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Esto ha obligado a Washington a echar mano, cuando no a la amenaza y
la agresión directa, a procedimientos
algo más sutiles para asegurar así su hegemonía, tales como los tratados de
libre comercio con los cuales ha
intentado restituir su propuesta anexionista del ALCA. A dichas iniciativas
se agrega la propuesta de un nuevo socialismo, extraído éste de la peculiaridad
histórica de nuestros pueblos y que -como lo refiere Atilio Borón en su obra “América Latina en la geopolítica del
imperialismo”- surge “como alternativa ante un sistema cuyos daños son
irreparables dentro de sus propios parámetros y cuyas contradicciones son
insolubles”. Pese a los buenos augurios
respecto a las condiciones que resultan favorables para la instauración de
este socialismo del siglo XXI, lo cierto es que el mismo tiene ante sí un
enorme desafío histórico, puesto que de él dependerá si la humanidad podrá evitar la catástrofe a que nos conduce de
modo inexorable el sistema capitalista, lo que impondría -forzosamente- la necesidad de revisar bajo qué parámetros
podría elevarse este nuevo socialismo como alternativa, parámetros que han
de diferenciarse radicalmente de aquellos que caracterizan al capitalismo en
general. En consecuencia, tal socialismo
no tendría que ser una versión amable del capitalismo sino más bien ser su
definitivo sepulturero. Sin embargo, todavía pueblos y gobiernos persisten -de
una manera tenazmente absurda- en mantener con vida un modelo civilizatorio
que, gracias a su actividad extractiva y consumista exagerada, terminará por condenar a la extinción
entera la vida en nuestro planeta.
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UN FANTASMA RECORRE LA PANAMERICANA (y no solo).
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Jorge
Altamira (especial para ARGENPRESS.info).
Jueves
7 de agosto del 2014.
Hace unas semanas Artemio López,
habitualmente de aspecto jovial, lucía apesadumbrado. En Perfil (29/6) advertía
“contra el pragmatismo extremo” (sic), en alusión a la perspectiva de que el
peronismo retornara a una experiencia ‘neoliberal’ en el próximo período
presidencial. El “pragmatismo extremo” es, obviamente, una definición
incoherente, porque esa doctrina pretende abrazar todos los colores del arco
iris, no solamente los que se ubican en los bordes. De cualquier modo, luego de
este reconocimiento tardío de lo que el vulgo ha llamado el ‘final de ciclo’,
López, citando a Cooke, profetizaba que el peronismo se encaminaría,
“inexorablemente a la disgregación, a la esterilidad histórica”. El pragmatismo
normalizado del director de la Consultora Equis desembocaba en una previsión
apocalíptica.
Un mes más tarde, Artemio López
recupera su compostura. Ahora, nuevamente en Perfil (27/7), no le preocupa ya
la deriva extrema del pragmatismo peronista sino el extremismo lato del
“neoliberalismo trotskista”. Para López, “la utilización de conflictos
laborales legítimos (sic) con fines (sic) de desestabilización nacional”,
convierte a las organizaciones trotskistas en ‘neoliberales’. Se trata,
obviamente, de un dislate conceptual y político, y una manipulación de los
‘fines’ de las luchas en curso. Porque si la lucha contra las suspensiones y
despidos es ‘neoliberal’, ¿cómo clasificaría López a los capitalistas que
suspenden y despiden, y al gobierno que convalida esas suspensiones y despidos?
El “neoliberalismo trotskista” es una ocurrencia reaccionaria de López que
tiene más de un objetivo. El primero es disimular que se trata de una lucha
obrera, protagonizada por obreras y obreros de diferentes ideologías y experiencias.
La ‘trotskización’ de la lucha, por
parte de López, sirve al propósito de ocultar que el sujeto social que el
peronismo cree tener atado sin remedio, rompe con el libreto capitalista del
peronismo para mejor defender sus derechos de clase. Las últimas dos elecciones
nacionales demuestran que esa ruptura va, en principio, más lejos, porque el
casi millón y medio de votos para el Frente de Izquierda y el Partido Obrero
abre una perspectiva histórica antagónica a la del peronismo. De las fuerzas políticas
en presencia, solamente los trotskistas luchamos contra las multinacionales
neoliberales que son respaldadas por el Ministerio de Trabajo y la Gendarmería
de Berni, Randazzo, Milani y CFK. El aval político del gobierno a las
patoteadas y coacciones del burócrata del Smata contra los activistas del
sindicato, repite el escenario de lo ocurrido con José Pedraza, no hace tanto
tiempo.
El argumento más ‘fuerte’ de López
es también, conceptualmente, el más inconsistente. Para el analista los
“conflictos laborales” no crecen sino que bajan; en este contexto, la acción de
los ‘trotskistas’ es artificial. Ocurre que para López, un despido masivo que
no deriva en huelga no es un conflicto, no digamos ya los despidos cotidianos
que escapan al conocimiento público. Pero el ejercicio del derecho de propiedad
privada para privar a los trabajadores del derecho al trabajo es una forma
extrema del conflicto y la lucha de clases. Ningún conflicto que no haya
desembocado en una huelga o lucha ha contado con la aprobación democrática de los
trabajadores involucrados.
López escamotea el papel de gendarme
político de la burocracia sindical. Cuando le conviene, el analista se
convierte en estadístico. Lo que se puede asegurar es que esos conflictos
reprimidos resurgirán con una fuerza más potente como consecuencia de la
presión acumulada. Las luchas actuales son un preludio o puente de las que
habrá de generar, en forma inevitable, la acentuación de las crisis social y
política. Para López hay “menos conflictos laborales y menos involucramiento de
trabajadores”, al mismo tiempo que advierte de “la situación crítica (sic) que
afecta a la industria automotriz” y “que las paritarias cerraron por debajo de
la inflación”: hubiera debido decir que los trabajadores son privados de sus
medios de vida y al mismo tiempo del poder adquisitivo de los salarios en
beneficio del capital. En nada de esto ve la menor sombra de ‘conflicto’. Lo
que no se pregunta es por qué el “neoliberalismo trotskista” ha desarrollado
una capacidad de “desestabilización” que no había tenido en el pasado -o,
mejor, que siempre ha tenido, con una proyección diferente, en cada etapa aguda
de las luchas de los trabajadores.
Artemio López ha operado un cambio de frente en un mes. De la amenaza a la supervivencia del peronismo, que representaría “el pragmatismo extremo”, da una voltereta a la que representaría el trotskismo.
Artemio López ha operado un cambio de frente en un mes. De la amenaza a la supervivencia del peronismo, que representaría “el pragmatismo extremo”, da una voltereta a la que representaría el trotskismo.
¿Un fantasma recorre el movimiento obrero y de la juventud?.
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SOCIALISMO CON CARÁCTER DE URGENCIA.
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Homar
Garcés (especial para ARGENPRESS.info).
Jueves
7 de agosto del 2014.
A la puesta en marcha de una especie
de imperialismo corporativo liderado por Estados Unidos, el cual ha impuesto
-prácticamente sin mayores oposiciones- un régimen de soberanía supranacional
que, por supuesto, sólo busca favorecer sus intereses en particular, los
pueblos del mundo le han opuesto una resistencia expresada en la implementación
de iniciativas integracionistas, como las desarrolladas en nuestra América,
como ALBA, UNASUR, CELAC, entre otras, que han servido para contrarrestar el
inagotable y voraz afán neocolonial gringo de las recientes décadas.
Esto ha obligado a Washington a
echar mano, cuando no a la amenaza y la agresión directa, a procedimientos algo
más sutiles para asegurar así su hegemonía, tales como los tratados de libre
comercio con los cuales ha intentado restituir su propuesta anexionista del
ALCA. A dichas iniciativas se agrega la propuesta de un nuevo socialismo,
extraído éste de la peculiaridad histórica de nuestros pueblos y que -como lo
refiere Atilio Borón en su obra “América Latina en la geopolítica del
imperialismo”- surge “como alternativa ante un sistema cuyos daños son
irreparables dentro de sus propios parámetros y cuyas contradicciones son
insolubles”.
Pese a los buenos augurios respecto
a las condiciones que resultan favorables para la instauración de este
socialismo del siglo XXI, lo cierto es que el mismo tiene ante sí un enorme desafío
histórico, puesto que de él dependerá si la humanidad podrá evitar la
catástrofe a que nos conduce de modo inexorable el sistema capitalista, lo que
impondría -forzosamente- la necesidad de revisar bajo qué parámetros podría
elevarse este nuevo socialismo como alternativa, parámetros que han de
diferenciarse radicalmente de aquellos que caracterizan al capitalismo en
general. En consecuencia, tal socialismo no tendría que ser una versión amable
del capitalismo sino más bien ser su definitivo sepulturero. Sin embargo,
todavía pueblos y gobiernos persisten -de una manera tenazmente absurda- en
mantener con vida un modelo civilizatorio que, gracias a su actividad
extractiva y consumista exagerada, terminará por condenar a la extinción entera
la vida en nuestro planeta.
Tal como lo expone Atilio Borón en
su libro, “el capitalismo actual conforma un mundo crecientemente violento,
militarizado, excluyente, polarizado, inestable, cruel y predatorio: en suma,
la barbarie en toda su expresión. No hace falta demasiada imaginación para
comprobar en él los rasgos definitorios de un sistema que se encamina,
demencial e irresponsablemente, hacia su propia destrucción. La gran pregunta,
que sólo la historia resolverá, es si la única alternativa posible, el socialismo,
reúne las condiciones objetivas y subjetivas requeridas para, como decía Marx,
acabar con la prehistoria de la humanidad y comenzar a escribir la historia de
la emancipación humana. Por supuesto, para esta crucial interrogante no hay
respuesta posible desde la teoría. La respuesta la dará la praxis histórica de
los pueblos en su lucha por la autodeterminación”. Una cuestión que está sobre
el tapete y exige del campo revolucionario, con sentido de urgencia y
suficiente conciencia histórica, toda la disposición para hacerlo realidad, sin que ello
suponga la adopción perniciosa de nuevos dogmas que terminarían por abortar su
posibilidad cierta.
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