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La reacción represiva no puede ser
tolerada. Están asesinando a los hermanos peruanos. Nuestros
pueblos están defendiendo su dignidad. Quieren
hablar su lengua. Quieren
constituciones que los representen. No (jueces, dirigencias, ni legislaciones) que los
repriman. Quieren algo que nuestros
gobiernos no les han sabido brindar.
Por eso salen a la calle. «Cuando los cerros
bajan» es el título de una canción chicha (Cuando Chacalón
canta, los cerros bajan) que expresa
el alma del pueblo peruano. Como las novelas
indigenistas de Arguedas o la poesía de Mariano Melgar (poeta e independista peruano, arequipeño), los “cholos” están marcando un camino
que aun nuestros Estados centralistas,
racistas, coloniales y eurocéntricos, no logran divisar. La crisis social es más profunda de lo que parece.
No es “política”
ni es económica. Es una reivindicación
cultural de pueblos históricamente silenciados y negados que han resuelto
en Bolivia, Chile, o Perú, salir a la calle. “Bajar” de
los cerros.
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CUANDO BAJAN DE LOS CERROS.
LAS PROTESTAS EN PERÚ.
*****
Por Guido Leonardo Croxatto.
|23/01/2023| América Latina y Caribe.
Fuente Rebelión lunes 23 de enero del
2023.
«¿Qué ideal, hermano Cámac,
inspira a nuestros dominadores y tiranos que consideran a cholos e indios de la costa y de la sierra como a bestias, y miran y oyen, a veces, desde lejos y con asco, su música y sus danzas en
las que nuestra patria se expresa tal cual es en
su grandeza y su ternura?»
-José María Arguedas, «El Sexto»
“Hay que evitar que los terroristas
lleguen a Lima”, se escucha decir a dirigentes del oficialismo y la prensa conservadora. Los “terroristas”
son campesinos y trabajadores humildes (como la empleada doméstica
asesinada en Puno)
que se sienten estafados
con la prisión “preventiva” de Castillo. En
muchas provincias peruanas las fiscalías especializadas
en derechos humanos han pasado a ser fiscalías antiterrorismo.
Han sido asesinadas ya en Perú sesenta personas,
todas de sectores
humildes que salían a protestar y a reclamar la renuncia de la presidenta. El gobierno se ha mostrado indiferente ante el caos y no ha dicho una sola palabra. Los gobiernos de América Latina tampoco
parecen advertir la magnitud de la tragedia. La policía corta los caminos para que los “cholos” (los
indios) no puedan llegar a Lima. Para que no “bajen” a la ciudad.
Desde que asumió Castillo, un maestro humilde, como quienes hoy salen a protestar en el sur del país, fue asediado por los medios. Castillo cortó apenas asumió el gobierno la pauta oficial en la prensa peruana. Los medios hegemónicos (Grupo El Comercio, dueño de Perú 21, o La República) dejaron de recibir financiamiento. Desde ese momento, y al unísono, todos los medios se dedicaron a atacarlo sin pausa.
Ningún presidente
en la historia de Perú fue requisado la cantidad de veces que Castillo, a ninguno se le pidió la entrega de las cámaras del Palacio de Gobierno (la casa de Pizarro) como a Castillo. La aristocracia limeña,
centralista y racista como pocas, no podía tolerar a un maestro rural (a un “cholo”) de
presidente. Esto no exime a Castillo de sus errores (ni las defecciones internas que ha padecido su
gabinete, como la de la misma Boluarte, que hasta ayer nomás era leal y de izquierda y repentinamente lidera un gobierno
asesino). Pero explica el porqué
de su destitución. No son sus errores (ningún presidente peruano tomó alguna de sus medidas más
importantes, como fue el caso de Lugo o de Dilma Rouseff, ambos destituidos de forma irregular
y sucedidos por gobernantes corruptos, que han perseguido a la oposición, encarcelando a Lula, por
ejemplo) sino su
identidad cultural la que explica que hoy Castillo esté preso. Y esa identidad, esa marginalidad, es
la que explica las protestas en las
calles.
No es raro escuchar que en Perú se responsabiliza a Evo Morales de las muertes.
En Puno, la región donde más asesinatos hubo, se quiso destituir al rector de una universidad pública que había reconocido
a Evo Morales, que reivindica la nación Aymara, con un título académico.
Nuevamente, el problema son los “indios” (incultos, con su “hedor” desagradable frente la civilización prolija que huele “bien”, como ironiza Kusch en América Profunda) que bajan de los cerros y de los pueblos “jóvenes” (eufemismo que se emplea para no hablar de las villas miseria).
