&&&&&
“El
descubrimiento de América y el saqueo de recursos de ultramar fue el disparador y el sustento
necesario del desarrollo europeo se continuó con el destrozo, saqueo y
parasitación de otros continentes, parasitación
que continúa hoy en día, aunque de
una forma menor por parte de los moribundos, pero siempre violentos imperios occidentales. Lo mismo podemos decir de
la libertad de expresión: permítanles seguridad económica a los ciudadanos
del mundo y verán cuántas verdades salen
a la luz y desplazan los mitos de las clases y de los países dominantes. Naturalmente
que estas verdades no son un
producto automático de un sistema, porque siempre se necesitarán espíritus realmente libres (libres
de pensar, libres de codicia), pero sin
duda que la diferencia con lo que sufrimos
actualmente sería astronómica. Gran
parte de la crítica y los miedos
sobre el salario universal se basan
en el miedo a que la gente deje de trabajar en masa. Este miedo procede de una corrupción propia del capitalismo:
nadie se mueve si no es por dinero. El
Salario universal es una
propuesta tan modesta que ni siquiera propone la abolición del dinero ni de la pasión capitalista por hacer más dinero.
Esto debería venir en una etapa superior
de la humanidad, si es que somos
capaces de algo mejor que esto. Diferente
a los planes sociales que los beneficiarios pierden si mejoran sus
condiciones de vida, el
salario universal tiene la virtud de estimular el trabajo y la creatividad.
/////
LA
GUERRA DE LOS RICOS Y EL SALARIO UNIVERSAL.
*****
Por Jorge Majfud | 30/05/2025 | Opinión
Fuentes. Revista rebelión viernes 30 de
mayo del 2025.
Fuentes: Rebelión
Ni
la democracia ni el capitalismo hicieron más ricos y desarrollados al
Noroccidente. Lo hizo el imperialismo. La diferencia entre el capitalismo y la
democracia radica en sus principios éticos, ideológicos y de valores sociales.
Uno se define por su objetivo de distribución del poder (de la libertad y de
los beneficios de las sociedades) y el otro por su contrario: por su
concentración en una minoría progresivamente más pequeña y más poderosa.
Como
todo sistema dominante, el capitalismo no sólo se especializó en secuestrar
bienes materiales sino también simbólicos, desde la política, la ideología, la ética, la estética, la
narrativa de sus medios propagadores y los medios periodísticos hasta los
medios culturales a través de la industria
de la cultura. Como todo sistema dominante, se reproduce como un fractal en
cada individuo, en cada sociedad y en el orden
global. En los tres niveles existe y
ha existido siempre una relación parasitaria de una minoría
sobre una mayoría. De la misma forma que dentro de una sociedad la clase trabajadora es parasitada (física e
intelectualmente) por las clases dirigentes, así también ha ocurrido siempre con la mayoría de los
países y los imperios parásitos.
Para
encubrir o justificar una
posición de dominio y explotación, el esclavista debe demonizar, desmoralizar, desacreditar y “de-nigrar” al
esclavo. Esta moral también es parasitaria, ya que una vez inoculada en el organismo del oprimido se alimenta y
reproduce en ese mismo organismo hasta producir esclavos en plenitud, defensores incondicionales de sus amos. Esclavos que quieren ser amos,
oprimidos que sueñan con ser opresores
ricos y apenas si llegan a opresores pobres.
Entre
muchos dogmas,
uno que continúa siendo popular reza que “los pobres son pobres porque quieren”,
porque “no se esfuerzan lo suficiente”, “porque se drogan o beben
alcohol”, “porque no trabajan”, como si entre las clases dirigentes,
empresariales y políticas no existieran drogadictos, alcohólicos, perezosos y
desocupados, y no por eso se caen de la escala de privilegios sociales
y mucho menos terminan viviendo en la pobreza.
Luego, ante cualquier movilización por justicia social, los herederos de los
esclavistas y sus remedos de segunda sacan su látigo clasista: “vayan
a trabajar, manga de vagos”. Del mismo eran acusados los indígenas que
trabajaban en las minas de estaño en Bolivia
y morían a los treinta años, no sólo porque todos sufrían de neumoconiosis (“pulmón negro”), sino porque cuando tenían
un domingo libre, los desarraigados iban a los bares de los pueblos a
emborracharse y a imaginarse el amor con una prostituta para el escándalo del
cura del pueblo y de las señoras de la clase alta. Lo mismo los negros esclavos
en Brasil. Lo mismo los mexicanos en
Estados Unidos, los recogedores de
bananas en América central y los
gauchos blancos en Argentina, según Domingo
Sarmiento. Los pobres esclavos o
rebeldes libertos eran degenerados, holgazanes, corruptos e inmorales.
