domingo, 3 de agosto de 2025

QUE SE VAYAN TODOS Y QUE VENGA CUALQUIERA: Panfleto en favor de la lotería cívica, por Alberto Vergara.

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“Muy probablemente, esto no se hubiera logrado con asambleístas elegidos debido a su postura ideológica. Como proponen los profesores Ernesto Ganuza y Arantxa Mendiharat, los elegidos en Irlanda seguramente tenían su propia ideología, pero venían a representar la imparcialidad y no a esa ideología. Al no estar socializados en una tribu ideológica, tienen mayor inclinación a sopesar opiniones divergentes y a acercarse al interés general.  Terminemos. El sorteo puede reducir varias de nuestras patologías contemporáneas. Seguramente producirá otras nuevas. Pero las actuales aseguran la bancarrota nacional. La vida política ya se parece hace tiempo a una lotería. Quizás podemos organizarla nosotros mismos retirándole sus dimensiones más grotescas. No hay forma de que un sorteo produzca congresistas que amenacen lo público de manera más directa que, no sé, Mary Acuña o Alejandro Cavero, Waldemar Cerrón o Eduardo Salhuana. Pensemos cómo serían unas elecciones donde los miembros de mesa fuesen puestos por los partidos y no surgidos de un sorteo. En el Perú de hoy los sorteados cumplen mucho mejor con el imperativo de la imparcialidad y de la defensa del interés general. Quizás la llana ciudadanía traiga de vuelta eso que George Orwell llamaba la decencia del común. O, claro, quizás no.

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QUE SE VAYAN TODOS Y QUE VENGA CUALQUIERA:

Panfleto en favor de la lotería cívica, por Alberto Vergara.

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La lotería cívica nos regresa a una noción básica de la democracia: la radical igualdad política de los ciudadanos.

Por Alberto Vergara. Politólogo.

Fuente. La República, domingo 3 de agosto del 2025.

El momento que más temo cuando me invitan a hacer una presentación sobre política peruana es el de las preguntas. Porque ahí es cuando se libera en el respetable el ansia indomable y compresible de soluciones: ya mucho diagnóstico sombrío, estimado, por favor demos paso a las recetas: ¿cómo conseguir un Estado funcional?, ¿cómo restaurar la legitimidad?, ¿cómo construimos partidos sólidos?... y así por el estilo. En ese momento siempre pienso, parafraseando un verso de Jaime Sabines, que “no he venido a entretenerlos con la esperanza”.

No tengo recetas, iniciativas ni propuestas. Por lo menos, no para solucionar nada profundo y, menos aún, rápido. En Instagram debe haber un consultor que ofrece implementar en pocos pasos el sistema educativo finlandés en el Perú. Pero a mí no me sale.

Y, sin embargo, desde hace un tiempo tengo una propuesta concreta dándome vueltas y estoy contento con mi incursión en el universo programático. Aun cuando, lo diré de una vez, se trata de una iniciativa sin ninguna posibilidad de ser llevada a cabo. Aun así, me sigue pareciendo una buena idea.



Se trata de elegir a los congresistas –no el Ejecutivo-- por sorteo y ya no en elecciones. La propuesta es muy simple: se realiza una lotería entre todos los adultos (adultas también, claro) mayores de 18 años y quienes resulten sorteados son congresistas por un periodo de tiempo (sospecho que cinco años es mucho, tiendo a inclinarme por dos). El sorteo debería tener en cuenta la distribución de la población en el país de tal manera que no haya regiones que queden sin elegidos. Pero en este momento no hay para qué perder tiempo en detalles técnicos porque se trata de una propuesta sin ninguna viabilidad.

(Digresión histórica previa: La idea de elegir representantes por sorteo no es invención mía, desde luego. La implementaron unos tipos bastante geniales que todos los manuales aseguran entendían mucho de política y democracia: los griegos hace 3000 años. Durante dos siglos, la democracia ateniense eligió por sorteo a la mayoría de sus funcionarios o magistrados. El principio que sostenía esta práctica democrática era asegurar que los ciudadanos pasen tanto por la función de gobernantes como de gobernados y conocieran los dos lados de esa relación de poder. De los 700 puestos que contaba la administración, 600 se completaban a través de una lotería cívica. No se solicitaba ninguna competencia en especial. Esto coexistía con otras funciones que eran hechas por personas que sí eran elegidas en elecciones. Y en las repúblicas italianas como Venecia y Génova se utilizó durante siglos el sorteo como forma de elegir representantes –combinados con otras formas de elección. Sin embargo, la modernidad, por muchas razones, desligó el sorteo de la institucionalidad democrática. [Sobre estas cuestiones ver el libro clásico de Bernard Manin, Principios del gobierno representativo])   

Lo primero es dejar en claro el punto de partida: la representación en el Perú se pudrió.  Hace diez años Levitsky y Zavaleta aseguraron que éramos el caso más extremo de colapso partidario en América Latina y ya no sé qué calificativo o comparación podría hacer justicia con la situación de hoy. Tenemos 45 agrupaciones inscritas para participar en las próximas elecciones, casi la mitad de los congresistas es investigada por algún crimen, se legisla para la ilegalidad, la popularidad del legislativo está en 3%, los congresistas son elegidos cada vez con menos votos (es decir, se reduce la legitimidad de origen) y su comportamiento es descaradamente rapaz (o sea, el proceso legislativo tampoco produce legitimidad). Y lo que viene será peor con la llegada de una galería de narcisos personajes saltando de las redes sociales a la política.



