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Cuidado con nuestra – si digo nuestra
democracia – porque fui parte activa de la recuperación de la Democracia, a quí en nuestro país después de derrotar a
la dictadura fujimotesinista, la corrupción del Estado y la destrucción de la
sociedad peruana. Nuestra democracia por entera responsabilidad de las organizaciones e
instituciones de la Sociedad Civil, sus dirigentes, sus líderes y todos los
ciudadanos a de a pie, nos confiamos con solamente recuperar la democracia,
pero no hemos sido capaces de exigir a
los gobernantes de turno el trabajar políticamente con la finalidad de democratizar
las instituciones constitucionales, columna vertebral del sistema
democrático, con la finalidad de democratizar la democracia. Simplemente nos
quedamos a convivir políticamente con la democracia electoral, producto del sufragio, realidad
que ha generado que su estructura representativa sea demasiado débil,
vacilante, que sólo responda a las exigencias e intereses de los sectores
dominantes locales al servicio de los grupos
de poder fáctico de las corporaciones transnacionales.
La crisis de los partidos políticos,
sindicatos, gremios y la falta de representación, la corrupción y descomposición moral ha descalificado a
los parlamentos – instituciones hasta
entonces con fuertes y significativas responsabilidades políticas en su función
de articulación, mediación, entre el
Estado, el mercado y la sociedad civil – sumado a ello la crisis de la
ideologías y la política, además de la caída de los Paradigmas Históricos, permitió en contextos “vacíos” el ingreso aterrador y salvaje del neoliberalismo
como ideología y política de la globalización neoliberal en su fase de la
transnacionalización de los monopolios imperialistas. La crisis y los vacíos sociales y políticos fue
rápidamente copado por la función mediática, articuladora de los poderosos
medios de comunicación – los mass-media – como parte de los poderes
fácticos globales. Realidad de crisis política y descomposición representativa,
originó el surgimiento de la llamada “democracia
mediática”, el poder de los medios, los medios en varios países han puesto
la Agenda social y política de gobierno,
que rápidamente era “obedecida” por los Caudillos, elegidos Presidentes,
Alcaldes o Congresistas.
Hoy como producto de la crisis estructural
mundial y la continuidad de la crisis ideológica y política, otros
mecanismos articuladores se han posesionado en el quehacer político, así como la debilidad estructural de la
propia democracia lo ha permitido y hoy es parte integrante, componente de
la democracia liberal representativa, democracia parlamentaria, sumado a ellos
la apatía generalizada de la ciudadanía que hizo suya la “democracia delegativa”, la renuncia consciente a sus derechos como
respuesta equivocada frente a la corrupción,
la mentira y la traición de la “clase política”. Esta realidad se ha
agravado significativamente en países donde la economía criminal – lavado de dinero, narcotráfico, corrupción, evasión
tributaria, terrorismo, secuestro, prostitución de menores, migración ilegal ,
etc. - ha logrado tener un peso muy fuerte de terror e inseguridad, ha crecido
paralelo al poder que imponían los medios ante la crisis – sordera y ceguera de la
democracia liberal, corrupción, ausencia de transparencia pública, falta de
rendición de cuentas, etc. – Conclusión hay algunos países donde el Estado, hoy es inviable, no solo por el
poder alcanzado por la economía
criminal, sino, por la propia
dictadura que ejercen los medios de comunicación que al final
están construyendo, en el escenario de la crisis europea, la “bancocracia”. O la democracia de los
banqueros y en algunos países de América latina, la “ democracia de telenovela”, o
democracia de los medios de comunicación.
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MÉXICO: La revolución no será televisada. “La
democracia de telenovela”.
Un rechazo ciudadano al enlace de los grandes
medios mexicanos con la política conservadora.
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Miles de mexicanos de edades e identidades divergentes
marcharon en la capital y otras dieciséis ciudades el sábado. Hay quien repudia
a Enrique Peña Nieto, el supuesto ganador del PRI. Hay quien le importan las
denuncias de fraude.
Gerardo Albarrán de Alba
Desde México DF. Página /12
Lunes 9 de julio del 2012.
