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“En
las Américas, la corrupción ha debilitado las instituciones públicas y
facilitado que prosperen las redes
criminales, desestabilizado así a los gobiernos y exacerbando la violencia en
la región. Según Transparencia Internacional, “este círculo vicioso afecta en
particular a las poblaciones más marginadas,
como las indígenas y afrodescendientes, las comunidades LGBTQ, las mujeres y las niñas, perjudica al medioambiente e impide el buen uso de los recursos
naturales”.
“En
lo que hace a Sudamérica, específicamente el informe señala dos casos
que se deben considerar con mucha atención. En primer lugar, Brasil, donde se ha
dado “la combinación de corrupción,
autoritarismo y desaceleración económica”. El gobierno del ex presidente Jair
Bolsonaro estuvo marcado “por el desmantelamiento de las estructuras
contra la corrupción, el uso de maniobras
corruptas para favorecer a aliados políticos y acumular apoyo político en la legislatura, la desinformación
y los ataques al espacio cívico”.
“En enero, tras la derrota de Bolsonaro en las elecciones
presidenciales, sus partidarios lanzaron un ataque violento contra el Parlamento,
el Tribunal Supremo y el palacio
presidencial, poniendo en riesgo
la vida de muchas personas y vandalizando edificios con
el objeto de perturbar la transición
pacífica del poder a Luiz Inácio Lula da Silva,
recientemente electo como el nuevo presidente.
“En
segundo lugar, Perú, que transita por un largo período de
inestabilidad, con seis gobiernos distintos en un número casi idéntico de años. Aunque
critica frontalmente al ex presidente Pedro Castillo, Transparencia
Internacional reconoce que “su separación del
cargo y la transferencia del poder a la vicepresidenta propició los
enfrentamientos más letales ocurridos en décadas entre agentes de las fuerzas de seguridad y
manifestantes, que hasta el momento han causado la muerte
de más de 50 personas”.
/////
LA
CORRUPCIÓN HIERE O MATA.
Un
flagelo caro para los pueblos.
*****
Por Sergio Ferrari | 22/05/2023 | Economía
Fuente
rebelión lunes 23 de mayo del 2023-
Fuentes:
Rebelión
A
nivel mundial, el 25% del presupuesto se pierde en acciones ilícitas
Una
cuarta parte del gasto público mundial va a parar a la corrupción. Flagelo que, con mayor o menor incidencia, está
presente a lo largo y ancho de la geografía internacional.
Según las
Naciones Unidas (ONU), los hechos corruptivos acaparan más del 5% del Producto Interno Bruto (PIB)
a escala planetaria. De los 13 mil millones de
dólares que los gobiernos destinan
para sus presupuestos nacionales, cerca del 25% se diluye entre las arenas movedizas
de prácticas ilícitas.
A inicios de
mayo, Lachezara Stoeva, presidenta del Consejo Económico y Social de la ONU (https://www.un.org/ecosoc/es/president-ecosoc),
reconoció los
efectos perjudiciales de la corrupción, la cual conspira contra el esfuerzo
de un desarrollo sostenible. El Objetivo de Desarrollo Sostenible de las
Naciones Unidas número 16, que enfatiza
la promoción de sociedades justas, pacíficas e inclusivas, señala que
“los
conflictos, la inseguridad, las instituciones
débiles y el acceso limitado a la justicia continúan suponiendo una grave
amenaza para el desarrollo sostenible” (https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/peace-justice/).
El costo de
la corrupción tiene no solo
consecuencias financieras; además debilita la promoción de iniciativas
para proteger los recursos naturales. Según
Stoeva, la corrupción
también aumenta la pobreza y la
desigualdad, erosiona la confianza y la cohesión social y debilita la
estabilidad económica y política.
La pérdida de
la credibilidad ciudadana con
respecto al Estado constituye, en parte,
un corolario directo de la corrupción de la
dirigencia política o administrativa de un país.
Flashes mundiales
El sitio web
de la Deutsche Welle (DW), servicio alemán de comunicaciones, define la corrupción como
“una práctica que consiste en el mal uso de las funciones para
obtener beneficios personales. En la política, es el abuso de poder en
beneficio personal o de intereses corporativos” (https://www.dw.com/es/corrupci%C3%B3n/t-38371376).
Pero mucho
más interesante que la simple definición
del fenómeno es el panorama de noticias
y titulares que presenta la DW los
últimos meses bajo el título “Corrupción” (https://www.dw.com/es/corrupci%C3%B3n/t-38371376).
Se trata de flashes ejemplificadores
de esta práctica tan extendida en la geografía mundial.
Como la
detención el pasado 9 de mayo
(invalidada por la Corte Suprema dos días después) del ex primer ministro pakistaní Imran Khan,
apartado del poder mediante una moción de censura e investigado por un caso de
corrupción.
