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"Ahora el sistema alimentario mundial debe sobrevivir no solo a sus debilidades internas, sino también a las disrupciones medioambientales y políticas que puedan interactuar entre sí. Por dar un ejemplo actual: a mediados de abril, el Gobierno indio se ofreció para solucionar el déficit mundial de exportaciones de alimentación provocado por la invasión rusa de Ucrania. Solo un mes más tarde prohibió las exportaciones de trigo después de que las cosechas se secaran en una ola de calor demoledora. Debemos diversificar urgentemente la producción global de alimentos, tanto geográficamente como en lo que se refiere a las técnicas agrícolas. Debemos romper con las grandes corporaciones y especuladores financieros. Debemos crear sistemas seguros y producir alimentos de forma completamente distinta. Debemos introducir las capacidades excedentes en un sistema amenazado por sus propias eficiencias. Teniendo en cuenta la gran cantidad de personas que pueden pasar hambre en tiempos de una abundancia sin precedentes, las consecuencias del grave fallo que podría provocar una crisis medioambiental en las cosechas escapan a nuestra imaginación. El sistema tiene que cambiar".
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EL
SUMINISTRO DE COMIDA ESTÁ A PUNTO DE QUEBRAR COMO LO HICIERON LOS BANCOS EN
2008.
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Por 28/05/2022 | Economía. |
Fuente sábado
8 de mayo del 2022.
Traducido por María Torrens.
Los grandes
productores de alimentos tienen demasiado poder y los reguladores apenas
entienden lo que está pasando
Los
científicos llevan unos años lanzando desesperadamente la voz de alarma, pero los gobiernos
se niegan a escuchar: el sistema mundial de alimentación empieza a
parecerse al sistema financiero global cuando estaba a las puertas de 2008.
Si bien la
bancarrota financiera hubiese sido devastadora para el bienestar humano, parece que el colapso del sistema alimentario no merece
una reflexión. Sin embargo, las pruebas
de que algo va francamente mal aumentan muy rápidamente. La
actual escalada
de precios de los alimentos parece la
última señal de una inestabilidad sistémica.
Mucha gente
da por supuesto que la crisis alimentaria se ha producido
por la combinación de la pandemia y
la invasión de
Ucrania. Aunque son factores
importantes, lo que hacen es agravar
un problema de fondo. Durante años parecía
que se acercaba la extinción del hambre. La cantidad de personas
desnutridas cayó de 811 millones en 2005 a 607 millones en 2014.
Pero en 2015 la tendencia comenzó a invertirse. El
hambre ha ido en aumento desde
entonces: hasta los 650 millones en 2019 y
de vuelta a los 811
millones en 2020. Es probable que este año sea mucho peor.
Y ahora llega
la que es realmente la mala noticia:
esto ha sucedido en tiempos de gran
abundancia. La producción mundial
de alimentos
se ha ido incrementando de forma
constante durante el último medio siglo y ha ganado
holgadamente al crecimiento de la
población. El año pasado, la cosecha
mundial de trigo fue mayor que nunca.
Asombrosamente, la cantidad de personas
desnutridas comenzó
a aumentar justo al mismo tiempo que
los precios de
los alimentos empezaron a caer. En 2014, cuando hubo menos
gente que nunca pasando hambre, el índice
global de los precios de los
alimentos estaba en 115 puntos. En 2015 cayó a 93, y se quedó por debajo
de los 100 hasta 2021.
Ha sido durante los dos últimos años cuando se ha disparado. Ahora el aumento de los precios de los alimentos es uno de los principales causantes de la inflación, que alcanzó el 9% en el Reino Unido el mes pasado. La comida se está volviendo inasequible incluso para mucha gente en países ricos. El impacto en países más pobres es mucho peor.
El suministro de comida esta a punto de quebrar como lo hicieron los Bancos el año 2008.
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Así pues,
¿qué ha pasado? Pues que los alimentos a
nivel mundial, al igual que el mercado
financiero global, conforman un sistema
complejo que se desarrolla de manera espontánea a partir de miles de millones de interacciones. Los
sistemas
complejos poseen propiedades aparentemente contrarias al sentido común. Son resilientes ante ciertas condiciones,
ya que sus propiedades autorreguladoras
las estabilizan. Pero cuando la tensión
aumenta, estas mismas propiedades
empiezan a transmitir sacudidas por la
red. A partir de cierto punto, una pequeña
alteración puede hacer tambalear el sistema entero más allá de su límite
crítico, con lo cual se hunde,
de forma repentina e imparable.
Ahora sabemos
lo suficiente sobre sistemas como para predecir si serán resilientes o frágiles. Los científicos
representan sistemas complejos como
un engranaje de nodos y enlaces. Los
nodos
son como los nudos en una red a la
antigua usanza; los
enlaces son los cordeles que los conectan. En el sistema alimentario, los nodos incluyen empresas que comercializan grano, semillas y productos químicos
agrícolas; los mayores exportadores
e importadores; y puertos por los que pasa la comida. Los
enlaces son sus relaciones comerciales
e institucionales.
Si los nodos se comportan de forma diferente y los enlaces
entre unos y otros son débiles, es un
sistema potencialmente resiliente. Si algunos nodos pasan a ser dominantes, comienzan a comportarse de
forma similar y están fuertemente conectados, el sistema es potencialmente frágil. Al abordar la crisis de 2008, los grandes bancos desarrollaron estrategias y formas de gestionar el riesgo de manera similar, pues buscaban las mismas
fuentes de riqueza. Acabaron estando tan fuertemente interconectados, que los reguladores
apenas podían entenderlo. Cuando cayó Lehman Brothers, amenazó con destruir a todo el mundo.
Así que esto es lo que hace que se estremezcan quienes estudian el sistema alimentario mundial. En los últimos años, igual que en las finanzas en los años 2000, ha habido nodos clave del sistema alimentario que se han hinchado; sus enlaces se han hecho más fuertes; las líneas de negocio se han sincronizado y convergen; y se han eliminado los elementos que podrían impedir la caída sistémica (“redundancia”, “modularidad”, “cortacircuitos” y “sistemas de seguridad”), lo que expone el sistema a impactos “contagiosos a nivel mundial”.
Según
unas estimaciones de
Oxfam,
son solo cuatro corporaciones las
que controlan el 90% del comercio mundial del grano.
Las mismas empresas invierten en
semillas, productos químicos,
procesos, empaquetado, distribución y venta al por menor. A lo largo de 18 años se ha duplicado la cantidad de conexiones comerciales entre exportadores e importadores de trigo y arroz. Los países
se están polarizando y convirtiendo
en superimportadores o superexportadores.
Gran parte de este comercio pasa por
cuellos de botella vulnerables, como los estrechos de Turquía (obstruidos ahora por la invasión rusa de Ucrania),
los canales de Suez y Panamá, y los estrechos de Ormuz, Bab el Mandeb y Malaca.
Uno de los cambios culturales más rápidos en la historia de la
humanidad es la convergencia
hacia una “dieta
estándar global”. Aunque nuestra comida a nivel local se ha
vuelto más diversa, a nivel mundial se ha vuelto menos diversa.
Solo cuatro
cultivos -trigo, arroz, maíz y soja- suponen casi el 60% de las calorías plantadas por los granjeros. Su producción
está concentrada actualmente en un grupo de países que se pueden contar con
los dedos de una mano, e incluye Rusia y
Ucrania.
La dieta
estándar global se alimenta de la
agricultura estándar global, a la que surten las mismas corporaciones con los mismos paquetes de semillas, productos
químicos y maquinaria, y que son vulnerables
a los mismos impactos
medioambientales.
La
industria alimentaria se está emparejando estrechamente con el sector financiero, incrementando lo que
los científicos
llaman la “densidad
de la red” del sistema, lo que lo hace más susceptible a un fallo
en cadena. Se han eliminado las
barreras comerciales alrededor del
mundo y las carreteras y los puertos
se han modernizado, lo que ha
tornado más
eficiente la red global.
Se podría
pensar que este sistema homogeneizado
supondría una mejora para la seguridad alimentaria, pero ha permitido a las empresas deshacerse de los costes de
almacenamiento e inventarios de
productos disponibles y cambiar el stock por un flujo de
bienes. La
mayoría de las veces esta estrategia de inmediatez funciona, pero si hay una interrupción en las entregas o un aumento rápido en la demanda, los estantes pueden quedarse vacíos de pronto.
Un trabajo de
investigación publicado en Nature Sustainability informa de que en el sistema alimentario
“ha
aumentado la frecuencia de las crisis en tierra y en el mar a escala mundial
con el paso del tiempo”. Cuando investigaba para mi
libro Regenesis,
me di cuenta de que son esta serie de
crecientes crisis contagiosas, exacerbadas por la especulación financiera, las que impulsan el hambre a nivel mundial.
Ahora el sistema alimentario mundial debe sobrevivir no solo a sus debilidades internas, sino también a
las disrupciones medioambientales y
políticas que puedan interactuar entre sí. Por dar un ejemplo actual: a mediados de abril,
el Gobierno indio se
ofreció para solucionar el déficit
mundial de exportaciones de alimentación provocado por la invasión rusa de Ucrania. Solo un mes más tarde prohibió las exportaciones de
trigo después de que las cosechas se secaran en una ola de calor demoledora.
Debemos diversificar urgentemente la producción global de
alimentos, tanto geográficamente como en lo que se refiere a las técnicas agrícolas. Debemos romper con las grandes corporaciones y especuladores financieros. Debemos
crear sistemas seguros y producir
alimentos de forma completamente distinta.
Debemos introducir las capacidades excedentes en un sistema amenazado por sus propias
eficiencias.
Teniendo en
cuenta la gran cantidad de personas que pueden pasar
hambre en tiempos de una abundancia sin precedentes, las consecuencias
del grave fallo que podría provocar una
crisis medioambiental en las cosechas escapan a nuestra imaginación. El sistema tiene que
cambiar.
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