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Desde la invasión rusa de Ucrania, los funcionarios estadounidenses, desde el presidente Biden hacia abajo, han cometido varios deslices freudianos en relación con el conflicto, como afirmar que su objetivo era destituir a Putin del poder, juzgarlo como criminal de guerra, debilitar y degradar al ejército ruso, especialmente matando a un gran número de tropas rusas, destruir la economía rusa y empobrecer al pueblo ruso con un conjunto extremo de sanciones económicas. Vale la pena señalar, por supuesto, que la crisis de Ucrania ha hecho que las invasiones del Pentágono y la CIA y las guerras de agresión contra Afganistán e Irak caigan en un agujero negro de la memoria para la prensa generalista de Estados Unidos, al mismo tiempo que contribuye a seguir inundando las arcas de los organismos de seguridad nacional con dinero de los contribuyentes.
Todo esto pone claramente de manifiesto que la extrema animadversión antirrusa, antisoviética, anticomunista y anticubana que promovió el establecimiento de los organismos de seguridad nacional de Estados Unidos durante la Guerra Fría nunca desapareció. Está claro que sigue impulsando a la actual generación de generales y funcionarios de la CIA, como vemos no sólo con Cuba sino también con Rusia. Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos surge de manera natural: ¿Está Putin en lo cierto? ¿Están el Pentágono y la CIA haciendo lo mismo que hicieron en 1962 contra Cuba? ¿Les mueve su extrema animadversión a Rusia a librar una guerra contra ese país mediante el uso de un ejército delegado, entrenado y armado por Estados Unidos? ¿Y están los estadounidenses dispuestos a aceptar las consecuencias altamente peligrosas de tal decisión de política exterior?
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¿ES
LA DE UCRANIA UNA GUERRA POR DELEGACIÓN DE ESTADOS UNIDOS CONTRA RUSIA?
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Por Jacob G. Hornberger | 05/05/2022 | Mundo
Fuente. Rebelión jueves 5 de mayo del
2022.
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
A
primera vista, parece que Rusia está en guerra
con Ucrania. Pero el presidente ruso, Vladimir Putin, dice que en realidad es Estados Unidos el que está en guerra contra Rusia y que simplemente está delegando en Ucrania para llevar a cabo esa guerra. Por tanto, lo
que Putin quiere decir es que, sí que Estados Unidos está en guerra contra Rusia, la posibilidad de una guerra
nuclear sigue aumentando con cada día que pasa.
Esto plantea
una pregunta importante para el pueblo estadounidense, una que la prensa
generalista de Estados Unidos se resiste a realizar: ¿Es cierta la acusación de Putin? ¿Están
los funcionarios estadounidenses utilizando a Ucrania
para debilitar o incluso destruir a Rusia sin
participar directamente en una guerra contra este país?
Ciertamente,
no sería la primera vez que las instituciones de seguridad nacional de Estados
Unidos utilizasen un ejército delegado para intentar disfrazar su papel en una guerra contra un régimen extranjero. Recordemos el uso por parte de las autoridades de EE.UU. de un ejército
externo para atacar e invadir Cuba.
Para disfrazar el hecho de que era Estados
Unidos el que estaba librando una guerra
de agresión contra Cuba, las autoridades
estadounidenses utilizaron un ejército formado por exiliados cubanos para llevar a cabo la invasión.
Aunque dicho
ejército había sido entrenado y armado por los organismos de seguridad nacional de Estados Unidos,
los funcionarios estadounidenses
podían negar que su país estuviera en guerra contra Cuba, a pesar de que ese era el
caso. Esa es la función de un ejército
delegado.
Si situamos la guerra de Ucrania dentro de un contexto histórico más amplio, hay pruebas considerables de que la acusación de Putin es válida y que las autoridades de EE.UU. están haciendo con Ucrania lo mismo que hicieron con su ejército delegado en la Bahía de Cochinos.
A lo largo de
la Guerra Fría, la administración
estadounidense se dejó llevar por una animadversión
extrema contra Rusia,
contra los soviéticos,
contra los comunistas
y contra Cuba, una animadversión
que en realidad nunca desapareció y se ha ido trasmitiendo a cada generación sucesiva de generales del
Pentágono y funcionarios de la CIA.