Los que reclaman en Perú son campesinos, estudiantes y trabajadores empobrecidos, como en Arequipa,
todos del cono norte,
proletario. De la ciudad
pudiente, cuyo centro histórico no
registraba aun muertos, como en Puno o Ayacucho (región célebre por los artistas populares que se expresan a través de retablos), de donde provienen los movimientos de izquierda. Los retablos de Ayacucho
suelen expresar movimientos combativos.
En Ayacucho ha habido decenas de muertos. La policía no
improvisa. No hay muertos en Lima ni en
Arequipa. La policía sabe bien donde
ir a matar.
Mientras mueren peruanos, se
escucha decir a la presidenta que es hora de encarar “las grandes reformas que el país necesita”. Los muertos no
comparten su idea: la acusan de
usurpar el poder y pactar su gobierno con los sectores más reaccionarios de Lima,
que son quienes la sostienen. Los pueblos
campesinos, las mujeres altoandinas, reclaman otra cosa muy distinta: una nueva constitución que finalmente los exprese.
Que los
reconozca.
A quienes desde el Congreso reclaman por
las muertes y piden la renuncia de Boluarte, se los tilda, como a Sigrid Bazán, de “azuzadores”. Cuando la propia
policía organiza en los barrios más
pudientes de Lima “marchas por la paz”, luego de
asesinar a sesenta peruanos sin
inmutarse, nadie habla de
“azuzadores”. Ha habido
asesinatos a corta distancia, rompiendo cualquier “protocolo”.
Ha habido francotiradores en Puno. Se
pueden ver videos de mujeres rogando a
los gritos que paren de disparar:
“Miserables, no
disparen”, se escucha decir, entre ruegos y llantos, a varias mujeres.
Es notable el silencio de la progresía
latinoamericana. No es momento para quedarse callado. En Brasil hubo un
intento de golpe de Estado sin muertos. En Perú
ya van sesenta muertos producto de una destitución ilegitima y un gobierno
de facto que reprime a su pueblo. La
OEA no ha tenido en este caso la
premura que ha sabido tener en otros.
Se puede ver a la policía rodeando edificios sin orden de allanamiento. Se suspenden a diario eventos culturales en los que exponen canta autores de izquierda. La policía “descubre” libros de Marx y de Lenin en determinados departamentos, empleando esos libros como “prueba” de “terrorismo”. Se deslegitiman las protestas con el tipo de “disturbios”, muchos de ellos generados, como en el célebre caso del asalto al Banco de la Nación (julio del 2000, en la «Marcha de los cuatro suyos», antigua división del incanato), desde el propio poder: por la misma policía, para desdibujar el reclamo pacífico pero firme del pueblo peruano.
Así cayó la dictadura genocida
de Fujimori: cuando después de una marcha se prueba que el incendio del
Banco de la Nación no fue de quienes
protestaban, sino por infiltrados
del propio gobierno. Las similitudes con la situación actual son estridentes.
El gobierno se
esfuerza por deslegitimar a los cholos
diciendo que son “terroristas” pero su
reclamo es pacífico, aunque firme y
claro: renuncia
del gobierno, nueva constitución, asamblea constituyente. Construir una nación pluriétnica, como en Bolivia y como se pedía en Chile (donde también se acusa de terroristas a los pueblos originarios y
no a quienes los han asesinado y
desplazado históricamente de su tierra, impidiéndoles incluso hablar su lengua). Ese es el
camino de los pueblos hermanos de
América Latina.
La reacción represiva no puede ser
tolerada. Están asesinando a los hermanos peruanos. Nuestros
pueblos están defendiendo su dignidad. Quieren
hablar su lengua. Quieren
constituciones que los representen. No (jueces, dirigencias, ni legislaciones) que los
repriman. Quieren algo que nuestros
gobiernos no les han sabido brindar.
Por eso salen a la calle. «Cuando los cerros
bajan» es el título de una canción chicha (Cuando Chacalón
canta, los cerros bajan) que expresa
el alma del pueblo peruano. Como las novelas
indigenistas de Arguedas o la poesía de Mariano Melgar (poeta e independista peruano, arequipeño), los “cholos” están marcando un camino
que aun nuestros Estados centralistas,
racistas, coloniales y eurocéntricos, no logran divisar. La crisis social es más profunda de lo que parece.
No es “política”
ni es económica. Es una reivindicación
cultural de pueblos históricamente silenciados y negados que han resuelto
en Bolivia, Chile, o Perú, salir a la calle. “Bajar” de
los cerros.
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