Esta
relación material-simbólica
no ha cambiado desde entonces. Sólo se ha transformado. El viejo mito se choca de narices contra la realidad y sobrevive siempre. Porque los pobres, los necesitados,
los atados a un salario miserable y al terror de perderlo son presas fáciles de
la esclavitud, física y moral y, por
si fuese poco, son una necesidad del mercado: cuanto más adoctrinados, cuanta
menos educación, cuanta menos independencia, los obreros y consumidores
incrementan los beneficios del capital. Esto ha sido así desde los tiempos de
las repúblicas bananeras hasta el metaverso virtual de las inversiones y el
dinero virtual. Pero como toda ley,
como toda decisión judicial, como todo dinero es simbólico sin una fuerza de
coerción, este mundo virtual debe ser sostenido por la antigua brutalidad
militar, está de más decir. Esto se prueba con un simple dato: erradicar la
pobreza en un país como Estados Unidos
es barato. Con el uno por ciento del PIB nacional (25% del presupuesto anual del Pentágono; menos del tres por ciento de
lo gastado en la guerra en Afganistán)
se erradicaría la pobreza completamente.
Erradicar
la pobreza en todo el
mundo costaría entre 70.000 y 325.000
millones de dólares al año, es decir, menos del 0,5 por ciento del PIB de los países de la OCDE. Con todo, los expertos coinciden en que, para luchar
contra la pobreza de forma más eficiente, mejor que un plan para los pobres es
un plan universal.
Exactamente la misma lógica se aplica no sólo para mantener los salarios y las posibilidades de las pequeñas empresas eternamente deprimidas, sino para impedir o postergar la gran amenaza que pende sobre las elites parasitarias, por nombrar un solo factor que acelerará la revolución del siglo XXI: el salario universal. La Gran Revolución de este siglo está siendo postergada por la reacción fascista, último recurso del capitalismo y de los imperios, violentos, genocidas y moribundos.
Un
estudio del Banco Mundial
demostró que, en su abrumadora mayoría, los pobres que recibieron salarios gratis no lo gastaron ni en alcohol ni en tabaco. Por el contrario,
luego de un tiempo el consumo de esos estimulantes disminuyó. Claro que estos
datos no son bienvenidos para aquellos que se sienten con algún privilegio
amenazado o no son reverenciados lo suficiente por los impuestos que pagan. Otro estudio de la Universidad de Ohio publicado en 2009 recogió la crítica más
común contra los programas de redistribución:
“En Nicaragua circularon otras opiniones negativas y malentendidos sobre el RPS. Una funcionaria de alto rango del
Ministerio de la Familia informó que el RPS
solo daba dinero en efectivo, y que los esposos esperaban el regreso de sus
esposas para quedarse con el dinero y gastarlo en alcohol.”
En
mayo de 2014, el
mismo Banco Mundial se hizo eco de
esta idea y terminó rebatiéndola en un estudio que incluyó decenas de estudios
de campo. El informe respondió a la
pregunta central en el mismo título:
“¿Los pobres desperdician dinero en alcohol y cigarrillos? No”. De hecho, aunque no de una forma
significativa, el consumo de estos estimulantes disminuyó. La conclusión del
estudio del Banco Mundial fue “Deberíamos
dejar de preocuparnos por el mal uso que los pobres les dan a sus ingresos por
transferencias. No lo gastan en alcohol y cigarrillos sino en chocolates”.
Diversos
estudios y experimentos
estatales han demostrado una verdad que, por simple, no se considera como tal
sino como una mera tautología:
“la principal razón por la cual los pobres son
pobres es porque no tienen dinero”. Cada vez que uno menciona este
“descubrimiento” articulado por varios sociólogos
e historiadores contemporáneos, tiene que reservar unos segundos hasta que
las risas dejen lugar a un silencio más reflexivo. Un estudio de The
Lancet en Namibia concluyó que cuando los pobres reciben un salario
sin condiciones, tienden a trabajar más fuerte que si les dicen qué deben hacer
para merecerlo.
Como
ya lo analizamos
en Moscas en la telaraña,
la propuesta de un Salario Universal tiene un antecedente contradictorio y
paradójico. Durante la Segunda Guerra
mundial, Juliet Rhys-Williams, miembra del Partido Liberal (por entonces la
izquierda en Inglaterra), propuso un “impuesto negativo” por el cual
todos aquellos quienes tuviesen un ingreso por debajo de una línea mínima de
subsistencia deberían recibir un subsidio en relación inversa a su ingreso.
