&&&&&
Tengo un hijo de tres años. ¿Cómo cree que
debería educarlo?. Pregunta uno de los entrevistadores. Hágalo
carpintero. Un carpintero filosófico. En realidad este tema tiene dos
lados. Por un lado está el tema: ¿Qué
hace una persona joven en este momento? Y el segundo es: ¿Por qué debería ser
un problema para la gente joven hoy? El sistema, de una manera bien neoliberal, ha hecho que la escasez del
buen trabajo sea un problema individual. Para contestar la pregunta les cuento
algo que ha estado pasando con mis alumnos. Y son tres cosas. Lo más drástico, porque tenemos en Gran Bretaña una situación terrible
para la gente joven recibida de la
universidad. La solución más drástica es la emigración. Eso es algo muy
especial para ellos porque Asia del
sudeste y el Oriente Medio están contratando
a graduados jóvenes que tienen competencia en inglés. Pero la emigración es un cambio de vida drástico. Tengo otros alumnos que están empezando
a ver cómo hacer para tener una vida de día y otra de noche. Están en trabajos temporarios durante el
día, trabajo para sobrevivir, y después, de noche, hacen las cosas que
realmente quieren hacer. Esto ha
significado reducir, muy conscientemente, tanto sus niveles de vida como lo
que ellos entienden como una carrera. Lo
mismo está pasando en Japón, donde este tipo de vida doble está instalándose.
La tercera cosa que he aconsejado a mis alumnos acá hacer es perder sus miedos al fracaso. De armar
empresas por más que fracasen. Actividades que no tienen un valor económico. Si fracasan,
¿qué más da? Es mejor hacer eso que nada.
/////
DISTINCION.
Sennett recibirá el Doctorado Honoris Causa de la UNSAM, el miércoles 1 de
agosto. (foto gentileza Unsam)
RICHARD SENNETT: “Hay que
perder el miedo al fracaso”.
*****
Un accidente le impidió
dedicarse a su verdadera pasión, el chelo. Desde entonces, renovó la sociología
e investigó de manera creativa, compleja y crítica la relación entre
capitalismo y personalidad. Días antes de su primera visita al país, habla de
la trilogía que escribe, de psicoanálisis, de filosofía Y cuenta cómo fue
cocinar para Borges.
POR Horacio Bilbao Y Andres
Hax.
Revista Cultura. Ñ Ideas.
Clarín.com
Viernes 27 de julio del 2012.
Richard Sennett se convirtió en sociólogo por una desgracia personal.
Desde los cinco años su don, su placer y su vocación era la música. Era
chelista. Las duras condiciones de su infancia (fue criado por madre sola en un
barrio muy pobre de Chicago) fueron opacadas por el disfrute que le producía su
crecimiento como músico. De adolescente se llegó a independizar con el dinero
que ganaba como integrante de una orquesta dedicada a tocar cantatas de Bach. A
los dieciocho años Sennett entró en el prestigioso conservatorio Juilliard, de
la ciudad de Nueva York. Pensaba ser director de orquesta pero un problema con
sus tendones –y una cirugía fallida– anuló ese sueño de repente.
Si
hacemos hincapié en una carrera truncada de este gran sociólogo es porque la
práctica de la música –tanto del individuo con su instrumento, como el del
instrumentista como parte de un grupo de individuos– sirvió como una matriz
secreta desde la cual construyó su carrera de intelectual y escritor. Mientras
ha sido un observador crítico de las mutaciones del capitalismo, un teórico del
trabajo, un analista del diseño urbano y sus efectos sociales, un estudiante de
las manifestaciones de la autoridad en la sociedad y el funcionamiento de las
clases sociales, debajo de todo esto, como el hipnótico zumbido de una fuga,
está su experiencia primordial de chelista.
La
semana que viene, Sennett llegará a Buenos Aires para recibir el doctorado Honoris
Causa de la Universidad de San Martín. Auspiciado por el Programa Lectura Mundi
de la UNSAM dará dos charlas públicas que también serán transmitidas en vivo y
pueden seguirse en el sitio www.unsam.edu.ar. Vendrá con su esposa, la
socióloga Saskia Sassen, con quien mantendrá un diálogo abierto, el 2 de
agosto, organizado por el Malba y Katz Editores. Anticipando esa visita,
conversamos con el autor de Carne y piedra por video-llamada.
Desde Londres, Sennett, que ejerce desde hace doce años como docente de la
London School of Economics –en la actualidad lo hace como profesor emérito de
Sociología–, sonreía, escuchaba las preguntas atentamente, y preguntaba mucho
por la realidad argentina.
Su padre era anarquista y su madre, comunista. ¿Cómo
impactó esto en su relación con las ideologías?
Es
complicado. Para mí, que he sido siempre una clase de socialista demócrata,
esto nunca fue un tema. Pero dada la experiencia de mi madre en el partido
comunista, también he sido muy anticomunista. Es una posición común de la
izquierda. No creo que haya nada muy original en mi posición. Lo único que
difiere de la situación de los europeos y los latinoamericanos que se paran en
el mismo lugar, es que la experiencia del macartismo en los Estados Unidos en
los años 50 hizo que el anticomunismo fuera una posición muy corrupta. Si lo
puedo expresar de esa manera. Ser anticomunista también podía ser parte de este
movimiento que perseguía tanto comunistas como no-comunistas. O sea, cualquiera
de la izquierda. Entonces, por ejemplo, cuando yo estaba en la escuela, el FBI
tenía agentes posicionados en el lugar de recreo para observar con quién
jugaba. Y después iban con los padres de esos chicos para intentar averiguar
cosas sobre mi madre. Esto hizo que las cosas fueran muy complicadas para ella.
Pero por mi lado, me identificaba con algo llamado el Port Huron Statement (La
declaración del puerto Hurón) que fue una especie de manifiesto democrático
socialista que se emitió en 1962 en los Estados Unidos. Fue el comienzo de la
nueva izquierda. Me he mantenido en esa posición. ¿Eso responde a su pregunta?
Sí, pero entonces las artes, la música y la literatura,
que tienen una influencia central en su método sociológico, ¿reemplazan el
lugar de la ideología política?
No,
para nada. ¿Por qué tendrían que hacerlo?
Porque a veces parece que sus libros no están atravesados
por una ideología.
¿Sí?
Sí, y puede parecer que ese lugar, el de la política en
el método sociológico, es ocupado por experiencias y posiciones que provienen
del mundo de las artes, la música...
Bueno,
yo diría que lo que me ha interesado en todo lo que he escrito es el énfasis en
la relación entre la cultura y la sociedad. Y la mayoría de lo que se escribe
en este dominio ve a lo social como una especie de fundación para lo cultural.
Ven a la cultura como una especie de representación de lo social. Para mí esto
es un error. Creo que la cultura trabaja sobre condiciones sociales. Funciona
al mirar los poderes expresivos que tienen las personas, su autoconocimiento,
el conocimiento que tiene cada uno de los otros. Ese es el tema que realmente
he estado intentando explorar: es la interacción entre lo cultural y lo social,
en vez de mirar representaciones de lo económico y lo social en el dominio
cultural.
Hablando
personalmente –ya que mi propia formación es como músico; había estado en la
universidad apenas un rato cuando me convertí en sociólogo– lo que sé sobre
cosas como la cooperación, la personalidad, la esfera pública, la poiesis
–creación de las cosas– la experiencia directa que tengo de estas cosas es como
artista. Pero lo que he intentado hacer es ver dónde las dos áreas se cruzan.
Dónde los poderes expresivos de las personas se cruzan con condiciones sociales
que van más allá de ellas, y de condiciones económicas que van más allá de su
propio hacer.
Si fuera músico y no sociólogo, ¿sería más feliz?
¡Sí!
(pausa, y carcajadas).
Hablando de carreras alternativas suyas, en los ochenta
escribió tres novelas. ¿Por qué?
Es una
pregunta complicada. Sentí, después de haber escrito el libro El
declive del hombre público , que ya no tenía nada más para
decir. Y que estaba comenzando a escribir pobremente. No escribí ficción porque
me quería convertir en un novelista, en un sentido profesional, sino porque
quería rejuvenecer mi escritura. Fue muy doloroso para mí, no soy un novelista
natural. Una de las novelas, Palais-Royal , es una buena novela.
Las otras dos no lo son. Son malas. Fue una transición. Fue como volver al
taller para recuperar un poder de escritura. Y además, estaba tan deprimido por
las condiciones de la sociología académica en los 70, me sentía tan estéril y
poco imaginativo que pensé: “tengo que parar de hacer esto”. Pero se debió,
principalmente, al hecho de que... Miren, yo he vivido mucho tiempo y pasa en la
vida de cualquier intelectual que sientes que has llegado al fin de la línea
con algo. Sientes que ya has dado todo. Así me sentía después de escribir El
declive del hombre público . Ahora lo puedo leer y creo que es un buen libro,
pero en su momento me había fulminado.
Y cómo se siente ahora, en ese sentido. ¿Se siente vital
con su escritura?
Ahora
estoy haciendo una trilogía de libros sobre el homo faber , integrada
por El artesano y Together (aún no traducido al castellano). Estoy
profundamente metido en el tercero, El narrador , en este momento. Pero
realmente siento que seguiré escribiendo, siempre mientras mi mente siga
activa.
Ha dicho que quiere escribir sociología, pero como
literatura...
El tipo
de escritura que hago es, en términos anglosajones, la recuperación de una
vieja forma, que es el ensayo. Para ustedes, en el mundo hispanohablante, esto
nunca se murió. Es algo que hacen los poetas, los novelistas –o, por ejemplo,
mi gran amigo Italo Calvino, él siempre escribía ensayos. En el mundo anglosajón
el formato del ensayo realmente se ubicaba dentro de la literatura previa a la
Primera Guerra Mundial. Y después se convirtió, por un lado, en periodismo, que
no era muy complejo; y por el otro lado, en lo académico. Entonces para mí esto
es un proyecto para hacer que la crítica social sea una forma de literatura.
Sabemos que conoció a Borges. ¿Nos puede contar algo
sobre ese encuentro?
En los
años 70 yo era el director del Instituto de Nueva York para las Humanidades.
Ese era mi trabajo universitario. Tenía un enfoque muy internacional en un
momento en el cual la cultura de Nueva York se miraba demasiado a sí misma.
Invitábamos a todos los escritores de afuera que podíamos. Y, por supuesto, lo
invitamos a él. Vino con su esposa, María Kodama. ¿Ella vive aún?
¡Sí! ¡Está muy viva! Defiende el legado de Borges
tenazmente.
Me
imagino. Es lo que llamaríamos un tigre. Sí, es un tigre. Bueno, él vino a
Nueva York. Tengo que confesar que, antes de conocerlo, yo no respondía
particularmente bien a la escritura que hacía porque había sido puesto en la
categoría del posmodernismo, en la que yo no confiaba demasiado. Pero cuando lo
oí hablar me resultó muy conmovedor. Tampoco me resultaba mucho su postura
política, que me parecía difícil de leer. Pero, repito, cuando lo oí hablar me
conmovió mucho.
Les
cuento una anécdota graciosa sobre esto: él vino a cenar a mi casa. Yo tengo
una gran pasión por cocinar, y, por supuesto, me preguntaba: “¿Qué se le sirve
de cenar a un hombre ciego?” Terminaron viniendo como treinta personas esa
noche. Es mucho trabajo cocinar para tanta gente y yo hago todo. Mi esposa es
incapaz de cocinar nada… ¿Usted puede cocinar para 30 personas?
Fácilmente.
Me encanta hacerlo. Entonces, vino Borges. Y fue asombroso. Debe de haber sido
por la ceguera, ya que reconocía por el olfato todas las comidas antes de
probarlas. Fue la noche más satisfactoria que he tenido jamás sirviéndole a
alguien de comer. La comida era servida en porciones muy pequeñas, y él estaba
muy agradecido por eso. Le preparé comida del sur estadounidense, que es una
cocina muy fragante… Fue una noche maravillosa.
He
cocinado mucho porque cuando perdí el uso de mi brazo la única actividad física
que podía hacer era agarrar una olla y un cuchillo. No mucho más que eso...
Cocinar se convirtió en algo físico que pude hacer todos los días. Así que
aprendí a cocinar. Cuando después me casé con Saskia (Sassen) ahí sí tuve que
cocinar.
Ya que estamos hablando de temas “argentinos”, ¿queríamos
conocer su opinión sobre el psicoanálisis?
¡La
gran obsesión de todos los argentinos!
¿Cuáles son los autores y que es lo que más le interesa
del psicoanálisis?
Tengo
interés en Freud como teórico y especialmente como teórico cultural. Yo lo leo
como leo a Thomas Mann. De la ciencia sobre la que escribe no sé nada. Pero
tengo dudas sobre todo tipo de terapia. La mejor terapia es el placer.
Realmente no sé nada sobre esto en términos de una ciencia aplicada. Diría que
lo interesante para mí, acá en Gran Bretaña –donde paso la mayor parte de mi
tiempo– es que así es como ellos lo leen. No como un padre, sino como un
escritor. Un escritor que pertenece a un momento muy particular.
Tal vez
sepan que estudié con Hannah Arendt. Ella odiaba el psicoanálisis. Tenía un
odio visceral por la medicalización de la subjetividad. Yo no tengo ese mismo
odio visceral. Creo que ella también sintió que Freud tendría que haber hecho
más para combatir a los nazis. En mi crianza lo que me enseñaban era que esto era
una práctica muy, muy mala (el psicoanálisis). Pero yo no he encontrado que sea
así. Encuentro que Lacan es muy decepcionante como escritor. Para mí es menos
interesante que Freud. Porque Freud muestra más de sus contradicciones y sus
heridas. ¡Pero si imprimen eso todos los lacanianos me van a perseguir!
Y usted fue amigo de Foucault. ¿El tuvo influencia sobre
usted?
Claro,
claro, por supuesto.
¿En qué medida?
No soy
foucaultiano, pero… Yo creo que él fue, más que nada, un escritor. Ensayos como
Locura y civilización o Vigilar y castigar , son ejemplos poderosos de
escritura. Pienso que su método histórico fue algo extremadamente productivo.
Encontró maneras de conjugar teoría con experiencia histórica de un modo
absolutamente fantástico. En particular, en los últimos tres libros que
escribió, hacia el final de su vida. Esos libros son asombrosos. Como ejemplos
sobre cómo escribir historia filosófica son extraordinarios.
Lo que
nunca compartí fue la relación que él tenía con el poder fundamental, la capilaridad
del poder. A veces me parecía paranoico. Pero fue una amistad donde había
suficiente espacio como para que el hecho de que tuviéramos temperamentos muy
distintos nunca impidió que fuéramos amigos. Entonces, por supuesto, fue una
presencia muy importante en mi vida.
¿En qué etapa del capitalismo considera que estamos
actualmente?
Bueno,
usted sabrá donde estamos. En Europa estamos en el colapso del capitalismo
neoliberal. No sé cómo es en Argentina, pero creo que lo que pasa en Europa y
los Estados Unidos es que se ve un colapso del orden neoliberal junto con una
falta de voluntad para hacer algo diferente. En la izquierda cuando la gente
piensa sobre qué hacer, piensa en restaurar el statu quo . Eso es sobre
lo cual Clinton y Obama se la pasan pensando. Cómo restaurar el orden viejo
para que funcione mejor y para que sea más humano y todo eso. En vez de
repensar las cosas básicas, por ejemplo, la relación entre las finanzas y el
empleo. Lo cual sería una proposición mucho más radical.
¿Cómo imagina lo que viene, el futuro?
No sé
por cuánto más tiempo durará esto, este período de decadencia; pero lo que me
preocupa particularmente es que la izquierda no está siendo lo suficientemente
radical en su crítica sobre lo que está mal. O la alternativa es que ves
personas sacando críticas marxistas agotadas que Marx mismo hubiera odiado. ¿Se
entiende lo que digo? Criticas bien mecánicas. Hay parálisis en los dos lados.
El sistema está paralizado y sus críticos están paralizados.
El mundo está en crisis permanente. Europa, los Estados
Unidos, girando otra vez hacia la derecha...
Sí, por
supuesto. Eso es una de las cosas que la gente hace cuando tiene una situación
estática. La gente se imagina que tiene que volver a lo que conoce. Algo en lo
cual pueda confiar. ¿Saben que el capitalismo no es un proceso lineal? Es un
proceso cíclico. Entonces la pregunta que yo tengo sobre todo esto es: ¿Qué
pasará en un país como Brasil cuando ese ciclo inevitable comience su declive?
Ya está comenzando en China e India. La idea de que el neoliberalismo, las
economías del mercado, son formas de vida sostenibles es una fantasía. Es
simplemente una fantasía. Cuando la gente se encuentra en el lado de ascenso de
la curva se imagina que nunca terminará. Recuerdo a economistas americanos
contándome que habíamos abolido el ciclo de negocios. Y la gente creía eso: que
se podía tener crecimiento sin fin. Que no había un lado de declive. Entonces
se quedaron mal preparados.
Estoy
interesado en ver lo que pasa en el país de ustedes. Lo que yo sé de la
Argentina viene de mi esposa que se crió allí. Lo que la ha atormentado toda su
vida es la dictadura militar y sus consecuencias. Y la mayoría de los
argentinos que conozco son cincuentones o sesentones, para quienes esa fue la
experiencia vivida de su país. Lo que conozco de ustedes son las vivencias del
exilio y toda su problemática. Debe seguir siendo un tema muy vivo para
ustedes, ¿no es cierto?
Sí, es un tema que está muy presente en la agenda
política y pública.
Eso es
bueno. Eso es muy bueno. Es un tema muy ambiguo, cómo resolver eso. En Africa
del Sur, por supuesto, tuvieron que intentar otro camino, con la Comisión de la
Verdad y Reconciliación, en vez de meter a personas en juicios políticos. No
puedes conseguir resolución, o un cierre emocional. O sea, la generación se
tiene que morir para que haya resolución. Ninguna madre de alguien que ha sido
torturado y después tirado al mar va tener un cierre emocional.
No sé
si saben esto. Ahora estamos teniendo un momento muy interesante en Alemania.
Porque, yo diría, que durante los veinte años subsiguientes al fin de la
Segunda Guerra Mundial, los alemanes se enfrentaban al pasado con silencio.
Después hubo una especie de rebelión generacional con la aparición del mayo
francés. Hubo una especie de discurso sobre el nazismo que era algo así como
echarles la culpa a los padres. Eso ahora se ha desvanecido. Lo que me llama la
atención sobre los hijos adolescentes de mis amigos hoy es que están intentando
recuperar el sentido de esto que en alemán se llama el Sonderweg .
¿Saben lo que es eso? El Sonderweg se refiere a las razones
excepcionales que hizo asesinos a los alemanes. Pero ha llevado tres
generaciones reconocer lo que pasó cultural y generacionalmente. Tal vez en
tres generaciones eso les pasará a ustedes también. No sé. Pero es muy
interesante. Y por supuesto, mientras más lejos, estas cosas se vuelven menos
personales. Se convierten en relatos nomás, y no en temas personales. Tal vez
llegarán a eso. Estoy muy interesado en hablar con ustedes sobre estos temas.
¿El pragmatismo es una forma de luchar contra el
capitalismo?
En su
origen, en los Estados Unidos, lo fue. Y eso estaba asociado con John Dewey, el
filósofo que juntó anticapitalismo y prácticas socialistas; prácticas locales
democráticas sociales para armar una filosofía que estaba preocupada por el
proceso, por el hacer en lugar de por el ser; con sistemas abiertos de los
cuales no sabes qué va salir; y sobre todo, por la igualdad de las personas que
están comprometidas en entenderse entre ellas. Para Dewey, quien también fue
amenazado por McCarthy, los dos –anticapitalismo y prácticas socialistas–
estaban absolutamente unidos.
¿Cuál ha sido su rol dentro del pragmatismo?
El
pragmatismo comenzó como un movimiento lingüístico con Charles Sanders Peirce,
el filósofo, y William James como psicólogo. Dewey lo tomó y le dio un carácter
mucho más social. Y después, básicamente, se muere como escuela filosófica.
Hasta que en los 90, en los Estados Unidos es revivido por Richard Rorty como una
especie de cuestionamiento sobre la idea de las verdades científicas. Y es
revivido aquí en Europa por Hans Joas, por mí mismo y por gente en Dinamarca.
Es una especie de retorno a las preocupaciones sociales de Dewey; hacia el
aprendizaje recíproco entre las personas, a la cooperación. Ahora tenemos un
grupo aquí de personas que son ingenieros, por ejemplo, que se están
convirtiendo en pragmatistas, porque les interesan los sistemas abiertos. Ya no
es solamente un fenómeno estadounidense.
Y lo
que Hans Joas y yo hemos intentado hacer es realmente reorientar el pragmatismo
hacia lo que requieren las condiciones sociales y culturales para el trabajo
creativo de todos los días. Eso es en lo que se enfoca el pragmatismo. No se
trata de ser práctico; es sobre la práctica.
¿Cuáles son sus sugerencias prácticas para la educación
de un joven en este mundo?
Me
preguntan eso todo el tiempo.
Es una pregunta interesada. Tengo un hijo de tres años.
¿Cómo cree que debería educarlo?
Hágalo
carpintero. Un carpintero filosófico. En realidad este tema tiene dos lados.
Por un lado está el tema: ¿Qué hace una persona joven en este momento? Y el
segundo es: ¿Por qué debería ser un problema para la gente joven hoy? El
sistema, de una manera bien neoliberal, ha hecho que la escasez del buen
trabajo sea un problema individual.
