Marina Silva, ambientalista y evangélica
conservadora, antigua militante del P.T. renunciante a dicho partido y al
Ministerio del Medio Ambiente en el primer Gobierno de Lula. “A pesar de su historia
política meritoria, su fuerza de carácter, su compromiso, lo que emparenta a Marina con Collor es la funcionalidad de ambos:
ellos representan el antipetismo. En
1989, cuando el PT proponía revisar y condicionaba el pago de la deuda
externa, Collor asumía como propios,
aunque quizá los hubiera leído en parte, los postulados del Consenso de Washington. Veinticinco
años más tarde, transcurridos casi tres gobiernos petistas, Dilma y su agrupación son los “enemigos
a vencer”, señala privadamente Cardoso,
vocalizando el parecer de banqueros,
editores y algunas embajadas, tal el caso de la norteamericana. Pragmáticos, los dueños del poder se
contentan con la ascendente Marina
porque su candidato ideal, Aécio Neves
(del partido de Cardoso), quedó fuera de juego con el 15 por ciento de las
adhesiones. Y Marina acepta, a pesar
de su discurso con sabor a clorofila, el
pacto con el diablo para llegar al Palacio del Planalto. En su programa de
gobierno redactado contrarreloj, bajo la supervisión de la heredera del Banco Itaú, Maria Alice Setúbal, publicado el viernes
pasado, están expresadas las tesis de un modelo pensado para iniciar una era post PT.
El centro de gravedad del programa está
en el compromiso de “asegurar la independencia del Banco Central de forma institucional
lo más rápidamente posible”, según resumió la agencia Reuters. Es decir, fin de
la heterodoxia dilmista, con la implantación de un Banco Central impermeable a
cualquier gobierno electo (incluso el de Dilma), garantía para el retorno a los postulados
noventistas basados en tasas de interés sin regulación política, superávit
primario alto para el pago de los intereses de la deuda a costa de las inversiones
públicas y políticas sociales, combate severo a la inflación y cambio flotante.
Se propone, además, reducir los
subsidios estatales a los bancos de fomento como el Banco Nacional de
Desarrollo Económico y Social y la Caixa
Econômica, que financia viviendas populares. En el plano energético la plataforma “marinera” impone restricciones a la política de expansión de Petrobras, especialmente en la
explotación de las reservas gigantes de los yacimientos de aguas profundas, en
las que la legislación de 2010 otorga
atribuciones especiales a la compañía estatal.
“¿Qué va a pasar si
entra en vigor (ese) programa? No sólo va a perder importancia Petrobras, sino que también van a imponer restricciones
al BNDES y la Caixa... se acaba (el
plan de viviendas) Mi Casa, Mi Vida”, protestó ayer Dilma. El
antipetismo diplomático se resume en dos
incisos contenidos en las más de 240 páginas del plan de gobierno para una
“nueva política”. Primero, fin de la
cláusula que obliga a los miembros del
Mercosur a negociar en grupo acuerdos comerciales con terceros mercados, lo
que allana el camino para pactos
bilaterales de Brasil con la Unión Europea y, eventualmente, con Estados
Unidos. Segundo, posible, por no
decir seguro, archivo de las demandas brasileñas a Washington debido al espionaje de la agencia NSA del que fueron
objeto Dilma, Petrobras y millones de ciudadanos. Marina, en su propuesta de política exterior conocida el viernes,
considera que “ha llegado el momento de
adoptar un diálogo maduro, equilibrado y propositivo que no dramatice las diferencias naturales
entre socios con amplios intereses económicos y políticos”.
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Dr. Boaventura de Sousa Santos. Lo que hoy está en juego en las elecciones nacionales del 5 de octubre en Brasil. Las clases populares, saben que las fuerzas
conservadoras que se oponen a la presidenta Dilma están intentando recuperar el
poder político que perdieron hace doce años. Conscientes de que la era Lula
transformó ideológicamente al país, no pueden hacerlo a través de los medios y
de los protagonistas habituales. Para poner fin a esta era necesitan recurrir a
alguien, Marina Silva, que evoca esa misma época. En otras
palabras, la derecha necesita de un desvío contra natura para llegar al poder.
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LO
QUE ESTÁ EN JUEGO EN BRASIL.
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Boaventura de Sousa Santos *
Página /12 sábado 27 de septiembre del 2024.
Escribo
esta crónica desde Cuiabá, capital del
Mato Grosso y también capital de lo que en Brasil se designa como
agronegocio (agricultura de monocultivo industrial: soja, algodón, maíz, caña
de azúcar), capital del consumo de agrotóxicos que envenenan la cadena
alimentaria y capital de la violencia contra líderes indígenas y campesinos que
defienden sus tierras de la invasión y la deforestación ilegales. Me reúno
regularmente con líderes de los movimientos sociales, uno de ellos (del pueblo
Xavante) llegó a la reunión en forma clandestina, porque está bajo amenaza de
muerte. De este lugar y esta reunión surge con particular claridad lo que está
en juego en las próximas elecciones en Brasil.
Las clases populares –el vasto grupo social
de pobres, excluidos y discriminados que en los últimos doce años vieron
mejorar su nivel de vida con las políticas de redistribución social iniciadas
por el presidente Lula y continuadas
por la presidenta Dilma– están
perplejas, pero tienen los pies sobre la tierra y no parece que puedan ser
engañadas fácilmente. Saben que las fuerzas conservadoras que se oponen a la
presidenta Dilma están intentando recuperar el poder político que perdieron
hace doce años. Conscientes de que la era Lula transformó ideológicamente al
país, no pueden hacerlo a través de los medios y de los protagonistas
habituales. Para poner fin a esta era necesitan recurrir a alguien, Marina Silva, que evoca esa misma
época. En otras palabras, la derecha necesita de un desvío contra natura para
llegar al poder. Poco a poco las clases populares van conociendo el programa de
Marina Silva y van identificando tanto lo que es transparente como lo que es
una mistificación. Es transparente
el regreso a un neoliberalismo que permita ganancias extraordinarias como
resultado de grandes privatizaciones (de Petrobras a la explotación del
pre-sal) y la eliminación de la regulación social y macroeconómica por el
Estado. Para eso, se propone la total independencia del Banco Central y la
eliminación de las diplomacias paralelas (léase, total alineamiento con las
políticas neoliberales de los Estados Unidos y la Unión Europea). Es una mistificación el recurso a conceptos
como “democracia de alta intensidad” y
“democratizar la democracia” –conceptos muy identificados con mi trabajo, pero
usados de una manera totalmente oportunista–, como si fuese una novedad
política cuando, de hecho, de lo que se trata es de continuar con lo que se
viene haciendo en algunos estados, cuyo ejemplo más notable es Rio Grande do Sul.
A todo esto se añade que
lo verdaderamente nuevo en la candidatura de Marina Silva significa un retroceso político y también
civilizatorio. Se trata de la confirmación del avance político del evangelismo conservador. El grupo evangélico ya
hoy es poderoso en el Congreso y su poder está totalmente alineado no sólo con
el poder económico más depredador (la
bancada ruralista), al que la teología de la prosperidad confiere un
designio divino, sino también con las ideologías más reaccionarias del creacionismo y la homofobia. De ser elegida,
Marina Silva llevará esos espantajos ideológicos al Palacio del Planalto, para que desde
allí prediquen sobre el fin de la política, la ilusión de la diferencia entre
izquierda y derecha, y la unión entre ricos y pobres. Quitando el barniz
religioso, se trata, de algún modo, del regreso por vía democrática a una ideología que justificó la dictadura, en el año en que Brasil celebra el más
largo y más brillante período de normalidad democrática en su historia
(1985-2015).
Ante esto, ¿por qué
están perplejas las clases populares? Porque la presidenta Dilma no hace ni dice nada para mostrarles que es menos rehén del agronegocio que Marina Silva. No hace
ni dice nada para mostrar que es urgente iniciar la transición hacia un modelo de desarrollo menos centrado en la explotación voraz de
los recursos naturales, que hoy destruye el medio ambiente, expulsa campesinos
e indígenas de sus tierras y asesina a los que ofrecen resistencia.
Bastaría un pequeño gran gesto para que, por ejemplo, los pueblos indígenas y afrodescendientes se sintiesen protegidos por
su presidenta: promulgar los decretos de
identificación, declaración y homologación de las tierras ancestrales, decretos
que están listos, libres de cualquier impedimento jurídico y sólo cajoneados
por decisión política. Lo que las clases
populares y sus aliados parecen no saber es que no basta con querer que la
presidenta Dilma gane las
elecciones. Es necesario salir a la calle a luchar por eso. Por el contrario,
los adversarios de ella lo saben muy bien.
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* Doctor
en Sociología del Derecho.
Traducción: Javier Lorca.
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