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“La
guerra arancelaria que ha desatado Trump es una excusa, un señuelo que le sirve para
ganar posiciones y lograr otros objetivos. O, más claramente hablando, una
trampa. El presidente del Consejo
de Asesores Económicos de Trump, Stephen
Miran, explicó hace meses lo que, en realidad, se persigue: enseñar el palo de los aranceles para ofrecer luego la zanahoria y lograr apoyo
al plan estadounidense de reforzamiento
del dólar como moneda de referencia y el paraguas de la protección
militar. Lo que de verdad
busca Estados Unidos es romper el
régimen del comercio internacional
basado en reglas y negociación multilateral porque está dejando de ser la potencia
económica indiscutible de antaño; crear otras condiciones para poder mantener al dólar
como moneda de referencia; y garantizar
el poderío militar imperial que
necesitan sus grandes empresas como apoyo y cobertura en los mercados
y como negocio. A cambio, eso sí, está
perdiendo una buena parte del llamado «poder
blando» que tan útil le ha sido
durante décadas. A tenor de cómo bastantes países han empezado a negociar y las cláusulas que aceptan, podría decirse que Trump
no ha cometido ninguna locura.
Contemplando la respuesta mesurada y sensata de China y la reacción de los mercados financieros ante la
incertidumbre y el temor a enfrentarse a
los problemas pendientes con su improvisación y arbitrariedad, se
explica que el presidente de Estados
Unidos haya tenido que pisar el freno
y poner la marcha atrás. Se aventuran tiempos
de dificultades, complicaciones y conflictos
para todos. En conclusión,
es un error mirar tan sólo el dedo de los aranceles de Trump y no a dónde apunta: la reconfiguración
del comercio y el sistema
monetario internacionales y del espacio
geoestratégico global. Hay que seguir analizando.
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Fuentes: Ganas de escribir.
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LA GUERRA COMERCIAL ES UNA TRAMPA DE DONALD TRUMP.
*****
Por Juan Torres López | 22/05/2025 | Economía
Fuentes.
Revista Rebelión jueves 22 de mayo del 2025.
Los economistas de todo el mundo, los políticos e incluso la gente
normal que analiza lo que está ocurriendo en Estados Unidos desde que Donald
Trump asumió como presidente para su segundo mandato, están doblemente
divididos.
Por
un lado, discuten si lo que está haciendo el
mandatario es una locura sin
fundamento o si, por el contrario, responde a alguna estrategia inteligente o profunda. Por otro, se preguntan si la guerra arancelaria que ha desatado Trump puede realmente conseguir reindustrializar
la economía estadounidense, o si es una mera excusa para lograr otro
objetivo.
La
primera cuestión la he
abordado en mis artículos anteriores “El peligro de las medidas económicas de Trump del que pocos hablan” y
“¿Y si lo de Trump no es una simple locura personal?”. En
este me propongo reflexionar sobre la segunda
opción: ¿acaso oculta Trump, detrás de las bravuconerías
mediáticas, un plan maestro para devolver a EE.UU. la industrialización
perdida?
Desindustrialización profunda.
Es
cierto que la economía
de Estados Unidos ha sufrido una enorme desindustrialización
en las últimas décadas. Algunos pocos
datos lo demuestran claramente.
–
El empleo en el sector manufacturero pasó de 19,5 millones de personas en 1979
a 12,6 millones en 2024.
– El peso del sector en el PIB ha caído del 20,3% al 11% del PIB en el mismo periodo.
– Las
plantas con más de 5.000 empleados pasaron de ser 192 en 1977 a solo 49 en 2007. Mientras, los establecimientos manufactureros con más de 500 personas disminuyeron
de 4535 en 2000 a 3316 en 2022. Y, en total, se han perdido más de 91.000 plantas desde 1997.
La
estrategia apuntada por Trump es elevar los aranceles para que las empresas que en su día se relocalizaron
fuera de Estados Unidos regresen, y también para generar tejido
industrial adicional en la economía
estadounidense. Así lo afirma
explícitamente, e incluso se hace gala de ello, la página web de la Casa Blanca:
«Desde que el presidente Donald
J. Trump asumió el cargo, su compromiso inquebrantable con la
revitalización de la industria estadounidense ha incentivado billones de
dólares en inversiones en la manufactura, la producción y la innovación en Estados Unidos, y la lista sigue
creciendo».