Esa es la
razón por la que Estados Unidos mantiene su brutal embargo económico contra Cuba, que no pretende sino el empobrecimiento y la muerte del pueblo cubano, con el fin de
promover el cambio de régimen en la
isla.
No tenía por
qué ser así. Después de la revolución cubana,
la administración estadounidense
podría haber dejado a Cuba en paz y
no haber impuesto un embargo económico
a la isla.
Podrían haber dejado que los estadounidenses
siguieran viajando a Cuba y comerciando con el pueblo cubano.
Además, la
administración de EE.UU. podría
haber levantado el embargo cuando se produjo el ostensible final de la Guerra Fría.
A fin de cuentas, ¿por qué continuar con
él si la Guerra Fría supuestamente había terminado? La razón era que la extrema animadversión anticubana y
anticomunista era tan poderosa dentro del establishment de seguridad nacional de Estados Unidos
que sus funcionarios sentían el impulso
irrefrenable de seguir tratando de destruir a Cuba.
No ha sido
diferente con Rusia, que era el principal
miembro de la Unión Soviética. Tras derrotar a la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, a los estadounidenses se les dijo que,
lamentablemente, no podían relajarse. Les informaron de que Estados Unidos se enfrentaba ahora a un nuevo enemigo oficial,
posiblemente más peligroso que la Alemania nazi. Ese nuevo enemigo era doble: el comunismo ateo y la Unión Soviética. Se decía que una conspiración comunista internacional
con sede en Moscú
pretendía apoderarse del mundo. A menos
que Estados Unidos actuara para detener esta conspiración, dicho país y el
resto del mundo terminarían volviéndose Rojos.
Así es como el gobierno federal pasó a convertirse en un Estado de seguridad nacional, representado por el Pentágono, el vasto complejo militar-industrial, un imperio de bases militares nacionales y extranjeras, la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional, la NSA, todo lo cual era nuevo para el estilo de vida estadounidense. También así es como aplicamos la cada vez mayor generosidad de los contribuyentes al pago del establecimiento de la seguridad nacional y su ejército cada vez mayor de contratistas de «defensa». También es la razón por la que ahora vivimos bajo un gobierno con poderes omnipotentes, no revisables, del lado oscuro, de tipo comunista-totalitario, como son el asesinato patrocinado por el Estado, el secuestro, la tortura, la detención indefinida, la vigilancia secreta masiva, los golpes de Estado, las operaciones de cambio de régimen, las sanciones, los embargos y las alianzas con regímenes dictatoriales extremos.
También es
así como conseguimos la OTAN, una alianza militar burocrática cuyo propósito ostensible
era proteger a Europa Occidental de un ataque de la Unión
Soviética.
No importaba
que los soviéticos nunca tuvieran la intención de iniciar una guerra contra Europa Occidental, lo que inevitablemente habría
implicado a Estados Unidos, una
nación con armas nucleares que había mostrado su disposición a emplearlas
contra ciudades con población civil.
No importaba que la Unión Soviética hubiera sufrido una devastación casi total en la Segunda Guerra
Mundial, dejándola sin base industrial para librar otra gran guerra. Y no
importaba que la
Unión Soviética hubiera sido socia y
aliada de Estados Unidos durante esa misma guerra.
Todo eso no
importaba. Lo que importaba era la extrema animadversión antirrusa, anticomunista y antisoviética que
ahora movía al gobierno de Estados
Unidos. Cualquiera que no se sumara a esta animadversión era considerado
una grave amenaza para la seguridad
nacional.
Como detallo
en mi nuevo libro An
Encounter with Evil: The Abraham Zapruder Story, hubo un hombre que se desvinculó de esta animadversión extrema contra Rusia, el comunismo, la Unión Soviética y Cuba. Ese hombre fue el presidente John F. Kennedy, que decidió poner
fin a ello y llevar a Estados Unidos
en una dirección diferente, que estableciera una relación pacífica y amistosa
con Rusia, la Unión Soviética, Cuba y el
resto del mundo comunista.
