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Yo
creo, como lo hacía Marx, que el futuro ya está en buena medida presente en el
mundo que nos rodea y que la innovación política (al igual que la innovación
tecnológica) es cosa de reunir posibilidades existentes aunque separadas de un
modo distinto. A pesar de esta
afirmación, a diferencia de Marx,
Harvey no prefigura las vías por las cuáles podría ser posible la radical
transformación por la que brega. Reconoce correctamente varias de las
debilidades que aquejan hoy a los
movimientos de oposición anticapitalista,
como es la dificultad para trascender una escala local, para alcanzar una
nacional (o internacional). También apunta correctamente que “no
hay una respuesta no contradictoria a la contradicción”, y que
cualquier iniciativa contra la “alienación universal” impone tener presentes de
conjunto las diecisiete contradicciones que Harvey estudia a lo largo de su texto. No puede haber un movimiento emancipatorio que sólo
se proponga intervenir sobre algunas de ellas. A modo de cierre de Diecisiete…,
Harvey ofrece como “guía para la praxis
política” una serie de “mandatos” –diecisiete, como respuesta de cada una
de las contradicciones reseñadas en su libro–, que son como un programa “máximo” para una sociedad no
capitalista, y van desde la provisión directa de valores de uso para todos
(vivienda, educación, seguridad alimentaria) hasta la conformación de seres
humanos no alienados, pasando por la organización de la producción a través de
productores asociados que decidan libremente qué, cómo, y cuanto producir, en atención de las necesidades sociales.
Pero nos presenta esto que es, si se quiere, un fin político, sin especificar
los medios por los que éste podría alcanzarse. Esto es inseparable de la
carencia de un agente que pueda articular una política que nos conduzca hacia esa
transformación de raíz a la que aspira. Harvey propone como horizonte un “humanismo
revolucionario”.
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Harvey, expresa: Yo creo,
como lo hacía Marx, que el futuro ya está en buena medida presente en el mundo
que nos rodea y que la innovación política (al igual que la innovación
tecnológica) es cosa de reunir posibilidades existentes aunque separadas de un
modo distinto.
***
(UNA MIRADA SOBRE GEÓGRAFO MARXISTA). LA
LÓGICA TURBULENTA DEL CAPITAL.
Sobre el último libro de David Harvey.
*****
Esteban Mercatante.
Ideas de Izquierda martes 19 de agosto del 2014.
En el principio, fue la crisis. Allí inicia Diecisiete
contradicciones y el fin del capitalismo1, de David
Harvey. Su premisa es que el capitalismo no sobrevivirá tal como era –si es
que lo hace– después de las ondas expansivas que sigue produciendo la quiebra
de Lehman Brothers en 2008. En el
curso de las crisis, “las inestabilidades del capitalismo son confrontadas,
rediseñadas y reconfiguradas para crear una nueva versión de lo que hace al
capitalismo”. Las crisis también alteran de forma profunda las ideas,
instituciones y relaciones entre clases. Lo peculiar de la crisis que
atravesamos es que, ya transcurriendo el sexto año de iniciada, “debería haber
ya diagnósticos en disputa sobre lo que está mal, y una proliferación de
propuestas para enmendarlo.
Es extraordinaria la escasez de nuevos abordajes o
políticas”. Las respuestas hasta el momento se mueven entre el intento de
continuar y profundizar las políticas neoliberales de los últimos treinta años,
o algún keynesianismo diluido, con poca atención –señala Harvey– en el énfasis
de el economista británico en las políticas distributivas (aunque desde la
salida del libro de Harvey el economista Thomas
Piketty ha creado un best seller referido a la desigualdad del
ingreso y la riqueza2).
