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“El
principal beneficiario no podía ser otro que
Estados Unidos, el cual recurre al trabajo sucio de
otros, como siempre lo ha hecho, en secreto o a la luz pública. En
secreto con las numerosas cárceles
de tortura
de la CIA, dispersas en todo el
mundo, o la vista del mundo entero, como en Guantánamo. Lo nuevo
estriba en que ahora se conducen a las cárceles de El Salvador a los migrantes que son cazados en Estados Unidos y ya no
se les devuelve a sus países de origen.
Aprisionar personas y tratarlas con crueldad es un negocio, como se evidencia con el “acuerdo
comercial” entre Bukele y Trump: por cada migrante que sea encarcelado en El Salvador, el gobierno de Estados
Unidos le paga veinte mil dólares.
Para eso está dispuesto el Centro de
Confinamiento del Terrorismo (Cecot),
con una capacidad de albergar a 40 mil hombres, hoy subutilizado puesto
que solo cuenta con 15 mil prisioneros. Pronto quedará pequeño ante los miles de personas que son expulsados de Estados Unidos, sin respetar elementales normas del derecho liberal.
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LA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO DE LA CRUELDAD.
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Por Renán Vega Cantor | 17/05/2025 | EE.UU.
Fuente.
Revista Rebelión sábado17 de mayo del 2025.
Fuentes: El Colectivo (Medellín) - Rebelión /
Imagen: Paula Rego, "El interrogatorio" (1950)
Un
capitalismo cada
vez más decadente viene acompañado de la deshumanización
y de la crueldad. Va quedando claro que gran parte de los seres humanos somos prescindibles en la
lógica del capital y por eso nos está
destruyendo: bombardeos que masacran niños; cacería de los migrantes como en tiempos del lejano oeste; encarcelamiento
de miles de hombres sin el más mínimo
respeto a la dignidad humana. La
brutalidad se exhibe en público y se
entabla una competencia que apunta a demostrar quién alcanza un mayor grado de
salvajismo, lo cual asegura votos y popularidad. No es un desvío de los
supuestos valores civilizatorios del
capitalismo y de los Estados Unidos,
ya es la norma y, por ello, la crueldad se convierte en un trabajo y en un negocio, del cual se lucran
sectores perfectamente identificables.
El trabajo de la crueldad
Para
que el capitalismo
funcione requiere de trabajos de
la crueldad. Entre esos pueden mencionarse los que desempeñan los carceleros, los verdugos,
los pilotos que lanzan bombas sobre poblaciones inermes, los torturadores,
los técnicos
que teledirigen drones que matan a personas que se encuentran a miles
de kilómetros de distancia, los sicarios estatales o paraestales que asesinan cumpliendo órdenes… Son trabajos porque se emplea a cierto número de personas a cambio de un salario y, en muchos casos, esas
actividades valorizan un capital,
tal y como sucede en el próspero negocio de las cárceles. El objetivo
de un trabajo de la crueldad es
infringir daño y dolor a otros seres
humanos en forma consciente y planificada a cambio de una retribución monetaria. Quienes los desempeñan llevan una vida normal en la cotidianidad: luego de masacrar
niños, torturar y maltratar prisioneros andan con sus parejas e hijos en supermercados y centros
comerciales y en su cotidianidad
hasta pueden ser muy tiernos.
El
capitalismo
siempre ha necesitado de trabajos crueles, si recordamos la esclavitud
de millones de africanos durante
cuatro siglos y la forma en que eran
cazados y transportados en los barcos negreros para ser brutalmente usados en
haciendas y plantaciones. Es tristemente
célebre que, cuando un trapiche
atrapaba la mano de un esclavo, un
capataz, listo para la eventualidad, procedía a cortarla con un hacha.
La
crueldad ha predominado ‒y nunca despareció‒ en diversas
actividades laborales, como en la explotación
minera, tal y como lo ejemplifican
hoy los socavones de cobalto en la República Democrática del
Congo, en los cuales se emplean a seres
humanos de todas las edades.
Esa
crueldad está asociada al capitalismo en todas sus fases históricas desde su expansión
mundial en el siglo XVI. Durante mucho tiempo, hasta el siglo XX, la crueldad ligada al trabajo nunca se ocultó y quienes
con ella se lucraban vivían, en medio de la
opulencia, lejos de los lugares donde el trato bestial era la norma.