El duelo de millones por la oportunidad perdida en la
elección presidencial se torna en aquelarre democrático en el que se cruzan las
viejas consignas de hace medio siglo con la performance. Edades e identidades
divergentes que coinciden en ofrecer resistencia contra la imposición de un
resultado electoral avalado por instituciones en las que cada día se cree
menos. “¡IFE, cobarde, corrige el pinche fraude!” Todo junto es protesta global
que congrega resentimiento y desilusión, pero también demanda de respeto
cívico, exigencia de un país mejor.
Es una marcha sin convocatoria oficial, sin discursos que
la justifiquen, sin boletines para la prensa. Cada quien expresa a su manera la
indignación por un fraude que no está en las urnas, sino en las conciencias.
Hay quien viene para repudiar a Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI a la
presidencia. Hay quien viene a apoyar a Andrés Manuel López Obrador, el
candidato de las izquierdas. Hay los más que, en realidad, les importan un
carajo ambos políticos, y sólo quieren expresar su rabia porque les están
jodiendo el presente y confiscando el futuro. Son objetivos similares que se
distinguen en la sutileza de la consigna: “¡Es un honor luchar por Obrador!” no
es lo mismo que “¡Es un honor joder al copetón!”. Es el rechazo a la
enajenación televisiva y la denuncia de su maridaje con la política más
conservadora.
Es sábado, y son miles y miles los que marchan en la
capital del país y en al menos 16 ciudades (30 mil en Guadalajara, 13 mil en
Monterrey). Se protesta también en Toronto, Vancouver, Berlín, Munich, Madrid.
En las calles de la Ciudad de México se protesta en inglés, francés, italiano,
portugués, alemán, ruso, chino, árabe y spanglish: “Can yu rid dis? Güi dont guan iu tu bi ouer president. Go aut!”.
Este movimiento no es de izquierda ni de derecha: es de
sentido común. “La marcha es de los que asisten”, explica Anonymous. Y crece
como la manta que avisa: “Váyanse acostumbrando, que esto apenas está
empezando”.
El statu quo parece no inmutarse. Televisa ya hizo su
trabajo y vuelve a su programación normal, la farandulización de la política,
la trivialización como nota del día (“Peña, eres una bestia más del canal de
las estrellas”). Por eso cubre la boda de un conocido comediante con una actriz
en una iglesia a unas calles del Zócalo, en lugar de la movilización más grande
hasta ahora tras la jornada electoral. Algunos contingentes no lo pueden
resistir y llegan a la fiesta sin invitación (“La prole quiere mole”). Cámaras
y reporteros de la farándula los ignoran. Imposible filtrar el audio por el que
se cuela el grito de “¡Fraude, fraude, fraude!”. Como sea, la revolución no
será televisada. Afuera, el repudio al fraude electoral, si no en las urnas, sí
en el imaginario colectivo, en la memoria histórica. Por eso se rechaza la
imposición de Peña Nieto, la complicidad de Televisa, la mediocridad del
Instituto Federal Electoral.
Son demasiadas voces en un mismo grito. ¿Cuántas personas
pueden marchar durante casi cinco horas desde el Angel de la Independencia
hasta el Zócalo, esos cuatro kilómetros esparcidos por varias bocacalles?
¿Decenas o cientos de miles? No hay forma de calcularlo. Las columnas de
manifestantes son una serpiente emplumada que repta por sobre las baldosas del
centro histórico y luego regresa hasta morderse la cola. Circularidad de la
protesta. El México profundo ha salido a conjurar la idea de un país común. Es
el exorcismo de la historia, del recuerdo de un pasado que no puede ser peor de
lo que avizora el corto plazo. Es el recuerdo de lo que viene.
No son #132 los que protestan. Son todos los demás. Es la
doña que desatendió el puesto en el tianguis para venir a manifestarse. Es la
ama de casa que se encuentra a sí misma en una pancarta. Son los meseros que
retan al patrón del restaurante que cerró sus puertas por temor a la chusma,
asomándose a los balcones para ondear banderas y levantar el júbilo de la
muchedumbre. Es el burócrata que se incorporó a la marcha en cuanto pudo salir
del trabajo. Es la mujer que arrastra sus 90 años en silla de ruedas y se
resiste a morir sin conocer la democracia. Son las familias que vinieron a
construir un país mejor. Son los niños que todavía no saben el alcance de sus propios
pasos. Son los ancianos que ya saben dónde van a terminar. Son un nudo en la
garganta.