Ambos lineamientos políticos siguieron contribuyendo al enriquecimiento de los
super ricos, que continuaron multiplicando sus fortunas desde la quiebra de Lehman hasta hoy. La izquierda
“tradicional” (partidos políticos y sindicatos) tampoco muestra capacidad de
montar una oposición sólida al poder del capital, y sus exponentes hoy aparecen
concentrados en “operar principalmente fuera de cualquier canal institucional o
de oposición organizada, en la esperanza de que acciones de pequeña escala y
activismo local puedan finalmente llevar a alguna alternativa macro que sea
satisfactoria”. Es en este contexto que Harvey presenta su libro, y pone en
juego una vasta elaboración entre la que se cuenta Los límites del capital y de la teoría económica marxista, El
enigma del capital, y los estudios recopilados en Espacios del capital,
por solo mencionar algunos. Este libro expone con rigor una mirada integradora
y una exposición sencilla de las contradicciones que caracterizan al capital en
su configuración actual.
La maquinaria económica del capital en estado “puro”.
El objeto de su libro, nos previene, no será el
capitalismo sino el capital. ¿Qué significa esta distinción? Con capitalismo Harvey refiere a
cualquier formación en la que los procesos de circulación y acumulación de
capital resultan dominantes en la configuración de la vida social, en términos
materiales e intelectuales. Las contradicciones que atraviesan el capitalismo
no se remontan, en todos los casos, a la acumulación de capital, como es el
caso de las de género o de raza. Aunque “son omnipresentes en el capitalismo no
son específicas a la forma de circulación y acumulación que constituye la
maquinaria económica del capitalismo”. Es esta maquinaria económica la que
constituye el centro del análisis de
Harvey. El tratamiento de la circulación y acumulación de capital como un “sistema cerrado” apunta a identificar sus
principales contradicciones internas.
Las contradicciones, en el sentido planteado por
Harvey, surgen “cuando dos fuerzas en apariencia opuestas se encuentran
presentes de forma simultánea en una situación particular, un ente, un proceso
o un suceso”. Como el título del libro lo indica, Harvey aborda diecisiete de ellas, que caracterizan al capitalismo
contemporáneo.
Estas se organizan en tres niveles: siete
contradicciones fundacionales, otras siete que denomina contradicciones
móviles, y tres contradicciones peligrosas. El primer grupo está asociado a rasgos básicos de funcionamiento
del sistema, invariables a lo largo de su historia. La más elemental de las
contradicciones la constituye la relación
entre valor de uso y valor de cambio. Harvey
elige abordarla desde lo que ha sido una de las expresiones más elocuentes de
esta contradicción en tiempos recientes como es la cuestión de la vivienda, que
estuvo en el corazón de la burbuja que
estalló en 2007. De forma creciente, las necesidades son definidas y
dominadas por el valor de cambio, ya que el capital se encuentra empujado de
forma permanente a incursionar en nuevas esferas de la producción social:
Por este motivo, numerosas categorías de valores de uso que eran provistos de forma gratuita
por el Estado han sido privatizadas y mercantilizadas –vivienda, educación,
salud y servicios públicos han ido en esta dirección en varias partes del
mundo.
Continúa analizando la contradicción entre el valor
social y su expresión necesaria –en
términos de Marx– en el dinero. Este permite que la polaridad de la
mercancía entre valor de uso y valor, se pueda desplegar, facilitando el
intercambio. Pero también crea las condiciones para que el centro de la escena
lo ocupe el crecimiento sin fin del valor, la acumulación. El dinero, “a diferencia del valor social que representa, es
inherentemente apropiable por personas privadas”, y esto significa “que puede
ser acumulado sin límite por personas privadas”. El dinero, de medio, se transforma en fin, y domina el proceso
social. La tercera contradicción que
Harvey presenta es entre la propiedad privada y el Estado capitalista, que es a
la vez garante de ésta y de procesos que son centrales para la reproducción del
capital, pero que a la vez defiende intereses que van más allá de la lógica de
la acumulación, pudiendo crear contradicciones. La cuarta contradicción definida por Harvey, aquella que se genera
entre la apropiación privada y el bien común, remite a un aspecto clave de la
elaboración del autor, la desposesión como fuente primaria para la valorización
del capital.
