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Una
visión colonial de las regiones. El
inmenso estallido social y político de estos días ha desnudado uno más de los
grandes problemas del país: el hipercentralismo que, en el caso del Perú, no solo es político,
sino también económico,
social y cultural. La visión y el imaginario centralista de Lima sobre las regiones,
sobre todo andino-amazónicas,
es colonial. Solo ven a los Andes y a la Amazonía como territorios para extraer minerales, cobre,
zinc, oro, petróleo, gas, madera. Las
18 mil leyes que
se dieron para la Amazonía entre 1821 y 1960 revelan esa miopía y
casi ceguera. Por eso sostengo la hipótesis de que una alianza andino-amazónica que
se está tejiendo ahora
transformará a la Amazonía
y los Andes en
el espacio geopolítico, geoeconómico e hidropolítico del Perú en
el siglo XXI. La protección, conservación y manejo sostenible
del bosque
amazónico,
la mayor fábrica de agua
dulce del mundo es
uno de los ejes
de esta alianza estratégica.
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LA CRISIS EN EL PERÚ HA
LLEGADO A UN PUNTO DE NO RETORNO
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Por Roger Rumrill.
Otra Mirada. Lima martes 31 de enero del
2023.
Posibles salidas en el corto y mediano plazo
El Perú ha
llegado a un punto de no retorno de una crisis sistémica y estructural que tiene 200 años. Ahora solo quedan un Pachakuti andino y un Ipámamu amazónico.
“Lo único que nos puede
sacar de esta situación es la utopía, en otras
palabras, ¿Qué quiere decir esto?, que este sistema llegó a su fin, murió”,
afirma el científico social y profesor universitario Héctor
Béjar Rivera.
Quién está combatiendo para construir la
utopía y qué hará posible este giro copernicano de la historia peruana
es, como dice el analista Alberto
Adrianzén, la “furia democrática” del pueblo que ahora se moviliza y expresa su cólera y su rebeldía de un extremo a otro del país, porque el Perú de estos días tumultuosos, violentos, dramáticos y trágicos,
“está viviendo el más vasto
y plural movimiento democratizador de la historia republicana”, afirma el
sociólogo Sinesio López Jiménez.
Porque, así como no se ha podido volver a la “normalidad” con el coronavirus; tampoco se puede volver a la “normalidad” con un estado peruano capturado por las élites y con una democracia encorsetada y funcional a estos mismos grupos oligárquicos. El castillo de arena de la civilización occidental estuvo a punto de colapsar por el ataque de un virus invisible y ese mismo virus desnudó la precariedad del estado peruano construido a la medida y de acuerdo con los insaciables apetitos de los poderosos. Ahora, ese mismo estado y ese modelo económico, luego de 200 años, ya no puede seguir siendo solo el bastión y el festín de una minoría adversaria a muerte de los cambios y transformaciones de la sociedad.
El mar de
fondo de la crisis
El
mar de fondo de este sismo político y social que ahora sacude
al Perú con un saldo trágico de más
de un centenar de peruanos asesinados por la represión
estatal y la destrucción de bienes públicos y privados viene de atrás. Tiene 200 años. Porque como han señalado los historiadores, entre ellos Jorge Basadre,
la independencia política de 1821 no cambió
estructuralmente el sistema económico, social y cultural de la
colonia. La colonialidad
del poder,
de la cultura y la subjetividad, como dice el pensador Aníbal
Quijano, siguió y sigue
dominando el Perú.
En todo caso, fue un cambio de mocos por babas. A tal punto que el sistema colonial de las encomiendas se transformó en las grandes haciendas y latifundios republicanos, la base y estructura de la feudalidad más oprobiosa de la república que recién fue cancelada en 1969 con la Reforma Agraria del general Velasco.
La
construcción de la nación peruana es todavía una
agenda pendiente. Porque la nación peruana es multilingüe, multiétnica y multicultural y
estado peruano es de origen colonial, disfuncional a la nación. Por eso, la construcción de la nación peruana pasa, inevitable e
irreversiblemente, por una profunda reforma del estado
neocolonial, en la economía,
la cultura, la salud, la educación y la justicia, entre otras reformas.
Solo
un ejemplo. La justicia que ejercen los jueces, fiscales y magistrados
es la aplicación y ejecución del derecho positivo romano y para quienes el derecho consuetudinario de los pueblos andino-amazónicos es letra
muerta. Letra muerta el derecho consuetudinario de un tercio de la población peruana, con 55 familias etnolingüísticas, cuatro en los Andes (Kichwa, Uru,
Aymara y Jacaru) y 51 en la Amazonía.
Esta
enorme fractura entre la nación multilingüe, multicultural y multiétnica y
el estado
monocultural salió a flote en estos días en el comportamiento del estado agresivo y autoritario y de los políticos y los
medios en estos días de cólera ciudadana: el racismo, el centralismo, la desintegración
del país, la extrema polarización, el
desprecio a los pobres y peor si son indios, entre otros males y problemas de
la sociedad peruana.
