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“Las dos
guerras del golfo –incluida la invasión de Irak
en 2003–el rol de
EE.UU. en el conflicto armado en Siria,
su papel de apoyo fundamental a Israel y, por tanto, su corresponsabilidad manifiesta en el genocidio contra el pueblo palestino, así como sus
maniobras para forzar enfrentamientos entre países vecinos como la guerra
impuesta entre Irak e Irán, que aún causa un
profundo dolor en ambos países, o el intento por utilizar su alianza con Arabia Saudita en sus planes por doblegar
a Teherán, son
solo algunos, entre muchos otros acontecimientos de esta índole.
“Mientras las
alianzas regionales, como el autoproclamado Eje
de la Resistencia, se unen bajo la premisa de
expulsar definitivamente a estas fuerzas desestabilizadoras de la región y, por tanto, como un
conglomerado por la paz y la defensa de la soberanía de los pueblos, las alianzas propuestas por
los socios atlantistas
se basan una y otra vez en enfrentarse a la soberanía
de naciones e incluso regiones enteras para garantizar una hegemonía sostenida por la dominación, la dependencia
y la anulación de
los derechos de soberanía de las naciones.
“Además, el
medio elegido por la OTAN
siempre será la guerra,
porque esto es política, pero también es negocio
y hay que seguir alimentando al poder financiero y
su complejo militar industrial. Sobre todo,
cuando los muertos y el terreno los ponen otros.
Lamentablemente, aunque Naciones Unidas es
actualmente el foro multilateral donde está
representada la mayor parte del planeta, vemos
que el desequilibrio de las relaciones internacionales
también se manifiesta a través de
un uso perverso de este
foro.
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LA
OPERACIÓN EN EL MAR ROJO: UN NUEVO USO PERVERSO DE NACIONES UNIDAS.
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Por Carmen Parejo Rendón | 19/01/2024 | Mundo, Opinión.
Fuentes
Revista Rebelión viernes 19 de enero del 2024.
¿Qué
tienen en común Rusia, Cuba, Irán, Corea del Norte o
Siria? De entrada, podríamos decir que cada uno de ellos
tiene un sistema político, en algunos casos incluso económico, que son completamente diferentes e incluso antagónicos
entre sí. Sin embargo, todos ellos tienen en común que padecen las consecuencias de las medidas
coercitivas, impuestas por EE.UU.
y sus socios
atlantistas, que afectan no solo el desarrollo de su economía nacional, sino que también tienen impacto
internacional.
Dentro de la
lógica de iniciar una operación militar contra Yemen por su
ataque a los buques relacionados con Israel, por ser una «afrenta» al
libre mercado y al desarrollo del comercio internacional, podríamos plantear,
al menos de forma inicial, si estas sanciones o
bloqueos contra naciones enteras no supondrían la primera de esas
afrentas al libre mercado y comercio internacional que los socios atlantistas
dicen estar defendiendo.
Podríamos plantear, al menos de forma inicial, si estas sanciones o
bloqueos contra naciones enteras no supondrían la primera de esas afrentas al
libre mercado y comercio internacional que los socios atlantistas dicen estar
defendiendo.
Por otra
parte, usar el bloqueo
económico con fines políticos no es algo que haya inventado Yemen, es exactamente lo que buscan las
sanciones occidentales contra múltiples países en el mundo. Porque la otra cosa
en común que suelen tener los países que son
sancionados es que han implementado políticas
autónomas a los intereses de los socios del
Atlántico Norte, y esas medidas –no por casualidad llamadas «coercitivas»– buscan
revertir estas políticas para que beneficien los intereses de EE.UU. y sus aliados.
Una vez
planteada la hipocresía de
denunciar el medio que han decidido utilizar los yemeníes en sus acciones de respuesta ante el genocidio en Gaza, quizás nos debamos centrar en
buscar las diferencias en la finalidad. Y aquí
adelanto que las diferencias son notables.
Como era de
prever, EE.UU. usó la aprobación de la resolución
en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de
condena a las acciones de Yemen contra los
buques vinculados con
Israel en el Mar Rojo para justificar el inicio de una Operación militar de
carácter internacional en la zona. En un primer momento se unieron a
esta causa Reino Unido,
Australia, Países Bajos y Bahréin.
No es la
primera vez que la libre interpretación de
una resolución del Consejo de Seguridad acaba
por suponer el inicio de una operación internacional occidental contra otro
país. Recordemos, por ejemplo, lo ocurrido en 2011 en
Libia.
La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas autorizaba la adopción de
«todas las medidas necesarias […] para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles que estén bajo amenaza de
ataque»; en este caso, Francia interpretó
directamente que tenía permiso para iniciar una operación militar en el país,
con apoyo de la OTAN,
que tuvo como consecuencia la
destrucción por completo del que fue el país más desarrollado y
próspero del norte de África.