La
desposesión no es otra cosa que la apropiación de la riqueza común por parte
de agentes privados; contrariando las idílicas presentaciones de la economía
capitalista como una basada en los mercados y que genera valorización “a través
de intercambios legalmente sancionados”, Harvey
sostiene que existen fuertes razones teóricas para considerar que una
economía basada en la desposesión, yace en el corazón de lo que define
fundamentalmente al capital”. La
“desposesión” en el lugar de trabajo es una de las vías, importante pero no
la única, a través de las que se sustenta la apropiación privada de la riqueza
común. Uno de los aspectos a través de los que ilustra esto es cómo la clase
obrera puede ser expoliada por los terratenientes, el sistema de crédito, las
cadenas comerciales, y los impuestos, todas vías de apropiación de plusvalía.
Apoyándose en el estudio de Karl Polanyi en La gran transformación, Harvey señala cómo
la conversión del dinero, la tierra, y la fuerza de trabajo (que en palabras de
Polanyi “obviamente no son
mercancías”), que ha sido esencial para el funcionamiento del capitalismo, “se apoyó en la violencia, el engaño, el
robo, el fraude y medios similares”. Estas formas “nunca desparecieron”.
Otra de las contradicciones fundacionales, sobre la que nos detendremos más
adelante, la constituye la relación
capital-trabajo. Y, finalmente, Harvey
analiza la naturaleza contradictoria del propio capital y la unidad
diferenciada que conforman producción y realización.
Si el primer grupo de contradicciones son “rasgos constantes del capital, en cualquier
tiempo y lugar”, las contradicciones móviles tienen como único elemento
constante que son inestables y están en continuo cambio. Estas contradicciones
refieren al desarrollo de la técnica y su apropiación por el capital, al
desarrollo desigual que lo caracteriza, y que adquiere contornos específicos en
cada momento, a la relación contradictoria entre monopolio y competencia, las disparidades de ingreso y riqueza,
y a la dialéctica de liberación y dominio. La forma que asume este conjunto de
contradicciones en cada momento determina cambios significativos en la
estructura del sistema capitalista, aunque sus leyes básicas permanezcan
iguales. Las respuestas políticas, argumenta Harvey, deben partir de un análisis específico de estas
contradicciones en el momento actual.
El último conjunto son las contradicciones que Harvey define como “peligrosas”. Estas están constituidas por el requerimiento del
capital por el crecimiento compuesto (es decir acumulativo) sin fin, la
relación del capital con la naturaleza, y la “alienación universal”. Las denomina como peligrosas por
contraposición a fatales, distinción que apunta contra la idea de que el
capitalismo vaya a colapsar por el peso de sus contradicciones. Aunque parte de
una prudente prevención contra el fatalismo y destaca la necesidad de una
voluntad consciente para superar al capitalismo, Harvey sobreestima la capacidad de perpetuarse del capital cuando
sostiene que éste puede continuar funcionando indefinidamente “en un modo que provocará una degradación
regresiva en la tierra y empobrecimiento masivo, incrementando de forma radical
la desigualdad, de la mano de la deshumanización de la mayor parte de la
humanidad”, sostenido mediante la represión estatal creciente.
La última de las contradicciones peligrosas es la
alienación universal. Ésta remite a diversas dimensiones. “El trabajador enajena legalmente el uso de su fuerza de trabajo
durante un período de tiempo al capitalista a cambio de un salario […] el
trabajador se ve enajenado del producto de su labor, así como lo está del resto
de los trabajadores” y “de la
naturaleza”. Esta carencia y desposesión “son experimentadas e
internalizadas como un sentimiento de pérdida y pena por la frustración de los
instintos creativos”. El malestar generalizado que tiende a crear la desposesión generalizada en todos los
órdenes de la vida, y que el capital intenta remontar con el impulso de un
consumismo vacío, podría llegar a constituirse en el freno fatal para la
distopía que promete el capital como perspectiva, como freno último a la
perpetuación de la maquinaria desenfrenada
de la acumulación. La posibilidad de una alternativa, para nada
garantizada, depende de una revuelta generalizada ante la alienación universal.
