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"Sexto
consenso. La autonomía
debe mantenerse como un valor central de la universidad que le permite definirse como tal. Ello no inhibe sino más bien anima la
función de regulación que no debe buscar
la supervisión del detalle sino los resultados
de la actividad universitaria.
En
sétimo lugar, el enemigo fantasmal: la
mediocridad. El abandono del estado primero y la descomposición de las fuerzas internas han traído el fenómeno de la mediocridad, primero
visible en la universidad pública
pero luego multiplicado en la privada,
especialmente en la privada con fines de
lucro. Me refiero al facilismo académico que rechaza grados, títulos, investigaciones, méritos, plazos, en
una palabra, calidad. Rara vez se trata de una oposición argumentada, pero si ruidosa, que se alía con todos aquellos que les permitan avanzar sus propósitos y
constituye una subcultura de sobrevivencia en la universidad. Es fundamental extirpar a la mediocridad porque
con ella no es posible ninguna reforma de la universidad. No es fácil combatirla porque se esconde en los mecanismos democráticos a los que
frecuentemente coloniza para deformarlos".
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LA
SUNEDU: UNA PROPUESTA DE CONSENSO.
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Por:
Nicolás Lynch
Otra
Mirada. Lima viernes 20 de mayo del 2022
Para
mis amigos progres que no gustan de las razones, pero se entusiasman con los
consensos
El debate de
los últimos tiempos sobre la SUNEDU ha puesto
sobre la mesa, una vez más, la situación de la universidad
peruana y en particular de la universidad
pública. Esta es la
cuestión más importante del debate hasta la fecha y lo digo como universitario con cincuenta años a cuestas,
primero como estudiante y luego como profesor,
en los claustros de San Marcos.
Esta amplia
exposición de la cuestión universitaria
que le ha permitido hacerse un lugar en
la agenda pública es la que me anima a plantear un consenso sobre el tema que ojalá lleve el debate, en términos prácticos, a alguna parte.
Lo primero es
señalar que los problemas con la SUNEDU no son
los más grandes ni los más importantes que ha causado la política del
Ministerio de Educación (Minedu) y del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), a través de la tecnocracia neoliberal que controla esos sectores, en la universidad
peruana. Los problemas mayores son causados por la privatización
creciente que esta tecnocracia ha
impulsado en los últimos años. Su manifestación más importante es el financiamiento,
cada vez mayor, de unas pocas
universidades privadas con dinero del tesoro público, que ha sumado un
aproximado de 1,200 millones de soles al
año en el último quinquenio. Alrededor del 20% de lo que el estado destina a las universidades en el Perú.
Este dinero debe destinarse al Programa de Fortalecimiento Institucional para la Calidad de la Universidad Pública que ya figura en la ley 30220 pero que no ha merecido la atención correspondiente.
Primer
consenso. Terminar con el financiamiento
público de la universidad privada bajo
cualquier concepto para que el estado se aboque
a lo que le toca: financiar adecuadamente a la universidad pública.
Lo
segundo. El DL 882
que da el gobierno de Fujimori en 1996
permite el establecimiento de las universidades
con fines de lucro que envilecen la
educación universitaria en el Perú. Esta primera ola privatizadora termina en un rotundo
fracaso como herramienta para enfrentar la mayor demanda de educación superior
en el país. El actual SUNEDU ha cumplido una labor importante de limpieza al
denegar autorización de funcionamiento a 47 de estas universidades. Este
escenario de envilecimiento no se debe repetir.
Segundo
consenso. Hay que consolidar y ampliar esta labor de limpieza
y avanzar a reponer lo que ya estaba en el proyecto de la ley 30220, la derogación de del DL 882 y la prohibición de
universidades con fines de lucro.
En tercer lugar. La necesidad de una Política de Estado sobre la educación universitaria es fundamental para la universidad y para el país. Era indispensable terminar con el abandono de la universidad que caracterizó la actividad estatal en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, el regreso del estado ha sido nefasto para la universidad y también para el Perú. En un primer momento con el DL 882 que buscó entregarle las universidades al mercado, sin control alguno, y que tuvo como resultado la estafa que todos conocemos; pero luego, cuando pudo corregir su error, viene una segunda ola privatizadora por la vía de entregar los recursos de la universidad pública a la privada y buscando que la primera funcione, vía el control del órgano regulador, con parámetros también de la actividad privada. Este tipo de conducta estatal de privilegiar lo privado sobre lo público debe terminar, para dar paso a una Política de Estado que garantice la autonomía y la democracia para que sea posible la producción de conocimientos sin tutela ninguna.
Tercer
consenso. Señalar una Política de
Estado en la educación universitaria que
garantice libertades y señale la
necesidad de rendir cuentas en el uso de
las mismas por medio de los mecanismos
que democráticamente señale el órgano regulador. Dejar de lado la intervención y los castigos, así como
la mentalidad de vigilancia, con sesgos
de raza y de clase, que proponen algunos.
