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“Pero al día de hoy no se perciben esos signos de insurgencia popular en el clima
político imperante y mucho menos que
la correlación de fuerzas existente en los terrenos
de la economía, la política, la
cultura y lo militar, como siempre advertía
Gramsci, ofrezcan indicios de que hay
algo que, subterráneamente, se
orienta hacia un estallido popular. Mientras
tanto, la existencia de una Asamblea Nacional en cuyo Senado el MAS ha desaparecido por
completo y apenas conserva una ínfima
minoría en la Cámara de Diputados
demuestra que el voto nulo para lo que ha servido es para facilitarle a la derecha la construcción de los dos tercios de los votos que se necesitan para que la Asamblea Nacional reforme la Constitución
Política del Estado anulando los
grandes avances plasmados en esa
luminosa pieza constitucional surgida del auge del MAS. Y sabemos que, a diferencia de las izquierdas, cuando la derecha tiene una oportunidad no pierde
tiempo en debates filosóficos o
en pujas discursivas. Actúa rápida y letalmente. Para quienes
duden de este aserto aconsejo que examinen
el caso argentino. Ojalá que otro, y
mejor, sea el desenlace de la actual coyuntura boliviana.
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NOTAS SOBRE LA TRAGEDIA POLÍTICA BOLIVIANA.
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Por Atilio A. Boron.
Sociólogo. Politólogo. Dr. en Ciencias Políticas.
Maestro Universitario. Buenos Aires Argentina.
Fuente. Prensa Latina sábado 23 de agosto del 2025.
La imagen que acompaña esta nota ilustra los
profundos cambios experimentados por la Asamblea del Estado Plurinacional y el
carácter catastrófico de la derrota del MAS en Bolivia.
Esta puso fin a un ciclo iniciado con el triunfo de
Evo Morales en la elección presidencial de diciembre del 2005 y su ingreso al
Palacio Quemado de La Paz el 22 de enero del 2006. Período,
hay que subrayar, en donde la hegemonía
electoral del MAS fue aplastante,
ganando una sucesión de seis elecciones con porcentajes que salvo en un caso se
empinaban bien por encima del 50 por
ciento de los votos.
Esta supremacía en las urnas era el
reflejo de la hegemonía política del MAS
y de la capacidad de conducción del líder indiscutido del movimiento
popular, Evo Morales. En los casi 14 años de su gestión, interrumpida por
el golpe de Estado fascista del 10
de noviembre del 2019, la gestión de Evo cambió radicalmente y para bien el
rostro de Bolivia, dando lugar a que
muchos observadores y medios de prensa hablasen del “milagro económico boliviano.” No
solo económico sino también social y cultural, terrenos en donde
los avances fueron quizás más
espectaculares que en el área
económica.
Pero no es este el lugar para examinar
ese fascinante proceso emancipatorio,
sus grandes conquistas, así como algunos
de los aspectos más deficitarios de esos años. La urgencia de la coyuntura nos obliga a mirar hacia lo inminente.
Más productivo es, por eso mismo, preguntarnos qué puede esperarse de un derrumbe tan espectacular como el que
se verificara el pasado domingo en las
urnas, pero que se fue gestando casi desde el momento en que Luis Arce Catacora asumiera la presidencia del Estado Plurinacional de
Bolivia el 8 de noviembre de 2020. Esta tesis, sin embargo, es cuestionada por Javier Larraín,
Director de la revista Correo del Alba
cuando aporta una visión más pesimista,
y probablemente más apegada a la
realidad.
Larraín sitúa el
origen de esta decadencia mucho antes.
Así se lo comentó a Gustavo Veiga,
en una entrevista para Página/12: al
decir que:
“el proceso
de descomposición del MAS comenzó en 2013, 2014 y si recordamos que en 2019
sacó la votación más baja con Evo del 47 por ciento y (antes) había perdido un referéndum cuyo resultado
desconoció, entonces lo que hemos venido viendo es esa caída”. [1]
Desde ese entonces cobró ímpetus una lucha intestina
por el liderazgo popular y la conducción del proceso de cambios. Como bien lo señala Sacha Lorenti en una nota acertadamente titulada “Autopsia preliminar de las elecciones en
Bolivia” (porque desgraciadamente el MAS,
ese gran movimiento popular boliviano
ha muerto),
“el gobierno
de Luis Arce hizo todo lo que estuvo a su alcance para intentar destruir el
liderazgo de Evo Morales: el robo de la sigla del MAS-IPSP, la anulación de
toda posibilidad de participación con otra sigla, la toma violenta de las
organizaciones sociales, la inhabilitación de Evo Morales, el atentado contra
su vida, la persecución y el encarcelamiento de más de cien personas que
protestaron contra la proscripción y, como fue denunciado por Diario Red, pagos
a jueces y vocales del Tribunal Supremo Electoral para sacarlo del tablero
electoral.” [2]
Esto es cierto, pero no puede pasarse por alto que Evo, que no por casualidad durante su gestión
presidencial era popularmente conocido como “el jefazo”, nunca terminó de
digerir la imposibilidad legal que tenía para ser candidato a presidente en 2020 y que siempre consideró a Arce -su ministro estrella en los años de esplendor económico, no olvidemos eso- como un usurpador por lo cual tampoco
ahorró durísimas críticas a quien por entonces
ocupaba el Palacio Quemado.