La
“desposesión” en el lugar de trabajo es una de las vías, importante pero no la
única, a través de las que se sustenta la apropiación privada de la riqueza
común. Uno de los aspectos a través de los que ilustra esto es cómo la clase
obrera puede ser expoliada por los terratenientes, el sistema de crédito, las
cadenas comerciales, y los impuestos, todas vías de apropiación de plusvalía.
***
Un fin político sin medios para alcanzarlo.
Yo creo,
como lo hacía Marx, que el futuro ya está en buena medida presente en
el mundo que nos rodea y que la innovación política (al igual que la innovación
tecnológica) es cosa de reunir posibilidades existentes aunque separadas de un
modo distinto.
A pesar de esta afirmación, a diferencia de Marx, Harvey no prefigura las vías por las cuáles
podría ser posible la radical transformación por la que brega. Reconoce
correctamente varias de las debilidades que aquejan hoy a los movimientos de
oposición anticapitalista, como es la dificultad para trascender una escala
local, para alcanzar una nacional (o internacional). También apunta
correctamente que “no hay una respuesta no contradictoria a la contradicción”, y
que cualquier iniciativa contra la “alienación universal” impone tener
presentes de conjunto las diecisiete contradicciones que Harvey estudia a lo largo de su texto. No puede haber un movimiento
emancipatorio que sólo se proponga intervenir sobre algunas de ellas. A modo de
cierre de Diecisiete…, Harvey ofrece como “guía para la praxis política” una serie de “mandatos” –diecisiete,
como respuesta de cada una de las contradicciones reseñadas en su libro–, que
son como un programa “máximo” para una sociedad no capitalista, y van desde la
provisión directa de valores de uso para todos (vivienda, educación, seguridad
alimentaria) hasta la conformación de seres humanos no alienados, pasando por
la organización de la producción a través de productores asociados que decidan
libremente qué, cómo, y cuanto producir, en atención de las necesidades
sociales. Pero nos presenta esto que es, si se quiere, un fin político, sin
especificar los medios por los que éste podría alcanzarse. Esto es inseparable
de la carencia de un agente que pueda articular una política que nos conduzca
hacia esa transformación de raíz a la que aspira. Harvey propone como horizonte
un “humanismo revolucionario”.
La creencia de que podemos, a través del
pensamiento y la acción conscientes cambiar el mundo en que vivimos y a
nosotros mismos para mejor, define a una tradición humanista. El humanismo revolucionario, al
contrario del planteo de Althusser
(“el marxismo no es un humanismo”), …unifica
el Marx de El capital con el de los Manuscritos económico-filosóficos
de 1844 y da un flechazo en el corazón de las contradicciones que
cualquier programa humanista debe estar dispuesto a abrazar si habrá de cambiar
el mundo.
Pero entre ambos textos, media en Marx el desarrollo más acabado de la
perspectiva comunista, así como la precisión de los contornos del sujeto capaz
de llevarla a cabo. Para Harvey, en
cambio, sería erróneo asignar un lugar central al proletariado. La
contradicción entre capital y trabajo es, sin duda, una muy importante. Pero Harvey critica la “tendencia en el pensamiento de izquierda a
privilegiar el mercado de trabajo y el lugar de trabajo como gemelos terrenos
centrales de la lucha de clases”, cuando en su opinión “hay otros terrenos de lucha que pueden ser de igual sino de más
imperiosa significación”.
Harvey enfatiza
que la contradicción entre capital y
trabajo está estrechamente entrelazada a las restantes contradicciones del
capital. Esto sin duda es así. Y tiene razón en que cualquier transformación
anticapitalista debe vérselas con el conjunto de las contradicciones del
capital. Sin embargo, al descartar los aspectos que la distinguen dentro del
conjunto de contradicciones, Harvey termina presentando un vasto conjunto de
tensiones que el capitalismo está obligado a mover más que a superar (“las
contradicciones tienen el molesto hábito de no ser resueltas sino meramente
desplazadas”) para continuar funcionando, pero no halla un centro de gravedad a
quebrar para construir otra sociedad alternativa.
Esta cuestión se encuentra estrechamente ligada al
rol que juega en el esquema teórico de Harvey la acumulación por desposesión.
En varios trabajos señala que ésta se ha vuelto la forma dominante en el
capitalismo neoliberal, concediendo primacía a las formas de valorización que
trascienden la esfera de la explotación en el lugar de trabajo. En realidad,
los mecanismos de “desposesión” han jugado un rol importante en el enriquecimiento
de la clase capitalista en tiempos recientes, pero esta característica acompañó
toda la historia del capitalismo. Ernest
Mandel, señalaba en El
capitalismo tardío que lo que caracteriza el desarrollo
histórico del capitalismo estaba configurado por “una unidad dialéctica de tres
momentos”. La “acumulación continua de capital en el dominio de los procesos de
producción ya capitalistas”; la “acumulación originaria continua de capital
fuera del dominio de los procesos de producción ya capitalistas”, y la
“determinación y limitación del segundo momento por el primero”3.
Esta determinación, que opera de distintas maneras, se comprueba en los rasgos
que tuvo la acumulación de capital en el último período. El desenfreno de la financierización, y la multiplicación de
los mecanismos de desposesión, deben su origen a las condiciones a través
de las cuales pudo el capitalismo recuperar la rentabilidad luego de la crisis
que puso fin al boom de
posguerra.
Atacando las condiciones de trabajo,
reestructurando y localizando la producción en países que se transformaron en
plataformas manufactureras, pudo imponer una norma descendente a los salarios,
y recuperar así la rentabilidad, pero a costa de agravar las contradicciones en
el plano de la valorización. Es acá donde hunden sus raíces el crecimiento de
la valorización financiera, y la presión creciente para subsumir nuevas esferas
en la valorización. El capital sin duda muestra inventiva en expoliar a la
fuerza de trabajo de todas las formas posibles, y crea múltiples terrenos para la resistencia contra la expoliación.
Pero el terreno laboral encierra una
potencialidad que otros no tienen, para amenazar un dominio central de todo el
edificio de desposesiones que opera el capital, como es el de la fuerza de
trabajo, convertida en mercancía.
Harvey apunta
correctamente que, en el cruce entre capital y capitalismo, se plantea la
necesidad de “luchar contra toda otra
forma de discriminación, opresión y represión violenta en el capitalismo como
un todo” y que por esto “es necesaria claramente una alianza de intereses”.
Pero justamente, porque la contradicción capital-trabajo
no es una más de las que caracterizan a este modo de producción, es que puede
el proletariado, si se dota de una política hegemónica y no corporativa, actuar
como articulador para esta alianza que pregona. En Harvey no hay base ni estrategia para esta alianza. Entre el
horizonte no capitalista y las distopías de las cuáles ya encuentra presentes
varios elementos, sólo queda el vacío.
La vibrante exposición del desenfrenado avance del capital desplazando sus
contradicciones, y ahondando las múltiples alienaciones, que nos recuerda la
sentencia del Manifiesto comunista,
“todo lo sólido
se desvanece en el aire”, resulta no obstante un gran estimulante para disparar
el debate sobre la misma.
*****
Notas
1. Oxford
University Press, 2014.
2. Para una
lectura sobre el fenómeno Piketty y una crítica a sus planteos, ver Paula Bach,
“Sobre Thomas Piketty y la desigualdad como destino manifiesto”,
3. México
D.F., Era, 1979, p. 47.
Fuente: http://ideasdeizquierda.org.
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