
hierba seguía siendo contrabandeada a EE.UU.
En 1978, la Universidad de
Mississippi analizó decenas de muestras confiscadas en California, Arizona y Texas: un tercio presentaban concentraciones elevadas de Paraquat, lo que significa un inminente suicidio de los consumidores.
No fue el
único tiro por la culata. Jamaica recibió a la DEA
en 1974 para detener el tráfico de
marihuana. y así otros países del Caribe
empezaron a cosechar. Entonces en Colombia comenzó la “bonanza marimbera” para abastecer a Estados
Unidos, germen de los que luego fueran los famosos carteles de Cali y Medellín. Cuando estos clanes cayeron se
multiplicaron otros que dieron
nacimiento al imperio mexicano de la droga.
Entre
Nixon y Evo
Hace 50 años, el presidente
estadounidense Richard Nixon declaró a las drogas enemigo número uno de su país y puso en marcha una maquinaria burocrática y propagandística que ha transformado la
vida en América Latina. Documentos y
expertos de la región dibujan el recorrido de un fracaso rotundo: producción, salud pública, violencia,
inclusión; todo ha empeorado desde entonces.
Nixon se mostró preocupado por los opiáceos que los combatientes en Vietnam requerían como bálsamo para apaciguar la dureza de la guerra. Su intención, dijo, era
preservar la salud
de los más jóvenes: “El
único camino realmente efectivo para terminar con la heroína es terminar con la
producción de opio”. Obviamente, desde entonces la producción de opio ha
crecido a la par que las guerras injerencistas de Estados Unidos en el
mundo.
En 1970 las muertes por sobredosis alcanzaban a uno de cada 100 mil estadounidenses y a
finales del siglo esta incidencia se había multiplicado por seis, y en 2019 las muertes superan las 20 de cada 100 mil habitantes
Un año antes de sancionar la Constitución, en 2008, el entonces presidente Evo Morales expulsó a la agencia estadounidense
(supuestamente) antidrogas, la DEA, de
Bolivia. El efecto de todo este proceso es una evidencia incómoda: puso freno a la violencia y se ha
disminuido la destilación de cocaína;
el país incautó más pasta base y cerró más laboratorios de reciclaje de manera pacífica, con control
social, que con “guerra”, que durante décadas había azotado a los campesinos
con muertos, heridos y reiteradas violaciones a los derechos humanos.
En 1992 Bolivia llegó a producir 550 toneladas de cocaína. En 2017 –reconoció la embajada estadounidense en La Paz-, su capacidad de producir se había reducido a una cuarta parte, pero con la dictadura creció nuevamente.
Pero
la culpa la tiene Venezuela
Por primera vez el departamento Norte de Santander, fronterizo con Venezuela, superó al de Nariño,
en los límites con Ecuador, como el
departamento con mayor área cultivada de
coca en el país, con 40.084
hectáreas, hecho que, descontextualizado, ha servido para lanzar una nueva
andanada de versiones y denuncias sin base contra Venezuela, con la que comparte una frontera común de dos mil 200 quilómetros.
El gobierno
del presidente ultraderechista Iván Duque, en medio de un levantamiento social y una fuerte crisis política, económica, financiera y sanitaria, acusó
sin presentar pruebas concretas al mandatario
venezolano, Nicolás Maduro, de proteger en
su territorio a rebeldes y narcos que delinquen en Colombia, lo que Caracas negó
una y otra vez.
Una forma
habitual de los gobiernos colombianos
de desviar la atención, a lo que muchas veces se suman las agencias trasnacionales de información. En este caso, tergiversando
un informe de la ONU que no habla de cultivos en Venezuela, sino en Colombia, país que recibe una multimillonaria “ayuda” financiera de Estados Unidos para combatir el narcotráfico, y donde se cuentan siete
bases militares estadounidenses.
Desde que asumió el poder en agosto de 2018, Duque estableció como prioridad la lucha antidrogas, la que, según el
informe de la ONU,
va perdiendo. Su estrategia tiene como prioridad
la erradicación forzada de sembradíos que ha significado el asesinato de campesinos e indígenas, y
la reanudación de fumigación aérea con glifosato,
suspendida en 2015 por la justicia
por sus potenciales daños a la salud
humana.
Nadie le saca el título a Colombia de ser el campeón
mundial del narcocultivo. Ni a Duque el de aspirante al título continental de las fake-news,
poquito detrás de Jair Bolsonaro,
claro.
* ECONOMISTA
y docente universitario colombiano, analista asociado al Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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