lunes, 9 de agosto de 2021

ONU CONFIRMA A COLOMBIA COMO PRINCIPAL NARCOPRODUCTOR DEL MUNDO Y A EE.UU. COMO PRINCIPAL CONSUMIDOR.

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Entre Nixon y Evo

Hace 50 años, el presidente estadounidense Richard Nixon declaró a las drogas enemigo número uno de su país y puso en marcha una maquinaria burocrática y propagandística que ha transformado la vida en América Latina. Documentos y expertos de la región dibujan el recorrido de un fracaso rotundo: producción, salud pública, violencia, inclusión; todo ha empeorado desde entonces.

Nixon se mostró preocupado por los opiáceos que los combatientes en Vietnam requerían como bálsamo para apaciguar la dureza de la guerra. Su intención, dijo, era preservar la salud de los más jóvenes: “El único camino realmente efectivo para terminar con la heroína es terminar con la producción de opio”. Obviamente, desde entonces la producción de opio ha crecido a la par que las guerras injerencistas de Estados Unidos en el mundo.  En 1970 las muertes por sobredosis alcanzaban a uno de cada 100 mil estadounidenses y a finales del siglo esta incidencia se había multiplicado por seis, y en 2019 las muertes superan las 20 de cada 100 mil habitantes

Un año antes de sancionar la Constitución, en 2008, el entonces presidente Evo Morales expulsó a la agencia estadounidense (supuestamente) antidrogas, la DEA, de Bolivia. El efecto de todo este proceso es una evidencia incómoda: puso freno a la violencia y se ha disminuido la destilación de cocaína; el país incautó más pasta base y cerró más laboratorios de reciclaje de manera pacífica, con control social, que con “guerra”, que durante décadas había azotado a los campesinos con muertos, heridos y reiteradas violaciones a los derechos humanos. En 1992 Bolivia llegó a producir 550 toneladas de cocaína. En 2017 –reconoció la embajada estadounidense en La Paz-, su capacidad de producir se había reducido a una cuarta parte, pero con la dictadura creció nuevamente.

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ONU CONFIRMA A COLOMBIA COMO PRINCIPAL NARCOPRODUCTOR DEL MUNDO Y A EE.UU. COMO PRINCIPAL CONSUMIDOR.

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Por Camilo Rengifo Marín | 09/08/2021 | Colombia, Opinión

Fuentes: Rebelión lunes 9 de agosto del 2021.

 

Colombia tiene la mayor área sembrada de narcocultivos del mundo por delante de Perú y Bolivia, mientras Estados Unidos es el mayor consumidor de cocaína.

Sigue siendo el principal productor de cocaína pese a la reducción de sus sembrados, confirmó la Organización de Naciones Unidas (ONU) en su informe 2020 sobre esa problemática.

La ONU ya había revelado el 9 de junio las cifras generales sobre el monitoreo de cultivos ilícitos en 2020, cuando aumentó en un 8% la producción de cocaína (1.228 toneladas), no obstante, una reducción del 7% en los cultivos sembrados (143.000 hectáreas). La producción de la hoja genera unos 450 millones de dólares, pero la materia prima transformada en cocaína y exportada aumenta su valor a unos 1.800 millones de dólares.

También para la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas de la Casa Blanca, Colombia registró cifras récord de cultivos (245.000 hectáreas) y producción (1.010 toneladas) de cocaína el año pasado.

Solo en Colombia, entre 1996 y 2016 Washington invirtió casi 10.000 millones de dólares, según la organización no gubernamental Oficina de Washington para América Latina (WOLA). Un 71% de ese total se fue a gasto militar directo. La proporción entre “cañones y mantequilla”, por usar la vieja metáfora macroeconómica de la elección presupuestaria entre dedicar presupuesto a guerra o a desarrollo, se ha emparejado, pero ha sido a costa de una reducción total de la inversión externa.


Tiros por la culata

Uno de los principales objetivos de Estados Unidos fue México. A mediados de los sesenta, el contrabando de cannabis y opiáceos a través de su frontera sur se consolidaba. Los primeros objetivos fueron los campos amapoleros originalmente sembrados para la Guerra Civil estadounidense del siglo XIX. El jugo del opio también fue importante durante las guerras mundiales. Los traficantes se trasladaron a otros Estados mexicanos y el negocio se hizo cada vez más fuerte. En 1975, en una de las primeras acciones de la guerra contra las drogas financiadas por Estados Unidos fuera del país, los sembradíos de marihuana en la Sierra Madre de México empezaron a ser rociados con Paraquat, un peligrosos herbicida, pero la hierba seguía siendo contrabandeada a EE.UU. En 1978, la Universidad de Mississippi analizó decenas de muestras confiscadas en California, Arizona y Texas: un tercio presentaban concentraciones elevadas de Paraquat, lo que significa un inminente suicidio de los consumidores. 

