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Amigos y Amigas, presentamos a ustedes 2 artículos publicados por dos
reconocidos Sociólogos FURIA Y DEMOCRACIA por Alberto
Adrianzén y CUESTION DE PODER de Víctor Caballero, opiniones sobre la situación actual
del Perú. El rol central social y el protagonismo Político que hoy están presentes en las
Movilizaciones, Huelgas Generales, Bloqueo de Carreteras y otras nuevas formas
de lucha propias de los pueblos originarios y
comunidades tradicionales. Es un clamor popular las reivindicaciones de
los Pueblos del Perú Profundo, organizados y
movilizados en torno a la RENUNCIA de la
presidenta Dina Boluarte, como responsable de
toda esta catástrofe política. Una Nueva MESA DIRECTIVA
del Congreso para la CONVOCATORIA a
Elecciones Generales el presente año; Igualmente que el proceso electoral abarque
la Convocatoria a una ASAMBLEA CONSTITUYENTE y
sea la responsable de la redacción de una NUEVA CONSTITUCION.
Invito a su Lectura de Ambos Artículos acerca de la
coyuntura política actual, y hacia dónde vamos.
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FURIA Y DEMOCRACIA.
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Por Alberto Adrianzén M.
Otra Mirada Lima martes 24 de enero del
2023
"Se
ha perdido todo sentido de humanidad. Las personas no
son muebles que llenan inventarios y las desplazan de aquí para allá. En una organización (y en la vida), los
recursos "humanos" deben ser mejor considerados
sin importar la coyuntura, las órdenes superiores o los ánimos".
Lo que reclama este tweet, cuya autora es una alta funcionaria de este gobierno, es un mejor trato, digamos más digno y humano; en ese sentido, podríamos sumarlo al reclamo de los cientos de miles de peruanas y peruanos que hoy demandan con fuerza un Perú distinto en el que se les reconozcan, también, dignidad e igualdad. Como es obvio está esta funcionaria ya renunció.
Mientras se expresa este ánimo
radicalmente reivindicativo en diversos espacios y lugares del país, el clima que
hoy se vive en el gobierno,
especialmente en el Consejo de ministros,
apunta a no
escuchar estas demandas y menos aún negociarlas con los que hoy protestan. Una ministra (omito
su nombre) exclamó de manera muy clara: "estamos en guerra" y en consecuencia
hay que operar bajo esa definición.
Lo mismo ocurre con un sector
empresarial. El conocido empresario Ricardo Vega Llona dijo en canal N:
"Nos están llevando a un enfrentamiento indeseable", para luego advertir que algunos empresarios están
planeando, como en el pasado, la
creación de grupos
de autodefensa, algo así como "paramilitares”. La marcha por la paz, organizada por la policía, así
como el surgimiento de curiosas
asociaciones de empresarios y comerciantes autodenominadas “anónimas” en Arequipa, Madre de Dios, Tacna y Cusco, como señala Eduardo Ballón, están
en esa lógica y son parte de la
estrategia de uno de los lados.
Hace
unos días un grupo de manifestantes cusqueños tenía como consigna principal: "ahora sí, guerra civil”, acercándose mucho a lo que hoy piensa un sector de la derecha y la ultraderecha (empresarial, política y civil) al plantear la posibilidad de crear grupos de autodefensas. Es decir, una suerte
de "guerra civil" y la
imposición de un régimen altamente
represivo y conservador
Un dato importante de este momento es el incremento acelerado de la polarización cuanto de la violencia que se está desarrollando en todos los ámbitos: político, social, ideológico, familiar y microsocial, como también en la mayoría de regiones del país. Esto recuerda a Chile de 1973 y la polarización global que llevó a ese país a una férrea dictadura y a la derrota por varios años de la izquierda más grande, política y socialmente, de América Latina. Pero también trae a la memoria el clima político en Ecuador el 2005, previo a la caída de Lucio Gutiérrez. El Congreso apenas tenía tres puntos de aprobación y los parlamentarios no podían caminar por la calle porque los perseguían para pegarles (pienso en la bajísima aprobación de “nuestro” Congreso fragmentado y manejado por una derecha incapaz de negociar y por una izquierda que no tiene claro cuál es su camino).
Por
todo ello ando pensando en estos días en la frase de mi
gran amigo Carlos Tapia: “La guerra es el fin de la política”. La
frase apareció en un contexto en donde
la violencia, el anticomunismo brutal, el senderismo criminal y la muerte,
eran lo “normal”; es decir, iba
a contracorriente de aquella otra enunciada por el célebre militar alemán y teórico de la guerra Carl Von Clausewitz, que dice
que “la guerra es la continuación de la
política por otros medios”. La idea de Carlos Tapia de
que la guerra es el fin de la política,
además de cuestionar lo que era una tesis aceptada por la mayoría de la izquierda de esos años,
sobre todo por una parte de ella que
coqueteaba con la lucha armada, se sustentaba en que la guerra, al convertir a los adversarios en enemigos, hace imposible la democracia porque plantea
como objetivo central el fin de tu “enemigo”, del
otro distinto a ti.
