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Podemos decir
que los medios de comunicación hacen
un uso generalizado del término ecoansiedad, utilizándolo a menudo de una
forma ambigua e inexacta, quizás por
la urgencia de ofrecer información propositiva
ante un nuevo
problema social. La generalización
del término ecoansiedad
en la prensa en los últimos años ha supuesto una simplificación con deficiencias comunicativas. El uso generalizado de este término plantea a nuestro juicio un problema, ya que
dificulta que se capte la complejidad y
profundidad del impacto emocional y
en la salud mental
que se deriva del cambio climático. El éxito de este término en los medios de comunicación dificulta
comprender las graves consecuencias de
este impacto y la amplitud de los trastornos
psicológicos que provoca.
Por un lado,
como hemos dicho, las emociones
que la prensa
relaciona con el término ecoansiedad son las negativas y paralizantes (el miedo, la angustia, el estrés, la tristeza, la desesperanza, la frustración,
etc.). Por otro lado, son menos
citadas las que podrían motivar una
respuesta activa (como rabia, enfado, ira o indignación). Tampoco se muestra un enfoque positivo
sobre el papel de estas emociones
para impulsar un papel activo frente
al cambio
climático –como refieren los testimonios de algunos jóvenes activistas climáticos, transformando el dolor
en poder–, y mejorando así la salud mental.
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LA
CARA EMOCIONAL DEL CAMBIO CLIMÁTICO.
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Por Varios autores | 12/01/2023 | Ecología social
Fuente Rebelión viernes 13 de enero del
2023.
¿Ha llegado
la ecoansiedad para quedarse? Varios
especialistas analizan el papel de los medios en la comunicación de las
emociones climáticas.
El cambio
climático ha pasado de habitar un espacio propio del debate
científico y político a vertebrar cada vez más ámbitos de la sociedad. Ya no se trata solo de moléculas de CO2 o de grados de temperatura, sino también de emociones. Se ha ido convirtiendo en «emergencia climática» a medida que
se nos ha ido haciendo tangible en forma de eventos meteorológicos
cada vez más extremos y frecuentes. Para muestra, la reciente ola de calor en Europa en
plenas navidades o las impactantes imágenes del
agua inundando una tercera parte del territorio de Pakistán.
En un
contexto de creciente importancia de la salud mental debido al coronavirus, los efectos del cambio climático en la salud mental de
la ciudadanía son cada vez más evidentes. Pero es importante
que los medios de comunicación
sean rigurosos en el uso de los términos que reflejan la ansiedad climática para
evitar posibles malos usos y
frivolización. En un reciente estudio
académico analizamos el papel y alcance de cada uno de estos
términos.
La
emergencia climática nos aterra
Estos
fenómenos asustan y mucho, como se
refleja en todas las encuestas de
opinión, donde la gente expresa
un altísimo nivel de preocupación
por los impactos del cambio climático.
El 93% de los encuestados por el Eurobarómetro de 2021 considera
el cambio climático un problema grave y el 78% lo considera muy grave.
Esto tiene una derivada psicológica cada vez más preocupante, ya que las perspectivas pesimistas sobre el futuro del planeta están afectando gravemente a la salud mental de la población, como se encargan de señalar diversas instituciones psicológicas del mundo –incluyendo al Consejo General de la Psicología de España–, y que nos alertan respecto a los efectos, agudos y crónicos que el cambio climático tiene sobre la salud mental, incluyendo la ansiedad, el estrés, el trauma, el estrés postraumático, la depresión y el abuso de sustancias.
En particular, inquieta mucho el impacto en la gente más joven,
que ve claramente amenazado su futuro
en el momento en que empieza a pensar en
él. Los niños nacidos en 2020
experimentarán un aumento de entre dos y siete veces en
los eventos extremos,
especialmente olas de calor,
en comparación con las personas nacidas
en 1960; eso, por supuesto,
asumiendo que se cumplen las actuales
promesas en materia de política climática.
El sector juvenil de la población es presa de la ansiedad climática al tomar conciencia
de su poco poder para limitar los daños
mientras observan cómo las acciones
políticas para enfrentar el problema
tampoco están a la altura del reto,
según señala una reciente investigación
a gran escala publicada en The
Lancet sobre la ansiedad climática en
niños y jóvenes de todo el mundo
y su relación con la percepción de la respuesta gubernamental. Como apunta Greta
Thunberg, «los jóvenes no
están deprimidos por el cambio climático, sino por la falta de acción contra
él».
Los
sentimientos y emociones derivadas
del impacto
ambiental y climático son muy variadas,
y pueden ir desde el miedo y
la ira hasta la culpa,
la impotencia o la resignación. Pueden ser el resultado de temores directos ante los eventos meteorológicos como los
mencionados o de una angustia indirecta
ante el futuro general del planeta.
Los firmantes
del presente artículo hemos analizado recientemente el reflejo de estas emociones en 199
artículos
digitales e impresos aparecidos
en prensa publicada en español en los
últimos años (entre 2015 y 2021).
Según nuestros resultados, tres
emociones negativas muy cercanas –la
angustia, el estrés
y la tristeza– lideran las emociones (ver Figura
1).