No fue el único tiro por la culata. Jamaica recibió a la DEA en 1974 para detener el tráfico de marihuana. y así otros países del Caribe empezaron a cosechar. Entonces en Colombia comenzó la “bonanza marimbera” para abastecer a Estados Unidos, germen de los que luego fueran los famosos carteles de Cali y Medellín. Cuando estos clanes cayeron se multiplicaron otros que dieron nacimiento al imperio mexicano de la droga.

Entre Nixon y Evo

Hace 50 años, el presidente estadounidense Richard Nixon declaró a las drogas enemigo número uno de su país y puso en marcha una maquinaria burocrática y propagandística que ha transformado la vida en América Latina. Documentos y expertos de la región dibujan el recorrido de un fracaso rotundo: producción, salud pública, violencia, inclusión; todo ha empeorado desde entonces.

Nixon se mostró preocupado por los opiáceos que los combatientes en Vietnam requerían como bálsamo para apaciguar la dureza de la guerra. Su intención, dijo, era preservar la salud de los más jóvenes: “El único camino realmente efectivo para terminar con la heroína es terminar con la producción de opio”. Obviamente, desde entonces la producción de opio ha crecido a la par que las guerras injerencistas de Estados Unidos en el mundo. 

En 1970 las muertes por sobredosis alcanzaban a uno de cada 100 mil estadounidenses y a finales del siglo esta incidencia se había multiplicado por seis, y en 2019 las muertes superan las 20 de cada 100 mil habitantes

Un año antes de sancionar la Constitución, en 2008, el entonces presidente Evo Morales expulsó a la agencia estadounidense (supuestamente) antidrogas, la DEA, de Bolivia. El efecto de todo este proceso es una evidencia incómoda: puso freno a la violencia y se ha disminuido la destilación de cocaína; el país incautó más pasta base y cerró más laboratorios de reciclaje de manera pacífica, con control social, que con “guerra”, que durante décadas había azotado a los campesinos con muertos, heridos y reiteradas violaciones a los derechos humanos.

En 1992 Bolivia llegó a producir 550 toneladas de cocaína. En 2017 –reconoció la embajada estadounidense en La Paz-, su capacidad de producir se había reducido a una cuarta parte, pero con la dictadura creció nuevamente.


Pero la culpa la tiene Venezuela

Por primera vez el departamento Norte de Santander, fronterizo con Venezuela, superó al de Nariño, en los límites con Ecuador, como el departamento con mayor área cultivada de coca en el país, con 40.084 hectáreas, hecho que, descontextualizado, ha servido para lanzar una nueva andanada de versiones y denuncias sin base contra Venezuela, con la que comparte una frontera común de dos mil 200 quilómetros.

El gobierno del presidente ultraderechista Iván Duque, en medio de un levantamiento social y una fuerte crisis política, económica, financiera y sanitaria, acusó sin presentar pruebas concretas al mandatario venezolano, Nicolás Maduro, de proteger en su territorio a rebeldes y narcos que delinquen en Colombia, lo que Caracas negó una y otra vez. 

Una forma habitual de los gobiernos colombianos de desviar la atención, a lo que muchas veces se suman las agencias trasnacionales de información. En este caso, tergiversando un informe de la ONU que no habla de cultivos en Venezuela, sino en Colombia, país que recibe una multimillonaria “ayuda” financiera de Estados Unidos para combatir el narcotráfico, y donde se cuentan siete bases militares estadounidenses.

Desde que asumió el poder en agosto de 2018, Duque estableció como prioridad la lucha antidrogas, la que, según el informe de la ONU, va perdiendo. Su estrategia tiene como prioridad la erradicación forzada de sembradíos que ha significado el asesinato de campesinos e indígenas, y la reanudación de fumigación aérea con glifosato, suspendida en 2015 por la justicia por sus potenciales daños a la salud humana.

Nadie le saca el título a Colombia de ser el campeón mundial del narcocultivo. Ni a Duque el de aspirante al título continental de las fake-news, poquito detrás de Jair Bolsonaro, claro.

* ECONOMISTA y docente universitario colombiano, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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