Es importante subrayar este punto de origen porque mi propuesta no se funda en el convencimiento ideológico y universal de la superioridad del sorteo sobre la representación electoral, sino en algo que, con Isaiah Berlin, podríamos llamar un principio de realidad. Nunca fui un “participacionista”. Por lo pronto porque lo mecanismos de participación ciudadana tan en boga en los años 2000 sirvieron muchas veces para validar proyectos autoritarios (todavía recuerdo a mis amigos de izquierda porfiando que las “misiones” venezolanas y otras formas de “sociedad civil” chavista eran iniciativas participativas y no organizaciones para medrar del Estado y amedrentar a la oposición); o, en otros casos, el participacionismo ha sobre-representado a pequeños grupos bien organizados. El sorteo no produce ninguno de estos inconvenientes.

La lotería cívica nos regresa a una noción básica de la democracia: la radical igualdad política de los ciudadanos. O de otra manera: lo que le da su contenido democrático al régimen político ya no son las elecciones, sino que cada persona puede –en los hechos y no como una disposición constitucional— ser parte del Legislativo, del poder.

Es decir, convertirse en congresista deja de depender del dinero para hacer campaña, de la simpatía personal, de las calificaciones profesionales o académicas, de contar con acceso a los grandes medios de comunicación, o cualquier otro factor que desiguala la competencia política. A cambio, se instaura en la ciudadanía la idéntica probabilidad de ser congresista.

Y esta revalidación del principio democrático podría ayudar a producir lo que ha desaparecido del sistema peruano: interés general o bien común. Por el momento, lo que rige en el Perú es un pluralismo de rapiña. La res publica es una vaca por destazar. Por eso unos pocos organizados le arrebatan a la gran mayoría la posibilidad de la prosperidad conjunta: me organizo, luego arrancho. La vida social se vuelve una ansiosa mechadera de todos contra todos por los recursos. Porque se deshace la ley, el bien público por excelencia.   

El sorteo puede reintroducir el interés general en este sistema secuestrado por el particularismo y el favoritismo. El Perú político es mucho peor que el Perú real. Ninguna de las leyes que pasa este congreso maléfico se aprobaría en un referéndum popular. Un congreso elegido por sorteo sería mucho más representativo del Perú real.



Y aun cuando quienes llegaran al poder tuviesen ganas de saquear lo público, lo cierto es que la elección les caerá tan de sorpresa que no tendrán vinculaciones preexistentes con carteles, redes, mafias o tinglados legales o ilegales. Sin ninguna duda, en los y las ciudadanas sorteadas habrá más virtud y menos complicidad articulada que en la representación política actual.

De otro lado, las elecciones contemporáneas tienden dar mucha visibilidad a los grupos más ideologizados y, por tanto, a aquellos que alimentan (y se alimentan) de la polarización. Mientras la gran mayoría de la ciudadanía se distancia cada vez más de la política, minorías hinchadas del esteroide rilero envenenan la conversación pública y empujan a que la política se organice desde líneas de fracturas tan drásticas como excéntricas. En todas las encuestas quienes se auto perciben de centro son la mayoría, pero la civilización del like recompensa a los más vociferantes. Entonces, así como el sorteo hace muy difícil que lleguen congresistas con vínculos a la ilegalidad, también sería más representativo al llevar a la esfera pública una combinación mayoritaria de desafectos y poco ideologizados.

De hecho, esta es la lección que deja un ejemplo muy bonito en Irlanda. El año 2016 se convocó a una Asamblea Ciudadana compuesta por 99 ciudadanos elegidos por sorteo. El tema sobre el que discutirían era el más espinoso de todos los que pudieran elegirse en ese país:  el aborto. Durante cuatro meses la asamblea deliberó con ayuda de expertos en distintas disciplinas y terminó recomendando que se sometiera a referéndum la prohibición constitucional del aborto. El gobierno acogió la propuesta y a la postre el 66% de la población se manifestó a favor de acabar con las restricciones constitucionales al aborto.



Muy probablemente, esto no se hubiera logrado con asambleístas elegidos debido a su postura ideológica. Como proponen los profesores Ernesto Ganuza y Arantxa Mendiharat, los elegidos en Irlanda seguramente tenían su propia ideología, pero venían a representar la imparcialidad y no a esa ideología. Al no estar socializados en una tribu ideológica, tienen mayor inclinación a sopesar opiniones divergentes y a acercarse al interés general. 

Terminemos. El sorteo puede reducir varias de nuestras patologías contemporáneas. Seguramente producirá otras nuevas. Pero las actuales aseguran la bancarrota nacional. La vida política ya se parece hace tiempo a una lotería. Quizás podemos organizarla nosotros mismos retirándole sus dimensiones más grotescas. No hay forma de que un sorteo produzca congresistas que amenacen lo público de manera más directa que, no sé, Mary Acuña o Alejandro Cavero, Waldemar Cerrón o Eduardo Salhuana. Pensemos cómo serían unas elecciones donde los miembros de mesa fuesen puestos por los partidos y no surgidos de un sorteo. En el Perú de hoy los sorteados cumplen mucho mejor con el imperativo de la imparcialidad y de la defensa del interés general. Quizás la llana ciudadanía traiga de vuelta eso que George Orwell llamaba la decencia del común. O, claro, quizás no.

(La frase “que se vayan todo y que venga cualquiera” se la escuché en un contexto totalmente diferente al sociólogo argentino Juan Carlos Torre.)

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