O la corrupción de los oligarcas
ucranianos. Según la Deutsche Welle, para avanzar hacia su integración
europea Ucrania debe combatir la corrupción
y reducir la influencia de sus oligarcas en la política. Este tema ocupó el centro de atención de la Unión
Europea durante las aceleradas tratativas de Ucrania para integrarse a la UE.
En 2021, un año antes del
inicio de la guerra Rusia-Ucrania, el Tribunal de Cuentas Europeo,
encargado de controlar los ingresos y
los gastos de los Estados de la Unión Europea, afirmó que “Ucrania lleva muchos años afectada por la gran corrupción” que afecta al
Estado. Deutsche Welle comentó que, a pesar de que la Unión Europea había introducido varias iniciativas para reducir las
posibilidades de corrupción, ésta
todavía constituye un problema clave en Ucrania.
Otro caso
flagrante, según el servicio alemán, se localiza en Turquía, donde
“los
arquitectos e ingenieros achacan la tragedia de
los recientes sismos (de febrero de este año) a violaciones de normas de
construcción” y al gran negociado inmobiliario.
El portal
alemán desnuda con sus análisis e información a regiones enteras. En enero de
2013 se refirió
a la renuncia del presidente de Vietnam en medio de un escándalo por sobornos y a las investigaciones al líder de la oposición surcoreana interrogado por casos de corrupción. A fines de diciembre de 2022 analizó el
pedido de información de Grecia a Panamá sobre las cuentas
de la ex europarlamentaria acusada de recibir sobornos
de Qatar. Este escándalo, que involucró a varios diputados del Parlamento Europeo a fines del
año pasado, repercutió notablemente en el Viejo Mundo. Varios parlamentarios europeos fueron imputados por presuntos sobornos a
cambio de promover una buena imagen de Qatar y Marruecos: grandes sumas de dinero para lavar la
cara de dos regímenes devaluados en la
escena internacional.
En noviembre
de 2022, ese mismo medio informó sobre la
imputación de diez extranjeros y nacionales en Colombia por
negociados ilícitos con la empresa brasilera
Odebrecht; la acusación en
Filipinas de un ex director de prisiones, presuntamente involucrado en el
asesinato de un periodista que investigaba la corrupción en
el sistema carcelario, y la investigación de un funcionario superior del banco central chino por manejos abusivos. En septiembre puso el visor en el asesinato de Jeff German,
experimentado periodista norteamericano
que investigaba desde años la corrupción en Las Vegas.
Este último
semestre la Deutsche Welle publicó una segunda
noticia latinoamericana en relación con la corrupción. Se trata del
acuerdo alcanzado en abril entre la ONU y el Gobierno hondureño de Xiomara Castro para el envío
a ese país de una misión internacional
contra la corrupción.
Promesa de campaña de la
mandataria, que trata de llevar a la práctica una gestión transparente con aprobación
de la comunidad internacional.
La
lupa sobre el índice
Transparencia
Internacional, una organización especializada en el tema, es
contundente con respecto a la corrupción
internacional: en su mayor parte, el mundo sigue sin
combatirla de lleno. Según su Índice
de Percepción de la Corrupción (IPC) de 2022 (https://www.transparency.org/en/cpi/2022),
un 95% de los
países evaluados registran avances mínimos o nulos desde 2017 hasta el
presente.
Según dicho índice, basado en una escala que va de 0 (muy corrupto) a 100 (muy baja corrupción), 43 naciones no
registran cambio alguno en los últimos 11 años.
Más de las dos terceras partes del total
de países se confronta con problemas graves, con un puntaje por debajo de 50, es decir, “reprobados”.
Desde su
creación en 1995, este índice constituye una
referencia de primer nivel como indicador de corrupción
en el sector público. Sin embargo, el mismo no escapa a serios
cuestionamientos debido a que la mayoría de sus fuentes expresan,
fundamentalmente, la percepción de empresarios, expertos y funcionarios de agencias
como el Banco Mundial y el Foro Económico Mundial, y de empresas privadas de consultoría y de evaluación de riesgos.
Una de las
voces más críticas del Índice de Transparencia
Internacional ha sido la del intelectual
mexicano Pablo González Casanova, fallecido
recientemente. Ya en 2007, en un célebre
trabajo sobre el tema, afirmaba:
“Definir la corrupción requiere examinar una carga ideológica hegemónica de la que no siempre hay conciencia. Las fuerzas dominantes definen lo que es y no es corrupción, y califican a quienes son y no son corrompidos”. Según Casanova, “desde el neoliberalismo proliferan los expertos en corrupción con ‘fundaciones’ contra la corrupción, como ‘Transparencia Internacional’. Muchos de ellos –como los “pobrólogos” y los defensores de los “derechos humanos” — son auspiciados por el Banco Mundial, las Naciones Unidas y los gobiernos imperialistas”.(https://conceptos.sociales.unam.mx/conceptos_final/416trabajo.pdf).
Ojo
evaluador de frágil mirada
Según Transparencia Internacional, el análisis de sector
público incluye, entre otros aspectos, los sobornos, la malversación de fondos del Estado, los funcionarios que se aprovechan
de sus cargos para beneficio personal,
la capacidad (o incapacidad) de los gobiernos para prevenir hechos ilícitos,
la excesiva burocracia que facilita irregularidades, el nepotismo en la designación de cargos, la legislación que favorezca la declaración
de bienes personales por parte de los responsables
públicos y los mecanismos que aseguren la protección legal de los denunciantes.
La mirada
evaluativa de Transparencia Internacional no
cubre el fraude fiscal, los movimientos ilícitos
y el blanqueo de fondos, y tampoco los facilitadores que promueven
hechos ilegales (abogados, contables, asesores financieros, etc.).
Punto
débil de estos índices macros empleados por Transparencia Internacional: la no evaluación de la corrupción en el sector privado y en las economías y mercados informales.
Además, el hecho de no incorporar en el
análisis las percepciones o
experiencias directas de corrupción sentidas y vividas por la ciudadanía. En este índice tampoco se analiza el complejo tema del lawfare,
es decir, la guerra jurídica contra
adversarios
políticos con argumentos relacionados a supuestos hechos corruptivos, que cada día
adquiere mayor trascendencia en la política
cotidiana de diversas regiones del mundo y, en particular, en América Latina. (https://www.transparency.org/es/news/how-cpi-scores-are-calculated).
Pantallazo sobre las Américas
El Índice de Percepción de la Corrupción 2022 afirma que “la corrupción sigue siendo un problema predominante en las Américas”, con niveles que permanecen estancados, es decir, que no muestran mejoras. Coincidiendo con el panorama mundial, el puntaje promedio de las Américas se mantiene en 43, y casi dos tercios de sus países obtienen una puntuación inferior a 50.
Transparencia
Internacional también afirma que, en este continente, la
dirigencia política no ha implementado
medidas significativas para combatirla y fortalecer las
instituciones públicas. Lo que favoreció que en muchos países redes
criminales se consoliden y ejerzan un poder considerable sobre los actores
políticos.
Para
responder a la criminalidad y la violencia generada
por las pandillas, algunos gobiernos han tomado medidas que
tienden a concentrar el control en el Poder Ejecutivo. Esto debilita la transparencia y la rendición de
cuentas y amenaza los derechos humanos, al mismo tiempo que genera más
oportunidades de corrupción y abuso.
En las
Américas, la corrupción ha debilitado las instituciones públicas y facilitado
que prosperen las redes criminales, desestabilizado así a los gobiernos y exacerbando la violencia en
la región. Según Transparencia Internacional,
“este
círculo vicioso afecta en particular a las poblaciones más marginadas, como las indígenas y
afrodescendientes, las comunidades LGBTQ, las
mujeres y las niñas, perjudica al medioambiente e
impide el buen uso de los recursos naturales”.
En lo que
hace a Sudamérica, específicamente el informe señala dos casos
que se deben considerar con mucha atención. En primer lugar, Brasil, donde se ha
dado
“la
combinación de corrupción, autoritarismo y desaceleración económica”. El gobierno
del ex presidente Jair
Bolsonaro estuvo marcado “por el desmantelamiento de las estructuras
contra la corrupción, el uso de maniobras
corruptas para favorecer a aliados políticos y
acumular apoyo político en la legislatura, la desinformación y los ataques al
espacio cívico”.
En enero, tras la derrota de Bolsonaro en las elecciones presidenciales, sus partidarios lanzaron un ataque violento contra el Parlamento, el Tribunal Supremo y el palacio presidencial, poniendo en riesgo la vida de muchas personas y vandalizando edificios con el objeto de perturbar la transición pacífica del poder a Luiz Inácio Lula da Silva, recientemente electo como el nuevo presidente.
En
segundo lugar, Perú, que transita por un largo período de
inestabilidad, con seis gobiernos distintos en un número casi idéntico de años. Aunque
critica frontalmente al ex presidente Pedro Castillo, Transparencia
Internacional reconoce que
“su separación del cargo y la transferencia del poder a
la vicepresidenta propició los enfrentamientos más
letales ocurridos en décadas entre agentes de
las fuerzas de seguridad y manifestantes, que hasta el momento han causado la muerte de más de 50 personas”.
Desafío
pendiente
La corrupción es un flagelo mortífero que asfixia, en
particular, a los más desposeídos del planeta. Sin
embargo, es un fenómeno complejo que va mucho más allá de los simples datos que pueden aportar diversas ONGs. Datos que, mayoritariamente, incorporan
la mirada sesgada de representantes del gran poder
económico mundial. El desafío
pendiente parece enorme: construir nuevos parámetros para medir la corrupción.
Diferentes, nutridos
desde abajo y surgidos desde la experiencia
comunitaria y colectiva de los actores
y los movimientos
sociales. Los que podrán aportar esa “percepción
ciudadana” de la corrupción que hoy a nadie le
interesa integrar ni medir.
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