sábado, 27 de septiembre de 2014

BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS.- LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN BRASIL.

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Marina Silva, ambientalista y evangélica conservadora, antigua militante del P.T. renunciante a dicho partido y al Ministerio del Medio Ambiente en el primer Gobierno de Lula. “A pesar de su historia política meritoria, su fuerza de carácter, su compromiso, lo que emparenta a Marina con Collor es la funcionalidad de ambos: ellos representan el antipetismo. En 1989, cuando el PT proponía revisar y condicionaba el pago de la deuda externa, Collor asumía como propios, aunque quizá los hubiera leído en parte, los postulados del Consenso de Washington. Veinticinco años más tarde, transcurridos casi tres gobiernos petistas, Dilma y su agrupación son los “enemigos a vencer”, señala privadamente Cardoso, vocalizando el parecer de banqueros, editores y algunas embajadas, tal el caso de la norteamericana. Pragmáticos, los dueños del poder se contentan con la ascendente Marina porque su candidato ideal, Aécio Neves (del partido de Cardoso), quedó fuera de juego con el 15 por ciento de las adhesiones. Y Marina acepta, a pesar de su discurso con sabor a clorofila, el pacto con el diablo para llegar al Palacio del Planalto. En su programa de gobierno redactado contrarreloj, bajo la supervisión de la heredera del Banco Itaú, Maria Alice Setúbal, publicado el viernes pasado, están expresadas las tesis de un modelo pensado para iniciar una era post PT.
El centro de gravedad del programa está en el compromiso de “asegurar la independencia del Banco Central de forma institucional lo más rápidamente posible”, según resumió la agencia Reuters. Es decir, fin de la heterodoxia dilmista, con la implantación de un Banco Central impermeable a cualquier gobierno electo (incluso el de Dilma), garantía para el retorno a los postulados noventistas basados en tasas de interés sin regulación política, superávit primario alto para el pago de los intereses de la deuda a costa de las inversiones públicas y políticas sociales, combate severo a la inflación y cambio flotante. Se propone, además, reducir los subsidios estatales a los bancos de fomento como el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social y la Caixa Econômica, que financia viviendas populares. En el plano energético la plataforma “marinera” impone restricciones a la política de expansión de Petrobras, especialmente en la explotación de las reservas gigantes de los yacimientos de aguas profundas, en las que la legislación de 2010 otorga atribuciones especiales a la compañía estatal.
“¿Qué va a pasar si entra en vigor (ese) programa? No sólo va a perder importancia Petrobras, sino que también van a imponer restricciones al BNDES y la Caixa... se acaba (el plan de viviendas) Mi Casa, Mi Vida”, protestó ayer Dilma. El antipetismo diplomático se resume en dos incisos contenidos en las más de 240 páginas del plan de gobierno para una “nueva política”. Primero, fin de la cláusula que obliga a los miembros del Mercosur a negociar en grupo acuerdos comerciales con terceros mercados, lo que allana el camino para pactos bilaterales de Brasil con la Unión Europea y, eventualmente, con Estados Unidos. Segundo, posible, por no decir seguro, archivo de las demandas brasileñas a Washington debido al espionaje de la agencia NSA del que fueron objeto Dilma, Petrobras y millones de ciudadanos. Marina, en su propuesta de política exterior conocida el viernes, considera que “ha llegado el momento de adoptar un diálogo maduro, equilibrado y propositivo que no dramatice las diferencias naturales entre socios con amplios intereses económicos y políticos”.

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Dr. Boaventura de Sousa Santos. Lo que hoy está en juego en las elecciones nacionales del 5 de octubre en Brasil. Las clases populares, saben que las fuerzas conservadoras que se oponen a la presidenta Dilma están intentando recuperar el poder político que perdieron hace doce años. Conscientes de que la era Lula transformó ideológicamente al país, no pueden hacerlo a través de los medios y de los protagonistas habituales. Para poner fin a esta era necesitan recurrir a alguien, Marina Silva, que evoca esa misma época. En otras palabras, la derecha necesita de un desvío contra natura para llegar al poder.
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LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN BRASIL.
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 Boaventura de Sousa Santos *

Página /12 sábado 27 de septiembre del 2024.