No hace falta
decir que esa visión totalmente diferente de Kennedy
para Estados Unidos no sentó bien
al establishment de seguridad
nacional. Después de su asesinato,
Estados Unidos volvió a la senda de una animadversión extrema contra Rusia, los soviéticos y
los comunistas, contra Cuba y contra Vietnam del Norte.
Cuando la Unión Soviética se retiró inesperadamente de Alemania Oriental y Europa Oriental, y se desmanteló
en 1991, todos pensaron que era el fin de la Guerra Fría. En ese momento, lo lógico
habría sido desmantelar la OTAN, dado que su misión manifiesta había perdido
relevancia.
Pero lo que casi nadie pudo entonces prever era que la extrema obsesión antirrusa, antisoviética y anticomunista que había impulsado al Pentágono, la CIA y la NSA durante 45 años no iba a desaparecer de repente. Sino que, por el contrario, continuaría siendo una fuerza motriz para las autoridades de la seguridad nacional.
Ello quedó
claramente de manifiesto con la continuación del brutal
embargo económico contra el pueblo cubano. Pero también por la decisión de mantener la existencia de la OTAN e, incluso peor,
de comenzar a utilizarla para absorber a
los antiguos miembros de la Unión Soviética, lo
que permitiría al Pentágono instalar sus misiles nucleares cada vez más
cerca de la frontera rusa.
Durante los
últimos 25 años, las autoridades rusas se han
opuesto a esta expansión de la OTAN, al igual
que las autoridades estadounidenses se opusieron cuando la Unión Soviética instaló misiles nucleares en Cuba en 1962.
La administración estadounidense ignoró
esas objeciones de forma consciente, deliberada e intencionada.
Hizo exactamente lo contrario: continuó
absorbiendo países de Europa del Este para
acercar cada vez más sus misiles nucleares a la frontera con Rusia.
A pesar de
las declaraciones públicas, la guerra entre Rusia y
Ucrania no tiene nada que ver con la libertad, sino con el deseo de Estados Unidos de integrar Ucrania
en la OTAN, un viejo dinosaurio de la Guerra Fría que podría -y debería- haber
desaparecido cuando la Unión Soviética se desmanteló voluntariamente.
Desde la
invasión rusa de Ucrania, los funcionarios
estadounidenses, desde el presidente Biden hacia
abajo, han cometido varios deslices freudianos en
relación con el conflicto,
como afirmar que su objetivo era destituir a Putin del poder, juzgarlo como criminal
de guerra, debilitar y degradar al ejército ruso, especialmente matando a un gran número de tropas rusas, destruir
la economía rusa y empobrecer al pueblo
ruso con un conjunto extremo de sanciones
económicas.
Vale la pena
señalar, por supuesto, que la crisis de Ucrania ha hecho que las invasiones del Pentágono y la CIA y
las guerras de agresión contra Afganistán e Irak caigan en un agujero
negro de la memoria para la prensa
generalista de Estados Unidos, al mismo tiempo que contribuye a seguir inundando las arcas de los
organismos de seguridad nacional con dinero de los contribuyentes.
Todo
esto pone claramente de manifiesto que la extrema
animadversión antirrusa, antisoviética, anticomunista y anticubana que
promovió el establecimiento de los
organismos de seguridad nacional de Estados Unidos durante la Guerra Fría nunca desapareció. Está claro que sigue impulsando a la actual generación de generales y
funcionarios de la CIA, como vemos no
sólo con Cuba sino también con Rusia.
Por lo tanto,
la pregunta que debemos hacernos surge de manera natural: ¿Está Putin en lo cierto? ¿Están el Pentágono y la CIA haciendo
lo mismo que hicieron en 1962 contra Cuba? ¿Les
mueve su extrema animadversión a Rusia a librar
una guerra contra ese país mediante el uso de un ejército delegado, entrenado y armado por Estados Unidos? ¿Y están los estadounidenses dispuestos a aceptar las
consecuencias altamente peligrosas de tal decisión de política exterior?
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