Aunque con menor presencia, también aparecen aquellas emociones que reflejan una renuncia pesimista –como la desesperanza o la resignación–. Luisa Neubauer, líder del movimiento Fridays for Future en Alemania, relata que muchos de sus colegas, llegado el momento, dejan de encontrar sentido a estudiar o simplemente hacer las tareas de sus estudios al no verle sentido una vez que entienden que el futuro para el que se estaban preparando quizás ya no vaya a existir nunca. Del mismo modo que deciden que no quieren traer hijos a este mundo.
Figura
1: Nube de palabras que refleja las emociones vinculadas a la ecoansiedad con
mayor presencia en la muestra del estudio.
El tamaño de la palabra guarda relación lineal con el número de incidencias.
***
Un
tercer grupo de emociones que se reflejan en las noticias
analizadas en nuestro estudio son
aquellas que podrían suponer un arranque
a la acción –como la rabia, el enfado, la ira o la indignación–. Esto último es muy importante, ya que muestra una disyuntiva en la que la
juventud elige entre poner su
energía al servicio de la negación
de su futuro o al servicio de
aceptarlo e intentar cambiarlo. Transformar la ansiedad climática en empoderamiento
para enfrentarse al desafío parece
un elemento clave para superar los
aspectos emocionales más negativos del cambio
climático.
Nuevos
términos para nuevas emociones
Las emociones negativas relativas al estado del medio ambiente han dado lugar a la aparición en los medios de comunicación de neologismos como solastalgia, «trastorno por déficit de naturaleza», ecoestrés, ecodepresión y, muy especialmente en los últimos años, ecoansiedad. El término ecoansiedad se ha convertido en el más frecuente para referirse a las emociones que, como el miedo, la angustia, la tristeza o la culpa son producidos por el cambio climático. Como mostramos en nuestro estudio, ecoansiedad comenzó a usarse de forma dominante a partir del año 2019, cuando otros términos, como solastalgia y «trastorno de déficit de la naturaleza», tenían ya cierto uso. Sin embargo, la frecuencia de su empleo a partir de dicho año se ha disparado.
La ansiedad por el cambio climático.
***
La
ecoansiedad, a partir del año 2019, parece haber
desplazado a los dos términos que
eran los más frecuentes antes de dicho año: solastalgia y trastorno de
déficit de la naturaleza. Podríamos
describir la solastalgia
como la nostalgia por aquel medio ambiente que ya no existe; por ejemplo, un paisaje que se ha transformado por la
acción humana y que nunca volveremos
a recuperar. Dado que no es frecuente ecoansiedad y que solastalgia se empleen juntas,
podemos concluir que la palabra ecoansiedad ha heredado el uso dado anteriormente a solastalgia o trastorno de déficit de
la naturaleza, convirtiéndose en el término que la prensa habitualmente utiliza para referirse al impacto emocional del cambio climático.
La
sustitución de estos términos podría hablar de un cambio en la
proyección de las emociones, que en cierto modo antes se producían mayoritariamente hacia el pasado y
ahora se producen de forma mayoritaria
hacia el futuro. Así, la ansiedad por
aquello que ya no tenemos –lo que ya
no existe (pasado)–, ha sido desplazada
por una ansiedad por lo que ya no tendremos –lo
que nunca ya existirá (futuro)–,
algo que guarda coherencia con el elemento generacional ya
mencionado: son los jóvenes quienes sufren de una forma particular la ecoansiedad por sus perspectivas de futuro.
Podemos decir que los medios de comunicación hacen un uso generalizado del término ecoansiedad, utilizándolo a menudo de una forma ambigua e inexacta, quizás por la urgencia de ofrecer información propositiva ante un nuevo problema social. La generalización del término ecoansiedad en la prensa en los últimos años ha supuesto una simplificación con deficiencias comunicativas. El uso generalizado de este término plantea a nuestro juicio un problema, ya que dificulta que se capte la complejidad y profundidad del impacto emocional y en la salud mental que se deriva del cambio climático. El éxito de este término en los medios de comunicación dificulta comprender las graves consecuencias de este impacto y la amplitud de los trastornos psicológicos que provoca.
Por un lado,
como hemos dicho, las emociones
que la prensa
relaciona con el término ecoansiedad son las negativas y paralizantes (el miedo, la angustia, el estrés, la tristeza, la desesperanza, la frustración,
etc.). Por otro lado, son menos
citadas las que podrían motivar una
respuesta activa (como rabia, enfado, ira o indignación). Tampoco se muestra un enfoque positivo
sobre el papel de estas emociones
para impulsar un papel activo frente
al cambio
climático –como refieren los testimonios de algunos jóvenes activistas climáticos, transformando el dolor
en poder–, y mejorando así la salud mental.
Podemos
concluir que los medios de comunicación tienen
un reto por delante a la hora de mostrar
un mosaico más complejo de emociones relativas al cambio climático, de forma que no queden totalmente oscurecidas las emociones
positivas que impulsan la acción y al compromiso, y
que también son parte del impacto emocional del
cambio climático. No reflejar
esta diversidad podría enviar un mensaje
erróneo sobre la amplia experiencia
emocional de las personas ante las informaciones sobre el cambio climático y
la posible transmutación de unas emociones negativas
y paralizantes en otras positivas que llaman a la acción.
Autores:
Samuel Martín-Sosa. Investigador y experto en redes de
activismo climático.
Javier Garcés. Presidente de la Asociación de Estudios
Psicológicos y Sociales y profesor e investigador de la Universidad de
Zaragoza.
Isidro Jiménez. Profesor e investigador de la Universidad
Complutense de Madrid.
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