No
se puede construir hoy día una nueva y mejor democracia, tampoco otra izquierda, como consecuencia de una guerra o de
una extrema polarización,
porque para hacerlo se requiere establecer un espacio donde sea posible
establecer pactos que permitan resolver
la crisis actual sobre la base de aceptar que existe un conflicto político, que se enfrentan
sectores con intereses distintos y
hasta contrapuestos. Cuando no es
posible ese espacio ni son posibles
los pactos, aumenta la violencia y la incertidumbre política, que
no es otra cosa que la ausencia de
reglas y de horizontes posibles, apareciendo (como siempre): la tentación
autoritaria.
La historia en América Latina muestra
que cuando se quiere hacer grandes cambios democráticos (o revoluciones)
pero no se tiene la suficiente
correlación de fuerzas hegemónicas y existe una alta polarización y no son posibles
los acuerdos, el nuevo poder puede terminar por controlar las reglas o por generar lo que podemos llamar regímenes de excepción; es decir regímenes
que legitiman su poder creando una legalidad que los mismos gobernantes construyen y enuncian.
Se abre lo que llamamos la
tentación autoritaria, es decir un
poder que se niega aceptar la pluralidad
política. Las otras posibilidades son imponer
una dictadura
abierta, como fue en Chile con
Pinochet y años después en la Argentina, o convivir
con democracias precarias, gobiernos ineptos,
contextos políticos conflictivos, con bajísima institucionalidad y ciudadanía, con alta corrupción, y actores políticos mediocres que tienen “vida política” cuando hay
procesos electorales. En este contexto, el frustrado
golpe de Pedro Castillo, provocado por sus gruesos errores y por el acoso permanente de una derecha que no
aceptó su derrota electoral, fue un intento
por crear un régimen de excepción.
Las
posibilidades de que surjan dictaduras o “regímenes de
excepción” crecen cuando no existe un "centro
político estabilizador", que no es neutral frente al conflicto, siendo más bien un actor político protagónico de carácter plural,
capaz de disputar y ocupar un espacio en el conflicto, para derrotar a los extremos y crear las condiciones materiales de un pacto
político mínimo que permita salir
del dilema dictadura
o régimen de excepción, que
condena a la política a una permanente reiteración y a la democracia a una
permanente mediocridad.
En
nuestro caso, ese pacto mínimo debería establecerse
sobre la base de un nuevo gobierno de
transición que convoque a elecciones
generales adelantadas para octubre de este año y un gabinete
cuya composición refleje las demandas ciudadanas, así como una consulta ciudadana sobre la necesidad
de una nueva
Constitución; y una profunda
investigación sobre los últimos asesinatos, las graves violaciones a los derechos humanos y un proceso
de reparación para sus familiares y sanción a los culpables.
CODA
Alexis Tocqueville decía
que, de todas las pasiones, el odio hacia el “antiguo régimen” era la mayor y
que
“no importa lo mucho que la gente sufrió y
se estremeció, (ya que) en todo momento consideraron el peligro de un retorno
del viejo orden como el peor de los males de su tiempo”.
Me pregunto si estamos viviendo esa
“furia” hacía un
“antiguo régimen” que para la mayoría
de peruanos se resiste a morir donde los principales responsables políticos que ello
suceda son la derecha, el gobierno
de Pedro Castillo, el partido que lo llevó
al poder y una izquierda que hasta ahora no encuentra su propio camino. Si
bien ese “antiguo
régimen” ya no es el viejo sistema oligárquico al que Velasco puso fin décadas
atrás, hoy sigue presente como una forma de “convivencia
social” que divide a los peruanos, una economía que hace a las mayorías más desiguales y la existencia de unos señores y señoras que creen que siguen siendo los “dueños
del Perú”. Por eso, lo más
importante en este momento es transformar ese “odio” hacia el “antiguo régimen “en lo que podemos llamar
“una furia democrática” capaz de inaugurar un nuevo futuro.
Por
eso, de lo que se trata es de derrotar a los extremos que
hoy controlan el Congreso y se niegan en la
práctica a su clausura; a una
elite que sueña con el golpe militar; a políticos que no escuchan al pueblo; pero también
recordarle a la izquierda aquella frase
de Lenin que dice “La revolución no se hace sino se organiza”. Es
decir, se requiere darle sentido, continuidad
y dirección a una espontaneidad que hoy es una “furia”, que
es masiva y radicalmente democrática, que en
cualquier momento estalla pero que al no encontrar alternativas de mediano y
largo plazo sólo aspira a soluciones
inmediatas y con ello a trasladar la
crisis para otro momento, como ha sido hasta
ahora y recordarnos que por ese camino no hay democracia ni igualdad.
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CUESTION DE PODER.
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Víctor Caballero Marín.
Otra Mirada Lima miércoles
25 de enero del 2023.