¿Cuántas derrotas marchan hoy? Son los movimientos
sociales de la segunda mitad del siglo XX: médicos, ferrocarrileros, maestros,
estudiantes, guerrilla campesina y urbana. Son los desaparecidos de todo este
tiempo. Son los mismos tránsfugas sociales que engendraron a estos imberbes que
hoy marchan para restregarles que el mundo ya les pertenece a ellos. (Por ahí
se ve a uno que otro yuppy extraviado de los ’80, mientras desde las aceras
miran con recelo algunos beneficiarios del individualismo salvaje de los ’90,
esos que se creyeron demócratas por votar a Vicente Fox en el año 2000 y que
ahora traen de regreso al dinosaurio del que oyeron quejarse a sus padres.)
Hay lágrimas por tantas batallas perdidas, por las ideas
clausuradas a fuerza de imposiciones, por las vías pacíficas negadas una y otra
vez desde casi siempre. También se llora de emoción al ver a niños y niñas de
entre 5 y 10 años dirigiendo a las masas que repiten sus protestas: “¡Queremos
escuelas, no telenovelas!”. Se desgarra la memoria al ver los puños
encanecidos, las historias que todavía marchan, así sea en muletas. Duele tanto
este país.
Pero sólo lloramos los más grandes, que algo de eso
vivimos, porque lo que abunda es la memoria histórica transformada en
esperanza. Esta marcha la hacen los adolescentes y los veinteañeros que han
decidido pasar lista de presente, alistarse en las filas de la indignación,
romper con el marasmo de las pasiones anquilosadas de sus mayores, reivindicar
para sí el presente como única vía para construir su propio futuro. Ellos
nacieron en plena decadencia del PRI, no vivieron sus esplendores soportados en
el autoritarismo, en la guerra sucia, en el asesinato de quien se resistió con
tanta entereza, que se convirtió en una amenaza para el poder. Es puro instinto
lo que los mueve. El que no brinque es porque ya está muerto. Por eso gritan y
saltan y sonríen y se besan: el amor como máxima expresión de resistencia.
“EPN, los medios son tuyos, pero las calles son nuestras.”
Esa es la mayor diferencia de este movimiento con
cualquier otro visto en México desde 1968. Esta manifestación va mucho más allá
de López Obrador. Es el rechazo a una imposición mediática, a la apropiación
ciudadana de Televisa, creadora de patrones culturales que son la impronta
social mexicana: “Que no te eduque La Rosa de Guadalupe”. (TV Azteca vendrá
mucho después a beneficiarse del modelo, al que sólo le ha aportado
vulgaridad.) Es la incredulidad en instituciones que debían ser garantes de la
justicia social, de la moral política. Es el desencanto de una democracia
prostituida a la que, pese a todo, aún se le brinda una oportunidad.
La plaza se llena sin convocatoria identificable, sin
dirigencia evidente. La juventud es una Hidra, y cada cabeza es su propio
líder. Los que marchan no vinieron a escuchar a nadie: están aquí porque
quieren ser escuchados.
No hay templete ni organización que espere para pronunciar
discursos. La marcha entra al inmenso espacio abierto del Zócalo para
encontrarse que está sola en medio de la multitud. La gente entiende que cada
uno es su propia manifestación y se agrupa en torno de las consignas que se
comparten con el resto. La manifestación deviene en happening democrático, una
performance política. No es una sola marcha ni es un solo mitin. Es cada
familia que corea su indignación y su esperanza, sus conjuros contra el sexenio
de miseria moral que se nos avecina. Es cada una del más de medio centenar de
universidades del #YoSoy132 fusionada en contingente. Es cada grupo de amigos
que quedó para sumarse a la resistencia colectiva. Es cada rabia individual que se acumula en
voluntad de cambio. El cambio que tantos y durante tanto tiempo nos han negado.
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