¿Una agricultura que beneficia al campesino? ¿Dónde? La agricultura industrial está pensada por y para el agronegocio y en detrimento de aquellos que siempre han cuidado y trabajado la tierra. Sino, ¿cómo se explica que en Europa cada día más de mil explotaciones agrarias tengan que cerrar? Así lo dice la Coordinadora Europa de La Vía Campesina. O, ¿que en el Estado español únicamente el 4,3% de la población activa se dedique a la agricultura? La respuesta es fácil: a la hora de vender comida, quien menos gana es aquel que la produce. El diferencial entre el precio que se paga al agricultor en el campo y el que nosotros pagamos en el supermercado continúa subiendo. Hoy, el coste del producto alimentario de origen a destino se multiplica de media por 4,52. La diferencia porcentual entre lo pagado en la huerta y el "súper" por alimentos como el calabacín, el repollo y la berenjena es de 950%, 808% y 717% respectivamente, según el Índice de Precios en Origen y Destino. Hemos pasado de los pobres campesinos a los campesinos pobres.
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ECOLOGÍA SOCIAL:
LOS MITOS DEL SISTEMA ALIMENTICIO.
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Esther Vivas.
Público.es miércoles 15 de octubre del 2014.
Nos dicen que el sistema
agrícola y alimentario es el mejor de los posibles. Un modelo altamente
productivo que permite dar de comer a todo el mundo, muy eficiente, que ofrece
una gran variedad de alimentos, que facilita el trabajo a los agricultores y lo
mejor... que nunca antes habíamos comido de una manera tan segura. ¿En serio?
Sin embargo, cuando
analizamos en detalle, y con números en la mano, cada una de estas afirmaciones
vemos que son falsas. Quienes las dicen piensan que por repetirlas una y otra
vez nos las vamos a tragar. La verdad es que el actual modelo de producción,
distribución y consumo de alimentos se sustenta en una serie de mitos que son
mentira.
Acabar con el
hambre.
Uno de los 'mantras' más
repetidos es que la agricultura industrial e intensiva, con su alta
productividad, puede acabar con el hambre. De hecho, en la actualidad, según datos
del que fue relator especial de las Naciones Unidas por el derecho a la alimentación
Jean Ziegler, en el mundo
hay comida para 12.000 millones de
personas, y en el planeta somos 7.000
millones. No debería haber nadie sin comer. La realidad, en cambio, es bien
distinta: uno de cada ocho habitantes en el mundo, casi mil millones, pasan
hambre. Comida hay, y mucha, pero no acaba en nuestros estómagos... solo en los
de aquellos que se lo pueden permitir.
Más comida no significa
poder comer. ¿Por qué? Los alimentos en el sistema agroalimentario se han
convertido en una mercancía. La cadena que une el campo con la mesa está en
manos de unas pocas empresas del agronegocio y los supermercados que han
convertido el derecho a la alimentación en un privilegio. En consecuencia, o
tienes dinero para pagar el precio cada día más caro de los comestibles o
acceso a aquello que da de comer (tierra, agua, semillas) o no comes. No
tenemos un problema de falta de producción o superpoblación, sino de democracia,
de acceso a los alimentos.
Y cuando nos hablan de
eficiencia... ¿qué eficiencia? La de un sistema que desperdicia anualmente, según datos
de la FAO, un tercio de la comida que produce para consumo humano:
un total de 1.300 millones de toneladas. ¿Alimentos para comer o tirar? He aquí
la cuestión. La agroindustria es al negocio del hambre, lo que la banca es al
negocio de la pobreza.
Libertad y
variedad.
Nos insisten en que somos
"libres" para elegir entre una gran "variedad" de
productos. Caprabo así nos da la bienvenida, como "librecomprador".
En cambio, bajo la ilusión de lo diverso se esconde la más estricta
uniformidad.
En el campo, le brindan al agricultor todo tipo de semillas híbridas y transgénicas. En el supermercado, nos venden un sinfín de comestibles. Pero nunca como ahora nos habían alimentado tan pocos cultivos. En tan solo un siglo, hemos perdido el 75% de la diversidad agrícola y alimentaria, según cifras de la FAO. Alimentos que hasta hace unas décadas eran anecdóticos, como la soja, actualmente se han vuelto omnipresentes. En los lineales de la gran distribución encontramos siempre las mismas marcas. ¿Libertad? ¿Variedad? Más bien, todo lo contrario.
En el campo, le brindan al agricultor todo tipo de semillas híbridas y transgénicas. En el supermercado, nos venden un sinfín de comestibles. Pero nunca como ahora nos habían alimentado tan pocos cultivos. En tan solo un siglo, hemos perdido el 75% de la diversidad agrícola y alimentaria, según cifras de la FAO. Alimentos que hasta hace unas décadas eran anecdóticos, como la soja, actualmente se han vuelto omnipresentes. En los lineales de la gran distribución encontramos siempre las mismas marcas. ¿Libertad? ¿Variedad? Más bien, todo lo contrario.
De pobres
campesinos a campesinos pobres.
¿Una agricultura que
beneficia al campesino? ¿Dónde? La agricultura industrial está pensada por y
para el agronegocio y en detrimento de aquellos que siempre han cuidado y
trabajado la tierra. Sino, ¿cómo se explica que en Europa cada día más de mil
explotaciones agrarias tengan que cerrar? Así lo dice la
Coordinadora Europa de La Vía Campesina. O, ¿que en el Estado
español únicamente el 4,3% de la población activa se dedique a la agricultura?
La respuesta es fácil: a la hora de vender comida, quien menos gana es aquel
que la produce.
El diferencial entre el
precio que se paga al agricultor en el campo y el que nosotros pagamos en el
supermercado continúa subiendo. Hoy, el coste del producto alimentario de
origen a destino se multiplica de media por 4,52. La diferencia porcentual
entre lo pagado en la huerta y el "súper" por alimentos como el
calabacín, el repollo y la berenjena es de 950%, 808% y 717% respectivamente, según el
Índice de Precios en Origen y Destino. Hemos pasado de los pobres
campesinos a los campesinos pobres.
¿Seguridad alimentaria?
Afirman que la comida nunca
había sido tan segura. Pero entonces, ¿cómo se explican los escándalos
alimentarios que nos sacuden día sí día también? Desde las vacas locas, pasando
por el pollo con dioxinas hasta los productos con carne de caballo donde se
suponía solo había vacuno. No tenemos ni idea de qué nos llevamos a la boca.
Al mismo tiempo, las
dolencias vinculadas a aquello que comemos no han hecho sino aumentar. Las
“enfermedades occidentales”, como la obesidad, la diabetes, los problemas
cardiovasculares y el cáncer resultado de una “dieta occidental”, altamente
procesada, con mucha carne, grasa y azúcar añadido son, tristemente, la mejor
prueba. Somos lo que comemos. Las consecuencias de una agricultura y una
alimentación "adicta" a los agro-tóxicos, los transgénicos y los
aditivos varios son claras.
¿Que el sistema agrícola y alimentario es el mejor
de los posibles? Por favor, que no nos vendan la moto.
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