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“La
narrativa oficial que presenta a
China como un régimen autoritario y a EE.UU.
como “el faro de la libertad” ignora los costos estructurales de esa
supuesta libertad: dependencia financiera del FMI, cesión de soberanía en materias
primas, y subordinación diplomática. Mientras tanto, otros países de la región exploran alianzas más pragmáticas. En el IV Foro China–CELAC:
–
Brasil firmó
acuerdos por 5.000 millones de
dólares para producir combustibles
sostenibles, autos eléctricos y centros de I+D
con empresas chinas.
–
Chile, a través del
presidente Boric, defendió el Corredor Bioceánico Capricornio como respuesta a
las amenazas de Trump contra Panamá
y como vía estratégica entre Brasil, Paraguay, Argentina y Chile hacia
Asia.
–
Colombia,
con Petro, se sumó a la Ruta de la Seda, sin condicionalidades neoliberales.
“América
Latina se encuentra en una encrucijada histórica. Por un lado, el tutelaje estadounidense no
ofrece estabilidad, pero
reproduce una matriz dependiente y
extractivista. Por otro, China
propone inversiones directas y sin
retórica moral, aunque también puede
generar nuevas formas de subordinación si no se gestiona con autonomía. Ninguna de las opciones está libre de costos, pero una cosa está clara, la subordinación estructural al poder financiero y militar estadounidense no ha resuelto ninguno de los problemas fundamentales de
la región —ni la pobreza, ni la deuda, ni la desigualdad -. En este tablero de disputa global, los países
latinoamericanos no pueden ser piezas pasivas. La defensa de sus recursos estratégicos, la regulación del capital transnacional,
la protección de sus recursos, la soberanía tecnológica y política son tareas urgentes. Porque en una guerra híbrida, el primer paso para
resistir es reconocer que se está siendo atacada.
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AMÉRICA LATINA, «LA
GUERRA SECUNDARIA»
*****
Por | 19/05/2025 | Economía
Fuentes.
Revista Rebelión lunes 19 de mayo del 2025.
Fuentes: El
tábano economista.
*****
Ni Pekín ni
Washington, los minerales del siglo XXI de América Latina para América Latina
(El Tábano Economista)
En
2025 la competencia global por minerales críticos —tierras
raras, litio, cobalto— y fuentes de energía —petróleo, gas, renovables—
están reconfigurando el poder mundial. Esta disputa no solo
define la seguridad tecnológica y militar,
sino también moldea alianzas, conflictos
y nuevas dependencias.
En este escenario, la guerra estratégica entre Estados Unidos y China ha escalado, expandiendo su alcance a distintas regiones del mundo, incluida América Latina. En solo dos décadas, la presencia de China en la región pasó de ser marginal a convertirse en una fuerza dominante.
El
comercio entre China y los países latinoamericanos se multiplicó exponencialmente, de 20.000 millones de dólares a principios de siglo a casi 518.000 millones en 2024. Hoy, China es el principal socio comercial de
Sudamérica y el segundo de América Latina en su conjunto.
Además, se consolidó como una fuente clave de Inversión
Extranjera Directa (IED), con más de 180.000 millones de dólares invertidos entre 2014 y 2024. Estas inversiones se han
centrado principalmente en infraestructura
y extracción de recursos naturales, en
muchos casos canalizadas a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI).
De los 33 países de América Latina, 22 ya se han sumado a
esta estrategia global de Pekín.
Este avance reposiciona a América Latina como un espacio clave en el ajedrez geopolítico del siglo XXI. Bajo la superficie de las relaciones diplomáticas tradicionales,
se libra una guerra híbrida, donde el
campo de batalla no son trincheras, sino deuda externa, tratados económicos, operaciones de inteligencia, narrativas mediáticas y
alineamientos diplomáticos. Una guerra
secundaria, pero con consecuencias primarias.
La
dificultad aquí radica en la gran
desventaja americana con respecto
a China demostrada en el retroceso de los aranceles de 142% a 30%.
La secuencia para arribar a una cadena de suministros de tierras raras, implica para Estados
Unidos un intento desesperado de
mitigar su dependencia de China.
Pero la cadena de suministro de
estos minerales no se improvisa. Se
requiere:
1. Acceso territorial a los
yacimientos
2. Capacidad de extracción
3. Tecnología de refinamiento
Es decir, tener acceso a zonas geográficas
que contengan estos recursos, explotarla,
refinarla para lograr una cadena de suministros propias o alternativa a la China.
Mientras
que Occidente se alejó del procesamiento de tierras raras por razones ambientales, China aceptó ese costo
y construyó un monopolio: controla
más del 90% del procesamiento global, el 60%
de las reservas y domina la producción de
imanes industriales. El resultado
es,
“quien
controla estas materias primas, controla el futuro tecnológico, económico y
militar” y China las controla
Frente
a su atraso,
EE.UU. recurre a una estrategia conocida, recuperar control en su
esfera de influencia histórica, América
Latina, en las batallas por el control de recursos naturales vitales o
por negar ese control a los rivales. No es
mediante dictaduras o
intervenciones militares directas, sino a través de métodos más sofisticados:
presiones económicas, alianzas diplomáticas,
militarización encubierta y guerras
narrativas.
La
Doctrina Monroe
del siglo XXI se activa con nuevos instrumentos, el FMI, el Banco Mundial, acuerdos
bilaterales asimétricos y “cooperación en seguridad”. Mientras tanto, China despliega su propia estrategia pragmática, con swaps monetarios, inversiones
en infraestructura y participación en
sectores clave.
El
caso argentino
es un ejemplo paradigmático. A la
presión de organismos multilaterales
como el FMI y el Banco Mundial —históricamente
funcionales a la política exterior estadounidense — se suma una renovada ofensiva para contener el
avance de China en el Cono Sur. La administración Milei impulsa
un alineamiento directo con Washington. Esto se refleja en la salida del país del BRICS, la ausencia en la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribe (CELAC),
el distanciamiento de Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR), y un acercamiento al Comando Sur de Estados Unidos.
En
paralelo, las relaciones con China siguen siendo
indispensables. Sin swap chino, las reservas
colapsarían. Sin inversión en obras,
la infraestructura seguiría degradándose, como al parecer sucede. Y sin diversidad
de socios, la capacidad de maniobra
externa será nula.
La
narrativa oficial que presenta a China como un régimen autoritario y a EE.UU.
como “el faro de la libertad” ignora los costos estructurales de esa
supuesta libertad: dependencia financiera del FMI, cesión de soberanía en materias
primas, y subordinación diplomática.
Mientras tanto, otros países de la región exploran alianzas más pragmáticas. En el IV Foro China–CELAC:
–
Brasil firmó
acuerdos por 5.000 millones de
dólares para producir combustibles
sostenibles, autos eléctricos y centros de I+D
con empresas chinas.
–
Chile, a través del
presidente Boric, defendió el Corredor Bioceánico Capricornio como respuesta a
las amenazas de Trump contra Panamá
y como vía estratégica entre Brasil, Paraguay, Argentina y Chile hacia
Asia.
–
Colombia,
con Petro, se sumó a la Ruta de la Seda, sin condicionalidades neoliberales.
América
Latina se encuentra en una encrucijada histórica. Por un lado, el tutelaje
estadounidense no ofrece estabilidad,
pero reproduce una matriz dependiente y extractivista. Por
otro, China propone inversiones directas y sin retórica moral,
aunque también puede generar nuevas
formas de subordinación si no se gestiona con autonomía. Ninguna de las opciones
está libre de costos, pero una cosa
está clara, la subordinación
estructural al poder financiero y militar
estadounidense no ha resuelto ninguno de los problemas fundamentales de la región —ni la pobreza,
ni la deuda, ni la desigualdad -.
En
este tablero
de disputa global, los países latinoamericanos no pueden ser piezas
pasivas. La defensa de sus recursos
estratégicos, la regulación del capital transnacional, la protección de sus recursos, la soberanía tecnológica y política son tareas urgentes.
Porque
en una guerra híbrida, el primer paso para resistir es reconocer que se está
siendo atacada.
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