Una interpretación más
equidistante de este lamentable
conflicto, iniciado como una feroz
lucha personalista por el poder y que solo en su desarrollo posterior se convirtió
en una divergencia política e
ideológica más amplia, la ofrece una
nota que publicara Álvaro García Linera
en vísperas de la elección boliviana y en la cual describía esta fractura en
durísimos términos:
“Por un lado, un mediocre economista que está por casualidad como presidente y que creyó que podía desplazar al líder carismático indígena (Evo) proscribiéndolo electoralmente. Por otro, el líder que, en su ocaso, ya no puede ganar elecciones, pero sin cuyo apoyo tampoco se gana, y que se venga ayudando a destruir la economía sin comprender que en esta hecatombe también está demoliendo su propia obra. El resultado final de este miserable fratricidio es la derrota temporal de un proyecto histórico y, como siempre, el sufrimiento de los humildes que nunca fueron tomados en cuenta por los dos hermanos embriagados de estrategias personales.”[3]
Teniendo en cuenta estos antecedentes, y sobre
todo eso de un “miserable fratricidio”
que pone término -¿o apenas una pausa?-
a una revolución en curso, le asiste toda
la razón a Carlos Figueroa Ibarra,
profesor de la Universidad de Puebla, cuando
en su esclarecedor análisis de las elecciones bolivianas asegura que tanto Rodrigo Paz Pereira- hijo del
expresidente Jaime Paz Zamora
(1989-1993)- como sus contendientes,
Jorge “Tuto” Quiroga con quien
eventualmente medirá fuerzas en el
balotaje en caso de que este a última
hora no desista de participar debido
a sus pocas chances de triunfar, y
quien llegara en tercer lugar en la
primera vuelta, Samuel Doria Medina,
comparten las grandes líneas que definirán la marcha del próximo gobierno, casi con seguridad presidida por Paz Pereira.[4]
Este nuevo consenso neoliberal, como correctamente lo denomina nuestro autor,
contempla la
“eliminación
de la república plurinacional, la agroindustria como el corazón de la economía
boliviana, legalización de los transgénicos, represión de la protesta social,
privatización de las empresas estatales, apertura al capital transnacional,
eliminación de subsidios a los combustibles, eliminación de la propiedad
comunitaria de la tierra.”
Pero, además, en el plano político, el indulto de los golpistas Jeanine Añez y
de uno de los líderes de la extrema
derecha racista y exgobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, además de la persecución de Evo
Morales y Álvaro García Linera. O sea, una pesadilla política.
En este
lamentable escenario, habida
cuenta de una muy dolorosa derrota no solo para las clases populares de Bolivia, sino que me atrevería a decir para todos los pueblos de Nuestra América, sorprenden las declaraciones triunfalistas de Evo Morales exaltando el 19,2 por ciento del voto nulo que, según
él, lo proyectan como el líder de la
oposición al nuevo régimen reaccionario. Pero esa euforia, que tiene como
fundamento innegable la lealtad
de una parte importante del campo popular
a las directivas de Evo, oculta la inoperancia del voto
nulo, su esterilidad práctica,
salvo cuando este es el preludio de un momento insurreccional capaz de desafiar al poder constituido, cosa que
quien esto escribe no advierte en este
momento en Bolivia.
Cierto es que no debiera descartarse esta posibilidad si se tiene en cuenta la prolongada experiencia de lucha y la extraordinaria
combatividad de las masas plebeyas bolivianas. Tal vez se produzca ese enfrentamiento entre el poder
institucionalizado y la potencia
creadora de la calle, como siempre recordaba Maquiavelo en sus estudios
sobre la república romana.
Pero al día de hoy no se perciben esos signos de insurgencia popular en el clima político imperante y mucho menos que la correlación de fuerzas
existente en los terrenos de la economía,
la política, la cultura y lo militar, como
siempre advertía Gramsci, ofrezcan indicios de que hay algo que, subterráneamente, se orienta hacia un estallido popular.
Mientras tanto, la existencia de una Asamblea Nacional en cuyo Senado el MAS ha desaparecido por completo y apenas conserva una ínfima minoría en la Cámara de Diputados demuestra que el voto nulo para lo que ha servido es para facilitarle a la derecha la construcción de los dos tercios de los votos que se necesitan para que la Asamblea Nacional reforme la Constitución Política del Estado anulando los grandes avances plasmados en esa luminosa pieza constitucional surgida del auge del MAS.
Bolivia. Los responsables políticos de haber "asesinado en vivo y en directo un Proyecto Político Democrático, Nuevo y Superior" del Estado Plurinacional de Bolivia. Con su enconado enfrentamiento también "han Matado al MAS", único Movimiento Popular, Social y Político en el Poder por 20 años.
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Y sabemos que, a diferencia de las izquierdas, cuando la derecha
tiene una oportunidad no pierde tiempo en debates filosóficos o en pujas
discursivas. Actúa rápida y
letalmente. Para quienes duden de este aserto aconsejo que examinen el caso argentino. Ojalá que otro, y mejor, sea el desenlace
de la actual coyuntura boliviana.
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