Sin
la reforma estructural del estado neocolonial peruano,
como primer paso, y la refundación de la
nación peruana, como paso subsiguiente,
el Perú podría descarrilarse a la
condición de estado fallido en las próximas décadas.
El huevo de
la serpiente del fujimorismo
La
crisis fundacional del estado peruano se profundizó aún más con el advenimiento
de la cleptocracia fujimorista. Alberto Fujimori Fujimori y su alter ego Vladimiro Montesinos
multiplicaron el huevo de la serpiente
de la corrupción en la sociedad peruana. Pero no solo eso. Junto con la violencia de Sendero
Luminoso (SL) y el Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) dinamitaron
el país y abrieron aún más las
grietas y rajaduras de la
desintegración del país, rompiendo el tejido social e institucional,
debilitando casi hasta la extinción
a los partidos
políticos y capturaron al Estado, ahora cautivo y rehén del gran poder económico nacional e internacional.
La
piedra filosofal del modelo construido por el fujimorismo y
sus aliados de la derecha económica y
política fue la Constitución política de 1993, la llave maestra para cerrar la puerta del estado y abrir
todas las puertas al mercado convertido en
la biblia de la economía y el desarrollo.
La Constitución
que la ultraderecha económica y política
ha ordenado a sus perritos falderos del Congreso
que lo defiendan como un mantra
intocable.
Una visión
colonial de las regiones
El
inmenso estallido social y político de estos días ha desnudado uno más de los
grandes problemas del país: el hipercentralismo que,
en el caso del Perú, no solo es político,
sino también económico,
social y cultural. La visión y el imaginario centralista de Lima
sobre las regiones, sobre todo andino-amazónicas, es colonial. Solo ven a los
Andes y a la Amazonía como territorios
para extraer minerales, cobre, zinc, oro, petróleo, gas, madera.
Las 18 mil leyes que se dieron para la Amazonía entre 1821 y 1960 revelan esa miopía y casi ceguera. Por eso sostengo la hipótesis de que una alianza andino-amazónica que se está tejiendo ahora transformará a la Amazonía y los Andes en el espacio geopolítico, geoeconómico e hidropolítico del Perú en el siglo XXI. La protección, conservación y manejo sostenible del bosque amazónico, la mayor fábrica de agua dulce del mundo es uno de los ejes de esta alianza estratégica.
La lucha por
el poder
La batalla que
se da en las calles y ciudades del Perú en este
momento es una lucha por el poder.
Todo el discurso criminalizador,
terruqueador, conspiracionista y confrontacional (sin negar que hay vándalos y destructores de la propiedad
que tienen otros propósitos) del gobierno civil-militar de
la señora Dina
Boluarte apunta en una dirección precisa: seguir manteniendo el poder
político y económico y por tanto la permanencia de ese mismo Estado, Congreso y gobierno.
Como
escribe el analista Víctor Caballero Martín:
“Lo que está en el centro
del conflicto es una cuestión de poder, las reformas que el estado peruano
requiere, por el debate sobre un nuevo consenso en el equilibrio de poder en
los cuales el pueblo exige participar. Exige, que se les considere como actores
políticos e interlocutores válidos con los cuales establecer las bases de una
agenda política de reformas y en donde se incluya al pueblo movilizado, a sus
organizaciones y líderes como actores políticos con los cuales dialogar”.
Por
eso, la presidenta Dina Boluarte seguirá insistiendo en su monserga que la agenda con las multitudes de todo el país es solo social y no política. Porque lo ideal para ella y el poder que la
tiene como cautiva y prisionera es, como sostiene
Avelino Guillén, exfiscal supremo y ex ministro
del interior, “escalar el nivel de violencia para quedarse hasta el 2026”.
La
crisis actual revela, además, una suerte de fatalidad en la política
y los políticos
peruanos. La elección de Pedro Castillo
fue una suerte de símbolo y de
emblema. El primer presidente cholo,
maestro rural, de origen popular, elegido presidente justamente en la celebración del
Bicentenario de la Independencia.
Muchos creímos que Castillo llegaba al
gobierno para romper el atavismo colonial de los políticos que durante un bicentenario construyeron
el castillo de arena del estado peruano. Pero Pedro Castillo fue realmente
un castillo de arena que se desplomó.
Dina Boluarte, que sucedió a Castillo, la primera mujer
peruana que llega al gobierno del Perú en 200 años debería haber retomado toda
la agenda de transformación que había
prometido Castillo en su campaña y
que luego abandonó. Pero en vez de eso, la señora Boluarte,
“cogobierna con el fujimorismo y la derecha, facciones políticas que fueron rechazadas en una titánica contienda electoral limpia. No solo ha abandonado sus banderas políticas, sino la voluntad popular”, afirma la politóloga Ariela Ruíz Caro.
La “toma de Lima” tiene
que convertirse en la toma del poder.
Elecciones adelantadas en este año de
2023. Que una gran coalición de centro, izquierda e incluso de derecha democrática,
sumada a las multitudes que ahora se
movilizan en todo el país, ganen las
elecciones e inicien las grandes
transformaciones: una nueva Constitución, reformas
estructurales del Estado y la refundación de la Nación Peruana.
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