En
cuarto lugar. La SUNEDU es un
injerto en la ley 30220, que es una
buena ley, por eso no funciona. La
impuso el exministro Jaime Saavedra en junio de 2014, cuando el proyecto de ley ya estaba terminado y
cambió esta inclusión por los votos de
la entonces bancada del Partido Nacionalista, para garantizar la aprobación del proyecto en el pleno. La
ley 30220 considera por primera
vez en nuestra historia la necesidad de un órgano regulador, indispensable en cualquier sistema universitario complejo y el nuestro lo es, pero de un regulador
universitario y no de la SUNEDU que es un
órgano extrauniversitario.
Asimismo, la
razón por la cual en la regulación universitaria deben participar
los universitarios es por la naturaleza de su función: se trata de regular la
producción de conocimientos, no de la energía, el agua o las telecomunicaciones. Por ello se les debe
incluir, como se hace en la mayor parte
del mundo. Los neoliberales no
entenderán esto jamás porque para ellos los conocimientos son una mercancía más,
que es útil en cuanto se pueda comprar o
vender en el mercado.
Cuarto
consenso. Establecer en la
universidad peruana un órgano regulador universitario, que articule
legítimamente a la universidad con el estado y la sociedad y
que sea un espacio de entendimiento
(concilium) y no de castigo para los regulados.
Quinto. La composición del Consejo Directivo de la SUNEDU no debe incluir a rectores o representantes elegidos por los mismos. La razón es que estos, como mostraron en el caso de la fenecida ANR, una vez instalados, hay una alta probabilidad que desarrollen intereses corporativos de corto plazo y pierdan una mirada de conjunto del sistema universitario. De preferencia debe cambiarse el nombre de Superintendencia por el de Consejo, denominando al organismo Consejo Nacional de Universidades.
Quinto
consenso. La representación universitaria
debe combinar calificación con participación. Los
representantes universitarios en el
Consejo Directivo del órgano regulador deben ser elegidos por los profesores principales, doctores e
investigadores. Representantes
expertos elegidos por expertos.
Sexto. La
regulación no debe y no tiene por qué limitar la autonomía
universitaria. La autonomía es un valor intrínseco a la formación de la
universidad desde sus orígenes y es especialmente
importante en la
universidad pública porque le brinda
un espacio de crítica frente al poder
para tener
opinión propia tanto técnica como
política. El que, en muchos casos,
haya sido deformada por la mediocridad y
convertida en autarquía para medrar
de las pobrezas universitarias no la invalida. La autonomía
significa libertad para organizar
la producción de conocimientos, libertad
de cátedra en primer lugar, pero también libertad para diseñar programas, carreras y facultades. La autonomía
es la que permite el trabajo académico
sin que este sea condicionado por
intereses ajenos a la universidad y al desarrollo
social. Asimismo, en la autonomía encuentra sus cimientos la democracia universitaria. Esta libertad es la que permite rendirle cuentas a la sociedad y a los organismos públicos respectivos de la labor que se realiza.
La
autonomía, sin embargo, jamás
será entendida por los neoliberales
porque es un concepto inexistente e
innecesario en su mundo privatizado.
Para ellos no es sino un pretexto
que tienen los universitarios parar evitar
la supervisión de sus actividades. Que la composición del Comité Directivo de la SUNEDU
sea definida por el Ministerio de
Educación y que este organismo decida sobre los programas de estudios definitivamente atenta contra esta condición fundamental.
Sexto
consenso. La autonomía
debe mantenerse como un valor central de la universidad que le permite definirse como tal. Ello no inhibe sino más bien anima la
función de regulación que no debe buscar
la supervisión del detalle sino los resultados
de la actividad universitaria.
En sétimo lugar, el enemigo fantasmal: la mediocridad. El abandono del estado primero y la descomposición de las fuerzas internas han traído el fenómeno de la mediocridad, primero visible en la universidad pública pero luego multiplicado en la privada, especialmente en la privada con fines de lucro. Me refiero al facilismo académico que rechaza grados, títulos, investigaciones, méritos, plazos, en una palabra, calidad. Rara vez se trata de una oposición argumentada, pero si ruidosa, que se alía con todos aquellos que les permitan avanzar sus propósitos y constituye una subcultura de sobrevivencia en la universidad. Es fundamental extirpar a la mediocridad porque con ella no es posible ninguna reforma de la universidad. No es fácil combatirla porque se esconde en los mecanismos democráticos a los que frecuentemente coloniza para deformarlos.
Sétimo
consenso. Hay que erradicar a la mediocridad
porque es enemiga de la producción de
conocimientos y hace peligrar a la democracia
universitaria, además de servir de pretexto para la intervención de
fuerzas externas que quieren terminar con la autonomía.
Para
ir entonces a una auténtica reforma universitaria hay
que dejar de maltratar la palabra “reforma”, que ya
bastante ha sufrido en estos tiempos. Esto significa, retomar la orientación original de la ley 30220 de
articular democracia con calidad y conseguir,
en esta coyuntura, un órgano regulador universitario y participativo. Pero, quizás lo más importante, promover un movimiento universitario que levante las banderas de la
democratización y la calidad en un contexto mayor de democratización de la política y el estado en el Perú. Sin un movimiento social universitario y
sin relación con la política nacional es poco lo que se
podrá lograr dentro de los muros de la universidad.
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