Estos años de presidencia han tenido un
mérito mayor: el presidente y su primer ministro corrieron el velo de las
tergiversaciones. El Partido Socialista, asumió su línea mayoritaria. El liberalismo, la oligarquía, los bancos,
el socialismo francés no se construye más contra ellos. “Sí, la izquierda
puede desaparecer”, dijo Manuel Valls a mediados de junio. El jefe del Ejecutivo reconoció también que “todos sentimos que llegamos al fin de algo, tal vez al fin de un ciclo
histórico para nuestro partido”. La nueva farmacopea socialista es entonces
social liberal y sin complejos. “Asumo
nuestro reformismo, nuestra socialdemocracia”, declaró Manuel Valls hace unos meses. La ruptura entre esa izquierda
reformista y lo que los analistas del sistema califican como “la izquierda de
los remordimientos” es
inapelable. Para Valls, sólo hay un camino: reformar o morir. Para los otros, sólo hay un destino:
reformar la izquierda en social liberal es morir. Quienes se oponen a
la derechización del PS, como Gérard
Filoche, miembro del bureau nacional del PS,
consideran que “la actual orientación de
austeridad aplicada por la fuerza para conformar a los bancos, a los mercados, a los liberales
europeos y a Angela Merkel es un suicidio”.
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El
presidente francés François Hollande registra los índices de popularidad más
bajos de los últimos tiempos y es muy criticado en su propio partido. El fin del "socialismo francés" o la expulsión del Partido del Presidente y su corte pro-neoliberal; fortalecer su línea política de Izquierda Democrática, deslindar políticamente con los neoliberales, los populistas y social-demócratas, hoy los preferidos de un Presidente que traicionó a la Ciudadanía que confió en él para sacarlos de la crisis y sus graves consecuencias sociales. Pero prefirió el "matrimonio político" con la Canciller de Alemania.
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FRANCIA: EL PEOR MOMENTO DE
HOLLANDE Y DEL PARTIDO SOCIALISTA FRANCÉS.
Un manual para el suicidio político: La
Izquierda de sueño y la del gobierno nunca estuvieron tan lejos.
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El acto final de la transformación tuvo lugar a finales
de agosto, cuando fue la renuncia del gobierno presidido por Manuel Valls y el
nombramiento de uno nuevo de cuyo seno habían desaparecido los representantes
del ala izquierda.
Eduardo Febbro
Desde
París. Página /12, domingo 7 de septiembre del 2014.
Los socialistas se
desgarran sobre el sentido de una fórmula que suena como un manual para el
suicidio político: el social liberalismo. La expresión y su traducción en la
política económica de la presidencia socialista de François Hollande
fracturaron al Partido Socialista francés, al gobierno y a la sociedad. La
izquierda de sueño y la izquierda de gobierno nunca estuvieron tan divorciadas.
En 2012, el socialismo francés fue a las urnas con una propuesta de sueño para
luego gobernar con la vara de los recortes, de la austeridad y la reducción de
los déficit impuestos por la Unión Europea. El engaño fue tan inmoral como
mayúsculo. El acto final de una transformación en curso desde hace mucho, pero
hábilmente ocultada en la retórica socialista, tuvo lugar a finales de agosto:
la renuncia del gobierno presidido por Manuel Valls y el nombramiento de uno
nuevo de cuyo seno habían desaparecido los representantes del ala izquierda.
Símbolo estridente de este nuevo socialismo cínico de corte anglosajón fue el nombramiento
como ministro de Economía de Emmanuel Macron, ex asociado gerente del banco
Rothschild.
Días después,
reconfirmado en sus funciones, Manuel Valls se hizo ovacionar por el patronato
francés. El PS quedó como nunca dividido entre un partido oficial, que gobierna
según el timón de las elites liberales de Europa, y un PS romántico, apegado a
sus valores de igualdad y redistribución pero acorralado por la burla, los
epitafios como “fuera de época”, y la descalificación de la prensa aliada y de
la ideología del gobierno. En su carta de dimisión, la renunciante ministra de
Cultura, Aurélie Filippetti, retrató con lucidez la disyuntiva que persigue a
los progresistas: “¿Acaso en el futuro vamos a tener que pedir perdón por ser
de izquierda?”. Hasta ahora, la presidencia de François Hollande ha sido un
cementerio de promesas enterradas. “Se puede ser de izquierda y tener sentido
común”, alega el ministro de Economía Emmanuel Macron. La también renunciante
ministra ecologista de la Vivienda, Cecile Duflot, dejó un testimonio que roza
lo ignominioso sobre los dos años durante los cuales formó parte del Ejecutivo.
En su libro Desde el interior, viaje al país de la desilusión, Duflot escribe:
“François Hollande se olvidó de quienes lo llevaron a la presidencia. Poco a
poco le dio la espalda a la aspiración de más igualdad y justicia social que
desembocó en su elección. Hollande no cumplió con sus promesas”. La ex ministra
define el estilo de Hollande como una conducta que consiste en “no molestar a
los mercados es la preferencia en todas las circunstancias”.
El socialismo francés se
encuentra hoy ante la realidad que él mismo construyó. El repertorio de
desencantos y promesas no cumplidas o trastrocadas es una sinfonía patética.
Todo poder está destinado a decepcionar inevitablemente, pero el encarnado por
Hollande rebasó los mínimos históricos. Apenas un modesto 13 por ciento de los
franceses mantiene su confianza en él. El paso del socialismo al social
liberalismo ha sido una hecatombe. Thomas Wieder, jefe del servicio político
del vespertino Le Monde, señala que “el presidente de la república paga al
mismo tiempo su impotencia y su traición”. La ex ministra Cecile Duflot acota
también que “a falta de haber querido ser un presidente de izquierda, François
Hollande nunca encontró su base y sus apoyos. A fuerza de haber querido ser el
presidente de todos no supo ser el presidente de nadie”. En la dirigencia del
PS, los responsables barren las críticas con una retórica contradicha por los
hechos. “El Partido Socialista no será social liberal. El social liberalismo no
forma parte ni de nuestro vocabulario ni de nuestra tradición”, decía el actual
primer secretario del PS, Jean-Christophe Cambadélis. Guillaume Balas, diputado
europeo del ala izquierda del PS, tiene otro análisis sobre la última versión
del gobierno donde, siempre con Manuel Valls a la cabeza, hay un ministro de
Economía oriundo de la banca Rothschild: “La teoría de Manuel Valls consiste en
decir que la izquierda de transformación social ha muerto. Valls está en el
paradigma de la tercera vía de Tony Blair (ex primer ministro laborista
británico) durante los años ’90. Al mismo tiempo nos explica, como Thatcher (ex
primera ministra liberal de Gran Bretaña), que no hay alternativa”.
Esa es la piedra que se
atraganta en la boca: la no alternativa a la austeridad. El mandato de François
Hollande ha sido el certificado de defunción del socialismo francés. Ninguna
alternativa salta por encima del muro infranqueable de la austeridad y de ese
social liberalismo de inspiración anglosajona y alemana. Una sociedad liberal,
regida también con los ideales de justicia social, donde la empresa ocupa el
centro del paradigma. Un triángulo de las Bermudas que se tragó el PS de la
misma manera que en los años ’90 arrasó con el SPD alemán luego de la renuncia
del entonces ministro de Finanzas Oskar Lafontaine. El canciller alemán de
aquella época, Gerhard Schrôder, había ganado las elecciones gracias a los
votos de la izquierda que le aportó Lafontaine. Fue el principio del fin de la
socialdemocracia alemana. Lafontaine se volvió el hombre más peligroso de
Europa”, el icono de un “socialismo inteligible”, el representante de un
socialismo demodé mientras que Schröder pasó a ser el aliado del patronato. La
izquierda francesa sigue el mismo rumbo. Hace mucho tiempo que el inventario
socialista está lleno de hojas vacías. El gobierno socialista del ex primer
ministro Lionel Jospin (1997-2002) fue calificado como una suerte de “social
liberalismo a la francesa”. Ese ejecutivo, compuesto por una alianza entre
socialistas comunistas y ecologistas que se llamó “la izquierda plural”, fue el
que llevó adelante el mayor número de privatizaciones de la historia de la
Quinta República francesa. Desde hace varias décadas, el PS evoluciona en la frontera
de esa ambigüedad. Gana la apuesta electoral contra lo que Marie-Noëlle
Lienemann, senadora socialista y representante de la corriente de izquierda del
PS, llama “los poderes divinos”, entiéndase, las finanzas. Luego, una vez en el
poder, pacta con ella. Hollande llegó así a la presidencia. En el mitin más
importante de su campaña el entonces candidato Hollande dijo que su enemigo era
“las finanzas”.
Estos años de
presidencia han tenido un mérito mayor: el presidente y su primer ministro
corrieron el velo de las tergiversaciones. El PS asumió su línea mayoritaria.
El liberalismo, la oligarquía, los bancos, el socialismo francés no se
construye más contra ellos. “Sí, la izquierda puede desaparecer”, dijo Manuel
Valls a mediados de junio. El jefe del Ejecutivo reconoció también que “todos
sentimos que llegamos al fin de algo, tal vez al fin de un ciclo histórico para
nuestro partido”. La nueva farmacopea socialista es entonces social liberal y
sin complejos. “Asumo nuestro reformismo, nuestra socialdemocracia”, declaró
Manuel Valls hace unos meses. La ruptura entre esa izquierda reformista y lo
que los analistas del sistema califican como “la izquierda de los
remordimientos” es inapelable. Para Valls, sólo hay un camino: reformar o
morir. Para los otros, sólo hay un destino: reformar la izquierda en social
liberal es morir. Quienes se oponen a la derechización del PS, como Gérard
Filoche, miembro del bureau nacional del PS, consideran que “la actual
orientación de austeridad aplicada por la fuerza para conformar a los bancos, a
los mercados, a los liberales europeos y a Angela Merkel es un suicidio”.
La
política del gobierno resolvió el paradigma de manera autoritaria, sin debate,
renegando de sus compromisos y haciendo de los parlamentarios socialistas rehenes
de una línea por la cual la gente no votó. Si no adhieren y no votan las leyes
hacen caer al gobierno en un momento en que, con la derecha descompuesta, la
ultraderecha del Frente Nacional está en su mejor órbita. La líder del FN,
Marine Le Pen, ya adelantó que estaba lista para ser nombrada jefe de Gobierno.
El momento francés es una ópera dramática. Desempleo, desindustrialización
galopante, crecimiento estancado, quiebre profundo en el seno del PS,
desencanto colectivo y, por encima de todo, derrumbe estrepitoso de la figura
presidencial. François Hollande se postuló como un presidente “normal”
comparado con las exuberancias de su predecesor, Nicolas Sarkozy. La
anormalidad de la vida lo devastó en apenas dos años de presidencia. El
descubrimiento de sus aventuras sentimentales con la actriz Julie Gayet fuera
de su pareja oficial con Valérie Trierweiler, la forma en que la ex primera
dama fue literalmente desalojada del palacio presidencial, le valieron un
oprobio histórico. Valérie Trierweiler le arrojó el último desafío con la
publicación del libro en el cual relata el engaño y la ruptura. Escrito desde
la misma alcoba, el libro Gracias por este momento, retrata a un François
Hollande doble e insensible ante los pobres. Según Trierweiler, Hollande llamaba
a los pobres “los sin dientes”. El presidente respondió brevemente: “No voy a
dejar que se ponga en tela de juicio mi acción al servicio de los franceses, en
especial la relación humana que tengo con los más frágiles, los más pobres y
los más humildes, porque estoy a su servicio”. El libro de Valérie Trierweiler
ha sido una revolución, un atentado íntimo, una mancha más sobre un edificio
presidencial desacreditado por la felonía, la falta de palabra y de narrativa
política. El PS gobernante heredó una situación abismal de Nicolas Sarkozy pero
hizo de la austeridad un fin en sí mismo y dejó un vacío político ruinoso. Sólo
le queda la salida del milagro por el que apuesta: el retorno del crecimiento,
el éxito de las reformas. Se terminó un ciclo, sin dudas. El pensamiento unidimensional del liberalismo
expandió su virus en una de las últimas ciudadelas de Occidente.
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