Gonzalo Banda,
destacado analista político arequipeño, dice una
gran verdad: “Hay dos momentos en los que a Lima le preocupa la radicalidad en
las regiones y, especialmente, en el sur: en elecciones y en protestas
sociales”. Le añadiría: en el primer caso, en
las elecciones, los candidatos llegan con promesas que luego las incumplen con la misma rapidez con las que prometieron; y la segunda, se interviene cuando los conflictos han escalado en
intensidad y se ven obligados a
firmar actas de compromiso para ejecutar obras, transferir recursos, prometer proyectos sociales que luego no los cumplen,
o los cumplen parcialmente, o muy tarde.
Ahora nuevamente el sur andino está en el centro del interés del gobierno nacional, de las bancadas congresales, de los líderes de opinión de la derecha y de la gran prensa. De pronto los noticieros han puesto en el centro de todos sus miedos atávicos a los puneños, a los aymaras (los acusan de bolivianos que pretenden dividir el Perú), a los cusqueños, andahuaylinos, arequipeños, moqueguanos, abanquinos, ayacuchanos, tacneños. A todos ellos los califican como parte de una gran conspiración contra el Perú. Les han dicho (y les dicen) de todo; ahora todos ellos son estigmatizados como los fueron antes los ayacuchanos en las décadas del conflicto armado interno de los 1980 y 1990.
Se les ha
criticado que sus demandan: “Que se vayan
todos, cierre del Congreso, Asamblea Constituyente”, son maximalistas,
intransigentes, que imposibilita el diálogo. Pero, aclaremos: la otra demanda maximalista e intransigente
es de aquello que sostienen que no hay
nada que dialogar y se mantienen en su
terca y obstinada posición de continuar
con sus reformas políticas con los
que piensan por un lado mantenerse hasta el 2026, asegurarse la
reelección, la aprobación del Senado y,
por supuesto, cerrar todos los caminos
hacia una mayor democratización del Estado peruano, como las trabas que se han impuesto
a la convocatoria de referéndum constitucional.
¿Es
posible llegar a puntos de encuentro? Considero que sí.
Pero el tema
es comprender la naturaleza del conflicto y las razones por las que la población ha tensado al extremo sus fuerzas y entregado una enorme cuota de vidas nunca
vista en estas dos décadas.
Es obvio que
estamos ante una demanda política de los pueblos
del sur que han fortalecido su identidad en el desarrollo del conflicto social. Frente a ellos, lo
que vemos, con estupor, es la lectura
que desde los grupos de poder político, económico y mediático hacen de esta movilización. Creen que el
problema es más bonos de solidaridad, más ayuda social (probablemente lo sea) más promesas de inversiones públicas.
No es la
primera vez que ofrecen dádivas y bonos; recordemos
los miles de
millones de soles que se les ofrecieron en las mesas de diálogo. Tratar
de centrar el
diálogo en esos puntos es cometer un grave error; es no entender que el problema es político,
que la agenda
política que están proponiendo son reformas del Estado,
pero con la participación
de sus representantes gremiales y políticos.
Más claro aún, lo que están planteando es que toda reforma política que defina la naturaleza del Estado tiene que ser debatida, o por lo menos consultada con nosotros. El grito de la calle, el enardecimiento de pobladores de distintas condiciones en el sur andino de ¡Nueva Constitución!, debe ser leída en ese sentido: en la búsqueda de producir reformas políticas con la participación del pueblo, de sus organizaciones, de sus líderes. No entender esta demanda y cerrar toda posibilidad de diálogo respecto a esta agenda es lo que ha producido esta crisis, y lo va a sostener durante décadas con la consecuencia de consolidar un país fragmentado, irreconciliado.
Por el
contrario, lo que vemos, con asombro, es que las bancadas congresales de la
derecha, que ha perdido legitimidad (solo tiene un 8%
de aprobación), han venido aprobando
reformas conservadoras cerrando la participación democrática de la población
en su derecho a decidir su destino; y se proponen primero hacer reformas a su medida para luego garantizar la continuidad de la dominación del centralismo sobre las regiones.
¿Es
posible construir bases para el diálogo con los pueblos del Sur Andino? Claro que se
puede y se debe. Pero eso pasa por reconocer que lo que está
en el centro del conflicto es una cuestión de poder; vale
decir, de las reformas
que el Estado Peruano requiere, por
el debate sobre un nuevo consenso en
el equilibrio de poder en los cuales el
pueblo exige participar. Exige,
asimismo que se les considere como
actores políticos e interlocutores
válidos a los gobernadores regionales y las autoridades
municipales recientemente elegidos con los cuales establecer las bases de una agenda política de reformar y en donde se incluya al pueblo
movilizado, a sus organizaciones y líderes como actores políticos con los cuales dialogar.
Obviamente
esta tarea rebasa el tiempo de las elecciones. Es una agenda de mediano plazo, pero cuyas bases deben sentarse ahora. Debemos
tomar en cuenta que lo que está en
construcción son las bases para
fortalecer la democracia peruana y la participación popular en
las decisiones fundamentales de la política. Y eso se hace con la participación del pueblo y sus organizaciones de base, nada sin
ellos.
Es la
lección de vida que nos están dando los pueblos del sur
andino, a quienes les doy todo mi respeto y admiración.
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