Aunque la resolución, presentada por Francia
al Consejo de Seguridad, contemplaba llevar a cabo «todas las medidas necesarias», incluida la acción
militar, rechazaba la ocupación extranjera y destacaba la prohibición de todos
los vuelos en el espacio aéreo de Libia «con el fin de
ayudar a proteger a los civiles». Este último punto fue claramente
vulnerado y solo hasta octubre de 2011, la coalición liderada por Francia fue responsable
de la muerte de 30.000
personas por las consecuencias derivadas de sus bombardeos.
El medio elegido por la OTAN siempre será la guerra, porque esto es
política, pero también es negocio y hay que seguir alimentando al poder
financiero y su complejo militar industrial. Sobre todo, cuando los muertos y
el terreno los ponen otros.
Francia, usando el
más que cuestionado R2P (Responsabilidad de
Proteger), buscaba realmente favorecer un cambio de régimen en el país, ya que
el gobierno de Muamar Gadafi se
había convertido en una
piedra en el zapato para sus planes de mantener el control sobre el continente africano.
Entre las
múltiples consecuencias específicas de esta operación se
encuentra el aumento
del tráfico de armas y de seres humanos, así como una crisis migratoria sin precedentes. Además, la situación produjo la
llegada masiva de grupos integristas takfirís, que han tenido un papel
destacado en la desestabilización de la región
del Sahel, lo que ha servido a Francia para justificar nuevas operaciones de
intervención en otros países como Níger o Mali.
Viendo el
desarrollo de estos acontecimientos recientes se
comprende mejor la razón por la que las nuevas
autoridades creadas en los países del Sahel han
centrado parte de sus esfuerzos en expulsar a las tropas
francesas. No pueden ser
parte de la solución cuando han sido en gran medida una
parte fundamental del problema.
Algo similar
ocurre con EE.UU. en Oriente Medio.
Su papel desestabilizador
para primar por intereses particulares ha sido una constante en esta
región, por eso no es extraño el sentimiento de rechazo
compartido por distintos movimientos políticos,
e incluso algunos Estados, en esta parte del
mundo.
Las dos
guerras del golfo –incluida la invasión de Irak
en 2003–, el rol de
EE.UU. en el conflicto armado en Siria,
su papel de apoyo fundamental a Israel y, por tanto, su corresponsabilidad manifiesta en el genocidio contra el pueblo palestino, así como sus
maniobras para forzar enfrentamientos entre países vecinos como la guerra
impuesta entre Irak e Irán, que aún causa un
profundo dolor en ambos países, o el intento por utilizar su alianza con Arabia Saudita en sus planes por doblegar
a Teherán, son
solo algunos, entre muchos otros acontecimientos de esta índole.
Mientras las alianzas regionales, como el autoproclamado Eje de la Resistencia, se unen bajo la premisa de expulsar
definitivamente a estas fuerzas
desestabilizadoras de la región y, por tanto, como un conglomerado por la paz y la defensa de la soberanía de los pueblos, las alianzas propuestas por
los socios atlantistas
se basan una y otra vez en enfrentarse a la soberanía
de naciones e incluso regiones enteras para garantizar una hegemonía sostenida por la dominación, la dependencia
y la anulación de
los derechos de soberanía de las naciones.
Además, el
medio elegido por la OTAN
siempre será la guerra,
porque esto es política, pero también es negocio
y hay que seguir alimentando al poder financiero y
su complejo militar industrial. Sobre todo,
cuando los muertos y el terreno los ponen otros.
Lamentablemente,
aunque Naciones Unidas es actualmente el foro multilateral donde está representada la mayor
parte del planeta, vemos que el desequilibrio de
las relaciones internacionales también se
manifiesta a través de un uso perverso de este foro.
Mientras que
más de setenta resoluciones de Naciones Unidas han
denunciado y corroborado el
apartheid y la ocupación que sufre el pueblo palestino, han declarado ilegal los asentamientos de colonos de Israel y la
construcción de muros
de la vergüenza, la UE
–en medio del actual contexto– decidió emprender sanciones contra el líder de Hamás por las acciones llevadas a cabo el 7 de octubre de 2023.
Los ingresos del canal de Suez caen un 40 %
por la crisis en el mar Rojo.
Sin embargo,
si la resistencia palestina tuviese
representación real en Naciones Unidas y el
poder que tienen los Estados occidentales dentro
de este organismo y, en concreto, dentro de su Consejo
de Seguridad, con solo una de esas setenta resoluciones se podría haber justificado sin lugar a dudas la operación Tormenta de Al-Aqsa, bajo un supuesto «mandato de la ONU», como lo hacen los socios
occidentales.
Naciones
Unidas nació tras la Segunda
Guerra mundial con el fin de servir para promover la paz y evitar la guerra, pregonando como uno de sus hitos fundacionales la defensa de los principios descolonizadores y de la soberanía de los pueblos. Desgraciadamente, no ha
servido para este fin y actualmente solo es un espejo donde se manifiestan las desigualdades existentes entre los Estados.
Ojalá el mundo multipolar que está en gestación sirva también
para reconfigurar este foro y que sea de verdad una herramienta de paz y
para todos los pueblos del mundo, en vez
de un instrumento
susceptible de ser utilizado por los poderosos
para imponer sus interesadas guerras y agendas.
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