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En
rigor, los llamados nuevos movimientos sociales surgen en los años sesenta
(¡hace ya más de cinco décadas!) en los Estados Unidos, Europa Occidental y
América Latina, con
características derivadas de la situación de cada región. En la nuestra, su identificación y reconocimiento generalizado como
tales data de los años ochenta (hace ya más de tres décadas) porque hasta
entonces habían estado entremezclados con los movimientos clandestinos e insurgentes surgidos bajo el influjo de la
Revolución Cubana. Ese es el momento en el cual: 1) el cambio en la situación internacional y regional provoca el
declive de la lucha armada, y relega a las organizaciones sociales y políticas
tradicionales a planos secundarios y hasta marginales; 2) los nuevos movimientos sociales demuestran ser inmunes al efecto
de la crisis terminal del «socialismo real» y el advenimiento del mundo
unipolar; y, 3) se evidencia su
condición de protagonistas principales de la lucha contra el neoliberalismo y
contra las más diversas formas de opresión, explotación y discriminación. En lo referente a
los gobiernos de izquierda y progresistas, a más de trece años de la
victoria de Hugo Chávez en la
elección presidencial venezolana de 1998,
ya son diez los existentes en América
Latina continental, parte de los cuales está en su tercer período
consecutivo, otra en el segundo y el resto en el primero.
Es conocido que los procesos históricos,
como el tránsito de una formación económico social a otra, por ejemplo, del feudalismo al capitalismo, tardan siglos y atraviesan por
etapas de avance y retroceso. No está de más recordar los setenta y cuatro años en la fracasada experiencia de la Unión Soviética. Visto desde esta perspectiva, las cinco décadas transcurridas desde el
nacimiento de los «nuevos» movimientos sociales, las tres décadas
transcurridas desde que se les reconoce como tales en América Latina, y el poco más de una década transcurrido desde el inicio de la elección de los gobiernos
latinoamericanos de izquierda y progresistas, son lapsos incomparablemente
breves. Pero, desde otra perspectiva, en esos largos procesos históricos se abren y cierran «ventanas de oportunidad»,
cuyo aprovechamiento los acelera y cuyo desperdicio los derrota o, al menos,
los retrasa. Es
en esta perspectiva en la que tenemos que ubicarnos.
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Chávez, Evo, Lula, Correa, cuatro Presidentes de América Latina, que definen y definieron un camino propio, autónomo, progresista. La Revolución no es copia ni calco, es creación heroica de los pueblos. Su posición anti-imperialista originó grandes cambios sociales y políticos en la Democracia latinoamericana.
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¿
Hacia dónde van los gobiernos de
izquierda y progresistas ?.
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Roberto Regalado.
Net-Globalización. Junio del 2012.
Net-Globalización. Junio del 2012.
El auge de
los movimientos sociales y la elección de gobiernos de izquierda y
progresistas, son dos de los grandes acontecimientos ocurridos en América
Latina en las postrimerías del siglo XX y los albores del XXI. Pese a la aún
hoy no resuelta tensión entre «lo social» y «lo político», es decir, entre las formas
de organización y lucha social, y las formas de organización y lucha
política, la relativa convergencia de ambas fue la que contuvo y desaceleró
la avalancha reaccionaria que azotó a la región en las décadas de 1980 y 1990,
festín de la concentración y transnacionalización de la riqueza y el poder
político, con su correlato de agravamiento de la pobreza, la miseria y la exclusión
social.
Cuando en el
mundo se enseñoreaban el desconcierto y el abatimiento provocados por el
colapso de los paradigmas comunista y socialdemócrata europeos, en América
Latina, la irrupción de los nuevos movimientos sociales y la
determinación de un amplio espectro de fuerzas políticas de izquierda de
emprender lo que se conoció como búsqueda de alternativas al capitalismo
neoliberal, abrieron nuevos caminos en sustitución de los que cerraban. Por
esos caminos hemos avanzado desde entonces, pero al adentrarnos en segunda
década del siglo XXI, ya no basta con hablar de «nuevos» movimientos ni de
«búsqueda» de alternativas.
En
rigor, los llamados nuevos movimientos sociales surgen en los años sesenta
(¡hace ya más de cinco décadas!) en los Estados Unidos, Europa Occidental y
América Latina, con características derivadas de la situación de cada región.