Escribo esta crónica desde Cuiabá, capital del Mato Grosso y también capital de lo que en Brasil se designa como agronegocio (agricultura de monocultivo industrial: soja, algodón, maíz, caña de azúcar), capital del consumo de agrotóxicos que envenenan la cadena alimentaria y capital de la violencia contra líderes indígenas y campesinos que defienden sus tierras de la invasión y la deforestación ilegales. Me reúno regularmente con líderes de los movimientos sociales, uno de ellos (del pueblo Xavante) llegó a la reunión en forma clandestina, porque está bajo amenaza de muerte. De este lugar y esta reunión surge con particular claridad lo que está en juego en las próximas elecciones en Brasil.
Las clases populares –el vasto grupo social de pobres, excluidos y discriminados que en los últimos doce años vieron mejorar su nivel de vida con las políticas de redistribución social iniciadas por el presidente Lula y continuadas por la presidenta Dilma– están perplejas, pero tienen los pies sobre la tierra y no parece que puedan ser engañadas fácilmente. Saben que las fuerzas conservadoras que se oponen a la presidenta Dilma están intentando recuperar el poder político que perdieron hace doce años. Conscientes de que la era Lula transformó ideológicamente al país, no pueden hacerlo a través de los medios y de los protagonistas habituales. Para poner fin a esta era necesitan recurrir a alguien, Marina Silva, que evoca esa misma época. En otras palabras, la derecha necesita de un desvío contra natura para llegar al poder. Poco a poco las clases populares van conociendo el programa de Marina Silva y van identificando tanto lo que es transparente como lo que es una mistificación. Es transparente el regreso a un neoliberalismo que permita ganancias extraordinarias como resultado de grandes privatizaciones (de Petrobras a la explotación del pre-sal) y la eliminación de la regulación social y macroeconómica por el Estado. Para eso, se propone la total independencia del Banco Central y la eliminación de las diplomacias paralelas (léase, total alineamiento con las políticas neoliberales de los Estados Unidos y la Unión Europea). Es una mistificación el recurso a conceptos como “democracia de alta intensidad” y “democratizar la democracia” –conceptos muy identificados con mi trabajo, pero usados de una manera totalmente oportunista–, como si fuese una novedad política cuando, de hecho, de lo que se trata es de continuar con lo que se viene haciendo en algunos estados, cuyo ejemplo más notable es Rio Grande do Sul.
A todo esto se añade que lo verdaderamente nuevo en la candidatura de Marina Silva significa un retroceso político y también civilizatorio. Se trata de la confirmación del avance político del evangelismo conservador. El grupo evangélico ya hoy es poderoso en el Congreso y su poder está totalmente alineado no sólo con el poder económico más depredador (la bancada ruralista), al que la teología de la prosperidad confiere un designio divino, sino también con las ideologías más reaccionarias del creacionismo y la homofobia. De ser elegida, Marina Silva llevará esos espantajos ideológicos al Palacio del Planalto, para que desde allí prediquen sobre el fin de la política, la ilusión de la diferencia entre izquierda y derecha, y la unión entre ricos y pobres. Quitando el barniz religioso, se trata, de algún modo, del regreso por vía democrática a una ideología que justificó la dictadura, en el año en que Brasil celebra el más largo y más brillante período de normalidad democrática en su historia (1985-2015).
Ante esto, ¿por qué están perplejas las clases populares? Porque la presidenta Dilma no hace ni dice nada para mostrarles que es menos rehén del agronegocio que Marina Silva. No hace ni dice nada para mostrar que es urgente iniciar la transición hacia un modelo de desarrollo menos centrado en la explotación voraz de los recursos naturales, que hoy destruye el medio ambiente, expulsa campesinos e indígenas de sus tierras y asesina a los que ofrecen resistencia. Bastaría un pequeño gran gesto para que, por ejemplo, los pueblos indígenas y afrodescendientes se sintiesen protegidos por su presidenta: promulgar los decretos de identificación, declaración y homologación de las tierras ancestrales, decretos que están listos, libres de cualquier impedimento jurídico y sólo cajoneados por decisión política. Lo que las clases populares y sus aliados parecen no saber es que no basta con querer que la presidenta Dilma gane las elecciones. Es necesario salir a la calle a luchar por eso. Por el contrario, los adversarios de ella lo saben muy bien.
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* Doctor en Sociología del Derecho.

Traducción: Javier Lorca.
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