Sin
embargo, los datos que allí se presentan para respaldar esa
afirmación son anuncios de nuevas inversiones, mientras que el éxito que se asegura va a lograrse contrasta con lo
alcanzado por el mismo Trump en su primer mandato, de 2017
a 2021. Según cifras oficiales de la Oficina
de Estadísticas Laborales, las ganancias
de empleo industrial no representaron una mejora con respecto a años
anteriores de esa década y tampoco permitieron recuperar el empleo perdido en
la década anterior.
Una desindustrialización deseada
Cuando
se habla de reindustrialización, y de la posibilidad de llevarla
a cabo en Estados Unidos (o en
realidad, en cualquier otro país), hay que tener en cuenta algo clave. Las empresas
industriales se localizaron en otros países buscando el máximo
beneficio: regímenes de bajos salarios, escasa regulación y apenas derechos laborales. Nadie las
forzó. La globalización les servía para ese propósito y las grandes
empresas industriales de Estados Unidos
la impulsaron para obtener las ganancias
más elevadas
de la historia.
Por
esa misma razón no van a volver por patriotismo a su país de origen. Lo harán sólo si allí encuentran mejores condiciones tanto a nivel nacional como de acceso a los mercados globales para obtener la mayor rentabilidad posible. Y el problema
que tiene Estados Unidos para reindustrializar su economía es que
recobrar esas condiciones es muy difícil,
por no decir que imposible, al menos a corto y medio plazo.
Una reindustrialización que precisa salarios y gasto público que no se
está dispuesto a soportar
Es
cierto que algunas grandes empresas estadounidenses, están prometiendo ahora grandes inversiones en
su país. Apple, por ejemplo, ha anunciado que
invertirá 500.000 millones de dólares y, según el presidente Trump, TSMC (Taiwan Semiconductor
Manufacturing Company) gastará 100.000 millones en Estados Unidos
(otros anuncios de inversión confirmados son de bastante menor envergadura).
Son
cifras importantes e inversiones significativas, sin duda,
pero no dejan de ser simbólicas. Reindustrializar una economía como la de Estados Unidos requiere un volumen
de inversiones muchísimo mayor del
que se está anunciando a cuenta gotas, y seguramente por la presión que la presidencia puede estar
generando sobre sus directivos.
Sólo
para infraestructuras
civiles, la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles estima que
se necesita una inversión de 7,4 billones de dólares hasta 2033, y, según
un informe de la consultora EY, 4,1 billones hasta 2050 para tecnología e infraestructura energética.
Aunque
hay más, pues lo que se
requiere no sólo son muchos billones de
dólares en inversiones diversificadas y bastante tiempo por delante.
Los analistas Andrew Grantham y Avery Shenfeld han calculado que, para obtener una producción
industrial que equilibre la balanza comercial de Estados Unidos, se necesitaría disponer de 3,5 millones de empleos adicionales. Teniendo en cuenta que el mercado laboral del país ya
está saturado, lograr ese incremento
en la oferta de empleos necesitaría aumentar el flujo inmigratorio y, además y al mismo tiempo, elevar sustancialmente los salarios, lo cual lógicamente reduciría
los márgenes con los que ya se
han acostumbrado a operar las grandes
empresas industriales.
Y,
en cualquier caso, ni
siquiera ahí acabarían las dificultades.
Para reindustrializar una economía del
siglo XXI que desee ser competitiva
se necesita mano de obra muy cualificada que Estados Unidos ha perdido.
El
CEO de Apple, Tim Cook, lo señaló en un acto público:
«En Estados Unidos,
podrías tener una reunión con los ingenieros de herramientas, y no estoy seguro
de que pudiéramos llenar esta sala. En China,
sin embargo, podrías llenar varios campos de fútbol».
El
caso del famoso iPhone
es paradigmático, precisamente, porque no
sólo con Trump sino desde Obama suele ponerse como ejemplo de lo
que se desea que Estados Unidos
vuelva a fabricar.
Con
los salarios actuales, se calcula que el costo laboral de ensamblar y
probar ese teléfono móvil en Estados
Unidos sería de 200 dólares
por unidad, frente a los 40 dólares en
China. La inversión de medio billón
de dólares de Apple parece gigantesca, pero su efecto real puede
comprobarse si se tiene en cuenta que se necesitaría una inversión de 30.000 millones de dólares en
tres años para trasladar sólo el 10% de su cadena de suministro a Estados Unidos.