En
el siglo XIX,
surgieron voces que cuestionaban la brutalidad, lo cual significó el traslado de los trabajos de la crueldad lo más lejos
posible de la civilizada Europa.
Esto profundizó la división internacional
del trabajo de la crueldad, una característica distintiva del colonialismo europeo, que se mantiene
hasta el día de hoy en el capitalismo
realmente existente.
Lejos
de casa, tal vez con la
excepción hitleriana, la crueldad se
avalaba como una necesidad civilizatoria,
como puede ejemplificarse con el
genocidio en El Congo por parte de Leopoldo II, rey de los belgas, a finales del
siglo XIX. Y así se establecieron las cadenas de suministro de
la crueldad laboral, que une al centro
y a la periferia, como se evidencia hoy en Estados
Unidos y Europa con relación a Israel
y Palestina.
El negocio de la crueldad en el mundo de hoy.
Así
como se consolidó una división internacional en el trabajo de
los cuidados, que implica que las mujeres pobres del sur global
abandonen a sus hijos y familiares
para ir a cuidar a los hijos de los ricos
y de la clase media de Europa occidental
y Estados Unidos, también existe una
división del trabajo de la crueldad,
como lo evidencian el genocidio en Palestina y las cárceles de El Salvador.
En
Palestina a cada minuto son masacrados decenas de personas
por aviones y artefactos del ejército sionista que se fabrican en los Estados Unidos, funcionan con tecnología de este país y son
suministrados por El Pentágono. Hay
una clara
división del trabajo sucio: Estados
Unidos proporciona los instrumentos
que hacen más eficaz la furia asesina de
Israel, con lo cual se beneficia,
directa o indirectamente, para preservar sus intereses geoestratégicos en la región.
No importa la sangre, dolor y muerte
que se produzca, ni quienes son los
ejecutores ‒el Estado sionista de Israel‒,
lo que interesa a Estados Unidos es
que eso se haga lo más lejos posible
y ojalá que lo realicen otros,
mientras se pueda, porque a menudo hay que quitarse la máscara como acontece en
Yemen. Por su crueldad sin límites, los asesinos
de Israel gozan de un reconocido prestigio en la industria de la muerte y el sufrimiento.
Por su parte, el régimen de Nayib Bukele ha convertido a El Salvador en una gigantesca prisión, cuyo modelo de represión
es un servicio económico que se ofrece en el plano
internacional. Mientras algunos
países venden a sus mujeres (Filipinas)
como trabajadoras domésticas y otros
sacan partida de su privilegiada situación geográfica (Panamá), El Salvador
oferta sus cárceles. Tal es el sello
distintivo con el que participa en la división internacional de la crueldad.
El
principal beneficiario no podía ser otro que Estados Unidos, el cual
recurre al trabajo sucio de otros,
como siempre lo ha hecho, en secreto o a la luz pública. En
secreto con las numerosas cárceles
de tortura
de la CIA, dispersas en todo el
mundo, o la vista del mundo entero, como en Guantánamo. Lo nuevo
estriba en que ahora se conducen a las cárceles de El Salvador a los migrantes que son cazados en Estados Unidos y ya no
se les devuelve a sus países de origen.
Aprisionar
personas y tratarlas con
crueldad es un negocio, como se
evidencia con el “acuerdo comercial” entre Bukele y Trump: por cada migrante que sea encarcelado en El Salvador, el gobierno de Estados Unidos le paga veinte mil dólares. Para eso está
dispuesto el Centro de Confinamiento del
Terrorismo (Cecot), con una capacidad de albergar a 40 mil hombres, hoy subutilizado puesto que solo cuenta con 15
mil prisioneros. Pronto quedará pequeño
ante los miles de personas que son expulsados
de Estados Unidos, sin respetar elementales normas del derecho liberal.
En
concordancia,
hoy se presume por pisotear la dignidad humana, como lo ilustra
Kristi Noem, Secretaria de Seguridad de Estados Unidos, quien frente a
una celda repleta de prisioneros en el Cecot afirma ante una cámara de
televisión:
“Si vienen a nuestro país ilegalmente,
esta podría ser una de las consecuencias. Esta instalación es una de las
herramientas de nuestro kit que
utilizaremos si comete delitos contra el pueblo estadounidense”. Ese repugnante espectáculo punitivo
evidencia que el trabajo de la crueldad tiene un radiante futuro.
Publicado
en papel en El Colectivo (Medellín), No. 107, mayo de 2025.
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