martes, 17 de julio de 2012

BERTRAND BADIE: “Fracasó la globalización de derecha; la izquierda tendrá que inventar otra”.

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Podemos encontrar el mismo debate dentro de Estados Unidos. Los neoconservadores tienen una visión muy específica de la globalización que está hecha de liberalismo y también de mesianismo: hay un mundo global y la globalización se alcanzará cuando cada uno de los países del mundo se conviertan al liberalismo y al credo norteamericano. Esa es la visión de Bush que llevó al fracaso y era la visión de Reagan a comienzos de los ´80. Ahora, con Obama, empieza a haber una revisión de lo que significa la globalización. Incluso está en cuestión la idea de un liderazgo estadounidense. Creo que es el verdadero núcleo del problema para EE. UU.: ¿la globalización implica una nueva hegemonía estadounidense o está derivando en un colapso de la idea misma de hegemonía norteamericana? Y hay un debate muy fuerte, por ejemplo, entre mis colegas estadounidenses para definir si la globalización está recreando o no la hegemonía estadounidense. Creo que Obama no ha podido encontrar una vía entre estas dos hipótesis y está vacilando.
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BERTRAND BADIE: “Fracasó la globalización de derecha; la izquierda tendrá que inventar otra”.
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Por Gustavo Sierra.
Suplemento Clarín. Domingo 15 de julio del 2012.
Este prestigioso cientista político francés cree que Europa funciona como el campo de experimentación de lo que será el reparto de poder económico en las próximas décadas.
La confrontación conocida era, hasta ahora, entre los que propician la globalización y los globalifóbicos. Para Bertrand Badie, cientista político y hombre de consulta permanente en temas de Relaciones Internacionales en Francia y varios otros países, se trata, más bien, de una puja entre una globalización de derecha y otra de izquierda. Algo así como una lucha por determinar quién va a liderar esta integración planetaria. Y Europa aparece en este momento como un campo de batalla tradicional para dirimir la contradicción. La crisis del euro nos muestra, a su juicio, dos frentes opuestos de países ricos (Alemania, Austria, Finlandia, Holanda) y países algo más pobres (Grecia, España, Portugal, Italia, Irlanda) con una Francia que intenta imponer un rasgo diferente al rigor de los ajustes.

¿Qué tipo de enfrentamiento estamos viendo en Europa? ¿Es una nueva forma de Guerra Fría?
Ciertamente, no. Creo que una Guerra Fría es algo totalmente distinto que corresponde a una época de bilateralidad que ya se acabó por completo. Lo que verdaderamente está en juego es la primera crisis de la integración que tiene lugar en Europa. La integración regional fue considerada como un instrumento para resolver crisis, pero funcionó mientras no tuvimos crisis. Y ahora que estamos enfrentando la primera crisis global, y especialmente en Europa, vemos que hay una carrera de vuelta al nacionalismo. Lo que está en juego ahora es el retorno del nacionalismo. Y el intento que hace cada país europeo de manejar la crisis desde su propio interés, con sus instrumentos y sus políticas. Eso es lo que está cuestionando la integración.

La reaparición del nacionalismo es muy peligroso en un continente que vivió terribles guerras a causa del nacionalismo.
Es un nacionalismo que se destaca en tres niveles. En primer lugar, la Unión Europea (UE) no consiguió reunir el apoyo de la gente, de los ciudadanos de Europa, de los actores sociales. Es decir, no hay una auténtica ciudadanía europea, no hay una verdadera identificación de los europeos con Europa. ¿Por qué? Porque fue algo que apareció siempre reservado a los técnicos, a los funcionarios públicos y a la clase política y nunca se admitió a la gente en la arena. La idea del tratado constitucional primario de la UE fue crear una comunidad política con la cual se suponía que los individuos de Europa debían estar comprometidos. Un buen ejemplo de todo esto son los referendos que se hicieron para ratificar los acuerdos. Fracasaron en Irlanda, Holanda y Francia. Y en vez de tener en cuenta este rechazo, la clase política trató de ser astuta definiendo una nueva forma de adoptar ese tratado sin pasar por el apoyo de la gente. Esa es quizá la primera causa de este nuevo nacionalismo. El segundo nivel es que hay una brecha cada vez más grande entre la sociedad y la política. La gente en Europa no confía en la política, es decir, ni en los partidos políticos, ni en las instituciones políticas ni en la clase política. La abstención está creciendo en todas partes en Europa. En España, antes de las últimas elecciones, hubo un sondeo en el que el 89% dijo que no confía en los partidos políticos. En Francia, en las elecciones parlamentarias hubo una abstención del 46%, un récord absoluto. Y esta brecha entre política y sociedad trae manifestaciones populistas como las que vimos con Los Indignados en España o Los Piratas en Alemania. En toda Europa estos partidos populistas de protesta tienen una influencia creciente. Y hay una tercera dimensión: cada vez hay mayor competencia entre los miembros de la Unión Europea por las enormes diferencias económicas que existen entre los socios. Por ejemplo, entre Alemania y Francia. La primera tiene una economía basada en la exportación y la segunda, en el mercado interno. Esto es lo que hace que cada uno quiera tocar su propia cuerda y no trabajar para la orquesta.

Precisamente, la Unión Europea surgió como idea para resolver las diferencias que los arrastraron a las guerras.
Sí, y es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que la integración ya no es considerada la principal solución para afrontar la crisis.

