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“LOS
ARANCELES CON JAPON. Japón ofrece un guion similar. Trump celebró como «inédita» la promesa nipona de invertir 550.000 millones en EE.UU., pero Tokio aún intenta descifrar qué firmó exactamente. Está luchando por comprender: (a) qué acordó y (b) cómo evadir la interpretación que el equipo de Trump hizo del acuerdo. El primer ministro Shigeru
Ishiba habló de «préstamos e inversiones privadas», no de fondos públicos. Y cualquier
acuerdo escrito deberá pasar por el Parlamento
japonés, ahora con una creciente bancada ultranacionalista de «Japón Primero».
La desesperación de Tokio es comprensible:
su Constitución impuesta por Estados
Unidos en 1947 después de Hiroshima
y Nagasaki, lo obliga a depender del
paraguas nuclear estadounidense. Pero el costo es alto. Mientras Detroit
protesta por el arancel del 15%
a los autos japoneses (frente
al 25% que pagan las plantas de General Motors, Ford y Chryslede
en México y Canadá), Toyota, Honda y Nissan sonríen.
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Fuentes: El tábano economista.
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ARANCELES FICTICIOS:
DESCIFRANDO
LO NUNCA ACORDADO.
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Por Alejandro Marcó del Pont | 05/08/2025 | Economía
Fuentes. Revista Rebelión martes 5 de agosto del 2025.
Estados
Unidos no capitula, sólo recalibra (El Tábano Economista)
El 22 de
abril de este año, Donald Trump
concedió una entrevista a TIME en
la Casa Blanca con un titular revelador: «100
días de Trump«. Entre
referencias a China y a Nvidia —dos retrocesos escandalosos en sus
negociaciones—, hubo una afirmación que pasó desapercibida para muchos pero
que encapsula la esencia de su estrategia
comercial:
TIME: «Todavía no se ha anunciado
ningún acuerdo. ¿Cuándo lo harán?»
Trump: «He cerrado 200 tratos de
aranceles.»
TIME: «¿Doscientos?»
Trump: «100%»
La declaración, tan grandilocuente como vaga, no era casual. Tras meses de teatralidad, el equipo de Trump ha acelerado la firma de supuestos acuerdos con la urgencia de quien sabe que el reloj político corre en su contra. Bajar las tasas de interés, refinanciar la deuda, relanzar la industria nacional o desclasificar los archivos de Jeffrey Epstein son promesas incumplidas que ya no bastan para sostener su narrativa de éxito.
Los
hogares estadounidenses,
por su parte, comienzan a entender que
los aranceles trumpistas son, en
realidad, un impuesto al consumo
disfrazado. Peor aún, los tribunales
podrían dictaminar pronto que la potestad
arancelaria reside en el Congreso, no en el presidente. Trump negocia contra
reloj y sus anuncios —a menudo
simples relatos sin
sustento legal— buscan más titulares
que soluciones.
De
los seis pactos que Trump
asegura haber cerrado con socios
comerciales antes del 1 de agosto —fecha
límite autoimpuesta— solo uno está
firmado: el del Reino Unido en mayo.
Pero incluso ese acuerdo fue un esbozo de
generalidades, donde ambos gobiernos
prometieron «seguir
negociando» los detalles.
Los demás, con la UE y países asiáticos,
son meras declaraciones de intenciones, cuyos términos varían según quién los
relate.
El
caso europeo es paradigmático. El supuesto compromiso
de comprar 750.000 millones de dólares
en energía estadounidense —gas natural, crudo y reactores nucleares—
choca con la realidad: en 2024, las exportaciones energéticas de EE.UU. a
la UE sumaron 74.300 millones. Cuadruplicar
esa cifra anual (250.000 millones)
es, en palabras de economistas, «inalcanzable». La retórica trumpista ignora un hecho elemental: Bruselas no puede obligar a sus
miembros a comprar energía ni armas sin el aval del Consejo Europeo.
Y
aquí reside el verdadero quid. Trump vinculó los aranceles a
la compra de «vastas cantidades» de armamento
estadounidense, aprovechando la narrativa
europea ante Rusia. Pero la Comisión
Europea no tiene competencias en
defensa, y cualquier acuerdo
vinculante exigiría un mandato unánime de los 27. Lo mismo ocurre con las promesas de inversión: los 600.000 millones que Bruselas «garantizó» hasta
2028 dependen de empresas privadas
sobre las que la UE no tiene
autoridad.
Japón
ofrece un guion
similar. Trump celebró como «inédita» la promesa nipona de invertir 550.000 millones en EE.UU., pero Tokio aún intenta descifrar qué firmó exactamente. Está luchando por comprender: (a) qué acordó y (b) cómo evadir la interpretación que el equipo de Trump hizo del acuerdo. El primer ministro Shigeru
Ishiba habló de «préstamos e inversiones privadas», no de fondos públicos. Y cualquier
acuerdo escrito deberá pasar por el Parlamento
japonés, ahora con una creciente bancada ultranacionalista de «Japón Primero».
La
desesperación de Tokio
es comprensible: su Constitución impuesta por Estados Unidos en
1947 después de Hiroshima y
Nagasaki, lo obliga a depender del
paraguas nuclear estadounidense. Pero el costo es alto. Mientras Detroit
protesta por el arancel del 15%
a los autos japoneses (frente
al 25% que pagan las plantas de General Motors, Ford y Chryslede
en México y Canadá), Toyota, Honda y Nissan sonríen.
En
el Sudeste Asiático, el caos es aún mayor. Vietnam no ha confirmado el «acuerdo» que
Trump anunció en
redes sociales. Filipinas no ha detallado su vaga promesa de «colaboración militar». Indonesia desmintió que
levantará su prohibición a exportar níquel en bruto —clave para el acero inoxidable—, aclarando
que solo venderá mineral procesado. Y Brasil,
pese al arancel del 50% decretado
por Trump, logró exenciones para 694 productos, desde aviones hasta jugo de naranja, lo más importantes
quedaron fuera. Solo el café y la carne
tendrán aranceles del 50%, por el
momento.
Este
mosaico de medias verdades
no es improvisado. Trump sabe que, en política comercial, la percepción
importa más que los hechos. Sus «acuerdos» son
herramientas de presión psicológica:
obligan a los socios a negociar bajo
la amenaza de tweets y titulares. Pero cuando se examinan los papeles, la
realidad es otra:
1. Los números no cuadran.
Las cifras billonarias son «aspiracionales», sin mecanismos de
cumplimiento.
2. Las instituciones limitan.
Ni la UE ni Japón pueden comprometer fondos públicos sin aprobación
parlamentaria.
3. Los perdedores son locales.
Los aranceles encarecen insumos para la industria estadounidense, mientras las
automotrices asiáticas ganan ventajas.
Detrás
de la fachada, Trump no ha «revolucionado» el comercio global. Solo lo ha distorsionado con una estrategia
de «acuerdos fantasmas»:
pactos que existen en sus ruedas de
prensa, pero no en los registros
oficiales. Mientras, el verdadero
legado de su política arancelaria —inflación,
desconfianza y fragmentación— lo pagarán
los consumidores y las pymes.
Trump sabe que los aranceles no darán el
resultado esperado. Pero en su cálculo,
el relato de victoria vale más que la victoria misma.
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