Es decir, si consideramos una curva de ingresos ascendentes y la atravesamos
con una recta horizontal definiendo un mínimo de subsistencia, todos aquellos que queden por debajo de la recta
deberían recibir tanto como sea necesario para alcanzar el mínimo, mientras los
demás deberían pagar tanto más cuanto más altos sean sus ingresos. Obviamente que los impuestos progresivos son
un criterio conocido y practicado desde hace mucho tiempo, pero no la
primera parte. En su libro Where Do We Go from Here Chaos or
Community? (1967), Martin
Luther King había entrevisto la solución:
“Debemos
crear pleno empleo o crear ingresos. Estoy convencido de que el enfoque más
simple demostrará ser el más efectivo: la solución
a la pobreza es abolirla
directamente mediante una medida ahora ampliamente discutida: el ingreso garantizado”.
En 1964, al mismo tiempo que Lyndon Johnson radicalizaba su guerra imperialista contra Vietnam y la CIA hacía lo mismo con África y América Latina, como suelen hacer los demócratas (la izquierda imperialista), se mostraban más humanos fronteras adentro. El programa “Guerra contra la pobreza” incluyó experimentos sociales muy similares al ingreso universal, algo que ni el gurú del neoliberalismo, el economista Milton Friedman se oponía. Más bien lo contrario, cuando propuso su “impuesto negativo”.
Los
resultados fueron
positivos, aunque tuvieron una lectura negativa. Hubo un nueve por ciento menos
de trabajo asalariado, pero entre madres
jóvenes y jóvenes pobres, la tasa de graduación de la secundaria aumentó un 30 por ciento. Los
investigadores encontraron que aún ese nueve por ciento estaba inflado―probablemente debido al miedo de las
personas a perder el beneficio, a diversos trabajos en sus propias casas y,
más probablemente, porque muchos jóvenes
habían optado por continuar estudiando, tal como se refleja en el porcentaje de
graduación anterior.
La
idea de eliminar la pobreza
a través de programas financiados por el
Estado federal alcanzó un apoyo
popular y mediático superior a la idea de poner un hombre en la Luna. Claro que no todos estuvieron
de acuerdo y en 1978 ocurrió el milagro que muchos esperaban. Uno de los casos
de estudio, Seattle, registró un
incremento del 50% de incremento en
los divorcios. La libertad económica
suele producir esas cosas. Las
mujeres se estaban haciendo a la idea
de demasiada libertad. Solo esta posibilidad cambió el curso del experimento,
y éste no se corrigió cuando poco después
se descubrió que el 50% se había
debido a un error de cálculo estadístico.
Probablemente el experimento social más
sistemático sobre ingreso universal fue realizado en 1973 en la pequeña ciudad de Dauphin,
Canadá. Pocos años atrás, el historiador
holandés Rutger Bregman (un
defensor del capitalismo amable, por
ahora) lo popularizó en su libro Utopía for realists. Desde 1974 a 1978, mil familias de Dauphin recibieron un salario
equivalente a 20 mil dólares anuales de
hoy sin condición. En las elecciones
generales, cuatro años después, ganaron
los conservadores y el proyecto fue
abandonado. No hubo presupuesto ni siquiera para analizar la masa de datos
recogida. Los políticos concluyeron, por su propia cuenta, que el experimento
había fracasado. Los investigadores
pusieron todos los datos recogidos en dos
mil cajas y el proyecto fue olvidado. Treinta
años después fue descubierto en un
ático y rescatado de una destrucción inminente. La investigadora que descubrió
este tesoro, la economista Evelyn
Forget, comparó los datos recogidos
por el proyecto con otras realidades y concluyó que el experimento había
sido un rotundo éxito, contradiciendo todos
los argumentos en contra: las familias no se dedicaron a tener más hijos (hace unas décadas no existía
el miedo decimonónico de los blancos sin
hijos sino de los pobres con hijos) y los
hijos aumentaron su rendimiento escolar.
La violencia doméstica cayó y las hospitalizaciones
por otras razones se redujeron en 8,5%.
Los
experimentos
sobre salario universal no
terminaron ahí. Se multiplicaron con los
mismos resultados. En el año 2009, la ciudad de Londres concluyó que había gastado, entre policías y trabajadores
sociales, más de medio millón de libras en trece personas en situación de
calle. Cuando se le ofreció tres mil
libras a cada uno de forma incondicional, el resultado no fue solo que la
ciudad pasó a gastar solo 50.000
libras en los mismos indigentes, sino que más de la mitad de ellos terminaron saliéndose de ese círculo de
miseria. De forma voluntaria, invirtieron en sus propias necesidades, como
higiene, casa y, en algunos casos, clases de jardinería. Experimentos similares
fueron realizados en Namibia, Ruanda,
Kenia y Uganda, donde hombres y
mujeres en condiciones de extrema
pobreza recibieron dinero en efectivo, la mayoría de las veces de forma
incondicional, con resultados positivos: muchos lo invirtieron en
pequeños negocios, como comprarse una
moto para dar un servicio de taxi, lo cual, a su vez, facilitó la comunicación y el transporte a otros
habitantes de las aldeas, lo cual
multiplicó el ingreso no sólo del beneficiado directo sino de sus vecinos
también.