Algunos propician un salto adelante para superar esta situación. Hablan de una mayor integración con pérdida de la soberanía.
Es apenas una minoría. Eso se da en la clase gobernante, pero si usted toma en cuenta las clases más bajas e incluso las clases medias, Europa es la raíz de todos los males. Culpan a la integración de los problemas de desempleo, de regresión económica, etc.

Con integración o no, la globalización ya se impuso y hay mercado regional muy interdependiente de hecho.
Ni la opinión pública ni la clase gobernante está realmente entendiendo qué significa la globalización. Los crecientes movimientos nacionalistas están basados en el rechazo a la globalización. Incluso el partido socialista que subió al poder fue electo por una frase ambigua: “ démondialisation ”, es decir que la “desglobalización” es posible e incluso necesaria. El partido derechista de Sarkozy se fundó en la idea de que la globalización se traduce en neoliberalismo y privatización.

¿Qué significa realmente?
La globalización significa que todos en el mundo están en el mismo barco. Y esto implica que la migración es algo cada vez más normal, cada vez más necesaria, más y más funcional a pesar de que en este momento es denunciada como algo doloroso y que debe eliminarse. La globalización implica que Europa ya no es el centro del mundo porque ya no hay un centro del mundo. Y la clase gobernante europea no es capaz de entenderlo. Mire, cuando se inventó el sistema internacional, en el siglo XVII, Europa cubría todo ese sistema y ahora sigue teniendo en mente la misma idea. Pensamos que somos el sistema internacional en sí mismo y capaces de buscar la solución para todos los problemas en el mundo.

Un mismo barco, pero muchos capitanes y miles de mapas de ruta.
El verdadero problema es que la globalización será lo que la clase política y la opinión pública hagan de ella. Si los partidos de izquierda crean una globalización de izquierda, esa globalización competirá con la globalización de derecha. El principal error de François Hollande al ser electo presidente fue no considerar en su programa la globalización izquierdista. La globalización de derecha fue un fracaso y los partidos de izquierda tendrán que inventar una alternativa, es decir, otro tipo de globalización que sea realista, viable y más igualitaria.

¿Y cuál es el rol de Estados Unidos en esta confrontación de la globalización de izquierda y de derecha?
Podemos encontrar el mismo debate dentro de Estados Unidos. Los neoconservadores tienen una visión muy específica de la globalización que está hecha de liberalismo y también de mesianismo: hay un mundo global y la globalización se alcanzará cuando cada uno de los países del mundo se conviertan al liberalismo y al credo norteamericano. Esa es la visión de Bush que llevó al fracaso y era la visión de Reagan a comienzos de los ´80. Ahora, con Obama, empieza a haber una revisión de lo que significa la globalización. Incluso está en cuestión la idea de un liderazgo estadounidense. Creo que es el verdadero núcleo del problema para EE. UU.: ¿la globalización implica una nueva hegemonía estadounidense o está derivando en un colapso de la idea misma de hegemonía norteamericana? Y hay un debate muy fuerte, por ejemplo, entre mis colegas estadounidenses para definir si la globalización está recreando o no la hegemonía estadounidense. Creo que Obama no ha podido encontrar una vía entre estas dos hipótesis y está vacilando.

¿Y qué implica para usted la globalización?
Significa cuestionar la hegemonía que ya no es posible en un mundo global. La hegemonía es posible cuando hay un poder contra otro. Y si uno de los líderes del mundo está ganando esa confrontación como hizo EE.UU. al final de la Guerra Fría, el ganador es el hegemónico. Pero ahora estamos ante algo muy distinto: en un sistema de interdependencia. Y la interdependencia significa que aunque los más fuertes dependan cada vez más de los más débiles, es en cierto modo una venganza de los más débiles. Los más débiles ahora son capaces de bloquear el sistema. Y lo vemos incluso en Europa: el Estado más débil está bloqueando la integración. El futuro de Europa ya no depende de Alemania, de Francia o de Inglaterra, sino de Grecia. Y no depende del gobierno griego ni de la clase gobernante, sino del movimiento social griego.

¿Cómo actuará China en esta crisis? ¿Le parece que entenderá la globalización de la misma manera que Europa o Estados Unidos?
China está demandando más globalización y está tratando de pertenecer al sistema global. Cuando China decidió entrar en la Organización Mundial del Comercio fue una evidencia absoluta de que quería, ante todo, ser un actor de la globalización. Al mismo tiempo, China no se considera a sí misma como un país desarrollado, sino un país en desarrollo. Eso significa que China no pretende en este momento desempeñar el papel de nuevo país hegemónico porque considera que ese rol lo ocupará quizá dentro de 50 o 100 años, pero no ahora. De modo que la principal preocupación de China no es gobernar el mundo sino proteger su provisión de petróleo y el abastecimiento de materias primas. A China no le interesa tanto la política internacional, pero sí está interesada en el mundo global siempre y en la medida que el mundo global le dé los principales recursos que necesita. También hay que entender que desde un punto de vista histórico y cultural, China no es un país mesiánico como EE.UU. o incluso los europeos. China se interesa en sí misma y le interesa su propio desarrollo.

Pero tengamos en cuenta que en su estilo, y en sus tiempos, China aspira a liderar el mundo. ¿Cómo cree que jugará semejante potencia en los próximos años?
Sí, aspira a liderar. Pero cuando lo haga, ese poder ya no tendrá el mismo significado que en el pasado, es decir, en nuestro mundo actual. El poder ya no significará hegemonía sino habilidad para jugar la carta de interdependencia. China no tiene interés en el colapso de los países europeos o de Estados Unidos porque esas son dos de las principales regiones para exportar los bienes chinos, o sea que China necesita una buena economía europea y una buena economía estadounidense.
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