En la nuestra, su identificación y reconocimiento generalizado como tales data
de los años ochenta (hace ya más de tres décadas) porque hasta entonces habían
estado entremezclados con los movimientos clandestinos e insurgentes surgidos
bajo el influjo de la Revolución Cubana. Ese es el momento en el cual: 1) el
cambio en la situación internacional y regional provoca el declive de la lucha
armada, y relega a las organizaciones sociales y políticas tradicionales a
planos secundarios y hasta marginales; 2) los nuevos movimientos sociales
demuestran ser inmunes al efecto de la crisis terminal del «socialismo real» y
el advenimiento del mundo unipolar; y, 3) se evidencia su condición de
protagonistas principales de la lucha contra el neoliberalismo y contra las más
diversas formas de opresión, explotación y discriminación. En lo referente a
los gobiernos de izquierda y progresistas, a más de trece años de la victoria
de Hugo Chávez en la elección presidencial venezolana de 1998, ya son diez los
existentes en América Latina continental, parte de los cuales está en su tercer
período consecutivo, otra en el segundo y el resto en el primero.
Es conocido
que los procesos históricos, como el tránsito de una formación económico social
a otra, por ejemplo, del feudalismo al capitalismo, tardan siglos y atraviesan
por etapas de avance y retroceso. No está de más recordar los setenta y cuatro
años en la fracasada experiencia de la Unión Soviética. Visto desde esta perspectiva, las cinco décadas transcurridas desde el
nacimiento de los «nuevos» movimientos sociales, las tres décadas
transcurridas desde que se les reconoce como tales en América Latina, y el poco más de una década transcurrido desde el
inicio de la elección de los gobiernos latinoamericanos de izquierda y
progresistas, son lapsos incomparablemente breves. Pero, desde otra
perspectiva, en esos largos procesos históricos se abren y cierran «ventanas de
oportunidad», cuyo aprovechamiento los acelera y cuyo desperdicio los derrota
o, al menos, los retrasa. Es en esta
perspectiva en la que tenemos que ubicarnos.
Más Presidentes Latinoamericanos, entran en los caminos progresistas, nacionalistas y de izquierda. Lugo, Cristina Fernández, Coco Mujica, Michelle Bachelet. Cada uno fortaleció y modernizó la democracia en respuesta a sus grandes y complejos problemas nacionales.
***
Marx afirmaba que capital que no crece, muere. En forma análoga podemos decir que proceso de
transformación social revolucionaria o de reforma social progresista que no
avanza, muere: abre flancos a la desestabilización del imperialismo y la
derecha local, y fomenta la desmovilización, el voto de castigo y la abstención
de castigo de los sectores populares defraudados. Por eso es que debemos
preguntarnos en qué medida los «nuevos» movimientos sociales, que en los años
sesenta, setenta, ochenta y noventa estuvieron a la altura de las
circunstancias, se han convertido en movimientos social-políticos, es decir,
han logrado desarrollar la vocación y la capacidad de luchar por una
transformación social revolucionaria. Y también, por las mismas razones,
debemos preguntarnos si los actuales gobiernos de izquierda y progresistas
están enrumbados hacia la edificación de sociedades «alternativas» o si serán
un paréntesis que, en definitiva, contribuya al reciclaje de la dominación del
capital. El objetivo de estas preguntas no es calificar o descalificar a una u
otra fuerza política o social-política, o a uno u otro gobierno de izquierda o
progresista, sino recordar una sentencia del siglo XX que no pierde vigencia en
el XXI: sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario.
Como es
lógico, entre la izquierda de épocas anteriores y la actual, hay similitudes y
diferencias. Una similitud es que, como ocurrió de manera periódica en los
siglos XIX y XX, el comienzo de una nueva etapa histórica obliga a la izquierda
a formular nuevos objetivos, programas, estrategias y tácticas. Una diferencia
es que, tanto las corrientes revolucionarias, como las corrientes reformistas
del movimiento obrero y socialista nacido en el siglo XIX, habían elaborado y
debatido sus respectivos proyectos políticos mucho tiempo antes de que la
Revolución Bolchevique en Rusia (1917) y la elección del primer ministro
laborista Ramsey McDonald en Gran Bretaña (1924), llevaran al gobierno, por
primera vez, a representantes de una y otra, mientras que la izquierda
latinoamericana actual llegó al gobierno sin haber elaborado los suyos. La
izquierda latinoamericana llega al gobierno sin descifrar la clave para dar el
salto de la reforma social progresista a la transformación social
revolucionaria, sin la cual quedará atrapada en el mismo círculo vicioso de
reciclaje del capitalismo concentrador y excluyente que la socialdemocracia
europea. Este es el problema pendiente: construir la imprescindible sinergia
entre teoría y praxis revolucionaria.
Los
denominados gobiernos de izquierda y progresistas electos en América Latina desde
finales de la década de 1990, son en realidad gobiernos de coalición en los que
participan fuerzas políticas de izquierda, centroizquierda, centro e incluso de
centroderecha. En algunos, la izquierda es el elemento aglutinador de la
coalición y en otros ocupa una posición secundaria. Cada uno tiene
características particulares, pero es posible ubicar a los más emblemáticos en
dos grupos. Estos son: a) gobiernos electos por el quiebre o debilitamiento
extremo de la institucionalidad democrático neoliberal, como ocurrió en
Venezuela, Bolivia y Ecuador; y, b) gobiernos electos por acumulación política
y adaptación a las reglas de juego de la gobernabilidad democrática,
caracterización aplicable a Brasil y Uruguay. Además, están los casos de
Nicaragua, El Salvador, Paraguay, Argentina y Perú, sobre los cuales el espacio
no nos permite siquiera unas escuetas palabras de referencia.
La diversidad de los movimientos sociales latinoamericanos, traen actores sociales, líderes, plataforma de lucha, formas de comunicación intercultural y capital político diferente han cuestionado profundamente a la Democracia liberal representativa.
***
¿Cómo se
explica la elección de gobiernos de izquierda y progresistas en el mundo
unipolar donde imperan la injerencia y la intervención imperialista?
Se explica
por cuatro razones fundamentales, tres de ellas positivas y una negativa. Las
positivas son:
1) El acumulado de lucha de las fuerzas populares libradas en la etapa abierta por
el triunfo de la Revolución Cubana, en la cual, aunque no alcanzaron los
objetivos máximos que se habían planteado, demostraron una voluntad y capacidad
de combate que obligó a las clases dominantes a reconocerles los derechos
políticos que les estaban negados.
2) La lucha en defensa de los derechos humanos que forzó la suspensión del uso de
la violencia más descarnada como mecanismo de dominación.
3) El aumento de la conciencia, la organización y la movilización social y
política registrado en la lucha contra el neoliberalismo, que sienta las bases
para la participación política y electoral de los sectores antes marginados.
Como
contraparte, la razón negativa es la apuesta del imperialismo norteamericano a
que la unipolaridad le permitiría someter a los países latinoamericanos a los
nuevos mecanismos transnacionales de dominación, motivo por el cual dejó de
oponerse de oficio a todo triunfo electoral de la izquierda, como había
hecho históricamente. A todo lo anterior debe agregarse un factor volátil: el
voto de castigo a las fuerzas políticas de derecha por los efectos
socioeconómicos de la reestructuración neoliberal, es decir, un voto no
ideológico, ni político, y mucho menos cautivo de la izquierda, que ésta puede perder si su ejercicio de
gobierno no satisface las expectativas.
¿Por qué
fuerzas políticas y social-políticas de la izquierda latinoamericana llegan al
gobierno sin siquiera haber esbozado las líneas gruesas de sus proyectos
estratégicos o, aún peor, en algunos casos sacrifican sus proyectos estratégicos
para llegar al gobierno?
Ello es
resultado de cuatro factores que ejercen una influencia determinante en las
condiciones y características de las luchas populares en el subcontinente:
1.- El salto de la concentración nacional a la concentración transnacional
de la propiedad, la producción y el poder político (la llamada globalización),
ocurrido en la década de 1970, tras un proceso de acumulación de premisas
finales que se desarrolla durante la segunda posguerra mundial, que cambia la
ubicación de América Latina en la división internacional del trabajo y modifica
la estructura socioclasista.
2.- La avalancha universal del neoliberalismo, de la década de 1980,
desarticula las alianzas sociales y políticas construidas durante el período
nacional desarrollista y establece las bases de la reestructuración de la
sociedad y la refuncionalización del Estado sustentadas en función de la
concentración y transnacionalización de la riqueza.
3.- El derrumbe de la URSS y el bloque europeo oriental de posguerra, entre
1989 y 1991, que le imprime un impulso extraordinario a la reestructuración
neoliberal, provoca el fin de la bipolaridad estratégica, que actuó como muro
de contención de la injerencia y la intervención imperialista en el Sur durante
la posguerra y tiene un efecto negativo, a corto plazo, para la credibilidad de
todo proyecto social ajeno al neoliberalismo, no solo anticapitalista, sino
incluso apenas discordante con él, efecto que llega a ser devastador para las
ideas de la revolución y el socialismo.
4.- La neoliberalización de la socialdemocracia europea, en sus dos grandes
vertientes, la Tercera Vía británica y la Comisión Progreso Global de la
Internacional Socialista, en la década de 1990, que recicla la doctrina
neoliberal cuando su inducida credibilidad se desploma, la encubre con una
presentación humanista, «light» y «progre».
Téngase en
cuenta que los primeros triunfos de fuerzas de izquierda y progresistas en
elecciones presidenciales latinoamericanas, el de Chávez en Venezuela (1998) y
el de Lula en Brasil (2002), se producen cuando el efecto acumulado de estos
factores está en su apogeo, en particular, es el momento de mayor impacto en
América Latina de las ideas de la Tercera Vía y la Comisión Progreso Global.
Esos factores combinados ejercen una influencia determinante en los gobiernos
de Brasil, Uruguay, Argentina y otros, y una influencia menos evidente, pero
también efectiva, en los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Tras el
derrumbe de la URSS, el desaparecido dirigente revolucionario salvadoreño
Schafik Hándal empezó a repetir una idea que parece simplona, pero es más
profunda que un sinnúmero de doctas reflexiones: «Habrá socialismo –decía
Schafik– si la gente quiere que haya socialismo». Las preguntas que se derivan
de esta idea son: ¿Quiere que haya socialismo la gente de Venezuela, Bolivia,
Ecuador, los países cuyos procesos políticos se corresponden con la definición
de revolución entendida como acumulación de rupturas sucesivas con el orden
vigente? ¿Quiere que haya socialismo la gente de Brasil, Uruguay, Nicaragua u
otros países latinoamericanos gobernados por fuerzas de izquierda o
progresistas? A estas preguntas tenemos que añadir otras: ¿sabe la gente de
esos países qué es socialismo? ¿Comparten los líderes de esos países nuestro
concepto de socialismo que, al margen de las diferentes condiciones,
características, medios, métodos y vías, implica la abolición de la producción
capitalista y del sistema de relaciones sociales que se erige a partir de ellas
y en función de ellas? ¿Hay en esos procesos fuerzas políticas capaces de
concientizar a la gente para que quiera que haya socialismo? ¿Lo están
haciendo? Todas estas preguntas son cruciales, pero las definitorias son las
dos últimas.
Planteada en
términos teóricos, la idea, en apariencia simplona, de Schafik implica que para
avanzar en dirección al socialismo los procesos de reforma o transformación
social de signo popular que hoy se desarrollan en América Latina necesitan:
teoría revolucionaria; organización revolucionaria; bloque social
revolucionario, basado en la unidad dentro de la diversidad; y solución del
problema del poder, este último entendido como la concentración de la fuerza
imprescindible para producir un cambio efectivo de sistema social. Podemos
hablar de protoformas de esos cuatro elementos en Venezuela, Bolivia y Ecuador,
y quizás en algunos otros gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas,
pero en ninguno se puede hablar de formas acabadas.
Nada de esto
es nuevo. De todo ello habla desde hace años y, quizás, hasta de manera
sobredimensionada, porque a esos elementos se atribuye el papel determinante en
la formación de la identidad del futuro socialismo latinoamericano. Sin dudas,
su papel será crucial, pero lo determinante es cómo, cuándo, dónde y en qué
condiciones tendrá lugar el acceso al poder político, sea mediante su conquista
o construcción. Sin estas respuestas, no puede hablarse de Socialismo del Siglo
xxi, Socialismo en el Siglo xxi, Vivir Bien, Buen Vivir, o cualquier
noción similar, más que como una utopía realizable de contornos aún muy
difusos.
- Roberto
Regalado es Doctor
en Ciencias Filosóficas, profesor-investigador del Centro de Estudios
Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y
coordinador de varias colecciones de la editorial Ocean Sur. En este artículo
se esbozan algunas ideas contenidas en su libro La izquierda latinoamericana
en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, México D.F. 2012 (259
pp.).
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