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“Más allá
de la tortura y ejecución
pública ejemplariza doras ejercidas sobre cuerpos de los acusados por la rebelión, la sentencia de Areche, cómo
es bastante conocido en la historiografía, incluía la destrucción de retratos, pinturas,
vestidos y música y otras expresiones culturales que pudieran revivir la memoria de los incas.
Pero lo que se ha subrayado menos es que la sentencia buscó también suprimir la
memoria insurgente en la palabra escrita, concretamente sus archivos. Si en el cuerpo, como blanco
punitivo de la violencia del Estado,
la lengua era la palabra hablada, la sentencia
de Areche buscó también destruir
la palabra escrita, los archivos que
daban fe de un linaje y una descendencia. Ordenó así recolectar e incinerar en plaza pública de Lima todos los autos y documentos presentados por José Gabriel en la Audiencia de dicha ciudad
para probar su linaje inca (como descendiente
de Felipe Túpac Amaru, el último Inca, ejecutado por el virrey Toledo en 1572), “para que no quede memoria de
tales documentos (citado en el “Estudio
Introductorio” p. 40).
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LAS CARTAS DE FERNANDO TÚPAC AMARU.
POR CECILIA MÉNDEZ.
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Sus cartas
son el testimonio humano de un joven que habiendo sido obligado someterse y
depender de un Estado que mató a
sus padres y a su hermano, lo separo de su país y de su familia, defendió su
nombre, su derecho al trabajo, y su humanidad con dignidad.
Poe
Cecilia Méndez. Docente Universitaria. USA.
Fuente.
La República lunes 19 de mayo del 2025-
Hay
cosas del pasado que
nunca podremos conocer. Porque los silencios, como dijo el maestro haitiano Michel-Rolph Trouillot,
entran en la historia desde el momento mismo de la constitución de los
archivos. Pero silenciar es también
una forma de ejercer poder, empezando por el poder de narrar el pasado,
como arguye en su célebre libro, Silenciando
el Pasado, de 1995.
Fernando
Túpac Amaru, el
hijo menor de José Gabriel Túpac Amaru y
Micaela Bastidas, que fue obligado a
presenciar la tortura y ejecución de sus padres y su hermano mayor Hipólito, en la plaza mayor del Cuzco un día como hoy, hace 244 años siendo un adolescente, sufrió la condena del silencio
en carne propia. Porque, aunque fue
condenado al destierro, sin haber cometido otro delito que “ser hijo del padre” , o “el de haber nacido”, como él mismo lo
puso en una de sus sentidas cartas al rey de España, su sentencia
mayor, porque se proyecta a la
posteridad, fue al silencio. Una condena
contra su familia, contra una estirpe, contra los caciques y descendientes
de los incas que osaron levantase contra la monarquía hispánica tras 250 años de dominio colonial. Esto
es más que una metáfora. En
cumplimiento del ritual macabro de la sentencia del visitador José Antonio de Areche que Fernando fue obligado a presenciar cuando aún no había cumplido los 13 años,
a todos los reos debía cortárseles la
lengua antes de su ejecución. Pero su madre Micaela “no quiso dar la lengua,
y se la cortó el verdugo [sic] después
de muerta”, según
“La Relación
de las últimas actuaciones judiciales obradas por el señor visitador del Cuzco
[Areche] del 19 de mayo de 1781. La elocuencia
simbólica del acto nos ahorra mayor explicación. Pero la desobediencia de Micaela, su rechazo a ser silenciada, tendría que ser mejor valorada,
como siento que lo hizo su hijo, el joven Fernando, después de haber
leído detenidamente las 16 cartas
inéditas que este escribió durante su destierro en España,
desde que tenía 19 años en 1787 hasta su muerte, solo, pobre
y enfermo, en Madrid, a la edad de 30 años, en 1798. Estas acaban de
ser publicadas por la nueva editorial peruana Isole,
como Las Cartas de Fernando Túpac
Amaru, 1782-1798.
El material, que estudié para escribir el “Estudio introductorio” del libro — y que me tomo la libertad
de parafrasear extensamente en esta columna — incluye,
además, otras dos cartas de Fernando previamente publicadas, las respuestas de las autoridades y sus
deliberaciones relacionadas con sus pedidos. La publicación, producto del trabajo colectivo de varias personas
animadas por la fundadora de Isole,
Viola Varotto, quien encontró los documentos en el Archivo General de Indias de Sevilla, no es solo el portal de
ingreso a una vida de indudable importancia histórica que ha permanecido
silenciada por más de dos siglos, sino que nos permite conocer las
reverberaciones menos conocidas de la “Gran rebelión” de
1780-1783, particularmente las jurídicas, para no hablar de su evidente
actualidad. El libro, además, constituye en sí mismo, una subversión
al silencio que el poder colonial quiso imponer sobre los descendientes biológicos
y potenciales herederos políticos del cacique rebelde, y a todos
quienes osaran subvertir la autoridad
colonial.
Más allá
de la tortura y ejecución pública ejemplarizadoras ejercidas
sobre cuerpos de los acusados por la rebelión, la sentencia de Areche, cómo es bastante conocido en la historiografía, incluía
la destrucción
de retratos, pinturas, vestidos y música y otras expresiones
culturales que pudieran revivir
la memoria de los incas. Pero lo que se ha subrayado menos es
que la sentencia buscó también
suprimir la memoria insurgente en la palabra escrita, concretamente sus archivos. Si en el cuerpo, como blanco
punitivo de la violencia del Estado,
la lengua era la palabra hablada, la sentencia
de Areche buscó también destruir
la palabra escrita, los archivos que
daban fe de un linaje y una descendencia. Ordenó así recolectar e incinerar en plaza pública de Lima todos los autos y documentos presentados por José Gabriel en la Audiencia de dicha ciudad
para probar su linaje inca (como descendiente
de Felipe Túpac Amaru, el último Inca,
ejecutado por el virrey Toledo en 1572), “para que no quede memoria de tales documentos (citado en el “Estudio Introductorio” p. 40).
Por
ello, de alguna manera, la
publicación de este libro constituye un ejercicio de restitución, que
más allá de su valor histórico intrínseco es de especial actualidad en un contexto en que ya no son las autoridades
coloniales, sino las propias autoridades republicanas encargadas por velar
nuestro patrimonio documental y cultural, quienes lo ponen en peligro, como demuestra el inminente desalojo y desmembramiento de nuestro archivo más importante, el Archivo General de la Nación ahora en curso, replicado desmembramiento que sufrieron los rebeldes tupacamaristas, y el propio Tupac Amaru, hace casi dos siglos y medio, como bien lo puso
Hans Cuadros en una columna aptamente titulada “La cultura desmembrada” en este diario (25/04/2025).
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