Tal y como se ha dicho, se puede conseguir que el iPhonese
fabrique en Nueva Jersey, Texas u otro estado, siempre que los consumidores
estadounidenses estén dispuestos a pagarlo a 3.500 dólares.
Para financiar
las inmensas inversiones públicas que se necesitan habría que aumentar la recaudación fiscal y lo que
se ha propuesto Trump con la gran
reforma fiscal que ya se discute
en el Congreso es justamente lo
contrario, reducirla para bajar los
impuestos a los más ricos y a las grandes corporaciones. Y subir salarios no es tampoco lo que está en la estrategia de las grandes empresas industriales. Al
revés, están tratando de relocalizarse en economías
con costes laborales aún más bajos.
En
resumen, las dificultades para que la economía de Estados Unidos se reindustrialice son tan extraordinarias
a corto y medio plazo que parecen realmente inalcanzables.
El gato encerrado
Otra cosa es, sin embargo, que se logre volver a localizar allí a empresas de suministro estratégico, en
enclaves precisos. Pero ese objetivo
más singularizado es mucho más fácil de conseguir por la vía de ayudas y subvenciones, que ya
inició Biden, que por aranceles. Y mucho menos cuando estos pueden
ocasionar un deterioro generalizado de la economía si se plantean con carácter
generalizado y como una auténtica
guerra comercial contra todas las naciones
del globo, prácticamente sin excepción.
Si esto es así,
cabe pensar que la estrategia de guerra comercial emprendida por Trump no busca realmente ser
efectiva como instrumento de política de
reindustrialización. Siempre se ha dicho que, para hacer una tortilla, hay que romper primero los huevos,
pero lo que haría Trump si mantuviese su estrategia arancelaria de forma
permanente sería destrozar la vajilla y toda la cocina. No creo, pues, que la estrategia
de fondo sea la que se está anunciando.
Estados
Unidos perdió hace décadas la batalla de la industria manufacturera, y la perdió
porque el poder económico que gobierna y decide las estrategias apostó por un modelo de economía
centrado en las finanzas y el capital
tecnológico, unidos ambos a la industria
militar, a cambio de importar bienes
baratos que paga con los dólares que demanda media humanidad. Y su problema
actual no es que desee cambiar de estrategia, sino que
está obligado a modificar la fuente con que la financia.
La
guerra arancelaria que
ha desatado
Trump es una excusa, un señuelo
que le sirve para ganar posiciones y lograr otros objetivos. O, más claramente hablando, una trampa. El presidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump, Stephen Miran, explicó hace
meses lo que, en realidad, se persigue:
enseñar el palo de los aranceles para ofrecer
luego la zanahoria y lograr apoyo al plan estadounidense de reforzamiento del dólar como moneda de referencia
y el paraguas de la protección militar.
Lo
que de verdad busca Estados Unidos es romper el régimen del comercio internacional basado en reglas y negociación multilateral porque está dejando de ser la
potencia económica indiscutible de antaño; crear otras condiciones para poder mantener al dólar
como moneda de referencia; y garantizar
el poderío militar imperial que
necesitan sus grandes empresas como apoyo y cobertura en los mercados
y como negocio. A cambio, eso sí, está
perdiendo una buena parte del llamado «poder
blando» que tan útil le ha sido
durante décadas. A tenor de cómo
bastantes países han empezado a negociar
y las cláusulas que aceptan, podría decirse que Trump no ha cometido ninguna locura. Contemplando la
respuesta mesurada y sensata de China
y la reacción de los mercados financieros ante la incertidumbre y el temor a enfrentarse a los problemas pendientes con su improvisación y arbitrariedad, se
explica que el presidente de Estados
Unidos haya tenido que pisar el freno
y poner la marcha atrás. Se aventuran tiempos
de dificultades, complicaciones y conflictos
para todos.
En
conclusión, es un error
mirar tan sólo el dedo de los aranceles de Trump y no a dónde apunta:
la reconfiguración del comercio
y el sistema monetario internacionales
y del espacio geoestratégico global. Hay
que seguir analizando.
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