Como lo demuestran los investigadores de la University of Manchester, en otros casos la sola reducción de la malnutrición en los niños se tradujo en un incremento en la estatura física y en el coeficiente intelectual; aumentó el rendimiento escolar, y redujo la pobreza y el crimen en decenas porcentuales. Naturalmente, también redujo el trabajo infantil y la esclavitud moderna que siempre benefició a los más ricos de esas sociedades y del mundo, como es el caso, por ejemplo, de la actual esclavitud masiva practicada en las minas de cobalto en el Congo. Experiencias similares fueron reproducidas en decenas de otros países, desde América Latina hasta Asia, con la misma resistencia y desacreditación de las políticas y relatos de las clases altas y de los países imperiales, hoy en decadencia.
¿Cuál
es secreto? La respuesta me resuena en la memoria de mi
propia experiencia en Mozambique en
1996. Los pobres no recibieron un plan de vida por parte de
cooperantes, nacionales o extranjeros (blancos), quienes suelen hacer un
trabajo similar al de los misioneros
enseñándoles cómo dejar de ser
pobres, sino que recibieron recursos
económicos (dinero) que ellos mismos pudieron administrar según lo que ellos consideraban necesidades propias. Nadie
(si no ha cruzado las fronteras del delirio o de la disfuncionalidad social
debido a años de deshumanización)
sabe más de sus propias necesidades (inmediatas y, luego, a largo plazo) que
quienes las sufren. En otras palabras, el problema de los pobres no es cultural; es económico y, en su raíz, es político.
Esta
realidad material luego se
transforma en una cultura que los detractores de las clases más bajas toman
como causa de la pobreza y la corrupción.
Lo
mismo hemos
insistido por años sobre las posibilidades de desarrollo de cualquier país: primero debe dejar de ser colonia y luego debe ser independiente: a más
independencia más desarrollo. Algo que se prueba a lo largo de la historia global, incluso sólo
considerando la diferencia de desarrollo
de los países latinoamericanos desde el siglo XIX: cuanto más ricos, más deseados por los imperios y, por ende, menos desarrollados.
La misma lógica
aplica a algo que hemos analizado en estudios anteriores (y en esto tampoco hemos descubierto
la rueda): el capitalismo nace como consecuencia del descubrimiento europeo de América por parte de españoles y portugueses. Nace con el masivo
saqueo de capitales (oro, plata, cobre, hierro, guano, carne,
trigo y todo tipo de materias primas necesarias) que hicieron posible
la existencia de las nuevas clases sociales en Europa ―comerciantes primero en los Países Bajos y proletarias después en Inglaterra. Fue este mismo
saqueo, que no sin ironía fue realizado e impuesto por los ideólogos del “libre mercado” que hizo posible otro
nacimiento: la Revolución Industrial
inglesa, un siglo después de destruir las naciones más prósperas de su
tiempo (India, Bangladesh, más tarde China y gran parte de Medio Oriente)
a fuerza de cañón, droga y cipayaje. La Revolución industrial
europea nace generaciones después de
abortar el nacimiento de las revoluciones industriales en Asia.
El
descubrimiento de América
y el saqueo de recursos de ultramar fue
el disparador y el sustento necesario del desarrollo europeo se continuó con el
destrozo, saqueo y parasitación de otros continentes, parasitación que continúa hoy en día, aunque de una forma menor por parte de los moribundos, pero siempre violentos imperios occidentales.
Lo mismo
podemos decir de la libertad de expresión: permítanles seguridad económica a los ciudadanos
del mundo y verán cuántas verdades salen
a la luz y desplazan los mitos de las clases y de los países dominantes. Naturalmente
que estas verdades no son un
producto automático de un sistema, porque siempre se necesitarán espíritus
realmente libres (libres de pensar, libres de codicia), pero sin duda que la diferencia con lo que sufrimos actualmente sería astronómica.
Gran
parte de la crítica y
los miedos sobre el salario universal
se basan en el miedo a que la gente deje
de trabajar en masa. Este miedo procede de una corrupción propia del capitalismo: nadie se mueve si no es por
dinero. El Salario universal es una propuesta tan modesta que ni siquiera
propone la abolición del dinero ni de la
pasión capitalista por hacer más dinero. Esto debería venir en una etapa superior de la humanidad, si es que somos capaces de algo mejor que esto. Diferente a los planes sociales que los
beneficiarios pierden si mejoran sus condiciones de vida, el salario universal tiene la virtud de estimular el trabajo y la
creatividad.
Jorge
Majfud, mayo 2025. Del libro La mejor democracia que el dinero puede comprar: Reflexiones sobre la
Anti-Ilustración y la agonía de las democracias liberales.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario