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Mirar
con mayor atención sobre la llamada "globalización de la
indiferencia". Cuestionamiento
absoluto a la política de fronteras de la Unión Europea, la opinión acertada y respetable del papa Francisco y la respuesta violenta
de muchos gobernantes incapaces de visualizar este complejo y múltiple problema
de la migración transcontinental. Ojo
cuidado con las políticas xenofóbicas, son las que al final
"califican" y obligan al pronunciamiento de los Gobiernos. Hoy el Euro-Parlamento está casi copado por
estos nuevos portavoces de las políticas de odio, guerra y muerte, la extrema derecha, ultra conservadora de Francia, Reino Unido, Alemania, España e Italia, más los grupos pro-fascistas de Grecia y de muchos países del norte de Europa, son hoy los que se pronuncian en forma racista sobre las migraciones y su cierre brutal y policíaco de sus fronteras.
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La crisis y descomposición moral del neoliberalismo, como ideología y política de la globalización, dentro del total de sus políticas fracasadas, encontramos la globalización de la indiferencia, es decir, los gobiernos y las élites político-financieras del capitalismo corporativo global, han fracasado en sus políticas sobre la migración transcontinental.
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AMBIGÜEDADES DE LA
GLOBALIZACIÓN.
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Laura Samaniego
Maestre.
Excelsior
domingo 17 de agosto del 2014.
Europa ha dedicado, en los
últimos seis años, mil 820 millones de euros al control de sus fronteras en
equipamiento e infraestructura tecnológica. Pero sólo fueron 700 millones los
invertidos en apoyo a procesos de asilo, servicios de acogida e integración de
refugiados. Así lo sostiene un reciente estudio de Amnistía Internacional (AI),
que
apunta que las prioridades “se han focalizado en sellar las fronteras más
que en las obligaciones humanitarias”.
A pesar de que los
derechos de los migrantes forman parte de la política exterior de la Unión
Europea, muchos de estos acuerdos se centran, en palabras de Amnistía
Internacional, en “evitar la inmigración ilegal y devolver a las personas
mediante convenios de retorno que en abrir más canales legales para promocionar
los derechos de los inmigrantes”. Más si se tiene en cuenta que la mayoría huye
de conflictos. En 2013, la mitad de todas las entradas irregulares y 63% de las
llegadas por mar fueron de personas procedentes de países como Siria, Eritrea,
Afganistán y Somalia.
Un ejemplo de disuasión
son las devoluciones en caliente que se producen en España, el muro más
meridional. En el último incidente murieron 14 personas de las 250 que
intentaban llegar a nado a la Península desde Marruecos, mientras la Guardia
Civil les lanzaba pelotas de goma. Ya son 400 las personas fallecidas en la
costa italiana de Lampedusa en 2013. En los últimos seis meses, otras 200 han
desaparecido en las aguas del Mediterráneo o del Egeo.
Uno de los discursos más
manidos en defensa de cerrar las fronteras es considerarlas garantes del orden
establecido porque, de lo contrario, se daría un efecto de inmigración en masa
hacia los países más ricos. Esta idea de rechazo y de miedo al extranjero no es
nueva: es la misma que durante todo el siglo XIX se empleó contra los judíos o
los católicos en Europa.
Con frecuencia se escuchan
juicios a favor de restringir la entrada de personas que no cuenten con el
permiso de ciudadanía. En este sentido, Joseph H. Carens, profesor de Políticas
en la Universidad de Toronto (Canadá), sostiene que los destinatarios de estos
argumentos no son, claro está, futbolistas, millonarios o grandes escritores,
sino gente cuyo último recurso es la esperanza de vivir otra realidad.
H. Carens expone el
derecho a emigrar basándose en la libertad de movimiento que existe dentro de
un Estado: incluso en un mundo ideal donde las desigualdades económicas fueran
mínimas, habría razones suficientes, y siempre legítimas, para lanzarse a
buscar nuevas oportunidades, desde pertenecer a una religión minoritaria y
discriminada en un territorio, a estar junto a una persona querida o por
enriquecimiento cultural.
“El punto de vista
dominante entre los economistas clásicos y neoclásicos es que la libre
movilidad del capital y la mano de obra es esencial para maximizar las
ganancias económicas globales. Sin embargo, la libre movilidad de la mano de
obra requiere de la apertura de fronteras físicas”. Es donde la globalización
esconde su rostro de modernidad y progreso y evidencia sus ambigüedades.
De hecho, desde la caída
del muro de Berlín en 1989, se ha multiplicado la construcción de nuevos muros:
entre México y Estados Unidos, en Cisjordania, entre India y Pakistán, entre
Irak y Arabia Saudí, entre África del Sur y Zimbabue, entre España y Marruecos,
o entre Tailandia y Malasia. Mientras Europa se enroca en su preocupación por
impedir el acceso a más inmigrantes o de regularizar a los que ya viven dentro
de sus fronteras, para la entrada y salida de capitales extranjeros no es
necesario saltar vallas ni tener permiso de ciudadanía.
“Los muros generan zonas
de no-derecho y conflictividad, agravan muchos de los problemas que tratan de
resolver, exacerban las hostilidades mutuas, proyectan hacia el exterior los
fracasos internos y excluyen toda confrontación con las desigualdades
globales”, señala Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y
Social. Cualquier política de inmigración será un fracaso si se desentiende de
lo que ocurre en el origen.
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*Periodista.
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