Para
contestar la pregunta les cuento algo que ha estado pasando con mis alumnos. Y
son tres cosas. Lo más drástico, porque tenemos en Gran Bretaña una situación
terrible para la gente joven recibida de la universidad. La solución más
drástica es la emigración. Eso es algo muy especial para ellos porque Asia del
sudeste y el Oriente Medio están contratando a graduados jóvenes que tienen
competencia en inglés. Pero la emigración es un cambio de vida drástico. Tengo
otros alumnos que están empezando a ver cómo hacer para tener una vida de día y
otra de noche. Están en trabajos temporarios durante el día, trabajo para
sobrevivir, y después, de noche, hacen las cosas que realmente quieren hacer.
Esto ha significado reducir, muy conscientemente, tanto sus niveles de vida
como lo que ellos entienden como una carrera. Lo mismo está pasando en Japón,
donde este tipo de vida doble está instalándose. La tercera cosa que he
aconsejado a mis alumnos acá hacer es perder sus miedos al fracaso. De armar
empresas por más que fracasen. Actividades que no tienen un valor económico. Si
fracasan, ¿qué más da? Es mejor hacer eso que nada.
¿Cómo llegamos hasta acá?
La
respuesta estructural está en lo siguiente: economías modernas, particularmente
con la aparición de las computadoras, generan menos trabajo para los
trabajadores existentes. Es un hecho de la vida. Y la única forma de
enfrentarse con esto es compartir el trabajo. Tomar un trabajo y dividirlo en
dos o hasta en tres partes. Después, el Estado tendra que darle suplementos a
los sueldos de los trabajadores por el tiempo que no estén empleados. En otras
palabras, hay que sacarse la idea de que un trabajo a tiempo completo es para
una sola persona. Tenemos la tecnología para hacerlo.
Me
preguntaron al principio sobre la cultura. Acá es donde entra la cultura en
este tema. Esta nueva realidad significa que la vieja idea de un Bildung
–es decir, que eras formado para hacer algo y que te pasabas toda tu vida
dedicado a esa cosa– tiene que cambiar. Por estas razones económicas, tienes
que pensar en ti mismo como en una persona a tiempo parcial. Esto es un desafío
y requiere mucha voluntad. Por el lado gubernamental esto tiene que significar
el fin del neoliberalismo. Porque sólo puedes enfrentarte con los problemas
estructurales de demasiadas personas con insuficientes trabajos con un Estado
muy activo e intrusivo que organiza el trabajo. Esto no es fantasía. Los
holandeses han experimentado ya con esto y también los alemanes y los noruegos.
Pero esos son regímenes de capitalismo social en vez de neoliberales. La gente
necesita trabajar por un tema de autoestima, más allá del dinero. Vivir de la
caridad no es una vida. Entonces tienes, nuevamente por razones culturales, que
satisfacer esa necesidad. Pero no la vamos a satisfacer mientras no
reconozcamos que necesitamos una reorganización política y social masiva para
poder distribuir trabajo. No hay otra forma de hacerlo. Es un tipo de Estado
completamente diferente.
Trabajando con máquinas en ámbitos virtuales, ¿estamos
perdiendo la capacidad de reflexión?
Bueno,
no es culpa de la máquina. Es un cuento familiar en la historia del homo
faber que cuando consigues una herramienta nueva el primer impulso es decir
que la herramienta te reemplazará; dejas que la máquina lo haga todo. Esto no
es sólo para las computadoras. Vale también para las máquinas industriales, y
antes de eso, pasaba con las herramientas científicas en el principio del
Renacimiento. El tema es cómo ser más inteligentes en el modo en que usamos
estas máquinas. Allí tengo que decir que el capitalismo realmente ha mostrado
su rostro más horrible. Porque tenemos lo que son casi monopolios instantáneos
en el mundo de la alta tecnología: Google, Microsoft y otros. Además, son
tecnologías cerradas. Es decir, es muy difícil reprogramar cualquier programa
se trate de de Microsoft o de reprogramar Google.
¿Sus últimos libros definen y amplían este tema?
Es
nuestro problema, y no el de la máquina, repensar cómo podemos usar las
máquinas como prótesis, como herramientas, como ayudas en vez de simplemente
usarlas para que hagan para nosotros lo que nosotros no queremos hacer... ¿Cómo podemos
ver esta tecnología como una amenaza? La amenaza está dentro de nosotros
mismos.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario